Viajamos hasta la Abadía de San Galgano, muy cerca de Chiusdino y Monticiano. El sol doraba el paisaje a esa hora de la tarde. Es una de las virtudes de la Toscana: el atardecer, los colores que descubre el sol en sus tierras.
Reconozco que me sentía ilusionado como un niño, excitado ante lo que iba a ver dentro de la Abadía. La gente iba acudiendo...
Por fin nos hicieron pasar. En el cielo fueron encendiéndose poco a poco las estrellas, y aunque el frío arreció durante la función, La Traviata sonó maravillosa. Los intérpretes estuvieron a una gran altura, y la pequeña orquesta que cabía bajo el escenario se comportó con mucha dignidad a pesar de su obligado tamaño. Viví la ópera como nunca la había vivido...
Yo no estaba ni para hacer fotos ni para hacer nada más que escuchar y estremecerme. Así que les dejaré aquí un vídeo casero de mi amiga Chari, que con ciertos problemas captó un ratito adorable de la función…
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