viernes, 21 de junio de 2013

Inocente sueño

En el escenario conmovedor del antiguo Teatro Imperial, los elocuentes fantasmas de la farsa nos observaban acurrucados entre libros, pero entonces un solo espíritu consiguió llenar aquel espacio de aire libre, de holgura vital, de horizontes y ganas de vivir: el fantasma vivaracho de Emilia.

Sí, lo pasamos bien presentando su libro de cartas. Librería Beta y su gente fueron unos entrañables anfitriones, y acudieron tantos amigos, tantos hermanos, que hablar sobre estas cartas resultó ser mucho más fácil y placentero de lo que pensábamos. Fue una presentación encendida, digna de nuestra Porcia, dignidad en la que colaboraron necesariamente la tierna eficacia de Lola Martín, el Porcia Appendiniarrojo pasional de Pilar Álvarez (alguna sangre de Emilia debió correr del Atlántico al Cantábrico, entre Marineda y Gijón…) y ese corazón, tímido, sí, pero preciso, diestro y ardiente de Isabel

Lo de este miércoles pasado en la calle Feria, sin embargo, perdió cualquier traza oficial, y reconozco que era lo que pretendía. Aunque eché mucho de menos a Lola, a Pilar y a Isabel, el rato que pasamos en El Gusanito Lector fue un acto más en el sueño pertinaz que este libro nos está haciendo vivir. Esperanza, librera por los cuatro costados, no mantiene un negocio, sino un reino fascinante de algunos metros cuadrados en los que caben muchos más prodigios de los que uno podría suponer. Allí los libros te rozan los hombros, te abrazan y te miran, y a la vez tu mirada se pierde en todas direcciones lamentando no disponer de varias vidas para leerlo todo. Porque uno, que pasa por ser demasiado exquisito en sus gustos literarios y que abomina de muchos autores consagrados, así a simple vista se topó en El Gusanito Lector con estantes llenos de  esos títulos que reclaman literal y urgentemente un par de tardes exclusivas. Uno podría quedarse absorto durante horas en aquellas paredes tapizadas de aventuras, en un espacio dedicado al libro, como lo son las buenas librerías de siempre, como lo es también la acogedora Librería Reguera, en la que también los libros rebosan y son astros incontables y promesas de humanidad…

El gusanito lectorLuego Esperanza, como maga experta en asombros, reestructuró el lugar hasta convertirlo en un pequeño templo, dulcemente desordenado, para el diálogo y la amistad. Amigos antiguos y recién conocidos nos sentamos para charlar sobre Emilia, sobre sus cartas a Galdós, sobre el propio Galdós y sobre toda una época que generó tesoros que nadie en su sano juicio debería enterrar en el olvido. Hablamos, sí, de “Miquiño mío”. Cartas a Galdós, sí, de la locura que Isabel y yo compartimos y que gracias a Turner anda removiendo la sensibilidad de tantos lectores, pero todos los que estábamos allí, incluida Esperanza, sabíamos que la venta de libros es sólo una consecuencia necesaria pero no fundamental del milagro, y por eso simplemente charlamos sobre uno de ellos y sobre todos ellos a la vez.

Gusanito charla 1Por supuesto, aquello no hubiera sido lo mismo si Victoria Román, periodista con todas esas letras que tanto echamos de menos en los últimos tiempos, no hubiera demostrado que sólo se puede hablar de un sueño compartiéndolo. Con ella al lado, al mirar las caras de los que nos acompañaban, de aquellos antiguos y nuevos amigos, descubrí sonrisas sencillas y genuinas, miradas cómplices que se abrían curiosas a los inagotables misterios de la vida. Algunos de estos misterios Emilia —que creía como Isabel en el antiguo precepto latino Verba volant, scripta manent— los dejó escritos en sus novelas, en sus cuentos, en sus crónicas de viajes, en sus artículos y críticas, y también en sus cartas graciosas y emocionantes. Otros misterios, estamos seguros que animados por el espíritu jovial de nuestra Emilia, flotaron y se deshicieron entre los libros de Esperanza, en la expresión acogedora de Victoria, en la presencia virtual pero exacta de Lola, Pilar e Isabel, y en las voces y miradas de todos aquellos amigos que, tal vez sin ser muy conscientes de ello, participaron en nuestro inocente sueño, que sigue ahí, durando como si nunca fuésemos a despertar de él.