lunes, 27 de enero de 2014

Aunque Blanche no me acompañe

He reconocido varias veces en este cuaderno mis problemas con la poesía. Hasta hace poco, apenas había entendido unos cuantos poemas en mi vida, los más llanos de los poetas más inteligibles. Un día, no hace mucho, descubrí que todo cambiaba en un poema cuando lo leía en voz alta. Es cierto que muchos de ellos siguieron ahí, impenetrables, pero en otros se deshizo un tanto el enredo que los mantenía alejados de mi sensibilidad.

Estas navidades recibí una tarjeta de felicitación…

Postal José Carlos

Su autor, mi amigo José Carlos Díaz, uno más de los regalos de este mundo de los blogs, es un hombre contenido, despacioso, un devoto de los valles asturianos, adicto a un silencio que esconde lo mucho que bulle en su interior. Como sabe muy bien mirar dentro del fino plano del presente, José Carlos, en sus poemas y en sus relatos, nos habla en susurros de la asidua y desconcertante colisión entre la belleza de la vida y sus desastres inevitables. Pero en este poema quise ver yo unas gotas de ese artículo caro y no siembre beneficioso que es la esperanza...

Libro José CarlosHace unos días recibí su último libro, Aunque Blanche no me acompañe. No hay duda, los relatos de José Carlos hay que leerlos como la poesía, en voz alta. Si quieren en una voz alta interior, pero no cabe esa lectura apresurada que persigue en exclusiva la trama y su desenlace. Su misma puntuación lo pide a gritos: frases cortas que no dejan al lector acelerarse, que le impiden pasar sólo rozando los detalles de la historia, porque en este libro los detalles lo son todo. En las primeras páginas oí varias veces a José Carlos deteniéndome: "¿Para qué tanta prisa?".

Aunque Blanche no me acompañe es como ese marco electrónico de fotografías con el que conversa una de sus protagonistas, una sucesión de imágenes sugerentes, de pinceladas más y más definidas en un retrato que al final, como los buenos cuadros, logra impresionar nuestra imaginación sin devorar la libertad de nuestro entendimiento. A la vez, en sus páginas está el indispensable reconocimiento de esa tristeza esencial que se halla en el reverso de la sabiduría.

Diría que un buen libro no es sólo aquel que cumple con los mandamientos literarios: una buena técnica, un buen argumento, personajes complejos y bien delimitados, la imprescindible tensión que te lleve hasta el final... Un buen libro también puede ser aquel que, sin pecar contra ninguno de esos mandamientos, se puede transitar sin prisas, paladeando cada silencio, cada rincón, cada mirada. Un libro donde recomponer escenarios remotos, eternos, donde observar los livianos movimientos de esos seres desamparados que somos. Un libro en el que, leyendo, conducimos por una carretera que asciende al pasado, y de pronto la niebla nos ciega y sólo cabe mirar hacia dentro de nosotros mismos...