viernes, 22 de enero de 2010

Si Mecenas levantase la cabeza…

mecenas El martes 19 publicaba el maestro Fernando Savater un artículo en El País titulado El regreso de Mecenas, en el que con desacostumbrada torpeza expresiva y argumental rompía una lanza por los autores en contra de los malvados internautas, los cuales, según Don Fernando, no solicitan libertad, sino gratuidad en el acceso a las obras de los artistas. Para ello, Savater trae a colación a Gayo Mecenas, que fue un rico bienhechor de la cultura y favorecedor de la obra de señores como Virgilio y Horacio.

Imagino que el maestro Savater, en su vano esfuerzo por ser no sólo un buen pensador, sino también un buen literato, y por tanto un buen artista, anda algo desconcertado. Si de sus excelentes ensayos se puede deducir algo sobre su personalidad, juraría que no se le ha subido el Planeta a la cabeza, así que supongo que debió tener un mal día cuando decidió escribir este artículo.

No voy a repetir aquí todos los argumentos que ya exponen cada día no sólo los inicuos internautas, sino todo aquel que, sin lucrarse directamente con el asunto, piensa con un mínimo de cordura. Entre estos argumentos destacaría el de que la industria cultural ha sido durante mucho tiempo una de las expresiones más palmarias del capitalismo salvaje, modelo de relación social que, como en algún sitio dijo ya Don Fernando, no es el reino de la libertad, sino el de la libertad económica de unos pocos y la esclavitud económica de otros muchos. Si dicen que esta industria cultural anda ahora de capa caída no es porque los artistas no puedan vivir, y muy bien, de su trabajo, sino porque hoy no existe la misma facilidad para que cualquier mindundi pegue uno de esos pelotazos tan frecuentes en otros tiempos.

Fernando Savater A la sombra de una situación desastrosa de la educación, de una menguante importancia de la sabiduría en todos los procesos sociales y del endiosamiento del gusto popular como principal medida del arte, una caterva de personajillos cuasi analfabetos dictan, con la ayuda de poderosas productoras, la repetitiva banda sonora de nuestra vida, los entretenidos libros que atiborran las librerías-supermercados, o las decorativas obras que adornan nuestros museos. Y en esto llega el maestro Savater, a quien a pesar de todo respeto incondicionalmente, y pretende que la sociedad sea buena y permita a un montón de papanatas hacerse ricos a costa de los bolsillos del populacho.

Por supuesto, entre tanto artista hay sin ninguna duda más de un genio, contados seres que, incluso sin ser pirateados, raramente alcanzan la dicha de vivir de sus trabajos. Son personajes que se diluyen en el carnaval tonto del artisteo y el tomate, y es a estos artistas a los que, en no pocos casos, beneficia la libertad de movimientos que a Savater le parece tan perjudicial. Por supuesto, si uno quiere sacar un disco o publicar una novela, y a continuación comprar una mansión y un coche de lujo, todo esto del pirateo acaba siendo una jodienda, y aun más si los productores e intermediarios, si los dueños de los medios de comunicación, en definitiva, los mecenas de hoy día, tampoco pueden obtener los ilimitados beneficios que antes obtenían con extremo desparpajo; y así, claro, no hay quien haga funcionar el negocio.

Pero más allá de todos estos argumentos, hay uno decisivo para que el artículo de Savater chirríe hasta romperle a uno los oídos: por favor, maestro, no me compare a Virgilio y Horacio con Teddy Bautista o Ramoncín, aunque tampoco con Javier Marías o Saramago, cuyo último libro tuve necesidad de regalar, y le juro que no valía ni la cuarta parte de los dieciocho euros generosos que pagué por él.

jueves, 21 de enero de 2010

Amargor

Hay poetas a quienes pedimos que nos ayuden a decaer, que fomenten nuestros sarcasmos, que agraven nuestros vicios o nuestros estupores. Son irresistibles, maravillosamente debilitadores... Hay otros más difíciles de abordar porque contradicen nuestras amarguras y nuestras obsesiones. Mediadores en el conflicto que nos opone al mundo, nos invitan a la aceptación, al esfuerzo sobre uno mismo. Cuando estamos hartos de nosotros mismos y aún más de nuestros gritos, cuando esa manía de protestar y reivindicar, eminentemente moderna, llega a adquirir en nosotros la gravedad del pecado, ¡qué consuelo encontrar un espíritu que jamás sucumbe a ella, que retrocede ante la vulgaridad de la rebeldía como un hombre de la antigüedad, de la antigüedad heroica y de la antigüedad crepuscular, semejante a un Píndaro y también al Marco Aurelio que exclama: «Todo lo que me traen las horas es para mí un fruto sabroso, oh Naturaleza» (E.M. Cioran, Ejercicios de admiración - Saint-John Perse o el vértigo de la plenitud).

No sé por qué extrañas revueltas vino a ser la primera palabra que aprendí en rumano, aunque sí imagino por qué es una de las pocas que no se me han olvidado. Porque mi profesora no era una rumana adusta, melancólica y penetrante, sino una mujer joven, rubia, alegre... Además, luego el curso discurrió por los caminos acostumbrados, con frases del estilo me gustan mucho las berenjenas o el padre de mi abuelo tenía una camisa blanca. Mi profesora dijo la palabra con ese acento dulce y taciturno que posee la lengua rumana: amărăciune, amargura...

Aunque más que de la amargura, de lo que pretendo hablar aquí es del amargor, que puede ser sinónimo de amargura pero también, y sobre todo, la cualidad que posee cualquier cosa de gusto o sabor amargo. Y es que el otro día, reincidente como pocos, oía Radio 5 y un espabilado presentaba a un tal Gino Vannelli como uno de los mejores cantautores de la historia, mejorando incluso, y esto también era cosecha del avispado locutor, al mismísimo Leonard Cohen.

A mí, por dejar claras algunas cuestiones desde el principio, el señor Cohen, aparte de un remilgado de cojones que va por ahí pidiendo camerinos de lujo y aderezos de chiflado como condición sine qua non para dar sus conciertos, me ha parecido siempre un impenitente petardo. Recuerdo que en aquellas primeras clases de inglés su Partisano era lugar común de todos los revolucionarios, y texto de traducción obligada. Y verán, como he apuntado ya en varios sitios de este cuaderno, tal vez las letras de algunos artistas sean el súmmum de lo poético, pero si su música es simple y aburrida como el espacio vacío, entonces que se dediquen a la literatura, y que no vayan por ahí durmiendo a las ostras con sus cuatro acordes mohosos. Para aquellos enamorados de los cantautores que se sientan de soslayo ofendidos, déjenme recordar el caso paradigmático de Bob Dylan: coincidiendo con su conversión religiosa comenzó a patinar escandalosamente con discos que, manteniendo tal vez la calidad de sus letras, se revolcaban en el papanatismo musical más insustancial, hasta el punto de que pasarán a la historia como los discos insoportables de uno de los más poderosos compositores de todos los tiempos.

Poco después de escuchar la gansada pop del cargante Vannelli, y de camino a un pueblo de la sierra norte de Sevilla, mientras cruzaba una vega del Guadalquivir esplendente de verdor y humedad, iba escuchando yo un disquito que había conseguido mucho tiempo atrás, pero que sólo en ese rato pude escuchar con tranquilidad. Era de un grupo americano llamado Cairo, en concreto su primer disco, publicado en 1995. El trabajo es una modesta pero divertida imitación de los sonidos de Emerson, Lake & Palmer, aunque introduce algunos pasajes más propios de Genesis o Yes. Y dejándome envolver por sus sonidos, pensaba en que aquellos muchachos, con sus imitaciones, andaban a años luz de la ñoñería del tal Vannelli o del duermefarolas Cohen. Pensándolo bien, era como comparar a Haendel con Juan Carlos Calderón o con el inefable Luis Cobos. Y eso que los amigos de Cairo, en el rock, no habían llegado ni en sueños a donde Haendel llegó en la música clásica. Porque hay otro escalón desde el que Vannelli o Cohen no se ven más que como innecesarias y silenciosas motas de polvo, un escalón donde andan los grandes compositores, la gente que elabora su música y no se contenta con ponerle un insípido acompañamiento sonoro a sus poemas más sentidos.

Pero yo quería hablar del amargor. Hace años que vengo notando en mis días cómo el placer previsible de lo dulce va dando paso al fascinante misterio de lo amargo. Me pasa con las bebidas y las comidas, donde uno descubre que el caramelo no posee ni de lejos la fuerza expresiva de esos otros sabores más complejos y ásperos, más difíciles, menos accesibles. Y me pasa con cualquier manifestación artística y personal, donde lo simple (que no lo sencillo) aburre y empalaga, y lo complicado, lo adusto, lo intratable suele venir preñado de descubrimientos, de aventuras, de sobresaltos que remueven nuestras entrañas.

Y al final el amargor y la amargura se toman de la mano, porque toda indagación nos conduce a la tristeza, todo conocimiento a esa hambre propia del desvalido; y cualquier mirada nos lleva a lo que realmente somos, al extravío eterno en el que nos guste o no vagamos. El amargor y la amargura nos posan con suavidad en el principio de todo, en el pretil del asombro, en la puerta de entrada a nosotros mismos.

domingo, 17 de enero de 2010

De traiciones y otros demonios

Before Sunset 3

En virtud de ciertos acuerdos amistosos establecidos entre Lula Fortune y yo mismo, hoy ve la luz a este vasto, y a la par simple mundo, un nuevo blog: De traiciones y otros demonios. Un nuevo espacio de divagación que, como reza su saludo, abundará en aventuras traductoras, textos traicionados, luminarias y lóbregos callejones, expediciones al averno y requisas del paraíso, licencias, arrebatos…

Desde nuestras humildes atalayas, gozamos del honor de invitarles a que visiten sus páginas, en las que su participación será imprescindible aliento y fuente segura de inspiración.

Abyssus abyssum vocat in voce

Curso acelerado de inglés y melancolía (I)

Billie Holiday The Silver Collection (1993) I wished on the moon for something I never knew

I wished on the moon for more than I ever knew

A sweeter rose, a softer sky

On April days that would not dance away

 

I wished on a star to throw me a beam or two

I begged of a star and asked for a dream or two

I looked for every loveliness, it all came true

I wished on the moon for you

martes, 12 de enero de 2010

Esquema misterioso

¿Qué habría bebido yo, hace unos años, antes de escribir esto? Y ¿qué puñetas significará?

Esquema misterioso

lunes, 11 de enero de 2010

Piedras milagrosas

miguel-hernandez2

 

 

 

Tiro piedras a un cordero,

y cada piedra que tiro

deja en la brisa un suspiro

y en el azul un lucero.

viernes, 8 de enero de 2010

Cuñaoooo…

Yo nada más que tengo un cuñado masculino, pero vaya cuñado… Advertido por mí (ay, insensato de mí) de las posibilidades del Corel Photopaint, posibilidades que le mostré haciéndole favores como éste,

James Bond mi cuñado perpetró imágenes como la que sigue:

Paulicky_el_VikingoEn ésta, además de otros miembros de la familia, aparece un servidor en el papel de Halvar, el padre de Vicky, personaje que en esta ocasión encarna su propia hija Paula, cierta hadita preciosa que ya apareció en estas páginas.

Muchas han sido las víctimas que han caído en sus ya expertas manos, y familiares, compañeros de trabajo e incluso algún que otro transeúnte lo buscan para hacerle pagar sus infamantes diseños. Porque no se vayan a creer que todas sus obras son tan agradables como la anterior. Para muestra, un par de botones:

Al caeda  Chrismasnaboo

Incapaz de contenerme más en la venganza, pensé en que el maestro debería revolverse y demostrarle al díscolo alumno que donde las dan las toman, y que quien a hierro mata, a hierro muere, y que cabra coja que no quiere siesta, si la tiene caro le cuesta, pero repasando algunas fotos suyas caí en que mi cuñado no necesita composiciones, que sus fotos hablan por sí solas…

Para empezar, mi cuñado es un experto en cuestiones oníricas…

Dormilón Por otro lado, cualquiera que posea un mínimo de sagacidad, adivinará cuál es la profesión para la que nació mi cuñado…

payaso

Incluso en las situaciones más difíciles, ha conseguido actuar como lo que es…

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Ha pretendido ser un galán…

Imagen028pero tuvo algunos problemas a la hora de ponerse interesante…

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E incluso quiso parecerse a Dios…

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Pero ¿cómo va a ser un dios… esto?

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Al final, mal que bien, no pude resistirme, y por su parecido a ciertos personajes como Alf, Scoobie Doo y otros, tuve que ponerme en la tarea…

epi y blas

Pero ni falta que le hace a mi cuñado ser un dios, porque con lo que es, con lo que ha supuesto tenerlo en nuestras vidas, un dios nunca hubiera hecho mejor papel que él. Ahí estuvo, siempre al lado de mi madre, casi mejor que sus propios hijos…

137 Cumple 2006 Carmen

…y siempre ahí, dispuesto para los que lo queremos, como un hermano de ley…

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lunes, 4 de enero de 2010

Pastora, de Cantillana

La señora era mayor, pero se expresaba con un deje de ironía realmente divertido y tierno. También su marido, aunque aquejado de Alzheimer y tumbado en una cama con sus capacidades bastante limitadas, poseía el mismo deje, y una curiosa sonrisa siempre a punto de dibujarse en los labios. Eran de Cantillana, un pueblo cercano a Sevilla, donde hay dos vírgenes que dividen al pueblo en dos fiestas y en dos bandos. Cuando se cuenta, estos dos bandosdivinapastoracantillana son grupos amistosos, devotos de vírgenes distintas pero, ¿acaso podría ser de otro modo?, de muy parecida sensibilidad religiosa; no obstante, sé yo que en realidad hay una tremenda competencia por montar la mejor fiesta, por bautizar a cuantas más niñas mejor con el nombre de la virgen propia, en resumen, por superar en todo lo que se pueda a las huestes enemigas. En este caso, la pareja era devota de la Pastora, versión diferente y casi antagonista de la virgen de la Asunción.

En el hospital habíamos hablado de Cantillana, porque ellos de antiguo poseían un trocito de tierra y una casa humilde construida en él, un terreno situado en el camino que conducía al Río Viar, un afluente del Guadalquivir donde hace muchos años la gente iba a pasar los fines de semana bañándose y disfrutando de la naturaleza. Llegaron a poner una tienda con bebidas frías y comidas, y cobraban la voluntad por dejar pasar a la gente por su finca. Así que no era raro que nos hubiésemos encontrado por allí unos cuarenta años antes, porque mi padre solía llevarnos al Viar algunos domingos.

En el hospital la mujer, Pastora de nombre, había dejado encima de la mesa de mi padre una foto de su virgen, y en cierto momento, observando que yo no dejaba ningún día de leer, se ofreció a traerme un libro sobre la Pastora de Cantillana, en el que podría aprender mucho sobre el municipio. Al día siguiente me entregó la típica revista que se edita para las fiestas del pueblo, con muchos artículos sobre la devoción de al menos la mitad de los cantillaneros. La hojeé y luego la conservé algún rato más para que la mujer no entendiera que aquello me interesaba poco.

Poco antes de morir mi padre, me había levantado a charlar con Pastora, y mi hermano también se levantó porque, siendo él tres años más pequeño que yo, recordaba con mucho más detalle nuestras excursiones al Viar. Mientras tratábamos de recordar con ella nuestras excursiones de la infancia, yo miraba de reojo a mi padre, que estaba sedado, y en cierto momento observé que su respiración se hacía algo más lenta. Mi hermano siguió hablando, pero yo ya no quitaba la mirada de mi padre, hasta que supe de cierto que la respiración se acababa, que su corazón quería seguir latiendo pero su cuerpo rehusaba ya mantenerse en aquel sinsentido. Entonces hice una seña a mi hermano y los dos asistimos a la muerte de mi padre, que ocurrió en unos minutos.

Pastora, cuando médicos y enfermeros asistían a mi padre, que ya había muerto, en la puerta de la habitación, se acercó a nosotros y muy bajito, con los ojos llorosos, nos dijo: “¿Queréis que os diga una cosa? Yo se lo he pedido a la Pastora: que muriera pronto y sin dolor”. Por encima del entendimiento, el sentimiento hizo que estas palabras me llegaran como una caricia, y sin poder reprimir el llanto le dimos las gracias. Pastora era (seguirá siendo) una mujer amable, resuelta y luchadora, y atendía a su marido con un cariño y una determinación que decían mucho de ella. Desembocadura del Guadalquivir, Sanlúcar de Barrameda Pero era una persona mayor, sin estudios, que había dedicado su vida a pelear por su familia sin demasiado tiempo para pensar en filosofías y sutilezas. Aun así, y sin el menor atisbo de resentimiento contra la mujer, no pude evitar pensar fugazmente en la virgen, entrando en la escena sin permiso, acelerando indiscreta y entrometida el adiós de mi padre, usando sus poderes ambiguos para intervenir en un entierro en el que nadie le había dado velas. Por supuesto, no vi a la virgen, pero noté en cambio el asedio insensato y repugnante con el que la religión y sus más perspicaces acólitos nos envuelven, de manera que ni la muerte puede escapar de él. De ahí que al día siguiente, para mitigar el dolor de una tía muy querida, se celebrara un responso, con un tipo ridículo desentonando estúpidas canciones y parloteando de mi padre sin tener ni la más mínima idea de quién era, salpicando agua bendita sobre mi padre encerrado en un ataúd que coronaba un cristo crucificado. Y de ahí que luego, en el crematorio, todo se quemara salvo ese cristo, que los funcionarios del tanatorio salvaron para no aumentar sus pecados. Pero mi padre ascendió a los cielos extensos y vivos de aquella tarde, vestido en un humo fino, elegante, quedando al cabo en nuestros corazones con infinitas razones y demostraciones irrefutables de su amor; mientras, el cristo seguirá ahí, tieso y sangrante, embaucador y trivial, presidiendo muertes, recordando valles de lágrimas, instando necios parloteos, prometiendo ayuda en la imposible y absurda huida de una muerte que mi padre afrontó con toda la dignidad que le confirió la propia dignidad de su vida. Además, la Pastora que estuvo al lado de mi padre, la que lo ayudó en sus últimas horas, fue una Pastora de carne y hueso…