jueves, 21 de octubre de 2010

Encamados

el_viejo_del_cigarilloUn celador del geriátrico La Caritat, en Olot (Girona), parece haber confesado que mató a dos viejitas del centro en el que trabajaba, dos mujeres de 85 y 87 años con graves problemas de salud. También parece que el buen hombre está intentando vender el caso como eutanasia, aduciendo que cometió el doble crimen porque le daban pena las mujeres. Lo cierto es que, al parecer, acabó con su vida de un modo algo cruel, porque dicen que les inyectó un líquido corrosivo que quemó el tracto digestivo de las dos pobres mujeres. No sé si al elegir el método pensó en ahorrarles dolor o en dejar las menos huellas posibles, pero tengo la impresión de que no consiguió ninguna de las dos cosas.

De todos modos, sin entrar a discutir los indudables beneficios de la eutanasia, ni las correspondientes limitaciones que debe tener su uso, hay un aspecto de esta noticia que nadie va a abordar, ni los poderes públicos, ni los empresarios del sector geriátrico, ni siquiera los propios interesados, que los pobres míos suelen estar impedidos para, entre otras muchas cosas, exigir sus derechos. Y ese aspecto de la cuestión es el de las condiciones en que acaban la gran mayoría de nuestros ancianos, la suerte que corren en los últimos años de su vida, muchos de ellos arrumbados en un sillón de casa o pudriéndose en uno de los muchos geriátricos que, bajo nombres rimbombantes, esconden su categoría de cubos de basura.

En los cinco años que mi padre permaneció en un asilo (palabra que se ha tratado de borrar del diccionario, sin modificar la realidad a la que daba nombre) vi a muchas mujeres y hombres a los que deseé una pronta muerte. Y no todos padecían enfermedades terminales y dolorosas. Los 01 Papáque más pena me daban eran los que estaban solos, los que no podían pedir auxilio ante las prisas y los malos modos de un auxiliar, los que se dejaban hacer como muñecos y eran tratados, hubiesen perdido o no la cabeza, como niños pequeños; los que eran invariablemente despojados de su dignidad de personas.

Todos, los solos y los que eran visitados y atendidos por sus familias, pasaban horas interminables en el asilo, horas vacías en las que sus cabezas cansadas se enredaban sin vuelta atrás en una demencia perfectamente descrita por los manuales. Los que eran visitados con cierta frecuencia mantenían un punto de contacto con la realidad exterior, pero aquellos que no tenían familia, o cuyos familiares no consideraban necesario aparecer por aquel triste lugar, ésos perdían la cabeza en poco tiempo.

Los casos más sangrantes eran aquellos que caían en la cama, los encamados. Conocí a muchos porque mi padre se llevó más de un año tumbado antes de morir. La cama no distinguía entre locos y cuerdos, los hundía a todos en un desvarío definitivo, y en muchos casos los únicos estímulos que recibían durante los eternos días y las eternas noches eran las comidas, que les eran administradas con prisas y con métodos propios de granjas de engorde.

La zona de encamados era el lugar donde convergían todas las disfunciones del sistema, las económicas, las profesionales, las políticas... Privatización de servicios esenciales, presupuestos cicateros, DSC01788profesionales mal pagados, inexpertos y desmotivados, desorganización indignante de los centros, ausencia efectiva de vigilancia publica de los servicios y, sobre todo, la convicción de todos y cada uno de los actores de que los viejos ya no están para nada, que lo que necesitan es tranquilidad, silencio, descanso, frugalidad y morir lo menos dolorosamente posible. Es decir, necesitan aislamiento y la atención justa para abandonarnos sin ruido.

No sé si el celador de Olot ha matado a estas mujeres por pena o no, pero lo que no me extrañaría nada es que las dos pobres mujeres, como otros muchos cientos de miles de personas en este país, dieran tanta pena que uno no pudiera más que desearles el fin. Y si se demostrara que el celador lo hizo por piedad, el juez que lo condene, los policías que lo custodien, los periodistas que lo vendan, los políticos que sientan removidos sus tronos por el imperdonable error de este individuo, y en general todos nosotros que lo juzguemos con las prisas propias de estos tiempos, deberíamos mirarnos la glándula de la hipocresía, porque igual la tenemos a punto de estallar.

jueves, 14 de octubre de 2010

¡Somos felices, qué carajo!

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Gracias a Dios (al menos en parte), la ignorancia se ha transformado en una forma de vida. Hoy derrama su líquido dorado por todas las capas sociales. Porque la ignorancia es profundamente democrática. El cálculo prestidigitador de ciertos prohombres nada ignorantes la ha promocionado, gente cuya carencia de escrúpulos es sólo compensada con una habilidad y una eficacia casi perfectas. Gente admirable, sin duda alguna.

El arte, por ejemplo, ha sufrido una severa reconversión (industrial), y es que el elitismo comenzaba a resultar inaceptable: la democracia presupone, al parecer, el acceso universal (fácil, confortable, placentero) a los productos culturales. Mientras el dinero fluya, el esfuerzo (activo) de mirar un cuadro puede ser sustituido sin problemas por el placer (pasivo) de contemplarlo. De hecho, tenemos todos los cuadros en Internet, algunos con una resolución que nos permite indagar en la pincelada microscópica, en el detalle invisible... Una gran mejora sobre el cuadro original, quién puede negarlo. Y por unos cuantos euros al mes tenemos a nuestra disposición la pinacoteca del mundo, millones de cuadros.

Y también la biblioteca de Alejandría. Es innegable que las erratas de los libros electrónicos piratas comienzan a ser tan populares que andan migrando a las ediciones impresas, pero no nos pongamos puntillosos: lo importante de un libro es la historia que cuenta, la satisfacción de nuestra sana curiosidad (de ahí el éxito de las noticias del corazón). Por su parte, los más exigentes disponen de escritores de gran locuacidad y extenso vocabulario, cuyo dominio de la técnica literaria les alcanza para tejer historias asombrosas sin perturbar la tranquilidad espiritual del lector, o esos otros escritorzuelos que saben tocar la fibra sensible del vecino con una mezcla calibrada de humor, violencia y sexo. Qué rancia suena aquella frase que Cioran incluyó en su Breviario de los vencidos:

Al igual que amas los libros que te hacen llorar, las sonatas que te han cortado el aliento, los perfumes que te insinúan renunciamientos, a las mujeres extraviadas entre el cuerpo y el alma, así sucede con los mares: te enamoras de aquellos cuyo oleaje induce a ahogarse en su seno.

La educación, esa rémora del pasado, languidece entre analfabetos e impotentes y confía su éxito imposible en las enseñanzas de la selva posmoderna. El mar ha sido domado, sumergido en otro mar de sombrillas, en esa incontestable y sana diversión que nos alivia del trabajo. La montaña ensancha nuestros pulmones, nos plantea retos guiados de fin de semana. La ciudad bulle de tiendas, los escaparates componen el teatro del mundo. Los jóvenes pasean admirándolos. Las calles, esos museos de la modernidad, nos invitan a la excelencia y a la originalidad. La añeja ternura da paso a su evolución: el contrato. Descansamos nuestra voluntad en el carnaval de las costumbres, esa nueva liturgia renovada diariamente por las voces autorizadas, las del mercado.

¡Qué lejos, qué anacrónico ese amor por saber, esa necesidad de indagar en las cosas, de explorar a los otros! Pero no nos engañemos: aquello no era en el fondo más que un fastidio. Observemos a las parejas: ¿acaso no tenemos bastante con la crianza de nuestros hijos? ¿No supone un gran avance social la identificación casi absoluta del amor con la fidelidad? Con ésta el amor se sostiene solo, sin necesidad de andar todo el tiempo pendiente de crear y recrear el cariño. Las parejas pasean los domingos ufanas, integradas, aseadas y elegantes, y cuando los agujeros afectivos persisten ante las costumbres y las fachadas, la solución es el cambio de pareja, la mejora de las apariencias. Sí, quizás sea una engañifa, pero si nuestros éxtasis crecen piel afuera, ¿por qué no vivir así, en la superficie? ¿Qué pretenden esos tipos que hablan de entrañas y de laberintos, de reinos soñados y extravíos? ¿Quién osa afirmar que las alturas de la vida están allí y no aquí?

La democracia nos hace a todos iguales en derechos y deberes, y hoy, por fin, la felicidad es un derecho natural. Y por encima de los destrozos, sobre la cochambre de nuestros corazones, somos felices, qué carajo...

domingo, 10 de octubre de 2010

Lady of the Dancing Water

Circe Waterhouse

 

Grass in your hair, stretched like a lion in the sun,

Restlessly turned, moistened your mouth with your tongue.

Pouring my wine, your eyes caged mine, glowing

Touching your face, my fingers strayed, knowing.

I called you Lady of the Dancing Water.

Oh, lovely Lady of the Dancing Water.

 

Blown Autumn leaves shed to the fire where you laid me

Burn slow to ash just as my days now seem to be.

I feel you still always your eyes, glowing

Remembered hours, salt, earth and flowers, flowing

Farewell my Lady of the Dancing Water.

Diurnos (II)

Barrio de Santa Cruz

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ALZHEIMER. De alguna forma, el Alzheimer iluminó los últimos años de mi padre, que poco antes había caído en el conservadurismo de la vejez. Como si viviera un nuevo comienzo, aprendía como un niño, y en sus ojos apareció un brillo inusual.

barra separadoraEL RÍO DE LA MÚSICA. La música es un río caudaloso que, vertiginoso o apacible, se precipita en mis oídos, para derramarse directa y literalmente en mis venas.

barra separadoraPARA ESCRIBIR. Al fin y al cabo, esta soledad es una enorme página en blanco…

barra separadoraPALABRAS. Me gusta flotar en las palabras, dejarme acariciar por su tacto maternal, sentirme con ellas protegido del riguroso vacío exterior. Las palabras: la materia con la que se forjan nuestros sueños.

barra separadoraCOLLAR. Cogió mis noches y se hizo con ellas un collar, y las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su cuello, hasta mojar las cuentas oscuras de mi existencia. Y entonces supe que todas esas noches habían valido la pena…

miércoles, 6 de octubre de 2010

domingo, 3 de octubre de 2010

Lo mejorcito de nosotros mismos



la tristeza almacena los desastres del alma
o sea lo mejorcito de nosotros mismos
digamos esperanzas sacrificios amores
Mario Benedetti


CAN'T FIND MY WAY HOME
Steve Winwood

Come down off your throne and leave your body alone
Somebody must change
You are the reason I've been waiting so long
Somebody holds the key

But I'm near the end and I just ain't got the time, oh no
And I'm wasted and I can't find my way home

Come down on your own and leave your body at home
Somebody must change
You are the reason I've been waiting all these years
Somebody holds the key

But I'm near the end and I just ain't got the time, oh no
And I'm wasted and I can't find my way home

But I'm near the end and I just ain't got the time, oh no
Oh no, and I'm wasted and I can't find my way home

But I can't find my way home
Still I can't find my way home

And I ain't done nothing wrong
Still I can't find my way home
And I ain't done nothing wrong
Still I can't find my way home
No I can't find my way home
No I can't find my way home