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lunes, 17 de septiembre de 2012

Cómo hacer una película de éxito mundial

Verán, es bien fácil. Hay que fijarse en la máquina norteamericana: para elaborar una película de éxito basta que echen bruce willismano de un reparto de actores consagrados, es decir, al menos un par de rostros de esos que reconocen a la primera desde quiosqueros a registradores de la propiedad, porque al salir tanto en la caja tonta más que actores son ya patrimonio de la humanidad. Así, el casting debe contar invariablemente con un actor y una actriz de culto. En el galán, de culto significa que posee una enérgica personalidad, es decir, un estilo que, película tras película, el machote usa cansinamente, a ser posible sin demasiados gestos o matices que lo afeminen. Y en ella, ser actriz de culto la obliga a disponer, combinado con las justas dosis angelina-jolieinesperadas de inteligencia, de un cuerpazo inolvidable, una cantidad generosa de morbo y ese aquel que hace exclamar a ellas: ¡zorra!, y a ellos: ¡joder!

A continuación, no les queda otra que pagar por un guión ocurrente, con intríngulis, con ese suspense que aprendimos y que seguimos aprendiendo en la novela negra, género en el que, por cada obra decente, nos damos con doscientas de intríngulis pelado y mondado. Yo cuando leo esas novelas de misterio sin chicha me acuerdo de los pasatiempos del periódico o de la mismísima Corín Tellado, en aquellas fotonovelas de mi abuela. Pero el intríngulis nunca falta, siempre encontramos la trama laberíntica y la sorpresa final, en la que el que Fulanito, comedido y servicial, acaba convertido en un asesino en serie de cojones. El guión debe ser, además, uno de esos guiones-ensalada con una serie de imprescindibles ingredientes. En este sentido, hay temas socorridos, como por ejemplo el idilio que empieza con una repulsión mutua de los amantes, recurso que dio pie a películas fascinantes en el pasado (Historias de Filadelfia, El bazar de las sorpresas...), y que ahora, incluso mal aderezado, se usa hasta el abuso en películas con las que, para qué negarlo, el tiempo se nos pasa volando.

Por otro lado, resulta esencial que en el filme exista un personaje bueno, pero bueno de exagerar, un ser gordito y dicharachero que es casi un padre para los protagonistas y que, lamentablemente, en su calidad de prescindible, muere trágicamente dándonos una pena infinita y justificando otro de los elementos primordiales del cine norteamericano: la venganza. La venganza es como una tensión creada en los primeros compases de la historia, y que nos hace suspirar cuando por fin la tensión se acaba con un balazo en la frente del malo. Además de las películas taquilleras, el cine norteamericano produce diariamente otros miles de largometrajes y telefilms basados exclusivamente en esa tensión de la venganza, y el público mundial, con sus grandes tragaderas, consume esos relatos que son como el vicio de fumar: coges el primer cigarrito porque mola, porque te ves muy bien en la postura del fumador; luego el cigarro, como decía el bueno de Quino, te fuma a ti y te crea dependencia, y cuando fumas más y calmas la dependencia andas tontamente convencido de que fumando sientes placer… Así pasa en el cine con la venganza: estás tan tranquilo ante la pantalla y de pronto ves que alguien comete una ignominia. Da igual que la película sea aún peor que una de Almodóvar, porque de inmediato te entra por el cuerpo una necesidad de justicia que no se calma hasta que el bueno, entre chorreones de sangre y destrozos generales, va y le pega el tiro de gracia al malandrín.

jokerY es que en cierto modo el misterio de un buen guión está realmente en el malo, que debe ser malo de verdad, como los hermanos Malasombra. Debe ser un tipo (y digo tipo porque las mujeres malas son mucho más complicadas para el éxito de taquilla) que coleccione hígados, o dedos meñique, o gritos desgarrados… Se descubrió hace no mucho la virtud de mostrar con detalle las tripas, los brazos descarnados, la muertes terribles de niños y personas inocentes en general, comprobando de paso la intrepidez de los protagonistas en su manejo forense de la situación, con ese ya clásico cosido de heridas, con inyecciones de toda clase, con un realismo asombroso en tajos, roturas de huesos, cráneos machacados o reventados que salpican de trocitos pegajosos de cerebro a toda la sala… Por supuesto, en el fondo el malo no será coleccionista de nada, sino que lo que en realidad desea es plantear enigmas a los buenos, ocultando pistas en los despojos de las víctimas, atrayendo a los protagonistas hacia la trampa final para la maldad definitiva, en la que el malo quiere, de una puñetera vez, vencer al bueno. El muy cabrón (¿ven lo que nos tira la venganza?) acabará recibiendo su merecido, con varios agujeros en su cuerpo de animal rastrero.

Escena de amor hollywoodTodo esto contrasta a la perfección con los protagonistas duchaditos pero informales, y les da una nitidez corporal la mar de interesante que hay que aprovechar para la inexcusable escena de amor. En ella hay que usar las técnicas más depuradas de ese cine auxiliar estadounidense que genera las películas de sexo blando, en las que el arte consiste en la habilidad para no enseñar nunca los órganos sexuales en vaporosas escenas de pasión sin pasión. Es verdad que si ella (ella o su doble, pero él no, por dios…) accede a enseñar un poco más de lo acostumbrado, entonces la película tendrá un valor añadido, pero no es imprescindible. Además, en estas escenas no conviene alejarse demasiado de los esquemas habituales, y se recomienda que besos, abrazos y posturas sean las que el público espera, con una doble función: demostrar lo amorosos que son los protagonistas, sin vicios inconfesables, y que la gente disfrute sin hacerse demasiadas preguntas ni despistarse. Cualquier error en la película, cualquier insistencia en algún tema puede llevar a la gente a pensar, y se trata justo de lo contrario, de entretener. Así pues, es necesario que cualquier asunto se trate con la suficiente prisa y superficialidad para que no se convierta en idea, y que así el espectador pase dos horas divertidas en las que si se asombra por algo sea por los efectos especiales. Uy, se me olvidaban: fundamentales los efectos especiales, y es frecuente encontrarnos con que, junto a la tensión de la venganza, estos efectos acaban siendo los pilares de una película.

Ford-and-camera-400Esencial resulta asimismo el manejo de la cámara. Aunque últimamente, con el florecimiento invasor de las cansinas series y con el legado de ese cine insoportable que llamaron Dogma, hay más y más películas que optan por la técnica del cámara borracho (¡si John Ford levantara la cabeza!), técnica en la que, con la simple pretensión de proporcionar realidad a la cinta, la cámara se mueve hasta el mareo, resulta sin embargo aconsejable que existan muchos primeros planos de los protagonistas, y que éstos pongan caritas estándar. Tanto para los gestos como para los planos más abiertos existe un manual de estilo, no excesivamente grueso, la verdad, pero sí suficiente.

En fin, se trata de eso, de que la gente se distraiga, de que piense y se canse lo menos posible, de que no se despiste ni con la ética ni con la estética, y para ello nada mejor que estandarizar todos los elementos que pudieran complicar innecesariamente la trama. Por eso, algunos espectadores picajosos solemos desechar muchas películas como enésimas reediciones de otras tantas, y acabamos arrepintiéndonos de haber malgastado dos horas de nuestra vida en las peripecias del galán cowboy y su chatita buenorra, en su lucha denodada contra el mal y en pro del sueño americano. Por fortuna, cada vez quedan menos espectadores picajosos, y hasta nuestro cine nacional, ya olvidadas sus obras maestras, está abandonando las pretenciosas calaveradas, por otra parte zafias y chabacanas, de Almodóvar, y se está dedicando a adoptar el estilo yankee en sus nuevas producciones. Pronto, del séptimo arte, sólo nos quedará el ordinal y la ordinariez, pero ¡joder cómo nos entretendremos!

domingo, 19 de junio de 2011

Gruñón ya no va más al cine

Medianoche en ParisBueno, pónganse en mi lugar. Hacía tiempo que no iba al único cine de la ciudad donde aún se proyectan películas en versión original subtitulada, el único cine silencioso que quedaba, donde el protagonismo recaía fundamentalmente en la película y no en el crepitar insidioso de las bolsitas de chucherías, ni en los comentarios joviales de los espectadores, ni siquiera en la vibración rítmica de los asientos, por lo común provocada por las pataditas nerviosas de cualquier individuo aquejado del mal de San Vito. Nada, uno iba al cine, se sentaba y miraba la película de cabo a rabo, sin que nadie lo sacase a uno de ese embeleso inherente al séptimo arte.

Pues bien, después de pagar la bonita cantidad de seis euros por cabeza, ayer entramos en una sala llena a reventar y ocupamos dos asientos junto a la pared, para lo cual dos educadas señoras hubieron de cedernos el paso. Éstas, en vez de levantarse, recogieron sus piesecitos y nos dejaron hacer equilibrios para no machacárselos. Una vez sentado, observé que la pantalla, en una sala estrecha y muy larga, parecía demasiado pequeña. Hice cálculos mentales sobre si su tamaño relativo, desde aquella distancia a la que me encontraba, no sería menor que el de mi televisión de 42 pulgadas, pero me había propuesto disfrutar de aquello, así que abandoné los cálculos y me acomodé en la butaca.

Tras un número considerable de anuncios, sin un mal tráiler que llevarse a la boca, comenzó la película. Las dos mujeres habían estado comentando esto y aquello durante la publicidad, pero ahora, con la música de cabecera, me pareció que se callaban. Sólo me lo pareció un instante, porque en cuanto en la pantalla comenzaron a aparecer todos esos lugares maravillosos de París, la que tenía a mi lado empezó a recitar sus nombres. En ese instante, la verdad, yo advertía preocupado otro problema algo más peliagudo: la imagen vibraba y la cinta se veía quemada, con brillos exagerados y una tristísima falta de contraste, y la luz de París parecía más bien la del invierno en Alaska. Los colores salían apagados y la ciudad bastante perjudicada.

Chucherías-1 Una vez asumida esta tara de la proyección, y sin que el sonido mejorara siquiera la calidad del primitivo sensurround, advertí que los comentarios de mis amigas se afianzaban. Pensé que podían ser típicas espectadoras que se aburren cuando en la película no hablan, y confié en que cuando comenzaran los diálogos se callaran. Pero no conté con que la película estaba subtitulada: ¿para qué necesitaban ellas escuchar a aquellos tipos? Los entendían perfectamente leyendo los subtítulos. Así que en determinado momento solté un siseo general por ver si se daban por aludidas. En absoluto. Mi siguiente intervención fue un “Por favooooor…”, que tampoco tuvo éxito, así que cuando ya me había perdido el principio de la película, decidí ser algo más contundente. Reconozco que, con la ayuda de otra pareja, que a nuestras espaldas conversaban exactamente en el mismo volumen que lo harían en el salón de su casa, estuve tentando de levantarme, mandarlos a todos al carajo, y luego irme del cine. Pero desde que practico el saludo al sol de yoga soy una persona mucho más contenida y reflexiva, así que me limité a volverme hacia las señoras y, con voz perfectamente audible en varias filas a la redonda, les solté: “¿Podrían hacer el favor de guardar silencio y dejarnos escuchar la película?”. La más cercana, a pesar de tener mi rostro desencajado a unos centímetros de distancia, no apartó la vista de la pantalla, mientras que la otra, algo más joven, asomó su cabecita mirándome asombrada, con algo en la boca, no sé si un chupachups o tal vez un sobrecito de refresco chisporroteante, con el que previamente no había dejado de hacer ruiditos.

El Señor nuestro Dios, que normalmente aprieta pero no siempre ahoga, quiso permitirme ver la película sin muchas más distracciones; sí, de acuerdo, con aquella imagen infame, con aquel sonido  antediluviano, pero Woody Allen consiguió embrujarme con su adorable forma de contar las cosas, y con un guión casi tan asombroso como el de sus mejores películas. Me quedo con Ernest (quienes vieron Midnight in Paris ya saben a quién me refiero), que en cierto momento le pregunta al protagonista: ¿has hecho alguna vez el amor con una mujer que te haya hecho olvidar la muerte, con la que el miedo a morir se haya evaporado por completo?

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Pero eso sí, lo siento, ya no voy más al cine. A partir de ahora en casita, con mi enorme pantalla de 42 pulgadas, con el silencio y la luz adecuados, mucho mejor, dónde va a parar… Así, si quiero, puedo ver las películas en finlandés, o en suahili, pero en cualquier caso sin la molesta presencia de ningún mentecato amante de las gominolas y de la conversación cinematográfica.

sábado, 16 de abril de 2011

Big Fish

big-fishJusto hace un año publiqué una entrada denigrando Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton. En los comentarios, Sandro arremetía, en parte con razón, contra algunas películas de este hombre, entre ellas Big Fish. El bueno de Sean (al que echamos de menos en este blog) recomendaba a Sandro que la viese con más sosiego, porque, según él, “es una de las más emocionantes metáforas que he visto sobre el desconocimiento del ‘otro’, sobre la incomunicación paterno-filial, sobre las motivaciones, sobre cómo cada uno colorea su/la vida como le da la gana, aún a costa de que ni los tuyos te entiendan”, mientras que yo apenas entré en la discusión, ni una sola palabra para defender esta película.

Cuando vi por primera vez Big Fish yo andaba un poco confundido con Tim Burton. A diferencia de la mayoría de mis conocidos, la primera película de 2gtnkf7Batman me había encantado, y la segunda también me pareció una buena película. Su historia, su producción y su influencia en la insuperable Pesadilla antes de Navidad me habían ganado para siempre, pero luego dejé pasar películas increíbles como Ed Wood y Sleepy Hollow, mientras que tanto Eduardo Manostijeras como Mars Attack! me habían parecido obras bastante pobres e incluso ridículas, y no digamos ese bodrio (sigo considerándolo así) que fue la nueva versión de El planeta de los simios. Así que cuando me puse ante la pantalla con Big Fish, reconozco que lo hice algo condicionado por esta confusión, pensando que, efectivamente, Tim Burton era mejor productor que director. La fantasía de sus películas comenzaba a parecerme más infantil de lo debido, y creía que este buen hombre empezaba a perder pie en la realidad.

Big_Fish_28124

Big Fish me pareció una película deslavazada, insensata, a veces incluso histriónica, y eso que presentaba un cartel más que atractivo, con los geniales Albert Finney y Jessica Lange, con Ewan  McGregor, Helena Bonham-Carter, Steve Buscemi, Danny DeVito y una larga nómina de actores que cumplían sus papeles más que correctamente. Pero fue como si pasara por encima de la película, como si la opinión que me había formado sobre Burton me hubiera impedido entrar en ella y me hubiera hecho resbalar sobre sus fotogramas.

big-fish-2004-22-g Con el tiempo, y gracias a mis hijos, la he visto varias veces más, y he llegado a considerarla una de las mejores películas de Burton, y una de mis películas preferidas. La labor del cine no es sólo entretener y emocionar, sino hacerlo con elegancia e inteligencia, cargando de valores las historias que narra. Y Big Fish es una película sorprendente en este sentido, porque está llena de valores, porque es soberbia en su elegancia y profunda en su inteligencia; porque sus actores lo bordan, y porque, como decía Sean, la película es una impresionante metáfora de la vida misma, cuyas verdades, aunque no siempre estemos dispuestos a admitirlo, tienen mucho más que ver con la fantástico que con lo cotidiano. Incluso en los valores que muestra, la película evita pontificar sobre ninguno de ellos, y se limita (nada menos) que a atraernos hacia el valor de la fantasía y la libertad, y de paso hacia el valor de la vida como aventura.

Pero el mensaje más hermoso de los que aporta esta película es el de la definición del amor: el amor, que no es rutina amable y prescrita, ni calidez ordenada, ni madriguera, ni hábitos ni moderación; el amor que no es ni esperanza ni fortuna, sino hambre, fuerza, deseo, sorpresa, imaginación, risa, carne y laberinto.

lunes, 14 de febrero de 2011

Se ausentó

antonio_lopez

Alguien, seguramente el cartero, había emborronado su dirección y sobre ella había impreso un sello que rezaba: “DEVUELTO / RETOUR”. En el reverso, sobre el matasellos con fecha 19 de enero, el cartero había escrito: “Se ausentó”, eso sí, sin tilde y con una rúbrica indolente. Habían abierto el sobre y luego lo habían vuelto a cerrar cuidadosamente con celo.

No, no se le ocurrían demasiadas cosas más tristes que una carta devuelta. ¿Qué habría pensado el que la abrió? ¿La habría leído?

Había escrito la carta como en otros tiempos, a mano, sobre un par de esas hojas recicladas, estampadas de virutas de colores, esas hojas que una mujer muy especial le había regalado unos mil años atrás. Y lo había hecho pensando que tal vez fuera la última oportunidad de tomar un café con su amigo. Bueno, lo llamaba así, amigo, aunque la única relación que los unía eran unas pocas cartas cruzadas en los últimos veintitantos años. Y sus películas, claro. Alguna de ellas se le había quedado grabada muy dentro, como si el argumento fuera una hermosa metáfora de su vida...

¿Qué se podía hacer con una carta devuelta? ¿Qué rincón le buscaría en casa? ¿Dónde se guardan los regalos malogrados, las palabras perdidas en el camino? Sabía que aquella silenciosa amistad había llegado a su fin, pero a ver, ¿no consistía la vida precisamente en eso, en una sucesión de principios y finales? Así que, luego de pensar un rato en el asunto, lo admitió sin darle mucha más importancia, rasgó el celo, volvió a leer muy despacio la carta, y tras devolverla al sobre la introdujo en un sobre mayor y la envió al paraíso.

domingo, 30 de enero de 2011

Hombres…

toulouse_lautrec1 Dicen por ahí que la mujer tiene su propio modo de hacer las cosas; no esta o aquella mujer, sino la mujer, todas las mujeres. Según algunos, lo mismo ocurre con los homosexuales: también tienen su manera peculiar de expresarse y crear. Según estas teorías podríamos hablar de un arte femenino (o feminista) y un arte homosexual.

Partimos, pues, de una situación histórica en la que mujer y homosexual (masculino o femenino) exigen ser considerados personas, con todos los derechos y obligaciones de cualquier mortal; pero una vez conseguido este objetivo, al menos legalmente, las avanzadillas de estos movimientos reivindicativos se sienten calentitas en el seno de la organización y recrean estos grupos culturales: Mujeres y Homosexuales.

Cualquier grupo social, sea real o teórico, se forma por afinidad entre sus miembros, porque a todos ellos les une una serie de semejanzas frente a los que no pertenecen a ese grupo. Si el conjunto (teórico) de las mujeres se diferenciaba del de los hombres por sus características sexuales primarias y secundarias, ahora también las diferencia la forma de hacer arte. Por supuesto, en este esquema, el hombre (o sea yo mismo, Henry Kissinger o Henri de Toulouse-Lautrec) se queda con la forma secular (masculina, machista) de hacer arte, y la mujer (mi sobrina Paula, Marie Curie y Belén Esteban) inventa una nueva forma de ver el mundo y representarlo. Así son las cosas.

belenesteben Con la irrupción de nuevos sectores sociales, de nuevas divisiones del electorado, las personas heterosexuales masculinas mayores de cuarenta años, con pelo en la cabeza y sin moto nos estamos quedando enfrente de todo dios, eso sí, con una responsabilidad monumental: somos los putos guardianes de la cultura caduca, machista, inmovilista, marginadora, peluda y desmotorizada que se ha venido haciendo en los últimos miles de años. Un poner, que diríamos por aquí: uno mira cualquier actividad alternativa y se da uno cuenta rapidísimo que uno no está ya currándose la vida como esos muchos fracasados escolares que, aburridos en las clases, se pusieron a dibujar, y ahora hacen unos fanzines dabuten, con unos primeros planos de tetas, culos, coños y poyas la mar de majos y transgresores.

manjardeamor Viene todo esto a que hace unos añitos vi una película titulada Manjar de amor, dirigida por Ventura Pons. La vi en la televisión, y creo que era la primera película medio interesante que veía sobre el tema homosexual. Verán ustedes, la película no era buena, ni siquiera el guión valía un pimiento. Si ese mismo guión hubiese tenido a un hombre y una mujer de protagonistas, la película hubiese sido calificada como bodrio infumable. No obstante, como digo, me sorprendió gratamente ver cómo los protagonistas vivían sus problemas de amor sin las exageraciones propias de algunos homosexuales, y la única que se salía del esquema normal era la madre de uno de ellos, que no acababa de aceptar la forma de ser de su hijo. En fin, que me quedé con ese nombre, Ventura Pons.

ventura.ponsEn estos días, tragándome las noticias trufadas del Telediario, asistí a la sección de publicidad cinematográfica (dicen que no tienen publicidad, pero las crónicas cinematográficas son a todas luces de pago), y anunciaron la última película de este buen hombre: Mil cretins. La película se anuncia así en la página del director (www.venturapons.com, transcribo literalmente tanto texto como puntuación):

ELS FILMS DE LA RAMBLA que MIL CRETINS (MIL CRETINOS), la nueva película de VENTURA PONS con guión del propio director, basada en relatos de QUIM MONZÓ se estrenará comercialmente el próximo mes de enero. Con MIL CRETINS (MIL CRETINOS), VENTURA PONS adapta por segunda vez textos de QUIM MONZÓ después del éxito internacional que obtuvo con EL PERQUÈ DE TOT PLEGAT (EL PORQUÉ DE LAS COSAS).

En MIL CRETINS (MIL CRETINOS) se explican quince historias, contemporáneas y algunas históricas, donde en clave de humor, sarcasmo y valentía se pasa cuentas con el dolor, la vejez, la muerte y el amor pero sobretodo con la estupidez humana, sin concesiones, mirando a la cara el díficil equilibrio entre vida y miseria humana.

Aparte del bonito y habilidosísimo texto introductorio, la película contiene escenas como estas:

Conozco a homosexuales que escriben muy, muy bien, y que cuando se trata de hablar de amor no esconden sus gustos (como hacen las personas corrientes y molientes), pero cuando se habla de otros temas no necesitan aclarar si son homosexuales, heterosexuales o hinchas del Manchester United; es decir, son como Henry Kissinger o como yo… bueno, como Henry Kissinger no… Quiero decir que no necesitan ir por la vida de locas ni de lesbianas hipohuracanadas, sino que con ir de personas, tan distintas como cualquier otra, les llega para hacer arte. Almodóvar y sus locuras de lacitos y eructos, con sus chistes chabacanos y su estética de terciopelo, abrió una vía anchísima donde casi todo cabe, y Don Ventura, se ponga como se ponga, hizo una película mala pero digna con aquella historia de amores homosexuales, y ahora parece haber hecho algo que al menos a los hombretones de pelo en pecho… (esperen, a ver… joder, pues no sé si yo…), con pelo en la cabeza y sin moto, y eso sí, con un cierto gusto por el cine y una pizquita de inteligencia, no nos va a gustar demasiado. Igual Ventura iba de persona homosexual y ahora se dejó llevar por la locura arrebatadora…

domingo, 9 de enero de 2011

El sur del sur

Comparto con los enanos un rato de fútbol. A estas edades hay que aprovechar cualquier excusa para poder estar cerca de ellos, y aunque sé de otros espectáculos más hermosos, el juego mágico del Barcelona no es de los peores.

El Sur Al acabar el partido, muy tarde, el mayor hace rato que duerme en el sofá, pero el pequeño se queda conmigo en el asombro de unos minutos finales de El sur. Apenas asistimos a las últimas conversaciones de Agustín con su hija Estrella, y al desenlace de la película, con ese final ilegítimo que al cabo fue, también por el arte de Erice, una hermosísima puerta abierta a la imaginación. Y vuelvo a preguntarme por qué esta película me hechiza de este modo, por qué siempre se me presenta como la obra cinematográfica más hermosa que nunca vi. Erice no sólo es un mago de la luz, no sólo es un maestro del silencio; Víctor Erice es, sobre todo, un fotógrafo del alma, alguien que intenta retratar la esencia de esta especie aturdida, para que luego los que quieran, aquellos que sepan detenerse, puedan recordar de qué color es el deseo intenso de vivir.

Ese final ilegítimo, impuesto por un Querejeta sin palabra, más apegado al negocio que al arte, nos privó de la continuación de la película, no de una segunda parte, sino del resto de la película. Yo, que soy del sur, que ardo en él ansiando a veces el verde frescor del Cantábrico o de las Tierras Altas de Escocia, tuve que estremecerme cuando Estrella cierra la maleta para, desde un lugar de nieves y musgos, viajar al sur, al sueño, al lugar donde se consumieron el secreto y el corazón de su padre muerto. Y suena la música de Granados, que ayuda a dibujar ese fondo de calor, soledad y tristeza sobre el que flota este sueño, un sueño que, sin embargo, está tan lleno de vida…

Los escenarios estaban elegidos (Carmona), como los nuevos personajes (Fernán Gómez entre ellos); el guión escrito, la obra maestra ahí, tan a mano… Tenemos que conformarnos con lo que nos ha dicho Víctor sobre ese final. Para mí, no sé para vosotros, sus palabras recogen hasta el último gramo de esa emoción que algún día pudo acabar de iluminar esta fascinante película…

El sur 2

domingo, 18 de abril de 2010

No voy más al cine

Hacía mucho tiempo que no pasaba tan mal rato, y además pagando. Y no vale achacarlo a que la sesión era de tarde infantil de domingo, porque durante varios años hube de ser asiduo de estas sesiones. Lo cierto es que la película también ha sido decisiva.

A mi derecha, en cuanto comenzó la película, descubrí a tres niñitas de unos ocho años, convenientemente armadas con sus bolsas de plástico atiborradas de chucherías. En los primeros segundos de la presentación de la película ya las niñas demostraron que venían a disfrutar, comentando sin pudor los detalles que iban apareciendo en la pantalla, y curiosamente no se oyó ninguna voz a sus espaldas, donde se encontraban los adultos que venían con ellas, una voz que les recordara que estaban en un cine. Así que las callé un par de veces, para descubrir pronto que debía ejecutar aquella acción e_0439ducativa cada medio minuto. El concierto para bolsa y golosina que dieron enseguida me indicó que aquello del silencio no iba a ser tan fácil. Aunque poco imaginaba en ese momento que la situación podía llegar a ser bastante peor. Justo en la fila de delante comenzó a llorar un chiquillo que no debía tener ni un año de vida. ¿A quién cojones se le había ocurrido llevarse al cine a un bebé?

La fila de delante estaba llena de gitanitos. Dos chiquillas adolescentes, tal vez con algo más de edad, habían desparramado a un montón de niños de variada edad, y entre ellos al bebé. Al parecer, con ellos, venía la abuela. Tras varios minutos escuchando al niño berrear, una de las niñas y la abuela se llevaron fuera al bebé, y pronto la muchachita estaba de vuelta, informando en voz alta y clara a su compañera. Ahí comenzó un nuevo concierto, esta vez de Los Chunguitos. Muy avanzada la película, justo después de decirle a una de las rubitas de mi derecha que por lo que más quisiera guardara ya la bolsa y dejara de estrujarla y de jugar con ella, el muchachito que estaba justo delante de ella se levantó, y se sentó en el respaldo de su asiento. Miró hacia atrás, y yo, sonriente, sin creer lo que veía y señalándole a la rubita, le dije: “No ve”. El niño, de unos diez años, me dijo: “Pues yo sí veo”. Una de las jóvenes, sin moverse, le dijo: “Siéntate bien”, y el niño obedeció con movimientos que indicaban que al fin y al cabo estaba más cómodo sentado. Mi hijo me dio un codazo y lo entendí: no hay que meterse con los gitanos, estas pobres personas a las que marginamos los payos, porque quién sabe si a la salida se te junta la familia extensa y te saca las tripas… Bueno, la rubita era demasiado pequeña, no tenía culpa de no tener educación, pero decidí que mi hijo tenía razón, y si el niño se volvía a levantar que lo sentaran los payos que habían traído a la rubita.

De atrás y mi izquierda llegaron golpes regulares, porrazos que se habían escuchado en algunos momentos de la película, y de pronto vi a una madre que le decía a su hijo, también de unos diez o doce años, que se estuviese quieto. Por supuesto, lo hizo cuando el niño ya había dado la lata a base de bien. Todo ello sobre el ruido de fondo que muy pocas veces cesó en la sala.

Alicia Tim Burton Pero lo peor, sin duda, fue la película. Tim Burton no sólo ha realizado una cinta aburrida y ridícula, sino que ha insultado gravemente a nuestra sensibilidad al utilizar a los personajes de Carroll en semejante bodrio, más bien al adulterarlos con la ayuda de un Johnny Depp que tiene de Sombrerero Loco lo que yo de Pio XII. Batallitas absurdas, monstruos mentecatos, reinas memas, actitudes imposibles, refrito insoportable de referentes descontextualizados del original y de gestos hurtados a otras películas del género… del género imbécil. Ni la guionista ni el director han debido leer a Carroll, y si lo leyeron no se enteraron de nada.

Que no, que no, que no vuelvo al cine…

sábado, 17 de octubre de 2009

Fábulas de la noche

 Seurat - La Voie Ferrée Seurat - La nourrice

SEURAT, La voie ferrée – La nourrice

La noche es el presente, y el día el futuro que vendrá cuando muramos. La noche es intensamente real, pero el día con su fulgor y sus verdades quiere apropiarse de todo, y se revuelve ante el peligro de ser contaminado con nuestras fábulas nocturnas. Somos nosotros en cuanto anochece, pero el día con sus relojes nos convence, poco después del amanecer, de que en los sueños nos extraviamos, que en la noche nuestros rasgos no están definidos, que se emborronan con los aromas y con los rumores de la sombra, que no son catalogables nuestras figuras, que nuestra piel mezcla sus colores con los de farolas y candiles, y entonces nosotros nos rendimos al sol, y recordamos la noche como un reino perdido, como una ciudad fantasmal, como el destilado de nuestras flaquezas. La noche, el azogue donde nos encontramos sin aviso con nosotros mismos…

sábado, 1 de agosto de 2009

Vincent y Armando

Reconforta reencontrar a aquel lejano chiquillo de nueve o diez años, y ver en sus gustos que su corazón ha crecido hacia sí mismo con decisión. En sus cosas de Facebook descubro algunas músicas cercanas, su afición al bajo y este vídeo de Tim Burton que no conocía. Lo cuelgo aquí en tres versiones: doblada al español, versión original subtitulada y original en inglés, porque en esta última es el propio Vincent Price quien pone su voz a la narración. Que ustedes lo disfruten…

Español

Original con subtítulos

Inglés

lunes, 16 de marzo de 2009

Humor manchego

ListosAcabo de ver, con no toda la concentración que hubiera deseado, la nunca suficientemente premiada película Volver, del más grande de los directores españoles de todos los tiempos. Y como ello no le pareció al destino suficiente alegría para mis ojos, a continuación asistí al estreno de un cortometraje titulado La concejala antropófaga. Estas cosas tiene el matrimonio, que compartir salón a veces trae lo que trae, aunque reconozco que vi estas maravillas así, de reojo.

He salido de la experiencia con la sensación de que uno de los dos se ha sumido en la absoluta gilipollez: o el mundo o yo. Y créanme que pensar que las dos obras que he visto son dos de las mierdas más espeluznantes que he contemplado en mi vida, y que mientras el mundo aplaude y premia a este individuo y a estos remedos de actores yo voy por ahí pensando que tienen menos arte que el Pressing Catch, tanta disparidad me hunde en una esquizofrenia la mar de preocupante. Esta noche, con la preocupación, creo que tardaré en dormirme por lo menos doce segundos…

lunes, 2 de marzo de 2009

Igual que el horizonte...


Fernando Fernán Gómez, María Fernanda D'Ocón y Mario Moreno
en Don Quijote cabalga de nuevo, de Roberto Gavaldón.

jueves, 29 de mayo de 2008

miércoles, 28 de mayo de 2008

Mis buenos amigos Amado y Lubitsch

img011 El amor de Gabriela, el amor por amor, sin precio, el amor de risas y entrega, el amor que convierte las horas en eternidades. La fábula de Gabriela, el relato imposible de un mundo que comprende y acepta por fin que la dulzura nunca brotará del compromiso y la determinación. Gabriela y la negación del futuro, Gabriela y la reivindicación del presente, del rumbo natural por los días que se abren como nenúfares sobre el estanque de nuestras tristezas. Gabriela y su cuerpo, sus caderas redondas, su sonrisa de sol temprano, la pasión de VesúvioGabriela y los abrazos que la alimentan. Y el sexo como la hierba, y las caricias robadas como el aire nos roba caricias… En el reino de Gabriela la maldad se derrite al tacto de esa melancolía que juega infantil con la vida, tras el mostrador del Vesúvio,  en su desnuda piel canela, medio oculta en la penumbra de una cama, con ese aroma suyo a clavo que acabó por conquistar mis sentidos. Gabriela, Ilhéus, Nacib, João Fulgêncio, Malvina, Clemente y mi amigo, mi buen amigo Jorge Amado.

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img012 La aventura, la ceguera de la gallinita, el tacto de una flor y un libro, y los entresijos de nuestras ilusiones que guardan siempre el equilibrio en el borde justo del abismo. Un beso inesperado, impensable,  resuena entre mis brazos, y un buzón de doble Lubitsch 1entrada y una ciudad diminuta se alían para acogerlo, como ese lugar ínfimo donde el aliento del amor empañó cierta vez la visión de las estrellas. En la tienda de las esquina, en el bazar de las sorpresas se dirimen sueños y mentiras al arrullo de las justas palabras, gestos nítidos de la balsámica delicadeza, de la imprescindible ficción. Ay, aquel cine improvisado de mi vacilante juventud, aquella fértil oscuridad que vino a rodearme para no abandonarme nunca más…

sábado, 24 de mayo de 2008

Pedrito el insolente

Imagínense: la habitación se encuentra tenuemente iluminada por una lámpara que reposa en un extremo de la mesa. En el otro, José Javier está sentado, con su barba recortada con esmero, que es casi como una pequeña sombra sobre su cutis picado de viruela. La cámara ahora enfoca muy de cerca sus ojos, donde destaca el brillo de unas lágrimas remisas. Mientras, suena la voz de una mujer, que canta un bolero sobre amores prohibidos; y también se oye el susurro lejano de la lluvia. Entonces, muy lentamente, se abre el plano y se distingue la mano de Raimundo sobre el hombro de José Javier. “Rasga el velo / y sal al amor / dale tu mano / y tu corazón”; esto dice la voz de la cantante, mientras ya observamos el rostro entero de José Javier, la mano de Raimundo en su hombro derecho, la cadera de Raimundo, y tras él, tras la penumbra de la habitación una puerta abierta que da a una estancia iluminada. Entonces la cámara se lanza sobre la mano de Raimundo, una mano viril, velluda, y la sigue cuando se mueve hacia la mejilla de José Javier, y retrata el contraste entre la rudeza de la mano y la caricia que ejecuta. En el fondo de esta escena sigue la puerta, encendida por la luz proveniente de afuera. Entonces, en medio de la caricia, una oscura figura femenina aparece en la puerta, se recorta en el contraluz. Un trueno ilumina la habitación y en el mismo instante hay un plano de algunas flores del jardín anochecido, azotadas por la lluvia que ahora retumba en la sala de cine. El plano vuelve inmediatamente a la habitación y al susurro de la lluvia que acompaña al bolero, y la mujer da unos pasos hacia los hombres, que se han levantado y se han apercibido ya de la pistola que empuña la mujer. Plano principal de la pistola, los dedos pálidos de la mujer, el perceptible temblor, el silenciador del arma… “¡Marta!”, grita sin estridencia Raimundo. “Juego sin nombre / senda prohibida / dame tu mano / dame tu vida!”, recita ahora la mujer del bolero, y los labios de Marta también tiemblan, alcanzados por un torrente imparable de lágrimas que han derretido el maquillaje de sus ojos y sus mejillas. Y suena un disparo, y luego otro, y el bolero acaba con una toma en la que los ojos de Raimundo, muy abiertos, miran a ningún sitio sobre un pequeño y creciente charco de sangre que corre por el parqué, y que más allá (el enfoque va descubriéndolo) se une con la sangre que mana de José Javier, y ahora el plano se mueve lentamente para subir hasta el rostro destrozado de Marta, que llora mientras llueve, que se pasa la palma de su mano por el rostro y acaba de dibujar algo así como la desesperación, y canta mientras llora: “Amor / añoro tus caricias / añoro tu pasión…”.

almodovar Bueno, verán ustedes, esto bien podría ser una escena de alguna película de Almodóvar, pero no es así, es sólo una pavada que acabo de inventarme. Si no he conseguido del todo que hayan pensado en Almodóvar es porque no acerté a poner en la escena algunos elementos bastante característicos del manchego, como por ejemplo alguna pincelada escatológica, algún chistecito socarrón, alguna teta inesperada, alguna palabrota descontextualizada… Y porque el tempo en las películas de Almodóvar es muy importante, inimitable, absolutamente artificial como él mismo.

Creo que la última película que vi de este hombre fue Matador. Luego me prohibí a mí mismo perder más el tiempo con su cine. Y es que las tres o cuatro últimas películas suyas que sufrí me fueron recomendadas de la misma manera: vale, hasta ahora Almodóvar no ha hecho más que tonterías, pero matador_afficheno te pierdas esta última, es distinta, una gran película, una maravilla. Recuerdo que Matador me estuvo matando desde el principio, pero cuando uno de sus actores soltó la última frase de la película, me juré que jamás volvería a ver nada tan ridículo. No recuerdo esta última frase, ni apenas nada de la película; se ve que no todo es malo en mi memoria, y que posee algún filtro de inteligencia que impide que semejantes chorradas ocupen espacio en mi cabeza.

Las películas de Almodóvar, las que yo he visto (bueno, y los miles de millones de escenas de cada una de sus otras películas que nos repiten hasta la saciedad en todos los medios, como corresponde a un director de cine que, más que eso, es un tipo listo del negocio cinematográfico), están preñadas de chabacanería, y no son más que astracanadas, disfrazadas de procacidad, que se han ido refinando con colaboradores cada vez más profesionales, pero que en ningún momento consiguen dejar de ser ridículas. Tenemos a un muchacho que vive del escándalo mientras nada a favor de la corriente de una movida bastante cateta, y que genera subproductos que pueden atraer por su extravagancia, pero nunca por su genialidad. Poco a poco, el muchacho se hace más fino, y a diferencia de otros no gasta el dinero en drogas y en lujos, sino que él lo invierte en ganar un óscar. Entonces se lanza a hacer cine de autor, eso sí, sin renunciar a los chistecitos facilones y groseros, sin dejar de usar ese mundo de gente rara que, supone él, lo convierte en un Robin Hood de los proscritos. Remeda con igual dosis de insolencia y de sensiblería a Hitchcock y a Ford, a Bogart y a Brando, y aplicando a sus vainas una dosis apabullante de morbo, eso sí, de la variante más idiota del morbo, consigue convertirse en el abanderado de la liberación sexual de este país. No he de negar que sus tonterías no hayan contribuido a que todos consideremos determinadas diferencias antes perseguidas, pero si es así que le den la Gran Cruz Laureada de San Fernando, o una medalla al mérito en el trabajo. Porque ello no impide que su cine sea insoportable. Aunque en el mundo en el que ahora vivimos, rodeados como estamos de admiradores de series que han copiado la chabacanería fácil y pretendidamente profunda de nuestro genio manchego, lo mismo estoy meando fuera del tiesto. Pero oigan, es que en los tiestos no se mea…

Les regalo un trocito de Matador, donde he revivido con lágrimas en los ojos la singularidad del montaje, el manejo incontestable de los diálogos, el arte insuperable con el que dirige a los actores, ese halo de tragedia que sobrevuela hasta la más estúpida de sus frases… Una maravilla.

martes, 29 de abril de 2008

Más recortes

El 15 de julio de 1985 conseguí para mi abuela el carné de la Biblioteca Pública de Sevilla, que entonces se encontraba en un estrecho edificio de varias plantas en la calle Alfonso XII, hoy abandonado. Mi abuelita, aficionada desde su juventud a Marcial Lafuente Estefanía, y sin moverse de su sillón, se zampó toda la producción de Agatha Christie, de Simenon y de Conan Doyle, y no sé cuántos libros más que no recuerdo… ¡Qué bien me sentí llevando y trayendo libros!

Un año después obtenía este carné de la Coordinadora de Cine-Clubes Universitarios. Nunca olvidaré el olor de aquellos salones de actos donde el cine me iba empapando el alma… El bazar de las sorpresas, Candilejas y El gran dictador, Cuerno de cabra, El último tango en París...

Y por aquella época, en un cine de barrio en Madrid, Almu y Sara me llevaron a ver El sur. Este cartel fue de pared en pared durante años, porque todos tendríamos que viajar alguna vez hasta nuestro sur, pero yo tal vez había nacido en él, en mi sur, condena y paraíso de mis días. Y muchos años después escribí sobre él en Taur-im-Duinath, el bosque entre ríos donde los seres mágicos se encuentran: “La espera, el amor incrustado en el corazón, la tristeza como compañera fiel, y la palabra imposible tiñendo el aire de respirar como la excusa terrible que mueve la pluma y crea palabras. La vida se enlentece, se detiene por momentos, se ralentiza a la luz tenue de un otoño sin fin”.

lunes, 31 de marzo de 2008

Amor, humor y asombros

Nos lo aconsejaba rotundo Don José Jiménez Silva: “si encuentras una bifurcación en tu camino, síguela”. Eso hace la hermosa Rosalba (Licia Maglietta) en Pan y tulipanes, la entrañable película de Silvio Soldini. Llega un día en que nuestros movimientos son automáticos, y la inercia y la gravedad se convierten en las leyes fundamentales de nuestros sentimientos. Ese día basta sólo una pequeña fisura, un ligero desgarro en la superficie aterciopelada de nuestra rutina para que el fondo falaz de todos nuestros ajustes se rasgue para siempre. Pero Rosalba va más allá, porque en la bifurcación no elige uno de los dos caminos, sino que elige la propia bifurcación. Sé que, al regalarnos su aforismo, no estuvo en el ánimo de Don José expresar exactamente esta idea, pero es lo que tienen los sabios, y mucho más los criados entre el pueblo: a veces nos descubren sin querer el surrealismo de la existencia.


Hablaba el otro día nuestra amiga Elita sobre lo fácil que es querer y lo difícil que a veces nos lo ponen. La costumbre es complicar el cariño desnudo, poner trabas a la creación, y si alguna observación hay que hacer a lo expresado por Elita es que ésta es una costumbre generalizada, en la que de una forma u otra todos caemos, y no sólo con los demás, sino con nosotros mismos. Dosificamos nuestros asombros y por educación los convertimos en raras perlas de un mar gris de obligaciones. ¡Qué limpia la mirada de Rosalba ante los prodigios de Venecia! ¡Qué forma de beber la delicadeza melancólica de Fernando! ¡Qué sonidos los que saca de su acordeón! Y el humor, ese milagro al alcance de cualquiera, esa virtud que despreciamos para despilfarrar nuestro tiempo y tirar días y más días a la basura. Amor, humor y asombros...

jueves, 6 de septiembre de 2007

Ah, París...

En los últimos tiempos andaba preocupado por mi relación con el cine: él solía poner el aburrimiento y yo los ronquidos. Imposible no dormirme en una película. Aunque he de reconocer que también con los clásicos me dormía, por lo que parecía cosa de la edad, eso sí, auxiliada por un mullido sofá donde me repanchingo para verlos...

La última vez fue con Los Simpsons, la película, cuyo comienzo (o empiece, que también se puede decir, y no sólo en Badajoz) me pareció genial; no obstante, esa genialidad se vino un poco abajo en el transcurso de la cinta, no sé si lo suficiente como para que yo diera las dos o tres cabezadas que di. Recordé entonces aquella tarde de domingo en que mi padre nos llevó a conocer el hiel… no, perdón, al cine de invierno de Coria del Río, pueblo cercano a Sevilla, donde proyectaban Los Hermanos Marx en el Oeste. Mi padre se llevó todo el día hablándonos de la película, representándonos escenas hilarantes y demostrando una pasión irreprimible por la película. No había pasado media hora del inicio cuando mi padre roncaba plácidamente entre nosotros, y es que el hombre trabajaba de sol a sol, de lunes a sábado, y el domingo nos llevaba de excursión, así que su sueño estaba más que justificado. Lo cierto es que yo pensaba que ya había llegado a esa edad en la que uno se duerme en las películas, pero ayer comprobé que tal vez el aburrimiento del cine también pone un poquito de su parte.

Quedamos con mi cuñado y mis sobrinas, y él quería ver precisamente la película de los de Springfield, y a mis niños no les importaba verla de nuevo con sus primas. Así que aproveché y me metí en una sala casi vacía, a las seis de la tarde de este verano caluroso, y me dispuse a dorm… quiero decir, a ver una película distinta. Oigan, ni una sola cabezada, casi dos horas de pura atención y de sano estupor, y creo poder afirmar que vi la mejor película de estreno que he visto en años: Ratatouille. La gente de Pixar siempre me asombró, pero a veces era por su capacidad técnica, otras por esos toques increíbles de sensibilidad, e incluso por las bondades de sus guiones, pero lo de ayer fue una conjunción tan asombrosa de virtudes que salí de la sala absolutamente entusiasmado.

Verán, la película no descubre América, ni hace avanzar al cine hacia terrenos nunca explorados (bueno, un poco sí…). Sus actores incluso sobreactuaban un poco, como todos los actores de dibujos animados después de que Disney gestara magníficas películas como Blancanieves y los siete enanitos, El libro de la Selva o la fabulosa Aladín. Pero aunque Ratatouille no invente casi nada, ni lo pretenda, sí hace un revuelto exquisito de las virtudes del cine.

El guión es fascinante y, pretendidamente para niños, los valores que se ensalzan en él están mucho más cuidados que en ninguna otra película del género, y transmitidos sin tufo a moralina, con la simple historia del ratón y su amigo. Apenas tiene un instante en el que flojee (justo ese instante donde mi cabeza cae sobre mi pecho amenazándome con la muerte del loro), y el lenguaje usado (buena traducción y magnífico doblaje) resulta verdaderamente sabroso, con frases sorprendentes y una emocionante reivindicación de la cocina como juego. La música es terriblemente correcta, y por momentos sobresaliente, pero sobre todo cumple su función con una perfección destacable; el pasaje de los créditos finales no tiene desperdicio, y no sólo por la música, sino por la animación del fondo. Y es que donde la película se sale es precisamente en su aspecto artístico. El embobamiento continuo ante la habilidad técnica para construir los movimientos de los personajes y unos escenarios detallados hasta la perfección, se diluye ante el increíble gusto de esos escenarios en París, la imagen inolvidable de esa casa del inicio de la película, con la tormenta cerniéndose sobre ella, los correteos del ratón por los entresijos de las casas y las alcantarillas, las panorámicas de los atardeceres, las escenas nocturnas junto al río, la persecución en los barcos por el Sena… ¡Tengo que verla de nuevo!

Ni una cabezada ni el más ligero intento, lo juro. Una obra de arte Ratatouille.

jueves, 2 de agosto de 2007

El bueno de Will Hunting


No dan una a derechas en la traducción de los títulos cinematográficos. Esta noche vi por enésima vez, y con una emoción creciente, Good Will Hunting, que aquí en España se llamó El indomable Will Hunting. Bueno, reconozco que tampoco es tan importante esto de los títulos. Incluso con la pavada esta de la indomabilidad, la película acaba siendo una maravilla, redonda, justa, rebosante de matices, con unas actuaciones geniales de Matt Damon, Robin Williams, Ben Affleck y Stellan Skarsgård, y en general de todos los actores de esta fascinante película. La dirección de Gus van Sant no puede ser más elegante, pero lo más asombroso de esta cinta, a mi parecer, es el guión, un inteligente y seductor guión que fabrican Damon y Affleck, cada uno con veinte y pocos años. Y encima ha pasado la prueba del algodón, porque mi hijo Adrián, el cinéfilo vicioso de trece años, no se movió durante las dos horas de película. Al final, cuando con los créditos ha comenzado a sonar la deliciosa Miss Misery (del malogrado Elliott Smith), me he vuelto y le he dicho: “Qué, pedazo de película, ¿eh?”. Él, sin dudarlo, aparcando un momento sus complejos freudianos que lo impulsan a matar a su padre (a disgustos y a contestaciones), ha respondido con un gesto afirmativo. Y yo me he sentido aún mejor de que él haya disfrutado con esta historia llena de valores éticos y artísticos.

martes, 31 de julio de 2007

Spielberg, menuda criatura

Sé que me caerán algunas collejas, pero debo decirlo: definitivamente Spielberg es un director insoportable. Ayer se disolvió uno de los últimos motivos que tenía para callar esta afirmación. Al hablar de Spielberg, del humo fácil y vacío de sus películas, siempre hice hasta ahora una salvedad: El diablo sobre ruedas (Duel). Vi esta película (realizada originalmente para televisión) hace muchos años, y la recordaba interesante, incluso diría que cautivadora, de estas películas que te mantienen en vilo hasta el último de sus minutos, y con un guión inteligente, noble. Para los que no la hayáis visto, su argumento es el siguiente: un señor hace un viaje en coche en el que debe cruzar zonas muy despobladas de algún estado norteamericano. Adelanta con dificultad a un camión, pero luego se da cuenta de que el camión lo persigue, y el viaje se transforma en una aventura angustiosa en la que el camión (o el camionero) juega a su antojo con el protagonista.

MayCvr1Hace unos días le comenté algo sobre la película a mi hijo mayor (cuya cinefilia comienza a preocuparme, porque ninguna adicción es buena), así que la conseguimos y la vimos. Juro que en las últimas películas que he visto de Spielberg he adoptado una actitud de alerta ante mi posible predisposición negativa. Le he visto tanta tontería a este señor, tanto desperdicio de un talento del que ya empiezo a dudar, que bueno, trato por todos los medios de ser lo más objetivo posible con él. Ahora lo tenía fácil, porque incluso yo pensaba que era la mejor película de Spielberg, su primer intento serio de hacer cine y lo más fresco que había dirigido. Ésta era mi teoría. Pero ahora ya me he convencido de que no, que fue malo desde el principio, al menos como director de cine. La idea de la película era fantástica, y se prestaba a un juego increíble. El camión elegido no era un camión, era un monstruo gigantesco a la caza del pequeño animalito, un Valiant Plymouth rojo, tan indefenso. La película, tan simple a primera vista, permitía jugar con los mitos, pero observándola ahora, con ojos (sólo ligeramente) más formados que los de hace veinte años, descubro montones de detalles ridículos, que Spielberg podría haber salvado, pero que no salva porque es un niño pequeño, capaz sólo de genialidades sin fondo. Y si en las películas de Indiana Jones los múltiples fallos impiden que disfrutemos de unas divertidas aventuras sin más trascendencia, en Duel Spielberg desperdicia la oportunidad de haber realizado una obra maestra. Por poner un par de ejemplos: la escena en que el automóvil se para ante un paso a nivel, y al pasar el tren el camión aparece y lo empuja para que el tren lo arrolle, resulta inconcebible. Es difícil pasar por alto que el automóvil y el camión se encuentran oblicuos a la trayectoria del tren, y que el protagonista sólo tenía que haber doblado el volante para haberse puesto a salvo. Pues no, el bueno de Dennis Weaver pisa el freno y se deja arrastrar poco a poco hacia el tren. Pero claro, la película debía continuar, y el listo de Spielberg decide que el protagonista no muere. Así, un camión que durante la película ha demostrado poseer un motor potentísimo, hasta alcanzar velocidades mayores que las del Valiant Plymouth, empuja al coche y no tiene narices de hacerlo avanzar más allá de un metro. Luego, los pensamientos (en voz alta) del protagonista en el bar de Chuck son penosos, así como su reacción. Spielberg, como tantas otras veces, no se preocupa en absoluto de hacer realista la ficción, con lo que la convierte en una comedia caricaturesca, y en este caso transforma una historia terrible en una más de sus bufonadas. La verdadera virtud de esta película estaba tan basada en el carácter ominoso e inexplicable del camión, como en la normalidad del protagonista, y una persona normal no reacciona como éste reaccionó.

duel4En resumen, una vez más Spielberg convierte una obra maestra en una decepción con sólo tocarla. Alcanzó límites insospechados en La lista de Schindler, en la que demostró oficio a la vez que una capacidad jamás vista para estropear tres horas de obra maestra con un cuarto de hora final insensato y pueril. Vomitó ese bodrio llamado Eyes Wide Shut, que sólo su muerte impidió dirigir al bueno de Kubrick. Llenó películas de escenas ridículas que no casaban con sus historias de ninguna de las maneras, o llevó hasta el paroxismo a personajes histéricos como el Richard Dreyfuss de Encuentros en la tercera fase. Ha sido un gran aprovechado de esa imaginación blandiblú que los americanos engullen como si fueran hamburguesas, sacando personajes idiotas como ET, idiotizando personajes sagrados como Peter Pan (lo de Hook es para llevarlo al Juzgado de Guardia), echando mano de su enorme capacidad económica para asombrar (relativamente) con las primeras escenas de Salvar al soldado Ryan, pero eso sí, para luego contar una historia insulsa con un insoportable Tom Hanks, que es otro de esos histrónicos fijos del cine americano (dios santo, ¿quién puede soportar esa banalidad estúpida que es La Terminal?). Compárese Apocalypse Now ó La chaqueta metálica con esa historieta pro-yankee del valiente soldadito Ryan... En fin, me callo, porque, como dice mi amiga Candela, la vena se me inflama más y más, y con esta edad uno debe administrar los desprecios…