domingo, 19 de junio de 2011

Gruñón ya no va más al cine

Medianoche en ParisBueno, pónganse en mi lugar. Hacía tiempo que no iba al único cine de la ciudad donde aún se proyectan películas en versión original subtitulada, el único cine silencioso que quedaba, donde el protagonismo recaía fundamentalmente en la película y no en el crepitar insidioso de las bolsitas de chucherías, ni en los comentarios joviales de los espectadores, ni siquiera en la vibración rítmica de los asientos, por lo común provocada por las pataditas nerviosas de cualquier individuo aquejado del mal de San Vito. Nada, uno iba al cine, se sentaba y miraba la película de cabo a rabo, sin que nadie lo sacase a uno de ese embeleso inherente al séptimo arte.

Pues bien, después de pagar la bonita cantidad de seis euros por cabeza, ayer entramos en una sala llena a reventar y ocupamos dos asientos junto a la pared, para lo cual dos educadas señoras hubieron de cedernos el paso. Éstas, en vez de levantarse, recogieron sus piesecitos y nos dejaron hacer equilibrios para no machacárselos. Una vez sentado, observé que la pantalla, en una sala estrecha y muy larga, parecía demasiado pequeña. Hice cálculos mentales sobre si su tamaño relativo, desde aquella distancia a la que me encontraba, no sería menor que el de mi televisión de 42 pulgadas, pero me había propuesto disfrutar de aquello, así que abandoné los cálculos y me acomodé en la butaca.

Tras un número considerable de anuncios, sin un mal tráiler que llevarse a la boca, comenzó la película. Las dos mujeres habían estado comentando esto y aquello durante la publicidad, pero ahora, con la música de cabecera, me pareció que se callaban. Sólo me lo pareció un instante, porque en cuanto en la pantalla comenzaron a aparecer todos esos lugares maravillosos de París, la que tenía a mi lado empezó a recitar sus nombres. En ese instante, la verdad, yo advertía preocupado otro problema algo más peliagudo: la imagen vibraba y la cinta se veía quemada, con brillos exagerados y una tristísima falta de contraste, y la luz de París parecía más bien la del invierno en Alaska. Los colores salían apagados y la ciudad bastante perjudicada.

Chucherías-1 Una vez asumida esta tara de la proyección, y sin que el sonido mejorara siquiera la calidad del primitivo sensurround, advertí que los comentarios de mis amigas se afianzaban. Pensé que podían ser típicas espectadoras que se aburren cuando en la película no hablan, y confié en que cuando comenzaran los diálogos se callaran. Pero no conté con que la película estaba subtitulada: ¿para qué necesitaban ellas escuchar a aquellos tipos? Los entendían perfectamente leyendo los subtítulos. Así que en determinado momento solté un siseo general por ver si se daban por aludidas. En absoluto. Mi siguiente intervención fue un “Por favooooor…”, que tampoco tuvo éxito, así que cuando ya me había perdido el principio de la película, decidí ser algo más contundente. Reconozco que, con la ayuda de otra pareja, que a nuestras espaldas conversaban exactamente en el mismo volumen que lo harían en el salón de su casa, estuve tentando de levantarme, mandarlos a todos al carajo, y luego irme del cine. Pero desde que practico el saludo al sol de yoga soy una persona mucho más contenida y reflexiva, así que me limité a volverme hacia las señoras y, con voz perfectamente audible en varias filas a la redonda, les solté: “¿Podrían hacer el favor de guardar silencio y dejarnos escuchar la película?”. La más cercana, a pesar de tener mi rostro desencajado a unos centímetros de distancia, no apartó la vista de la pantalla, mientras que la otra, algo más joven, asomó su cabecita mirándome asombrada, con algo en la boca, no sé si un chupachups o tal vez un sobrecito de refresco chisporroteante, con el que previamente no había dejado de hacer ruiditos.

El Señor nuestro Dios, que normalmente aprieta pero no siempre ahoga, quiso permitirme ver la película sin muchas más distracciones; sí, de acuerdo, con aquella imagen infame, con aquel sonido  antediluviano, pero Woody Allen consiguió embrujarme con su adorable forma de contar las cosas, y con un guión casi tan asombroso como el de sus mejores películas. Me quedo con Ernest (quienes vieron Midnight in Paris ya saben a quién me refiero), que en cierto momento le pregunta al protagonista: ¿has hecho alguna vez el amor con una mujer que te haya hecho olvidar la muerte, con la que el miedo a morir se haya evaporado por completo?

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Pero eso sí, lo siento, ya no voy más al cine. A partir de ahora en casita, con mi enorme pantalla de 42 pulgadas, con el silencio y la luz adecuados, mucho mejor, dónde va a parar… Así, si quiero, puedo ver las películas en finlandés, o en suahili, pero en cualquier caso sin la molesta presencia de ningún mentecato amante de las gominolas y de la conversación cinematográfica.

miércoles, 15 de junio de 2011

Serrat indignado

Serrat

Aprovechando su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Pompeu Fabra, Joan Manuel Serrat se ha declarado indignado. No he visto sentimiento más contagioso. Dice nuestro cantautor que vive tiempos confusos, y reivindica la recuperación de los valores democráticos. Para él, ha llegado el momento de que la gente de a pie tome el control del asunto. Advierte que la crisis actual no es financiera, sino del modelo de vida que nos guía… No sé si los parados, los inmigrantes y en general los pobres del mundo estarán muy de acuerdo… No confía en que los bancos, que dominan el sistema financiero, puedan traernos la paz, ni tampoco que los gobiernos que regalan el dinero público a esos bancos vayan a dejar de recortar los derechos sociales. Dijo textualmente que “La codicia de unos, la incompetencia de otros, la ignorancia y la poca vergüenza de muchos nos han situado en un mercado en el que todo tiene un precio, donde todo se compra y todo se vende”. Al final del acto se ha echado un cantecito y ha sido aplaudido a rabiar por un auditorio emocionado, entre los que había algunos dignos responsables políticos.

Pienso que la hipocresía es una agravante seria. Ser un indeseable a las claras no me parece mucho más detestable que ser un buen hipócrita. Y es que el tierno Serrat, que tanto nos ha  hecho disfrutar con algunos de sus discos, parece olvidar sus dilatadas y estrechas intimidades con muchos de los próceres del cotarro. La Moncloa y su bodeguilla no son lugares extraños para el cantautor, y todos conocemos su compadreo, pasado y presente, con los socios fundadores de esta democracia financiera y mercantilista que hoy denosta.

bodeguilla

Este país posee una exigua capacidad de análisis político e histórico, y para cerrar expedientes vitales se echa mano antes del mito que de la justicia. No hay político que se muera que no haya sido un histórico luchador por la democracia, y se olvidan inmediatamente sus escandalosas prebendas, sus irrespirables tejemanejes, su realismo desalmado y su pertenencia a una secta en la que, en lugar de la capacidad personal y la integridad moral, primará siempre el sometimiento a la jerarquía mafiosa del partido. Y lo mismo pasa con gran parte de nuestros intelectuales y artistas, que se revuelcan en ese mundillo papanatas en que quedaron todas aquellas quimeras culturales anunciadas por los primeros socialistas del cambio. A la mínima, estas buenas y creativas personas, con aura de bohemios y pátina de sabiduría, informales y con cuentas aseadas en uno de esos bancos infames, nos recuerdan que ellos son de los nuestros, de los de a pie, que son gente de la calle, y que la chusma tiene que recuperar los valores de la democracia...

Me da que Serrat le hizo un guiño a su amigo Felipe (que por cierto acudió en 2006 a su doctorado Honoris Causa por la serrat 2Complutense) para que vuelva a torear, sin comprender que, primero, el susodicho vive desde hace muchos años como un maharajá y no estará muy dispuesto a mancharse las manos otra vez con el populacho, y segundo, que la deriva natural de aquel  cambio felipista es precisamente el voto masivo de la plebe al candidato conservador, el vaivén desorientado e ignorante del votante que llega a la urna para botar a unos sinvergüenzas más que para ejercer su soberanía, el disparate generalizado de votar a nuestros representantes como si del Festival de Eurovisión se tratara…

Serrat… Eurovisión… La unidad menor de la existencia no es el átomo, ni siquiera la partícula elemental, sino el círculo. El círculo vicioso, por supuesto...

jueves, 9 de junio de 2011

With the dawn…

Monheit Pizzarelli

Jane Monheit y John Pizzarelli son dos intérpretes dulces, cada uno por una dulzura diferente. La voz de Jane es sensual y nocturna, la de John elegante y perfecta, y alrededor de ambas vuelan las notas de seda de una guitarra magistral. En este vídeo interpretan un viejo tema, They Can’t Take That Away From Me

 

Pero hay una canción que estos dos amigos susurran, Tonight You Belong To Me, que me lleva definitivamente a la noche, a ese reino infinito y eterno que es el instante del amor…

I know
You belong to somebody new
But Tonight you belong to me
Although we're apart
You're part of my heart
And tonight you belong to me

Way down by the stream
How sweet it will seem
Once more just to dream
In the moonlight
My honey I know
With the dawn that you will be gone
But tonight you belong to me

Way down by the stream
How sweet it will seem
Once more just to dream
In the moonlight
My honey, I know
With the dawn that you will be gone
But tonight you belong to me
Just to little old me