miércoles, 22 de diciembre de 2010

Diurnos (III)

Nicolás Alpériz - Cuento de Brujas barra separadoraSILENCIO. El silencio, igual que el agua, es un elemento refrescante, una simplicidad que reconforta y despeja, una suave luz clarificadora que, como el lejano horizonte, como la página en blanco, invita a perseverar en uno mismo.

barra separadoraSU VOZ. Bajo el estruendo poderoso del aguacero, entre el aire limpio y mojado del mediodía, alumbrada por esta lánguida luz de temporal aletea su voz de afán y delirio, su voz de paraíso.

barra separadoraTACTO Y MEMORIA. Pienso en mis padres y me asombra esta capacidad natural para guardar muy dentro, vívida y reciente, la ternura de un abrazo, la textura de otra piel, la insustituible verdad de unas mejillas.

barra separadoraEMILIA. Para cuando el tiempo acabe de disolver el último vestigio de su vida, aquel entusiasmo suyo por la calle, aquel ímpetu de su pecho y aquellos papeles que ilustró con su imaginación ya habrán germinado irremediablemente en nuestros corazones.

barra separadoraPOLIZONES. Los libros que más me gustan son aquellos que se vinieron escondidos en mi maleta, los que viajaron hasta mis ojos de forma inesperada, esos que, además de sus propios mensajes, trajeron prendido a sus páginas el aroma de una pasión turbadora.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Que el firmamento entre en mis pulmones…

DSC08036 Me hallaba en un mundo destrozado, poblado por animales tan ridículos como fabulosos, a los que aquella gente clasificaba por su peligrosidad. Era un mundo delgado, de escondrijos breves y claustrofóbicos. El jefe de la horda que me había acogido me lo explicaba todo, y me llevó a aquella casa hundida en un mar de basuras. Estábamos dentro, no sé cómo había entrado, pero para salir sólo había un agujero trapezoidal y minúsculo en el suelo, y me dijo que pasara. Le contesté en silencio que ni siquiera me cabría la cabeza. A un gesto suyo, uno de los que nos acompañaban pasó con elegancia por el hueco. Luego me colocaron en posición, con la cabeza por delante, y comprobé que pasaba sin dificultad, pero esa angostura comenzó a aprisionarme el ánimo. Salimos al exterior por una puerta en una de las plantas superiores del edificio, una puerta que habría perdido la escalera que bajaba a la calle, tal vez una de esas escaleras metálicas de seguridad. Daba a un inestable y ajustado pasillo, trenzado con basuras, que corría suspendido en la pared. Todos comenzaron a caminar por él sin temor a la caída, pero al poner el primer pie en él resbalé. Pude sostenerme sin caer, pero tal vez se llegaron a mí todos esos sueños de cuando niño, ésos en los que me veía saliendo de mi casa por la ventana, agarrado a la fachada a una gran altura, una y otra vez deshecho por el vértigo. Abajo los desperdicios se amontonaban…

Poco después caía la noche sobre aquel mundo inasible. El crepúsculo era la hora de los animales, engendros variados que poblaban la noche de peligros. Era una constante huida de lo desconocido. Caminábamos con sigilo, mirando sin descanso a un lado y a otro, vigilando los árboles del parque porque de ellos podría saltar cualquier alimaña inimaginable. Habíamos llegado a una especie de escondrijo oscuro y húmedo, y descansamos, estábamos seguros. Para calmar mi terror alguien que me invitó a que entrase en goyaun diminuto charco, excavado en la piedra e iluminado por un resplandor que mostraba el cieno del fondo. Aunque tampoco cabía en ese charco, no sentí extrañeza alguna, podía hacerlo de forma natural, aunque me sumergí con una sensación intensa de claustrofobia. Buceé un instante y descubrí en el fondo un mundo multicolor, criaturas increíbles que nadaban con placer meloso, cautivas en el exiguo charco. Flotando en el agua mi mente descansaba, pero ese mundo no me decía nada, nada…

Nuestra horda recorría ahora la ciudad llena de sombras, y de la penumbra del parque, saltando la verja, apareció un amenazante grupo de monstruos, liderado por uno alto y terrible. Nos acorralaron contra unos veladores metálicos que brillaban mojados y tristes. El animal más peligroso era una especie de jirafa enorme y pardusca, más bien una enorme avestruz sin alas y con rostro humano, que desde muy arriba me miraba amenazando con lanzar su cabeza contra mí en un golpe mortal. Agarré una de las mesas de aluminio y golpeé al animal en el pecho, lo golpeé con todas mis fuerzas, esperando que huyera por el dolor, pero su piel era dura y la mesa crujió contra ella como si golpease contra un suelo enmoquetado.

Grasmere cemetery Tal vez me atacó, quizás perdí el sentido. No sé bien cómo volvimos a estar hacinados en una guarida sin luz, fría y húmeda. Me fijé en un pequeño charco circular, y el líder de la horda, con barba y pelo largo, me invitó de nuevo a descansar, a entrar en el charco; pero esta vez rehúso, me niego porque estoy harto de ese mundo estúpido de coloreados engendros, que flotan en el agua como verdades inútiles, y no quiero seguir distrayéndome con ellos, engañándome con sus movimientos suaves sin futuro. Siento náuseas y necesito romper estas estrecheces. Odio esta existencia precaria donde sólo sirve huir, huir sin descanso. Querría vomitar pero siento miedo, miedo a la muerte. Medio despierto, pienso que todos hablamos de la muerte con demasiada ligereza, y entonces rememoro los ojos abiertos de mi suegro pocos instantes antes de morir, el pavor de aquellos ojos, los ojos de un buen hombre…

Ya estoy despierto del todo, y me digo que seré un mal moribundo, y que tal vez hay situaciones donde el suicidio puede ayudarnos con las náuseas cuando éstas llegan para quedarse, con la asfixia que llenó mis últimas pesadillas. Necesito levantarme, salir a un espacio mayor que este dormitorio, rasgar el mundo que me rodea para que el aire limpio del firmamento entre en mis pulmones. Primero me pregunto, ya regresado de esos abismos, si existirá un lugar así, tan abierto. Luego me digo un número, el 304, y por una complicada asociación de ideas concluyo que quizás la inmensidad se me haya presentado algunas veces en forma de pequeños rincones aparentemente simples, en los que, sin embargo, se ocultaban profundidades universales y delicias tan inexplicables como estos sueños…

martes, 30 de noviembre de 2010

Timadores y esperpentos

El País

Esto de las filtraciones Wikileaks le importa a la gente un carajo. Los guapos antiimperialistas de El País (esa excrecencia insidiosa del otrora socialismo enamorado) se equivocan si piensan que la gente va a comprarles más periódicos por esta bobería. Porque, a ver, que levante la mano aquel que no sabía ya que todo esto estaba podrido. Y que la levante ahora quien crea que lo que ha salido a la luz no es más que la punta de un planetario iceberg de basura.

Y es que lo de estos mercaderes locales de opinión pública sobrepasó hace tiempo la desfachatez: ¿No se enteraron de que este país está ya en otras cosas? ¿Acaso no urdieron estos tipos, con sus amigos electos, un sistema educativo (incluyan los medios de comunicación en este concepto, háganme el favor) que mantiene a la gente ajena a sus cruciales tejemanejes democráticos? Y ahora ¿qué quieren, que la gente deje de preocuparse del Cuéntame y de Física y química? ¿Que dejen de atestar los Mangos y Zaras, las playitas y los parques temáticos? ¿Que dejen sus vidas anodinas para pensar por sí mismos? Estos tíos son unos jetas...

Por supuesto, conmigo han conseguido algo importante: me da una pereza tremenda reflexionar sobre todos estos chanchullos, y me cuesta la misma vida dedicar un solo segundo de mi tiempo a tratar de entender por qué, por ejemplo, El País ataca siempre a sus compinches justo antes de unas elecciones perdidas. Tal vez El País, la Ser, PRISA en general (sigue existiendo, ¿verdad?), sean bastante más relevantes en estos trapicheos financieros que el propio Partido Socialista, que siempre renacerá mientras conserve en sus bases a cantamañanas, banqueros y empresarios ávidos de beneficios… Lo mismo mismito que ocurre en las otras filas azules, rojas y gris marengo.

Aunque también es cierto que en un país como éste, donde el último ilustrado influyente fue el Lazarillo de Tormes, superamos con facilidad estos esquemas sicilianos. Ahí andamos, siempre en puertas de esas bonitas fiestas de la democracia, en las que el pueblo habla y dice por lo común un montón de tonterías. Y es lógico, tal como se diseñó el patio, y al son de las baladas de estos voceros miserables, en nuestras adorables fiestas de urnas y fastos uno sólo puede elegir entre timadores espabilados e inútiles esperpentos.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Golpe y luna

Mili La tarde del veintitrés de febrero de mil novecientos ochenta y uno guardaba yo cola ante la única cabina de aquel sector. Recostado sobre la pared junto a la cabina, sentado en un poyete, un veterano con uniforme de faena y respetable bigote liaba un cigarro con parsimonia. Para entonces la noticia ya recorría incierta la larga cola, y para ilustrarla el veterano gritó, con una chulesca sonrisa:

— ¡Esto es la guerra!

Hay que reconocer que mis dieciocho años eran algo engañosos. Cuando decidí hacerle caso a JA y pedir mi ingreso voluntario, yo intuía un ejército impreciso, esa imagen pulcra de los soldados que desfilan con elegancia, pero nada más. Permanecería en mi ciudad, y la misma recomendación que me daba acceso a aquel cuartel elitista, me procuraría la tranquilidad suficiente para cursar el primer año de Medicina. El mundo de los adultos todavía no era mi mundo, y sin descubrir sus rincones más agradables me introduje directamente en uno de sus infiernos.

Aún me pregunto por qué no usé aquella llamada para hablar con mi madre. Sólo ahora, casi treinta años después, he pensado en su más que probable preocupación, y en la de mi padre. Sin embargo, hice la llamada que tenía prevista: quería hablar con una compañera de facultad, por unos apuntes. Contestó su madre: Marisa no estaba. Acaso la mujer podía decirme si había pasado algo en el Congreso…

El término correcto es acuartelamiento. Todos los reclutas que habían salido de paseo fueron localizados por la Policía Militar. Entre nosotros, que solíamos quedarnos para estudiar aquellas dos o tres horas libres, la preocupación comenzó a fluir dibujando miedos en nuestras miradas. La información era precaria, insegura, escasa, pero los amantes de la aventura, entre los que se contaban muchos hijos del cuerpo, apuntaron con alegría la posibilidad de que esa misma noche jurásemos bandera, requisito inexcusable para salir a la ciudad a dar tiros.

Luna faroSólo recuerdo con claridad el toque de retreta, el momento de ocupar nuestras literas y la visita de un teniente coronel, también vestido de faena, tratando de tranquilizarnos con aquellos groseros modos de los mandos militares, despachando el asunto con la obviedad de siempre, que se nos darían las órdenes precisas, y que por el momento no debíamos saber nada más. Que las radios estaban prohibidas, y que aquel al que se sorprendiera con una de ellas sería arrestado. Sé que, en cuanto se apagaron las luces de la escuadrilla, uno de los reclutas encendió una radio y algunas noticias corrieron en susurros entre las literas. Y así me dormí, pensando como cada noche en MC, con esa confianza infantil en la capacidad del amor para arreglarlo todo.

A la mañana siguiente nos despertaron, como siempre, muy temprano. Como cada día, en un cuarto de hora nos habíamos aseado y vestido, habíamos hecho la cama con una corrección obsesiva y formábamos en el patio bajo el frío penetrante de febrero, sin el más mínimo indicio del amanecer. El sargento de semana, un tarugo amargado y ruin, aullaba bajo aquella luna que menguaba, una luna que era para mí como un faro en la tempestad, la única prueba disponible del futuro…

viernes, 5 de noviembre de 2010

Mi maestro Savater

OLYMPUS DIGITAL CAMERA         Mi maestro Savater anda perdiendo la cabeza. Esa cabeza suya, preclara, ecuánime, divertida, trasgresora y aun así solidaria se pierde por momentos en dislates cada vez más incomprensibles.

Entendí hasta cierto punto su postura frente a la ley del tabaco, aunque nunca le oí matizar sus encendidos apoyos a la libertad del fumador aportando una sola propuesta que abogara por la libertad de no fumar. Durante años me opuse de variadas formas a los fumadores maleducados (entonces una gran mayoría de ellos), y nunca escuché a mi maestro abogar por la educación como solución del conflicto nicotínico, preocupado casi siempre en demostrar los muy discutibles beneficios hedonistas del cigarro.

Por otro lado, su apoyo casi histérico de la fiesta de los toros ha obviado siempre el mundo casposo y conservador que rodea a la fiesta nacional, su más que dudoso carácter artístico, el trato vejatorio que sufren los animales y las consecuencias morales que ésta y otras salvajes costumbres tienen sobre la educación en nuestra sociedad. Pero por encima de que la fiesta tenga o no defensa, los apoyos que hilvanó Savater han sido siempre tan torpes, tan indignos de él… Quiero creer que el libro que vi el otro día, titulado Tauroética, y en el que parece haber reunido todas esas torpezas suyas, no es un modo oportunista de sacar tajada de una discusión absurda e inútil, tan absurda e inútil como la que se planteó hace mil años cuando se prohibió fumar en los autobuses urbanos, medida que ahora a nadie se le ocurriría discutir.

mario-vargas-llosa

Para aumentar el asombro, el otro día me pasmó la defensa que Fernando Savater hizo de la independencia liberal del unánimemente vanagloriado Vargas Llosa. Pareció decir que no importa ni el talante conservador de este señor, ni sus pensamientos interesados y fríamente capitalistas, que suele disimular bajo bondades difusas y palabras conciliadoras; que lo que importa es que este hombre dice lo que cree y defiende sus ideas sin casarse con nadie. Aparte de un increíble escritor (cosa que humildemente matizaría, porque sus artículos de opinión suelen ser bastante mediocres y sus libros son dechados indudables de técnica literaria, pero también de frío cálculo y de pose), Vargas Llosa es un prohombre de la libertad individual y del derecho a la libre expresión. Todo esto lo decía Savater en línea con otros articulistas que defendían con vagos argumentos a Vargas Llosa, un tipo que pasó del radicalismo de izquierdas al mucho más elegante, democrático y acomodado radicalismo de derechas, y que hoy nos vende un libro concienciador sobre África para inmediatamente después aplaudir ese sueño norteamericano que condena a la misma África a la pobreza y a la muerte.

Pero Savater me ha dejado patidifuso con su reciente artículo Eros y reacción, en el que, tras reivindicar la importancia de la aceptación social de determinadas perversiones sexuales como medida del avance de la libertad, pasa a denigrar a todo aquel que ose prohibir no sólo la práctica de cualquiera de estas perversiones, sino la publicación de textos en los que se haga apología u ostentación de ellas. Don Fernando comparasanchez drago el revuelo que ha producido el libro de Sánchez Dragó y sus alardeos pederastas, con los problemas de censura política que él sufrió con algunos de sus libros.

Para el maestro lo más hermoso es la libertad, sí señor. Sin embargo, ve con intenso gusto cómo se prohíben medios de comunicación, publicaciones y mítines donde algunos malnacidos hacen apología del terrorismo. Parece que el hecho de que unas niñas sean violadas y destrozadas durante años por unos tipos asquerosamente enfermos, que luego chulean de ello en las páginas de sus libros, no le parece a Don Fernando motivo suficiente para combatir ese abuso de la libertad de expresión. El establecimiento de los límites de la libertad de expresión es una de las medidas principales de la salud de una democracia, pero tan perverso es el gusto fascista por la limitación salvaje de este derecho, como la defensa fanática de la libertad absoluta, que Savater sabe muy bien que suele desembocar en liberalismos místico-pedófilos tipo Sánchez Dragó, o liberalismos salvajes capitalistas tipo Vargas Llosa. Y sobre todo Savater debería caer en la cuenta de algo aún más importante y obvio: si en ese paraíso de ilustrada libertad que él siempre soñó andamos discutiendo sobre si tipos como Sánchez Dragó tienen o no la posibilidad legal de sodomizar a unas niñas, entonces el paraíso está perfectamente podrido, y es más propio de idiotas que de ciudadanos libres e informados. El maestro Savater tal vez debería, en su libertad intocable de pensamiento, revisar sus ideas, porque o empieza a chochear, o aquel delicioso culto suyo a la voluntad individual y a la democracia ilustrada está convirtiéndose por momentos en una farsa pseudo intelectual, en una extravagancia ridícula, asumida y utilizada por los poderes de una democracia que de ilustrada tiene lo que yo de vicario de Cristo.

jueves, 21 de octubre de 2010

Encamados

el_viejo_del_cigarilloUn celador del geriátrico La Caritat, en Olot (Girona), parece haber confesado que mató a dos viejitas del centro en el que trabajaba, dos mujeres de 85 y 87 años con graves problemas de salud. También parece que el buen hombre está intentando vender el caso como eutanasia, aduciendo que cometió el doble crimen porque le daban pena las mujeres. Lo cierto es que, al parecer, acabó con su vida de un modo algo cruel, porque dicen que les inyectó un líquido corrosivo que quemó el tracto digestivo de las dos pobres mujeres. No sé si al elegir el método pensó en ahorrarles dolor o en dejar las menos huellas posibles, pero tengo la impresión de que no consiguió ninguna de las dos cosas.

De todos modos, sin entrar a discutir los indudables beneficios de la eutanasia, ni las correspondientes limitaciones que debe tener su uso, hay un aspecto de esta noticia que nadie va a abordar, ni los poderes públicos, ni los empresarios del sector geriátrico, ni siquiera los propios interesados, que los pobres míos suelen estar impedidos para, entre otras muchas cosas, exigir sus derechos. Y ese aspecto de la cuestión es el de las condiciones en que acaban la gran mayoría de nuestros ancianos, la suerte que corren en los últimos años de su vida, muchos de ellos arrumbados en un sillón de casa o pudriéndose en uno de los muchos geriátricos que, bajo nombres rimbombantes, esconden su categoría de cubos de basura.

En los cinco años que mi padre permaneció en un asilo (palabra que se ha tratado de borrar del diccionario, sin modificar la realidad a la que daba nombre) vi a muchas mujeres y hombres a los que deseé una pronta muerte. Y no todos padecían enfermedades terminales y dolorosas. Los 01 Papáque más pena me daban eran los que estaban solos, los que no podían pedir auxilio ante las prisas y los malos modos de un auxiliar, los que se dejaban hacer como muñecos y eran tratados, hubiesen perdido o no la cabeza, como niños pequeños; los que eran invariablemente despojados de su dignidad de personas.

Todos, los solos y los que eran visitados y atendidos por sus familias, pasaban horas interminables en el asilo, horas vacías en las que sus cabezas cansadas se enredaban sin vuelta atrás en una demencia perfectamente descrita por los manuales. Los que eran visitados con cierta frecuencia mantenían un punto de contacto con la realidad exterior, pero aquellos que no tenían familia, o cuyos familiares no consideraban necesario aparecer por aquel triste lugar, ésos perdían la cabeza en poco tiempo.

Los casos más sangrantes eran aquellos que caían en la cama, los encamados. Conocí a muchos porque mi padre se llevó más de un año tumbado antes de morir. La cama no distinguía entre locos y cuerdos, los hundía a todos en un desvarío definitivo, y en muchos casos los únicos estímulos que recibían durante los eternos días y las eternas noches eran las comidas, que les eran administradas con prisas y con métodos propios de granjas de engorde.

La zona de encamados era el lugar donde convergían todas las disfunciones del sistema, las económicas, las profesionales, las políticas... Privatización de servicios esenciales, presupuestos cicateros, DSC01788profesionales mal pagados, inexpertos y desmotivados, desorganización indignante de los centros, ausencia efectiva de vigilancia publica de los servicios y, sobre todo, la convicción de todos y cada uno de los actores de que los viejos ya no están para nada, que lo que necesitan es tranquilidad, silencio, descanso, frugalidad y morir lo menos dolorosamente posible. Es decir, necesitan aislamiento y la atención justa para abandonarnos sin ruido.

No sé si el celador de Olot ha matado a estas mujeres por pena o no, pero lo que no me extrañaría nada es que las dos pobres mujeres, como otros muchos cientos de miles de personas en este país, dieran tanta pena que uno no pudiera más que desearles el fin. Y si se demostrara que el celador lo hizo por piedad, el juez que lo condene, los policías que lo custodien, los periodistas que lo vendan, los políticos que sientan removidos sus tronos por el imperdonable error de este individuo, y en general todos nosotros que lo juzguemos con las prisas propias de estos tiempos, deberíamos mirarnos la glándula de la hipocresía, porque igual la tenemos a punto de estallar.

jueves, 14 de octubre de 2010

¡Somos felices, qué carajo!

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Gracias a Dios (al menos en parte), la ignorancia se ha transformado en una forma de vida. Hoy derrama su líquido dorado por todas las capas sociales. Porque la ignorancia es profundamente democrática. El cálculo prestidigitador de ciertos prohombres nada ignorantes la ha promocionado, gente cuya carencia de escrúpulos es sólo compensada con una habilidad y una eficacia casi perfectas. Gente admirable, sin duda alguna.

El arte, por ejemplo, ha sufrido una severa reconversión (industrial), y es que el elitismo comenzaba a resultar inaceptable: la democracia presupone, al parecer, el acceso universal (fácil, confortable, placentero) a los productos culturales. Mientras el dinero fluya, el esfuerzo (activo) de mirar un cuadro puede ser sustituido sin problemas por el placer (pasivo) de contemplarlo. De hecho, tenemos todos los cuadros en Internet, algunos con una resolución que nos permite indagar en la pincelada microscópica, en el detalle invisible... Una gran mejora sobre el cuadro original, quién puede negarlo. Y por unos cuantos euros al mes tenemos a nuestra disposición la pinacoteca del mundo, millones de cuadros.

Y también la biblioteca de Alejandría. Es innegable que las erratas de los libros electrónicos piratas comienzan a ser tan populares que andan migrando a las ediciones impresas, pero no nos pongamos puntillosos: lo importante de un libro es la historia que cuenta, la satisfacción de nuestra sana curiosidad (de ahí el éxito de las noticias del corazón). Por su parte, los más exigentes disponen de escritores de gran locuacidad y extenso vocabulario, cuyo dominio de la técnica literaria les alcanza para tejer historias asombrosas sin perturbar la tranquilidad espiritual del lector, o esos otros escritorzuelos que saben tocar la fibra sensible del vecino con una mezcla calibrada de humor, violencia y sexo. Qué rancia suena aquella frase que Cioran incluyó en su Breviario de los vencidos:

Al igual que amas los libros que te hacen llorar, las sonatas que te han cortado el aliento, los perfumes que te insinúan renunciamientos, a las mujeres extraviadas entre el cuerpo y el alma, así sucede con los mares: te enamoras de aquellos cuyo oleaje induce a ahogarse en su seno.

La educación, esa rémora del pasado, languidece entre analfabetos e impotentes y confía su éxito imposible en las enseñanzas de la selva posmoderna. El mar ha sido domado, sumergido en otro mar de sombrillas, en esa incontestable y sana diversión que nos alivia del trabajo. La montaña ensancha nuestros pulmones, nos plantea retos guiados de fin de semana. La ciudad bulle de tiendas, los escaparates componen el teatro del mundo. Los jóvenes pasean admirándolos. Las calles, esos museos de la modernidad, nos invitan a la excelencia y a la originalidad. La añeja ternura da paso a su evolución: el contrato. Descansamos nuestra voluntad en el carnaval de las costumbres, esa nueva liturgia renovada diariamente por las voces autorizadas, las del mercado.

¡Qué lejos, qué anacrónico ese amor por saber, esa necesidad de indagar en las cosas, de explorar a los otros! Pero no nos engañemos: aquello no era en el fondo más que un fastidio. Observemos a las parejas: ¿acaso no tenemos bastante con la crianza de nuestros hijos? ¿No supone un gran avance social la identificación casi absoluta del amor con la fidelidad? Con ésta el amor se sostiene solo, sin necesidad de andar todo el tiempo pendiente de crear y recrear el cariño. Las parejas pasean los domingos ufanas, integradas, aseadas y elegantes, y cuando los agujeros afectivos persisten ante las costumbres y las fachadas, la solución es el cambio de pareja, la mejora de las apariencias. Sí, quizás sea una engañifa, pero si nuestros éxtasis crecen piel afuera, ¿por qué no vivir así, en la superficie? ¿Qué pretenden esos tipos que hablan de entrañas y de laberintos, de reinos soñados y extravíos? ¿Quién osa afirmar que las alturas de la vida están allí y no aquí?

La democracia nos hace a todos iguales en derechos y deberes, y hoy, por fin, la felicidad es un derecho natural. Y por encima de los destrozos, sobre la cochambre de nuestros corazones, somos felices, qué carajo...

domingo, 10 de octubre de 2010

Lady of the Dancing Water

Circe Waterhouse

 

Grass in your hair, stretched like a lion in the sun,

Restlessly turned, moistened your mouth with your tongue.

Pouring my wine, your eyes caged mine, glowing

Touching your face, my fingers strayed, knowing.

I called you Lady of the Dancing Water.

Oh, lovely Lady of the Dancing Water.

 

Blown Autumn leaves shed to the fire where you laid me

Burn slow to ash just as my days now seem to be.

I feel you still always your eyes, glowing

Remembered hours, salt, earth and flowers, flowing

Farewell my Lady of the Dancing Water.