miércoles, 31 de enero de 2007

Eilean Donan Castle

Allá donde todo sigue su curso natural, donde se exiló la quietud, donde un manto de serenidad húmeda y verde se extendió a nuestros pies. Allá donde las ranas minúsculas surgen de la nada para saltar indefensas por las veredas, y las nubes te acarician las mejillas, y la lluvia tenue te acaricia el corazón. Allá donde queda un resto de silencio...

martes, 30 de enero de 2007

Las invasiones bárbaras

Denys Arcand pinta con la muerte, la paternidad y el placer un hermoso y fantástico cuadro realista, como un bálsamo provisional para nuestra soledad...

Cuñao

Mi cuñado en su picadero secreto...





lunes, 29 de enero de 2007

Más sobre mi paisano

También Fernando Sorrentino habló hace tiempo de mi paisano Cansinos, rememorando su accidentada pero no dudo que divertida lectura de Egmont, de Goethe, traducida con su habitual alegría por el erudito sevillano (En el desliz de la uve a la be, un traductor distraído puede beber un indigesto cuatro). Dado que se suele hablar de Cansinos como de un gran especialista en traducir a Dostoievski y Goethe, y analizadas algunas traducciones que hizo de estos dos buenos hombres, me muero de curiosidad por hojear las que hizo del Corán, de Balzac, de Tagore o de Wilde...

Hoy, además, me encuentro aún más confuso, porque creyendo que estas historias incomprensibles son las excepciones, me doy con un artículo de un tal M. García Viñó, titulado Javier Marías, una estafa editorial, en el que, también él con algunos problemas de puntuación, hace una disección la mar de interesante de algunos textos de Marías, demostrando a mi juicio que este hombre escribe realmente mal. Sus artículos de El País Semanal nunca me gustaron en la forma, aunque su bilis me resultó siempre fresca en un medio tan suave y dócil como El País, y cierta vez que traté de leer uno de sus libros no pasé de la segunda página, pero no imaginaba que alguien tan galardonado y reconocido pudiera escribir de esta forma. No obstante, García Viñó ya apunta a otros escritores españoles de verbo insoportable, y si lo pienso bien, lo que parecía excepción se acerca un poco a la regla. Bendito mundo.

lunes, 15 de enero de 2007

Estoy hasta el moño de subir cuestas

(Genalguacil, Málaga, obra de Juan Ramón Gimeno)



Respetuosas citas de Don José

"Sesenta y dos años largos han impuesto, al fin del tiempo, algo que a todos nos parecía imposible: el nacimiento y el rapidísimo desarrollo, como para recuperar la inconcebible pérdida de tiempo de toda una larga perspectiva histórica de los recuerdos orientada hacia la revisión y la interpretación primaria de nuestra ya olvidada guerra civil española. Una perspectiva nace, esta vez, no solamente histórica, sino la semblanza de lo acontecido, me hace ver con claridad que un resultado así, imprevisible en 1970, se ha conseguido por un esfuerzo de personas que vivieron los horrores de la guerra y mi difunta madre que me sirvió como instrumento catalizador de las secuelas que marcó el pasado; los datos históricos recopilándolos poco a poco a lo largo de la última década".

"Todo este prometedor conjunto enmarca la aparición de este libro. El autor desea hacer constar que, en la concepción y realización de este libro han colaborado íntimamente con él, hasta el punto de que sin esa colaboración la obra no hubiera sido posible, un general retirado, un general de brigada, fallecido y varios expertos, y, sobre todo a mi difunta madre que vivió las secuelas de nuestra guerra, al igual que mi tía carnal, madre soltera con un hijo (fallecido) de cierto capitán general de aquel tiempo. No se trata de un agradecimiento formulario, sino de un reconocimiento ineludible".

"Mientras en todo el mundo continúa la controversia acerca de una nueva demarcación para la historia contemporánea, en el caso de España se ha postulado dos fechas: 1868 y 1898. Mi madre (fallecida), Magdalena Silva Villegas y mi tía carnal (fallecida), Dolores Jiménez Barrios, defendían con poderosas razones la primera de ellas, 1868; si alguna vez escribes el libro con anhelo y confianza, puede ser una historia contemporánea de España, que seguramente nos inclinaríamos a seguirla".

José Jiménez Silva: Historia ilustrada y la Constitución Española, Sevilla, Editorial Jamais, 2003.

viernes, 12 de enero de 2007

La vida

Parece como si la vida fuese el camino que nos acerca hacia la verdadera tristeza, y la sabiduría el modo de ir mejorando nuestro concepto de ella.

lunes, 8 de enero de 2007

Transducciones

Me senté ante el librito de Dostoievski y lo observé con curiosidad. Era un antiguo libro de mi mujer, pequeño, una rara edición de Aguilar de Humillados y ofendidos. A pesar de los frecuentes y jugosos comentarios de Cioran sobre el ruso, sólo había leído, y hacía muchos años, Los hermanos Karamázov, y sin aprovecharlo demasiado.

Durante las primeras páginas, como un extranjero en un país desconocido, fui de alguna forma justificando los problemas de ritmo y cierta incomprensibilidad del texto, pero no tardé mucho en salirme de la historia. Daba con una frase incomprensible o ridícula, y entonces volvía sobre mis pasos y la analizaba, y en algunos casos encontré joyas del disparate.

Quise conocer al traductor, y supe que era Rafael Cansinos Assens, un escritor sevillano que durante la primera mitad del siglo XX tradujo las obras completas de Dostoievski, el Corán, a Balzac..., y que fue amigo admirado nada menos que de Borges. Mi primera reacción ante su historia fue la de sentir una profunda envidia. Este buen hombre había traducido del árabe, del ruso, del francés, tal vez de otros idiomas, y había publicado varias obras originales. Había sabido granjearse los odios del franquismo, y eso dice mucho de una persona. Pero, tras los reconocimientos, había de admitir que aquella traducción de Humillados y ofendidos me parecía no humillante ni ofensiva, pero sí bastante pobre. Yo también me argumenté entonces que, sin conocer la obra original y sin idea de ruso, ¿cómo podía yo atreverme a juzgar una traducción? Bueno, la respuesta era sencilla: el proceso traductor posee varios aspectos básicos, y aunque uno de ellos es la fidelidad al original, que se consigue con el conocimiento profundo de la lengua origen y su correspondencia exacta con la lengua a la que se traduce, también es cierto que hay que saber expresarse correctamente en esta última, y que una traducción resulta fallida si cojea en alguno de estos dos aspectos.

La traducción de Cansinos hacía aguas en su castellano, y quise ver en muchos de sus pasajes las prisas con las que, con seguridad, se anduvo mi paisano para traducir toda la obra de Dostoievski en sólo ocho años. Pero aun así aquello no me cuadraba. ¿Cómo podía ser la misma persona a la que admiraba el mismísimo Borges, cuya virtud más destacada consistía precisamente en su puntillosa expresión? ¿Cómo podía haber escrito y traducido tanto este hombre si su castellano era tan pobre? Debía haber alguna explicación que me permitiera conservar la admiración por este artista bohemio.

Descubrí en Internet una
Fundación que un hijo de Cansinos Assens, Rafael M. Cansinos, había dedicado a la obra y la vida de su padre. Bocazas entre los bocazas, se me ocurrió escribirle, de manera cortés y respetuosa, comentándole el tema. La sorpresa fue desagradable: el señor Cansinos hijo me respondió secamente, espetándome que todo aquello sólo era una opinión mía, de la que no le había dado ninguna prueba, y que si era tan amable que le enviase la edición que yo tenía sobre el libro de Dostoievski, así como las notas que había tomado. Debo reconocer que me molestó un poco el tono nada conciliador de este hombre, y, bocazas entre bocazas, e incapaz de no responder al más mínimo desafío, le envié a este señor un largo escrito donde le citaba párrafos del libro traducido por su padre, con una nota aclaratoria mía y una versión realizada por otro traductor (José Baeza, para la editorial Juventud), traducción ésta última que ya avisaba yo que parecía haber sido realizada de alguna versión intermedia (probablemente del inglés), pero que estaba escrita en un castellano bastante más legible que el de Cansinos padre. Por supuesto, no obtuve respuesta alguna a mi escrito, pero a partir de entonces, y a pesar de que en muchas y buenas librerías te recomiendan a Dostoievski en la excelente traducción de Cansinos, siempre busco otras traducciones. Hace unos días traté de comenzar Memorias del subsuelo, en Cátedra, y me resultó imposible pasar de la primera página. Hay tantos, tantos escritores que no atendieron cuando les explicaron en el colegio el uso de las comas y de la puntuación en general... Afortunadamente, también adquirí Crimen y castigo, asimismo editada en Cátedra, y con una traducción (al menos en lo que se refiere al uso del castellano) bastante digna y cómoda de Isabel Vicente.

Pero a lo que iba es al martirio que para nosotros, los lectores que no sabemos varios idiomas, termina siendo el nivel bastante triste que alcanzan tantas y tantas traducciones. Te venden un libro precioso, con una planta y un diseño impecables, y con un transductor sustituyendo al traductor. Iré poniendo aquí algunas citas gloriosas, pero de momento quedémonos con algunas de Cansinos, al que, de todas formas, y aunque no sea por su traducción de Dostoievski, expreso mi reconocimiento por ser una persona que pareció sentir lo que hacía, lo que no es poco.


“— Ése es demasiado idealismo —le respondí—, y, por consiguiente, cruel” (Segunda parte, capítulo X).

“Entramos a ver a Natascha. En su habitación no se advertía ninguna suerte de preparativos. Por lo demás, ella siempre lo tenía todo limpio y simpático, sin que hubiera que arreglar nada” (Tercera parte, capítulo I).

“— (…) Por lo demás, Natascha Nikoláyevna, veo que está usted muy enfadada con él, y eso es incomprensible. Usted está para eso en todo su derecho (…)” (Tercera parte, capítulo I).

“Preguntaba con ordinariez y enfado; saltaba a la vista que estaba fuera de sí y enojada con Natascha. En realidad era que todos aquellos días, desde el martes, había estado tan entusiasmada con aquello de que su señorita (a la que profesaba gran afecto) iba a casarse, que se había dado prisa a divulgar la noticia por toda la casa y sus alrededores, en la tienda y en la portería. Estaba muy hueca, y refería con solemnidad que el príncipe, todo un personaje, general y horriblemente rico, había ido él mismo, en persona, a pedir la mano de su señorita y que ella, Mavra, había podido oírlo con sus propios oídos; (…)”
(Tercera parte, capítulo IV).

“(…) A mi agravio se unía aún otro: aquel grosero modo mundano con que, sin responder a mi pregunta, y cual no reparando en ella, me atajó con otra, dándome de seguro a entender así que yo me distraía y me familiarizaba demasiado al propasarme a hacerle a él tales preguntas (…)” (Tercera parte, capítulo VIII).

“(…) a ambos los unía, además de sus pasadas relaciones, alguna otra circunstancia, en parte secreta, algo así por el estilo de un compromiso recíproco, basado en algún cálculo… En una palabra: algo por ese orden (…)” (Tercera parte, capítulo IX).

“— (…) Ivan Petrovich, tengo que decirle a usted dos palabras.
Nos apartamos dos pasos.
— Yo me he conducido hoy como un fresco… Me he portado de un modo ruin y he incurrido en culpa con todo el mundo, pero sobre todo para con vosotros dos. Hoy mi padre, después de comer, me presentó a Alexandrine… (una franchuta), una mujer deslumbradora (…)” (Tercera parte, capítulo IX).

“— (…) Usted es malo, nimiamente malo (…)” (Tercera parte, capítulo X).

“— (…) Serénese usted, mon ami, viva y comprenderá; pero ahora…, ahora necesita usted especies” (Tercera parte, capítulo X).

“— (…) Anda muy preocupado no sé con qué; no me habla apenas, está muy mustio, debe de revolver en el pensamiento algo muy principal (…)” (Cuarta parte, capítulo III).

“— (…) Luego me dijo que me volviese y mirase a la ventana hasta que él me dijese que tornase a mirarle (…)” (Cuarta parte, capítulo VIII).

“— (…) Mámenka apenas podía andar, y a cada paso se sentaba en el arroyo, y yo la iba sosteniendo. Todo se le volvía decir que iba a ir a ver al abuelito, y que la llevara yo allí, y ya hacía rato que cerrara la noche” (Cuarta parte, capítulo VIII).

Fedor M. Dostoyevski: Humillados y ofendidos, Madrid, Aguilar, 1989 (trad. Rafael Cansinos Assens).