sábado, 29 de agosto de 2009

Los juegos del tiempo

El bote se balancea suave y con agrado sobre las ondas perfectas del agua. El bullicio como familiar de las orillas es el color adecuado sobre el que sus risas y las de sus amigos se dibujan y toman contraste. El buen vino rebusca en sus venas cada gramo de alegría, cada centímetro de inspiración, y los ponen en juego en un atardecer que se desliza con elegancia de bailarín hacia el crepúsculo. Su juventud es una manzana brillante, un león distinguido y poderoso, una cumbre diáfana. Choca su copa con la de sus amigos, hombres hambrientos de luz, y entona canciones sobre la tersura oscura de aquellas aguas, sobre la feracidad y la abundancia de aquellos valles, sobre la dicha rotunda y embriagadora de existir.

Entretanto, el otro hombre, muy, muy lejos de allí, la mira un instante de reojo, allá parada junto a la barra, pero en su interior se recrimina porque valora su propio orgullo, porque no necesita temer nada, porque estará a su lado si ella lo desea, y cuando ella no lo desee la perderá. Así pues, se sumerge en la conversación del grupo y en los reflejos del puente sobre el inquieto espejo del río. También estas orillas son bulliciosas, y el pantalán donde toman unas copas se balancea a merced de la inquietud del río. Algunas pequeñas barcas de pedales flotan indolentes y en ellas navegan anhelantes besos, niños sobrados de futuro, parejas melancólicas en las que, lentamente, va introduciéndose la ceniza de la vida. Con los ojos entornados sigue ahora el perímetro del puente, pero no deja de sentirla a su espalda, moviéndose con esa locura maravillosa, inquieta como un animalito, probando siempre los límites de las buenas costumbres. La joven charla con el camarero, apoyada en la barra del pequeño quiosco, mientras él trata de alejarse de allí hacia sí mismo. Un viaje interrumpido pronto por el cuerpo sabroso que acaba de sentarse sobre sus piernas. Ella lo besa, con un beso gratuito y apresurado. Él se siente tan bien: el sabor del bourbon se trenza con el de esa boca de dientecitos pequeños y sabor a tabaco, mientras su mano acaricia, bajo la camiseta de la mujer, una espalda dúctil como el propio río. Algo lo hizo mirar al agua, y entonces, a través de los inescrutables mecanismos de su memoria, lo asaltó aquella frase:

El día declina y se extingue, llega ya la noche para las cosas todas, aun para las mejores. ¡Oíd y ved, hombres superiores, qué demonio es, hombre o mujer, ese espíritu de la melancolía vespertina!

viernes, 28 de agosto de 2009

Escocia: De Glencoe a Campbeltown

08 Glencoe - Campbeltown

 

Castle Stalker

 

Saint Conan Kirk

 

Loch Awe & Kilchurn Castle

 

Loch Craignish

 

Road to Campbeltown

martes, 25 de agosto de 2009

Je, je…

Perdonen la risa, pero es que… Lo mismo no puedo acabar esto porque… ¡Qué dolor de barriga! Estas noticias tan divertidas las debían anunciar como las extremadas violentas: “Les advertimos que la siguiente noticia puede dañar su sensibilidad”. Je, je, si es que estos americanos son unos cachondos… Desde que ayer le dieron religioso eco en el Telediario (que, una de dos, o se quedó sin noticias o le pagaron bien la publicidad), no he podido parar de reírme. Anoche mismo, incluso dormido, me dice mi mujer que me reía en sueños… Es lo de los diez mejores guitarristas de la historia… Ustedes perdonen que no pueda acabar las frases pero es que… Guitarristas de guitarra eléctrica, claro, pero aún así, es que me mondo… ¡Ayyyy…! A ver, serenémonos, a ver si puedo apuntarles aquí la lista, pero es quKeith_Richardse… Sí, eslashjem, ya… La lista es…

1. Jimi Hendrix
2. Slash (Gun N'Roses)
3. B.B. King
4. Keith Richards (Rolling Stones)
5. Eric Clapton
6. Jimmy Page
7. Chuck Berry
8. Les Paul
prince9. Yngwie Malmsteen
10. Prince
Mención especial para Johnny Ramone

¡Jua, jua, jua, juaaaaaaa…! ¡Que me meooooooooooooo…!

lunes, 24 de agosto de 2009

Rediós el Único (minuencias sacramentales)

¿Cómo meditar si hay que referirlo todo a un individuo… supremo? Con salmos, con oraciones no se busca nada, no se descubre nada. Sólo por pereza se personifica la divinidad o se la implora. Los griegos se despertaron a la filosofía en el momento en que los dioses les parecieron insuficientes; el concepto comienza donde acaba el Olimpo. Pensar es dejar de venerar, es rebelarse contra el misterio y proclamar su quiebra (…).

Una religión se instaura sobre las ruinas de una sabiduría: los manejos que emplea aquélla no convienen a ésta. Siempre prefirieron los hombres desesperarse de rodillas que de pie. A la salvación aspiran su cobardía y su fatiga, su incapacidad de alzarse al desconsuelo y de extraer de él razones de orgullo.

E. M. Cioran, La tentación de existir

No sabría decir nada más conciso sobre ella: la religión es una estupidez. Sé que corro el riesgo de que muchos se sientan insultados, incluso buenos amigos, y puedo caer mal y pasar, como no podía ser de otro modo, por intolerante. De poco servirá que precise que es la religión lo que me parece una estupidez, y no la gente que con más o menos fervor la profese. Tampoco servirá (y miren que es un tic bastante cristiano que conservo) que me culpe a mí mismo de cultivar otras muchas estupideces, pero se puede cabalgar contra cualquier creencia, salvo contra las religiosas, y mucho menos contra las creencias religiosas de mayor éxito.

Y es que llevamos miles de años embarcados en esta sobredimensionada tontería, y a estas alturas parece que cualquier crítica a las santas tradiciones es un acto gratuito e innecesario. Mucho más cuando hoy día es difícil encontrar un cristiano o un católico que no se enorgullezca de haber superado esa visión pazguata y esclerotizada de una religión puramente ritualista, convertido el que más y el que menos en una especie de dulce hippy liberal que valora, sobre todas las cosas, el mensaje de Jesús, limpio de las toneladas de porquería que durante dos milenios, al parecer involuntariamente, generó y arrastró el famoso judío.

virgen Cierta vez, una buena amiga me dijo que ella, por encima de la opinión que le merecía la trasnochada creencia en la virginidad física de la Señora de los Cristianos, valoraba en la figura de María la capacidad de asunción de su responsabilidad: una mujer que, súbitamente, debe convertirse en madre de Dios (ahí es nada), y que, sencilla entre las sencillas, debe soportar también el enorme dolor de que le liquiden a uno de sus hijos, y nada menos que el más popular. Cualquiera que se encuentre dentro del sistema religioso, que se halle acostumbrado a asumir con frecuencia y soltura todos esos mitos y leyendas ancestrales, que sea capaz de medir con un rasero las certezas y probabilidades físicas, y con otro las verdades inquebrantables de la fe, podría hacer este discurso que hizo mi amiga sin que le picase nada; pero quien viva con los ojos en este mundo y no en las alturas, quien necesite ser respetuoso con las reglas básicas del saber, que no son otras que las que nos permiten comunicarnos y convivir; a quien repugne resolver las dudas existenciales con disparatadas soluciones, urdidas por ese ejército de hombres sectarios e intrigantes que compusieron la historia de la Iglesia, éste no puede más que rechazar la idea de mi amiga. La historia, como poco, no encontró pruebas convincentes de la figura de Jesús, y mucho menos de la de su madre. Sí parece claro que, de haber existido, la Virgen, cuando tuvo en su virginidad a Jesús, ya había dado a luz previamente a varios de sus hermanos (de Jesús, que cuando todo es posible se hace necesario precisar), e imaginamos que lo hizo con una castidad parecida. Pero más allá de la escasa probabilidad de la virginidad real de la Virgen, e incluso más allá de la mala intención que animó durante siglos a los gerifaltes eclesiásticos, que en el siglo V comenzaron a vender el producto virginidad para no aclararse del todo hasta el XIX, en que la Virgen fue declarada oficialmente del todo Virgen, digo aparte de ambas circunstancias, yo creo que el ejemplo de una mujer improbable, en una historia improbable, en una fecha antiquísimamente improbable, no puede servirle a nadie si no se le echa una imaginación de cuidado… de cuidado psiquiátrico, claro.

ángel 2 ángel 1 La religión, definitivamente, es una estupidez. Hay que reconocer que, al fin y al cabo, todos nos movemos auxiliados por una o varias estupideces: el amor, la fidelidad, las costumbres, la bondad, el respeto, la fantasía… Las estupideces son útiles sobre todo a la hora de engañarnos sobre nuestra soledad. Yo, particularmente, soy un enamorado de las estupideces, un estúpido e incurable sentimental que trata de convertir en estupidez prácticamente todo lo que toca. Incluso la ciencia se convierte en una estupidez cuando se adora la cuadratura lógica, cuando se anhela ese momento en que uno coloca la última pieza del rompecabezas y el mundo es perfecto por un instante. El aire que nos rodea contiene una alta concentración de estupideces que nos ayudan a respirar. Por tanto, el problema no es que la religión sea una estupidez. El problema viene luego, cuando la religión reclama, vía fieles y ministros, su estatuto de seriedad, o cuando se usa para su venta un marketing inhumano depurado durante siglos. La religión es una tremenda estupidez creada con técnicas refinadas de fidelidad, donde una parte crucial del individuo (una de las que le distingue del animalito) se anula de una forma socialmente aceptada. No es difícil distinguir incluso en mi amiga, inteligente entre las inteligentes, o en otros aparentes blasfemos que bohemian por el mundo, ese tufillo de inconsistencia y moralina que habla del triunfo de la religión, de la interiorización del elemento extraño religión como componente natural de nuestras existencias.

***

Aunque parezca lo contrario, ninguna religión tiene axiomas inquebrantables: en cuanto una religión se hace fiel a unos principios firma su pronta desaparición. Una religión con vocación de futuro debe ser flexible: si el negro ha de ser mañana blanco, sea. Pero aún más que esa flexibilidad, que no es tal sino pura e interesada incoherencia, lo característico de una religión es conseguir la esquizofrenia de la grey. Uno no es esquizofrénico cuando, ante una misma situación, actúa de diferente forma en diferentes momentos; tampoco es esquizofrénico aquel que, a la hora de analizar un suceso, hoy estructura su pensamiento de una forma y mañana de otra. Alguien me dijo una vez que no tenía problema en sucumbir a las muchas obligaciones y límites que a uno le impone la vida, pero que se daba por satisfecho si al menos se percataba de que sucumbía. Y eso puede aplicarse a todo: me encanta que gane el Betis, pero soy libre de desear que el Betis baje a tercera porque sé sin lugar a dudas que el fútbol, como otros muchos entretenimientos, no es más que un cuento para gente que no tiene otra cosa mejor que hacer, y yo, sin dedicarle apenas tiempo al jueguecito, elijo querer que gane el Betis. Por el contrario, un esquizofrénico es aquel que cree a pies juntillas que rozar el palio de la Blanca Paloma insufla en él un aliento divino que Dios —admítaseme el término de mi querido y llorado amigo Curro Bizcocho— vehiculiza a través de su madre (¡madre de Dios y a la vez madre de su hijo!), alguien que, al minuto, reivindica la cordura y la sensatez en otros muchos aspectos de la vida. La religión es, y la cristiana una de las que más, gracias fundamentalmente a la vulnerabilidad que le han prestado sus dos milenios de historia, el cuento más estúpido que jamás haya inventado el ser humano. No cabe duda que es un cuento útil, fructífero socialmente, porque ha mantenido durante miles de años, en los que nos faltaba la televisión y la masa se hallaba incomunicada y bruta, a esta masa bajo la férula del poder.

Luego de un período inicial piojoso, de riesgo y derrota continua (ellos mismos se burlaron del propio líder, y lo pisotearon como se pisotea a una cucaracha, sin darle más importancia), San Pablo inició su maquiavélico giro hacia el poder, hacia los gentiles, hacia la suavidad, reinventando y adaptando poco a poco aquellos primeros escarceos revolucionarios del judío loco, del iluminado Jesús y sus amigos. La Ley judía, bastante inflexible y mijita cabezota, sobraba en el camino hacia el éxito. Todo era más fácil si el poder estaba con los elegidos, si el propio poder dirigía la estupidez, y en poco tiempo era el propio Emperador romano el que convocaba los concilios y actuaba de portavoz divino. Y aún más fácil si la buena nueva se demostraba exenta de peligros y compatible con una vida normal de lujuria y ambición (ah, bendita confesión, bendita penitencia, bendita absolución…). Desde entonces, la historia de la Iglesia ha sido una historia criminal salpicada de algunas excepciones de buena fe, y como toda historia criminal, como todo acto de poder, ha sido algo útil para la cohesión social, para la cohesión del rebaño, para la suavidad del reloj, para que la muerte no duela porque no duele la vida ni duele la soledad de nuestra naturaleza. Pero aparte de útil, el cuento cristiano ha sido realmente estúpido: no hay quien se lo trague, salvo algunos miles de millones de seres humanos, claro.

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Imaginemos por un momento que usted nota su soledad, que está solo o sola en el mundo porque incluso los que más quiere, los que más le quieren, se encuentran, en su complejidad, a una distancia considerable de usted. En esos momentos nadie comprende lo suficiente su realidad, sus anhelos, sus dudas… En eso llego yo, que nadie puede negar que me doy un aire al Mesías, y en verdad le digo: "Hermano/a, no hallas la luz porque buscas fuera de ti. Escarba en tus entrañas, siéntate en el borde de un acantilado, ante la inmensidad del mar, y escruta tu ser. Cuando observes que un rayo de luz se desliza tras esa nube que cubre el horizonte, ahí está Rediós, mostrándote su grandeza. Rediós piensa en ti, se preocupa por ti, y en verdad no te necesita, porque Rediós es eterno. Volverá a ensartar las nubes con los rayos solares luego de que tú y yo hayamos perecido. Rediós no tiene relojes, pero él, Amo del tiempo y Señor del mar, la tierra y el espacio, se muestra especialmente ante ti, te ha elegido. Confía en él, entrégate a su enseñanza, a la dulzura de su paso entre las nubes, a su saber estar en armonía con los cielos. Confía en él y serás salvo/a, como nuestro hermano Misha,cura que aplicó las diecisiete máximas de Rediós y halló la felicidad". Hace rato que usted piensa en las sectas, esas pequeñas religiones que, como los jíbaros, tratan de reducirnos el cráneo. Casi todos coincidimos con esos pelagatos, pero pocos se atreven a decir que el Emperador está desnudo, porque casi todos están convencidos de que el Emperador luce un antiguo y venerable traje dorado y mágico, porque la mayoría cree, y los que saben creen, y la historia cree, y el Emperador cree que realmente va vestido. Hay que tener mucha inocencia, mucha humildad y, por qué no, mucho valor para ver desnudo a ese viejo estúpido.

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A la religión, a las Iglesias, no sólo no les importa que existan los herejes, sino que las herejías les son de todo punto necesarias. Las Iglesias, como todos los instrumentos del poder, saben que la masa humana actúa como el hormiguero, donde el aparente caos de las hormigas termina urdiendo el orden de la colonia. La Iglesia, la religión como diabólico sentimiento que vive en nuestras sociedades, sabe que hay cristianos que odian al Papa y cristianos que adoran al Papa, cristianos que se dedican a primeras comuniones, casamientos y misas de difuntos, cristianos de falda larga y traje de marca, cristianos rocieros y de procesión, cristianos de rosario y chismorreos, cristianos locos de misión y desprendimiento, cristianos de base, cristianos marxistas, guerrilleros, homosexuales, cristianos agnósticos, cristianos ateos, y algunos miles de millones de cristianos más porque no existen dos cristianos que crean en la misma historia. Pero al final el bien y el mal, no lo que cada uno de estos términos contengan, sino esa estructura de bien y mal, el maniqueísmo en sí, la superficialidad, una simulada cordura que es realmente locura prefabricada y patentada, la previsibilidad, la costumbre institucional, la admisión de lo que es porque siempre ha sido, la impotencia que pone el poder individual en manos del poder colectivo, todo ello regado de prerrogativas políticas, de vanaglorias episcopales, de esa obsesión proselitista de la religión que de por sí deslegitima a cualquier persona o instancia, ese gran y último objetivo de la propagación de la buena nueva se consigue. El hormiguero funciona, avanza, y siempre hay un perro pastor, tiren por donde tiren las ovejas… perdón, las hormigas. La técnica es tonta de simple, y la historia que la sustenta realmente estúpida, pero a eficacia no se inventó nada mejor.

***

Concluyo, ¿quiero decir que todo aquel que cree en Dios es un estúpido? Bueno, quien se ejercita en la estupidez acaba siendo un estúpido, pero también es cierto que en cuestiones de estupidez a ver quién es el guapo que tira la primera piedra. El problema de determinadas estupideces reside en que están fabricadas para ser creídas a pies juntillas, para manchar cualquier valor, cualquier pensamiento del creyente con el color de la nueva ley, para sustituir la moral personal y trabajada de cada uno (¿en qué consiste si no nuestra vida como personas?) por unos mandamientos descabellados. La religión trata de escamotearnos nuestro sentido de la vida, sustituyéndolo con uno universal, un esquema de pensamiento que una banda de pálidos vividores han venido construyendo durante veinte siglos para que las hormiguitas vayamos de aquí para allá, libres para cumplir la ley de Dios. Por supuesto, ustedes mismos…

Libro Rediós

viernes, 21 de agosto de 2009

Ilusión musical

Me subo al coche. Suena un disco donde alguien, no sé si de forma comercial o particular, ha reunido lo que llaman 100 Greatest Rock Guitar Solos, recopilación donde se mezclan temas impresionantes con verdaderas boberías. De pronto suena un grupo elegante, sólido, divertido. No hacen una música genial, pero suenan creativos y frescos. Phish, con Stash, un tema de su disco A Picture Of Nectar.



jueves, 20 de agosto de 2009

Magias de tres al cuarto

Simpsons 1 No hay nadie como Los Simpsons, por supuesto en los círculos no delicados de la cultura, para Simpsons 5decir las verdades del barquero. Al inicio del episodio 15 de su 19ª temporada, titulado Smoke On The Daughter, la familia Simpson se traslada a una lejana librería donde esa noche se va a poner a la venta el enésimo capítulo de la saga de libros de Angelica Button, un remedo Simpsons 3clarísimo de nuestro nunca bien detestado Harry Potter. Una cola de gente disfrazada de este o aquel personaje de la saga entra en la  tienda por la fuerza. En una escena posterior, los Simpsons vuelven a casa en el coche con varios ejemplares del libro, gordo, gordísimo, como no podía ser de otro modo. Entonces Lisa abre el tocho, titulado Angelica Button y el mortal desenlace, y lo hojea contando atropelladaSimpsons 4 y aproximadamente lo siguiente:

— El primer beso de Angelica, bla, bla ,bla, quejas sobre su gato, ¿y a mí qué?, el profesor Skizzletwitch es un hombre-oso... pero no, no lo es, Malvagio Krubb resulta ser Kralvagio Mubb, todo está perdido, Angelica usa el hechizo que aprendió en el capítulo seis, magia, magia, magia, y todo acaba bien.

Entonces tiran por las ventanillas los libros, que quedan desparramados por el asfalto nocturno. En cuanto llegan a casa, Homer dice:

— Bueno, ha sido el libro de este año. Creo que nos merecemos algo de tele.

Y los niños contestan alborozados:

— ¡Tele, tele, tele!

Pues eso.

Simpsons 2

lunes, 17 de agosto de 2009

El amigo Enriqueto

A mi amigo Pichurri, que probablemente nunca leerá esta bobada.

Don EnriquetoCualquiera sabe hoy día que la Amistología es la ciencia que estudia el fenómeno de la amistad y el de sus entresijos, y que Don Enriqueto Locuaz Rodríguez del Rinconcillo fue su fundador. No obstante, pocos conocen las vicisitudes que compusieron la vida de este sabio.

Nacido Don Enriqueto en la noble villa de Gatillar de Arriba, sintió pronto en su interior el inquieto gusanillo del estudio, pero observando que casi todas las disciplinas cuya investigación consideraba se encontraban en un alto grado de desarrollo, al menos hasta extremos que se le hacían difíciles de remontar, resolvió tratar una materia nueva y muy querida, de cuyo estudio, además, se constituiría en padre y pionero. Y fue así como vino a desarrollar los axiomas de la Amistología.

Don Enriqueto, en privado, solía presumir de las muchas relaciones amistosas que de joven había mantenido, y habiendo observado cuán aceleradamente el número de ellas iba decreciendo en la madurez, se empeñó en extraer conclusiones de tan curioso suceso, lo que de paso le proporcionaría dos beneficios: por un lado descubriría las razones de esa disminución alarmante en el número de sus amistades, y por otro alcanzaría la fama que todo fundador de una ciencia merece.

Así fue como, con denuedo científico y coraje aventurero, a finales de un mes de noviembre pudo apuntar su primera Ley, la llamada Ley Fundamental de la Amistología: sobre la base de que en el ser humano los humores amistófilos máximos se alcanzan a la edad de 8 años, humores alojados en la región posteroinferointerna del cerebro y responsables fundamentales de la cantidad de amistad que rodea a cualquiera, se comprueba que el incremento o decremento de amistad (ΔA) es proporcional a ΔE, que representa el aumento o decremento en el tiempo (t) del volumen de los humores amistófilos, aunque con las siguientes correcciones apuntadas en esta fórmula:

Fórmula amistad en la que α representa la distancia media a los domicilios de todos los amigos, n el número de libros prestados entre ellos, y H la mediana de sus edades.

Don Enriqueto no pudo menos que revolucionar los ambientes eruditos de su época con esta primera aserción sobre el espinoso tema de la amistad. Tras este primer hallazgo, seguiría asombrando a amigos y enemigos con otras leyes como la de La discordia inherente a la amistad, o aquella tan polémica Ley de la bendita soledad, en las que nuestro ilustre científico exploraba los detalles matemáticos de los riesgos que comporta la amistad, de las artimañas más usuales e irrespetuosas esgrimidas por los mejores amigos, y de las soluciones que cualquier pobre hombre puede encontrar a la disminución alarmante de gente en la que confiar.

Don Enriqueto murió solo, abandonado por su mujer que, de un modo patentemente injusto e incomprensible, declaró poco antes de la muerte de su ex marido: "No lo aguantaba, era insoportablemente vanidoso e infantil". Todos sus amigos fueron en apariencia felices, aunque se dice que él murió con una gran sonrisa en los labios. Sea como fuere, la ciencia debe a este gran hombre un recuerdo cuando menos amistoso.

In the end

Abbey Road

And in the end

The love you take

Is equal to the love

You make

Sí, este disco de los Beatles no es tan simple como los demás. Todos son geniales, pero no me hagan mucho caso porque soy un fan entregado. Fueron la banda sonora de mi juventud, y me supe casi todas sus canciones incluso antes de saber lo que decían. Abbey Road, de todos modos, no es un disco tan simple. Y termina así, expresando algo que me hace pensar.

Vengo de visitar a mi padre, y escucho en el coche a Paul McCartney decir que el amor que al final te llevas es el mismo amor que das…

Tumbado desde hace meses en una cama, son contadas las capacidades que mantiene mi padre: sonríe leve y muy ocasionalmente, le cuesta un mundo fijar la mirada y atender a los que le hablamos, y responde, cuando responde, con alguna palabra sencilla y mal pronunciada. Apenas mueve los brazos o las piernas, y las manos, anquilosadas, se le van cerrando para siempre. No conoce a nadie, todos somos extraños para él.

Pienso en el amor que, más allá de sus errores, entre los que está el fracaso de su matrimonio, repartió entre todos los que hemos estado cerca de él. Pero ahora no queda casi nadie a su lado…

Escocia: Drumnadrochit, Loch Ness, Foyers

07 Glencoe - Drumnadrochit - Foyers

-------- Drumnadrochit --------

-------- Loch Ness – Urquhart Castle --------

-------- Foyers --------

-------- Entre Foyers y Fort Augustus --------

12 20.39.37 H2 Panorama

12 20.42.44 H2 Panorama

viernes, 14 de agosto de 2009

Aviso cazafantasmas

No recuerdo si ya dije que no tengo problemas para abandonar un libro, y aún menos cuando estoy convencido de que, una vez aparcado, no volveré a cogerlo. Hace poco sobrevolé los tres primeros cuentos de Los peces de la amargura, de Aramburu, y en el cuarto no me tembló la mano al devolver el libro al estante, cerrándolo para los restos.

En mi cumpleaños, entre los libros que me regalaron, recibí uno de cartas de Rainer Maria Rilke: Cartas del vivir. Al ser un regalo, y de alguien a quien quiero mucho, no supe leer en el subtítulo la condición del libro: Epistolario sobre el amor, la vida, la muerte, la sexualidad, la plegaria, etc... El etcétera y los puntos suspensivos están tal cual en el subtítulo. El libro contiene un prólogo y veintidós cartas del poeta checo, y está editado por Ediciones Obelisco, empresa dedicada a la Astrología, la Autoayuda, las Ciencias Ocultas, las Artes Marciales, el Naturismo, la Espiritualidad, la Tradición, etc... También el etcétera y los puntos suspensivos son de la editorial.

La traducción, el prólogo y supongo que la elección de las cartas está a cargo de un señor ya desaparecido, Antoni Pascual. Buscando en la red, encontré sólo tres referencias de este hombre: una la de un libro que escribió, El diálogo con el inconsciente: Antonio Machado, publicado también en Obelisco. La segunda referencia la encontramos en la traducción de otro libro de Rilke, las Cartas a un joven poeta, pero para otra editorial poco conocida y de nombre intrigante: Magoria. La tercera y última referencia se halla en una página de la Asociación Marcel Légaut, dedicada a preservar las enseñanzas de un señor que predicaba el espiritualismo y muchos otros de esos etéreos etcéteras, todos en la línea de los ya apuntados suspensivamente.

Cuento todo esto porque, machote entre los machotes, he leído la obrita entera. Mi afición por las cartas y el carácter de regalo entrañable del libro (reconozco que todo unido a que no alcanza las ciento cincuenta páginas, y con un tipo de letra de tamaño considerable) me llevaron hasta el final. También es cierto que lo hice movido todo el tiempo por una pregunta.

Leí hace muchos años las Cartas a un joven poeta, y con esta simple lectura guardaba un buen recuerdo de Rilke. Es cierto que me las leí en una época casi juvenil en la que yo mismo me sentía pura espiritualidad, y sobaba tan sin empacho mis sentimientos que al andar iba dejando por la calle un reguero de poemas. Pero ahora, mientras leía el libro, pensaba: Rilke no puede ser tan redicho, tan vago, tan superficialmente onanista, tan estúpido.

En todo epistolario el compilador suele tratar de situar las cartas del autor, aclarar el contexto en el que fueron escritas, hacerlas legibles para alguien que no tiene a su disposición las otras cartas que se cruzaban con ellas, ni la biografía completa de quien las escribe. Pues bien, el señor Pascual hace todo lo contrario: escribe un prólogo confuso y dedicado a extraer, masticar y ensanchar las enseñanzas de Rilke, sobre todo aquéllas que cuadran con todos estos asuntos espiritualistas antes mencionados. La selección de cartas no tiene otro objeto que ése: afirmar las cuatro verdades de la secta, y claro, se acaba creando una imagen de Rilke que, imagino, debe andar muy lejos de la realidad. El traductor se convierte en el verdadero protagonista del libro, con notas al pie larguísimas, en las que, bajo pretexto de explicar alguna expresión de Rilke, larga sus arengas sobre contemplaciones de nuestro interior, inspiraciones divinas de nuestra alma o sobre la belleza irrebatible de nuestro triste destino. Llega el buen hombre a escribir una nota tan larga al final de un capítulo, que me vi físicamente leyendo un libro de Pascual con anotaciones epistolares de un tal Rilke. Especialmente hilarante resulta esa nota dedicada, supuestamente, a aclarar quién era una de las destinatarias de sus cartas: en casi todos los capítulos el señor Pascual, como es de recibo, hace algunos apuntes de las personas a las que van dirigidas las misivas, pero en este caso aparece el nombre, Lotte Hepner, con una nota que dice: “Véase Briefe II, pp. 510-516”. Es decir, este buen hombre pretendía que, para saber quién era Lotte Hepner, yo buscara esa obra, ¡en alemán!, y consultara allí los datos de la muchacha. Tampoco me resisto, por último, a reproducir aquí algunos pasajes de sus desvaríos. Acaba el prólogo con un curioso deseo:

Ojalá un día, entre tanta carencia de ser, aceptada con humor y paciencia, esperando lo imposible, podamos concluir como concluyeron sus Sonetos a Orfeo: Ich rinne, Ich bin, Yo fluyo, Yo soy.

Por otro lado, en una nota al pie, el señor Pascual indica:

Justamente en el imprevisible e inmanipulable azar se experimenta la trascendencia de la conciencia absoluta sobre la conciencia normal emocionalmente identificada con sus objetos y dependiente de ellos, esa conciencia absoluta a la que el ser humano está llamado.

No creo que vaya yo a frecuentar demasiado a Rilke, primero porque es poeta, y ya saben ustedes de mis problemas con la poesía; segundo porque escribe con un estilo, muy propio de Alemania, que sólo los grandes genios y abordando grandes temas son capaces de hacer interesante, y ni él me parece un genio ni sus temas en exceso interesantes; y por último porque muchas de las afirmaciones que hace en sus cartas lo sitúan demasiado lejos de mis gustos filosóficos. Pero no puedo dejar de advertir que, con este librito ridículo, al pobre mío lo han atropellado con el coche de los Cazafantasmas. Menos mal que junto a este cojo epistolario, venía el primer tomo de las cartas completas de Nietzsche, hermosamente editadas, juiciosamente prologadas, clarificadoramente anotadas y tan, tan interesantes...