La Señora Frog, entrada en los sesenta, con sus pasitos ínfimos, livianos, y envuelta en una nube de tics, se desliza por la escalera camino de la planta sótano. En el almacén encuentra a un hombre despeinado que, abstraído tras un mostrador y rodeado de cajas de varios tamaños, anota en maltratados albaranes unos garabatos ilegibles. La Señora Frog, jefe de la sección administrativa del área, se detiene entonces ante el mostrador y hace ademán de ponerse las gafitas doradas que cuelgan de su cuello, pero las vuelve a dejar caer sobre el pecho y comienza:
— ¿No? Buenos días. El escrito... Sí, verá. Las bandejas, si puede… ¿Las tiene azules?
El hombre despeinado, rollizo y sudoroso, calvo a rachas y con algunos rizos colgando sobre su frente, se vuelve hacia un muchacho que, a sus órdenes, cansina y ruidosamente, se desplaza de aquí para allá con bolsas y objetos que deja caer sin cuidado sobre las cajas.
— ¡Quique, coño, ¿vienen esos almanaques o qué?! —ruge el individuo, y luego, tras terminar de escribir sus garabatos en el albarán e inclinándose sobre la pila desordenada de papeles, mira por fin a la Señora Frog—. A ver, ¿qué quiere?
— Sí, bien —otra vez el amago de las gafas, con el cuello erecto y pequeños espasmos perfectamente sincronizados con su mirada imprecisa—, es que les enviamos a principios de mes un pedido, y era por si las bandejas podían ser azules —suena ahora una risita turbia—, porque el amarillo...
— ¿Qué bandejas?
El rostro de la Señora Frog parece hacerse mayor y más plano en un artificioso gesto de preocupación, y sus diminutos ojillos, muy separados y perdidos en la ancha inmensidad de su cara, se abren al límite. Aunque no hay enfado, el aparente enojo es sólo fruto del apuro que la Señora Frog siente al tener que reiniciar el discurso.
— Que como hicimos un pedido de material de oficina, Rocío decía que dos bandejas, pero menos mal que yo caí en que, además de las entradas y las salidas, podíamos tener una de firmas —el despeinado se arregla los desajustes de la pelambre mientras asiente con su cabeza de estibador—, y... ¿no?
— Vamos, usted quiere decirme que han hecho un pedido de bandejas, y que ahora las bandejas no las quiere amarillas...
— Bueno, pero... Rocío decía que...
— No hay problema, Señora, cogemos el albarán y anotamos el cambio. ¡Quique!
— Sí —interviene indecisa la Señora Frog, sometida a la correspondiente miríada de tics—, ya he entregado un escrito de modificación en el registro, ¿no?, y en cuanto lo firme el interventor...
— ¡Quique, tráete para esta mujer tres bandejas verdes de esas de plástico!
La Señora Frog, con ese balón de pelo frágil, ese casco abultado de laca y aire, se muestra incapaz de llevar hasta el final ninguno de sus tics, a los que se superponen muecas extravagantes e inesperadas. Parece que al fin va a conseguir colocarse los anteojos, unas lentes exiguas que, sin embargo, no tardan en caer de nuevo sobre su pecho. La Señora Frog, artificiosa, casi ficticia, con esa hechura añeja de vieja maniática, enciende de nuevo su mirada y, con voz quebrada por la emoción, dice:
— Pero el escrito de modificación no está firmado, y ahora... ¿No sé si me...? Vamos a hacer una cosa —el hombre despeinado, con la camisa de cuello sucio muy ajustada al torso, la mira boquiabierto—, usted me prepara el pedido, y en cuanto me envíen por correo interno la conformidad del interventor, yo le remito a usted la solicitud, porque ya las fechas no coinciden, y será mejor hacer un nuevo documento para...
— Un momento. ¿Qué número de pedido era?
— ¿El número de pedido? Sí, lo tengo por... —la jefe de sección administrativa revuelve unos papeles y continúa—. Sí, ésta es la conformidad que ya no sirve, y la solicitud interna al director, su respuesta..., el informe preceptivo de necesidades y... Es que debería tener este expediente ordenado pero como nunca... Rocío... Un momento... Sí, la notificación de... No, éste es el estudio previo de... Aquí está: dos, tres, cero, a, veinticinco, efe, zeta, hache, ¿no?
El hombre despeinado trata los albaranes con un desprecio insultante, les dobla las esquinas, mortifica y arruga su superficie, incluso en alguno se advierten manchas grasientas probablemente del desayuno. La Señora Frog da un pasito invisible hacia atrás mientras produce arrítmicos sonidos agudos, ruidos que recuerdan a los chillidos cansados de las tupidas selvas del Amazonas.
— Pero este pedido es de sólo tres bandejas... Señora, esto lo cambiamos sobre la marcha y santas pascuas. Además —hombre resuelto, hombre rudo y enorme—, en el albarán no aparece el color, con lo que no tenga usted cuidado, que ahora mismo se las traemos verdes y asunto terminado.
— Azules, pero es que en la solicitud pusimos amarillas y...
— ¡Quique! ¡Que sean azules! ¡Y date prisa, joder!
— Uy, no... Es que... Así no se debe... Sin el informe... Yo me llevo el expediente, porque... Y sólo era que usted lo supiera para que no le cogiera de... ¿no?
— Nada, nada... No se preocupe de... ¡Eh, oye, pero qué... Dios mío...!
Nadie hubiera creído a Rocío capaz de aquello. Al contrario: dulce, cariñosa y soñadora, tal vez algo triste, trataba siempre de hacer su trabajo con pulcritud y eficacia, aunque todos sabían que sus esfuerzos eran vanos estando al servicio de la Señora Frog. Aun así, tras varios años de trabajo bajo su insensata jefatura, ella nunca había perdido la esperanza de organizar todo aquel desbarajuste. Por eso, todos los compañeros de la planta comprendieron que en ese instante Rocío irrumpiera en el almacén, y que, dejando al despeinado estibador con el mentón descolgado por el asombro, abordara a la Señora Frog. En pocos segundos sepultó su cuchillo más de quince veces en las fláccidas carnes de la mujer, la cual, tras mirar a la pobre Rocío con su cuchillo goteante en la mano, y entre grititos bañados de sangre, consiguió en un supremo y postrer esfuerzo colocarse sus doradas gafas y echar un último y arrobado vistazo al arduo y trascendental expediente de las bandejas.
7 comentarios:
Aunque me parece mas propio un buen grapadorazo en la base del craneo, meterle la cabeza en la destructora de documentos o cortarle las venas con un cutter...
La gente ya no tiene estilo ni asesinando... De todos modos, había que impedir que el estibador salvara en el último momento a la Rana, y nada como un manojo de puñaladas, que mantiene a cualquier amante de los anfibios a una distancia prudencial del cuchillo. La Rocío ya tenía que estar harta, ¿eh?
Me he estado poniendo al día, querido Sir. Esto de disfrutar las vacaciones en semanas alternas tiene por inconveniente que para no perder comba uno debe revisar varias veces a lo largo del verano las cosas de los amigos. Las fotos escocesas, por cierto, son espléndidas. Y de los nocturnos me quedo sin duda con el 141. Tengo cierta obsesión por el asunto de las incontinencias verbales. El cuento, aunque a muchos no se lo parezca, es totalmente verosímil. Doy fe: trabajo en la Administración. Un fuerte abrazo.
Querido amigo, este año para mí también están siendo las vacaciones algo raras. No es que me queje, porque me gustan mucho mi hijo y la física, pero mis últimas dos semanas de vacaciones estarán dedicadas a eso, a estudiar con el amigo la física que no estudió en el curso.
Por otro lado, me he propuesto muchas veces disminuir mi verborrea, o al menos bajar el tono de voz, pero oye, no pierdo la esperanza de conseguirlo. Algún día, aunque sea lejano, me quedaré calladito como un muerto, tú verás como lo consigo...
Y bueno, sobre la Administración, qué decir... Este pequeño relato está basado en la vida misma, aunque los comprensible deseos criminales de varias personas no se han realizado, claro. En fin, un abrazo fuerte, y espero que podamos vernos por Cimavilla en pocas semanas...
Sorprendente final para una historia muy bien relatada. Gracias por compartirlo y buena suerte, Sir.
Hacía mucho tiempo que nop escuchaba a Rory Gallagher. Hasta me había olvidado de él.
Gracias, Luis, me alegro que te haya gustado el relato. Aunque lo del final con grapadora propuesto por Sandro cada vez me gusta más... Y sí, Rory siempre estará ahí esperándonos con su música. Un abrazo.
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