viernes, 23 de septiembre de 2011

Humorismo musical

Imagino que en algún sitio del Manual de Estilo de El País, que gracias al cielo no se me ha ocurrido leer, aparecerá una recomendación parecida a ésta: “Aunque la noticia sea una sandez, hay siempre que adobarla con poesía periodística”. Tal vez por eso casi todos los medios se han hecho eco de la separación del grupo R.E.M. comentando sencillamente las declaraciones pomposas e insulsas de los propios protagonistas, mientras que El País aborda emocionado el asunto y ensalza con pasión a la banda.

Popgrama También imagino a El País con un plantel de críticos musicales suficiente para que, se hable de quien se hable, de Hiromi Uehara o del Fari, de Cream o de R.E.M., alguien glose las bondades del agasajado. Ante todo, buen rollito. Incluso cuenta en sus filas con un tal Diego A. Manrique que, en la vejez, y ya muy lejos de aquel buen gusto que demostró en el prehistórico Popgrama, igual se pirra por dios que por el diablo, que lo suyo es disfrutar epidérmicamente, con naturalidad e inmediatez, sin comerse demasiado el tarro, pero eso sí, con mucha poesía.

En este caso, Íñigo López Palacios nos planta un artículo sobre R.E.M. que podría ser calificado de humorismo musical. Reconoceré para empezar que a mí R.E.M. me parece un grupo detestable, simple (que no sencillo) y más ñoño que perrito piloto, y que nunca, ni en sus supuestos mejores discos, han hecho nada que pueda haber trascendido, ni de lejos, los hitos alcanzados por Los Diablos o Fórmula V. Pero el artículo de López Palacios no sólo mueve a risa, sino que, si no teníamos bastante con la prueba de su propia música, resulta revelador sobre los méritos artísticos de estos exitosos cantamañanas.

rem El artículo comienza resaltando, como casi todos los demás, la sentencia asombrosa del líder de la banda, Michael Stipe, que afirma lo siguiente:

"Un hombre sabio dijo: la gran habilidad para ir a una fiesta es saber cuándo es el momento de irse".

Bonita frase que, en su profundidad insondable y su insuperable belleza, podría ser atribuida a cualquier filósofo anoréxico, de flequillo insospechado, arreglao pero informal.

Don Iñigo afirma que ”han llegado mucho más lejos como banda de lo que nunca imaginaron y ahora se sienten sin ganas de continuar porque ya no saben que [sic] hacer”. Aparte de dudar de la sección Acentos del Manual de Estilo, uno empieza a sospechar que ni ellos se creyeron el éxito que tuvieron. El periodista nos lo aclara: “La verdad es que hacía ya bastantes años que R.E.M. habían perdido la trascendencia cultural que una vez tuvieron. Que fue enorme. Son la banda básica para entender el acceso del rock alternativo a los estadios”. Lo de R.E.M. no era música como tal, sino trascendencia cultural, y fueron, ahí es nada, referentes para el rock alternativo. No puedo dejar de preguntarme: alternativo ¿a qué? Incluso veo la mayor: ¿rock? ¿R.E.M. es una banda de rock? El periodista de El País nos lo aclara enseguida: “Frente a la frivolidad, los sintetizadores y el pop de colorines ellos apostaban por las guitarras cristalinas del folk pop de los sesenta, las letras crípticas de Stipe y el compromiso político”. R.E.M. fueron, según El País, “pioneros del rock de buenas intenciones”. Je, je, qué tremendo lo de R.E.M. Ahora ya sabemos a qué tipo de rock querían dar una alternativa: al rock frívolo de sintetizadores y al pop de colorines, y ello con guitarras cristalinas de folk pop de los sesenta... ¿Qué hay que fumar para entender este barullo?

MariaJesus-02 Este buen hombre llega a calificar a R.E.M. como “la banda de rock más importante del planeta con Out of time, su séptimo álbum”. He tenido la precaución de irme al disquito y escuchar algunos temas, y qué quieren que les diga: con ese disco, con haber sido la banda más importante de su barrio ya deberían haberse dado con un canto en los dientes... siempre que vivieran en un barrio de sordos, claro. Pero nadie puede negar que fueron un fenómeno social, que fueron superventas, como tantos otros grandes músicos: David Bisbal, Julio Iglesias, María Jesús y su acordeón, Los del Río, Richard Clayderman...

López Palacio nos advierte que “se les considera los creadores de un modelo, el de la gestión inteligente del éxito. (…) Cobain [líder extinto de Nirvana al que, según su bajista, hoy le encantaría Lady Gaga] estaba obsesionado con ellos, envidiaba la aparente facilidad con la que Stipe manejaba la fama”. Ahí hay que callarse, oiga, cuando alguien lleva razón... Por fin hemos dado con un mérito incontestable: el negocio musical. Vender tan bien la mierda de música que hicieron requiere habilidad, genio comercial, pose, incluso un poquito de labia filosófica que mezcle las fiestorras de famosos con las retiradas a tiempo...

whitney_houston_2_3 Pero es sobre el final del artículo donde el periodista retrata definitivamente al grupo, y de paso explicita sus conocimientos y gustos musicales: “Cuando el resto de las bandas de éxito, ya fueran Van Halen o Whitney Houston, aprovechaban sus primeros beneficios para comprarse un descapotable, ellos lo usaron para contratar un abogado que defendiera sus derechos”. Acabáramos: ante la irrupción de genialidades rockeras como Whitney Houston en el mercado norteamericano de los descapotables, estos tres fláccidos artistas se fueron corriendo a un buen bufete y lloriqueando pidieron: queremos tener todo los derechos sobre nuestro negocio. Y con la ayuda legal de buenos leguleyos, se creó otro más (qué cansancio) de los muchos artefactos pseudomusicales de nuestros tiempos. ¡Viva la música! ¡Todos a bailar!

martes, 20 de septiembre de 2011

El alma de los mendigos

Mendiga

Me sentí tremendamente aliviado al verlo. Y justo al instante, por una inexplicable asociación de ideas, recordé aquella otra noche, en la que un tipo bravucón y engreído, con sus músculos hinchados de gimnasio y carente del más mínimo sentido de la compasión, se encaró con uno de los tres mendigos que se tambaleaban borrachos en el zaguán iluminado del banco. Y reviví el estremecimiento que sentí desde el otro lado de la calle, cuando aquel fanfarrón, por algún motivo que nunca averiguamos, soltó un directo a la cara del pobre hombre, lanzándolo contra el cajero automático y dejándolo allí tirado en el suelo, bebido y maltrecho.

Sí, me sentí aliviado al cruzármelo, porque quince años atrás este chaval, vecino de la urbanización, acariciaba a mi hijo y jugaba con él con frecuencia. Mi niño le sonreía, y en mí se gestaba un afecto instintivo por aquel chiquillo que se mostraba tan cariñoso con Adrián. Sólo un alma buena podía, en sus alocados siete u ocho años, comportarse así con un enano tan pequeño como el mío.

mendigo Luego, con el tiempo, en su adolescencia, le perdí la pista. Alguien me comentó que había tenido problemas con la justicia, y las veces que me topé con él parecía triste, cabizbajo, descuidado en el vestir, deambulando por el aparcamiento camino de ningún sitio. Tampoco me lo explico, pero me acordé esta mañana, cuando disfrutaba del aroma inspirador y fecundo de un jazmín. Y es que anoche me lo crucé cuando él, con camiseta y calzonas, se dirigía al parque a hacer algo de ejercicio. Me pareció más alto, su cara había recobrado el color, se le veía fuerte, vital, y entonces pensé con íntima alegría que aquel muchacho se había alejado definitivamente de los zaguanes de los bancos, que ningún bravucón lo golpearía con asco, que no se mearía encima por la calle ni el alcohol infectaría su sangre hasta el punto de ocultar esa alma valiosa que seguro, seguro, albergaba en su interior. Y me pregunté a la vez, aspirando de vez en cuando la flor diminuta, cuántos mendigos llevarían un alma hermosa oculta entre sus andrajos...

viernes, 16 de septiembre de 2011

El ser humano…

cioran3 “Envanecido por sus dones, el hombre se mofa de la naturaleza, perturba su marasmo, crea en ella un follón ora inmundo ora trágico que se vuelve decididamente insoportable. Que el hombre se largue cuanto antes, tal es el deseo que la naturaleza formula y que el hombre, si lo quisiera, podría satisfacer en el acto. Así ella lograría librarse de este sedicioso cuya sonrisa misma es subversiva, de este anti-viviente al que alberga por fuerza, de este usurpador que le ha robado sus secretos para someterla, para deshonrarla. Pero él ya estaba destinado a caer en la esclavitud y en la ignominia por sus propios delitos. Al traspasar con sus conocimientos y con sus actos los límites asignados a la criatura, ha atentado contra las propias fuentes de su ser, contra su fondo original. Sus conquistas son obra de un traidor a la vida y a sí mismo. De ahí proceden su aire de culpabilidad y su actitud poco clara, de ahí viene ese remordimiento que trata de disimular con la insolencia y el ajetreo. Si se intoxica de ruido, es para rehuir, para esquivar la inculpación que el más breve repliegue sobre sí mismo le obligaría a oír irremediablemente. La creación descansaba en un estupor sagrado, en un admirable e inaudible gemido; sacudiéndola con su frenesí, vociferando como un monstruo acorralado, el hombre la ha obligado a volverse irreconocible y ha comprometido su paz para siempre. Hay que incluir la desaparición del silencio entre los indicios anunciadores del fin. Hoy, la Gran Babilonia ya no merece desmoronarse por su impudicia y sus desenfrenos, sino a causa de su estruendo y de su barullo, de las estridencias de su chatarra y de los desquiciados que no aciertan a saciarse con ello. Ensañándose con los solitarios —los últimos mártires—, los persigue, los tortura, interrumpiendo en cada momento sus meditaciones, infiltrándose como un virus sonoro en sus pensamientos para minarlos, para degradarlos. ¿Cómo, en su exasperación, no iban a desear verla derrumbarse sin demora? Esta nueva prostituta contamina el espacio, mancilla seres y paisajes, expulsa de todas partes la pureza y el recogimiento. ¿Adónde ir, dónde quedarse? ¿Y qué seguir buscando en el guirigay de un planeta babilonizado? Antes de que quede hecho añicos, quienes más hayan sufrido en él, aquellos a quienes ha atormentado, tendrán por fin su revancha: serán los únicos en bendecir el desenlace, lo únicos en saborear la suspensión del estrépito, ese breve y decisivo silencio que precede a las grandes catástrofes”.

Fragmento de Desgarradura, de E. M. Cioran.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Crónicas del carril bici: 1. ¡Qué culo!

Ya va para tres años que soy un humilde usuario del carril bici en Sevilla. En todo este tiempo he pasado por períodos de euforia ciclista y por momentos de pesadumbre y desafecto hacia el mundo del pedal. Contemplé, como todo aquel sevillano que quiso mirar, cómo el antiguo monteseirin-semana-movilidad alcalde, el socialista don Alfredo Sánchez Monteseirín, a instancias de su primer alcalde, don Antonio Rodrigo Torrijos, de Izquierda Unida, comenzó a construir el verde carril, justo en los meses anteriores a la elecciones municipales de 2007. Se hizo con prisa, con fondos estructurales europeos que había que gastar a corto plazo, usando personal poco especializado, y sobre todo con la idea de que para las elecciones los ciudadanos pudieran votar, como siempre, contentos con sus benditos próceres.

He discutido muchas veces sobre el carril, y ante el argumento incontestable de que es mejor tener un carril que no tenerlo, siempre he repuesto que ya resultaría acojonante tener un carril bien hecho, sin ese firme irregular y deslizante, sin ese trazado torpe, sin árboles en medio (y sin que arreglen este problema eliminando los árboles), un carril bien señalizado, con un mantenimiento serio, y sobre todo acompañado de las correspondientes medidas de vigilancia y educación de la ciudadanía que permitan que se pueda transitar por el carril sin jugar con tu vida ni con la de los demás.

Después de usarlo varios años, creo que el carril es en el fondo peligroso, muy peligroso. Y creo que las taras propias de su construcción han dejado de ser la principal razón de su peligro, para tomar su lugar la pura falta de educación de un buen número de ciclistas, peatones, conductores de coches, motoristas, y casi todas las palomas, vulgares y torcaces.

Raro es el día que no observo, en un trayecto de poco más de un cuarto de hora a velocidad de paseo, alguna admirable barbaridad, y la de hoy, incomprensible, me ha decidido a compartir regularmente mis aventuras.

Así que aquí va la primera anécdota…

Carretera Carmona El primer tramo de la Carretera Carmona, como se ve en la foto, es absolutamente recto. Son las tres de la tarde, caen mil grados sobre la ciudad, y yo pedaleo sin prisa alguna por el carril. Hace un instante me ha adelantado un tipo madurito con una bicicleta de carreras a la que no le falta un perejil. Poco antes de adelantarme, al yo desplazarme un poco a la izquierda para evitar a un peatón que pasa cerca del borde del carril, desde lejos, el tipo hace sonar con nerviosos timbrazos la frase acostumbrada: “eh, quítense de ahí que viene el rey del mambo”. Llevo unos cuantos días procurando no tener prisa sobre la bicicleta, y repitiéndome que nada me hará tenerla. Me obligo a olvidar con rapidez los frecuentes detalles desagradables y a silbar contento de que el aire fresco de la mañana me acaricie el rostro, y alegre luego de que la bicicleta me haga avanzar por entre el infierno del mediodía hacia la cueva fresquita en la que vivo.

Carretera Carmona 2

Un poco más arriba de la avenida, el carril sigue lindando directamente con la carretera y a la izquierda con una hilera de naranjos sin podar, pero la visibilidad es perfecta. Algo antes del lugar por el que pasea ufano ese cívico peatón, una mujer joven con una bicicleta excesiva y con un culo también excesivo, cruza desde la otra acera la peligrosa avenida y se incorpora al carril por un lugar no señalizado, sin mirar, por supuesto. La tengo a unos diez metros. Conduce muy lenta y descaradamente por el carril izquierdo. Paseando la alcanzo y le toco el timbre, pero me doy cuenta que lleva unos auriculares puestos, unos cascos rosas con flequitos, lindísimos, y no tiene pinta de quitarse del carril izquierdo, aparte de que su trayectoria no es del todo recta. Sé que la muchachita no me escucha, así que, con lentitud y cuidado extremos, intento meter la rueda para que al menos me vea. Antes he mirado si venía alguien de frente, y en muchos, muchos metros no he visto a nadie. La ciclista, una mujer de piel oscura, tal vez colombiana, venezolana, ecuatoriana, quién sabe, me mira de reojo, pero mantiene orgullosa su posición, dejándome el sitio justo para que, rozándome con las ramas de los naranjos, la vaya adelantando con mucho, mucho trabajo. Pero todo va más lento de lo que esperaba, y cuando ya casi he conseguido adelantarla oigo su voz que me increpa desde atrás. Piensen que todo esto se desarrolla a una velocidad de koala cansado, la justa para no quedarnos parados y caernos como tontos hacia los lados. Entonces cometo la imprudencia de volverme y decirle que debe ir por el carril de la derecha. Para entonces ella anda ya vistiéndome de limpio, y justo cuando vuelvo a mirar hacia delante me veo a un tipo que se me echa encima como una fulgurante exhalación, que nos ha visto, sí, pero que no tiene intención alguna de pararse, y al que esquivo por un pelo. El simpático ciclista debía tener prisa, hay que comprenderlo, joder, tenía todo el derecho y la preferencia, y si se hubiese estampado contra mí toda la culpa hubiese sido mía, así que él siguió veloz y consciente de sus derechos ciclistas.

La chica de culo excesivo, demostrando que en América Latina la educación es universal, y que no sólo la buena gente tiene vocabulario, ya va por la siguiente estrofa:

¡…cabrón, gilipollas, hijo de puta, eso te pasa por atrevido, estúpido mamón…!

usalabici Qué bien habla, joder, no todo es culo en ella… Intento, reconozco que de un modo algo vehemente, hacerle entender que no se puede conducir por la izquierda con la música a todo volumen, pero los insultos me llueven y decido simplemente mirarla, dejar que siga con su salmodia de halagos y sonreír, porque por un momento lo pienso bien y aquello me resulta surrealista. La ciclista se desvía en el siguiente cruce, y lo último que veo es su rostro desencajado que sigue mirándome y diciendo:

…grandísimo hijo de puta, cabronazo imbécil, ojalá te…

Bueno, lo último que realmente veo es su culo, un culo gordo como un planeta que me hace exclamar, consciente de que con la música no me escuchará: ¡gorda!, aunque de inmediato pienso que qué culpa tendrá la gente entrada en carnes. Y sigo mi camino por el proceloso mundo del ciclismo sevillano, sobre nuestro maravilloso carril bici, riéndome de lo que ha pasado, aunque riéndome por no llorar, claro…

sábado, 10 de septiembre de 2011

Dulce Carly Simon

People Carly Simon

Carly Simon tiene ahora 66 años. Muchos la conoceréis por esta antigua canción, que compuso en 1972…

Pero Carly Simon ha realizado decenas de discos desde entonces, entre ellos el que escucho estos días: This Kind of Love, de 2008, donde la abuelita Carly demuestra tener una fuerza y una sensibilidad asombrosas, además de un sentido musical que combina una ingenuidad enternecedora con la energía y la nitidez de una verdadera compositora. Me quedo con dos pastelitos que son dos muestras de lo que debería llamarse Pop, palabrita esta que, para desgracia de la música, vale hoy día para clasificar cualquier melodía predecible que no valga un pimiento.

Felipe el carismático

Felipe González 1 Lo que jode es que, encima, sean tan feos. Si uno quiere asistir a una parada particularmente desagradable de monstruos, basta con ponerlos en fila y mirarlos con detenimiento. Además, de siempre los monstruos han tenido su dignidad, que podía brotar del orgullo herido, de una historia truculenta o de la propia melancolía, pero estos seres nauseabundos añaden a su fealdad y a su podredumbre una dosis de ridículo difícil de asumir por cualquier espectador despierto.

Yo siento especial debilidad por el joyero Felipe González, qué quieren que les diga. ¡Ah, cómo me cautivó el jodido en mi más tierna infancia! Ese piquito, esa danza sobre el estrado, ese carisma… Sí, la peculiaridad que, con diferencia, más veces se ha atribuido a este individuo ha sido la del carisma. Cual flautista de Hamelín, cameló a todas las ratas del barco, que lo votaron y aplaudieron con entusiasmo, mientras los marqueses y los terratenientes lo tachaban públicamente de rojo y lo admiraban aliviados en la intimidad.

El desgraciado retorno actual de este prócer a la producción de pensamiento político nos regala día sí, día no, declaraciones explosivas sobre temas insulsos, rancios artículos, pálidos, tediosos y mal escritos, y giras continuas por el territorio patrio, en las que el interfecto se da baños de nostalgia entre las filas santurronas de su partido. Pero así, con esa pinta de buen padre de la patria, fue en mi opinión uno de los principales valedores de la democracia de mercados que ahora disfrutamos.  Ya entonces tuvo a Solchaga, Almunia, Boyer, Solana, Maravall y otros elegantes compinches reuniéndose con los poderes reales de este país para ir poniendo a la democracia en su sitio, para que el poder recayera en el pueblo sin exagerar, para que todos pudiésemos tener un Corte Inglés cerca de casa, una parcelita de arena donde clavar la sombrilla y el derecho a leer todos los éxitos editoriales que se nos antoje sin sentirnos por ello inferiores a nadie. Felipe González guió a la clase política de este país por el sendero del consejo empresarial, y contribuyó sobremanera a que ninguna de las instancias fundamentales de la democracia real (grandes bancos, grandes Miguel_Boyer_Felipe_Gonzalezempresarios, grandes inversores y grandes políticos) dejara de tener su función indispensable en la rentable maquinaria del poder popular. Tanto que acabaron todos confundidos y hoy uno no sabe quién es quién en este equipo de pulcras (pero feas) lumbreras. Todo ello, por supuesto, bajo la insistente y desesperante salmodia de los curas, que han seguido ocupándose oficialmente de la salvación de nuestras almas compradoras durante todos estos años.

Felipe es como los mejores toreros, que vuelven una y otra vez aunque sea para hacer el ridículo. Ya hace un siglo lo cantó Carlos Cano (otro amigo que abandonó la murga de los currelantes y se vistió de limpio para ser Hijo Predilecto de Andalucía):

“Ay, Felipe de la OTAN, cataflota, verigüé, llegarás a ser un gran torero como Cervantes y Gregory Peck”.

Y es normal que un hombre que ha estado durante tantos años más allá del bien y del mal pierda un poquito la vergüenza. Un poquito más, quiero decir. Porque, claro, en los primeros tiempos el molesto electorado miraba con lupa si los que prometían esto y aquello cumplían en su propia casa con los valores que predicaban, pero ahora que los votantes han llegado a un grado suficiente de hartura e ignorancia el hombre ya puede dedicarse a defender públicamente a las multinacionales que le pagan (dios sabe desde cuándo). A ver, si hasta el más sucio de los obreros se desayuna todos los días con el estado de salud de IBEX 35 y la influencia del mercado asiático sobre las deudas a largo plazo. Por fin la gente ha comprendido, y todos podemos olvidarnos de aquellas monsergas de la cultura, la convivencia y la educación. Juguemos y sepamos perder, joder… Dejemos que PSOE y PP se peleen por nosotros y nos aseguren el plato de comida, mientras las urracas minoritarias, con clara vocación de buitres, se arremolinan a su alrededor prometiendo honradez y sin perder una sola oportunidad de demostrar en instituciones más pequeñas que serían tan democráticos como sus hermanos más famosos.

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Felipe, aquel gladiador que machacó sin piedad a Suárez, un hombre cien veces más valiente que él, aquel carismático líder que siempre vio con claridad lo que este país necesitaba para convertirse en un país moderno y rentable, y del que pocos amigos pueden quejarse porque todos comieron tarta hasta hartarse. Felipe, uno de los políticos menos feos, es cierto, aunque a mí siempre me recordó a una hucha cerdito que tuve de pequeño. Felipe, el carisma con patas, aunque por mí todo ese carisma se lo puede meter en algún sitio calentito de su acicalado cuerpo, mientras sigue disfrutando de la vidorra de lujo que se ganó con el sudor de tantas frentes.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Tierra y silencio (y 19)

Antes de visitar Pisa tuvimos que dejar el coche en el aeropuerto, donde observamos algunas nubes asombrosas…

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Reconozco que íbamos con la idea, bastante extendida, de que Pisa no tiene más que el Campo dei Miracoli o Piazza del Duomo, con el Batisterio, el Museo della Sinopie, la Catedral y la Torre Inclinada, que es el campanario de la Catedral. Al parecer, son muchas las torres y edificios que están inclinados en Pisa, debido al terreno pantanoso donde se asienta la ciudad, recorrida por el Río Arno. Lo cierto es que en el paseo nocturno que nos dimos para volver al alojamiento, descubrimos que Pisa es una ciudad más bella de lo que parece. Eso sí, rebosante de turistas.

Pasamos un buen rato asombrados ante la belleza de los monumentos de la Piazza del Duomo, aunque, tal vez por el cansancio acumulado, ninguno tuvimos deseos de visitarlos por dentro. Sólo hicimos el intento de subir a la Torre, pero el precio nos pareció abusivo.

El Batisterio me pareció un humilde pero hermoso pastelito…

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La catedral posaba imponente y elegante, poderosa y envejecida…

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Y luego, entre otros detalles que regaban el Campo de los Milagros, se alzaba la airosa torre, que aunque no hubiese estado inclinada habría llamado bastante la atención. Encantadora, ésa es la palabra; uno la mira y la mira y no se cansa de mirarla. Llega uno a olvidar incluso a las hordas de japoneses y las voces en español que convierten el lugar en una feria. La torre se levanta melancólica, distinguida, serena, consciente de su belleza…

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Aunque en cierto momento miré a mi hijo y ya estaba haciendo de las suyas. Si no llego a gritarle a tiempo, hoy tendríamos a la torre sin inclinación alguna… Lo cierto es que, por muy simpático que resulte, tuve que dar varios balidos al hacer esta foto: todos los japoneses, todos los españoles, y casi todo el resto de turistas se hacía una foto agarrando a la pobre torre de una u otra manera…

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Aunque al mirar de nuevo a la torre me pareció verla anormalmente derecha…

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En la noche, la luna volvió a mirarnos desde el cielo de Pisa. El Arno se deslizaba silencioso en una noche que era la noche Toscana, una noche que era el destilado de siglos y de aquellos días azules y dorados, una noche que se había infiltrado para siempre en mi sangre…

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