viernes, 23 de diciembre de 2011

El mejor libro del año

javier_mariasReconozco que comienzo a pensar que es un problema estrictamente mío, que soy yo el que ando del todo descarriado, y que haría bien en sumirme en mi mundo de locos (cascarrabias, tiquismiquis, asociales...) y dejar de perturbar la placidez cultural circundante con mis irritaciones. Porque, a ver, si todo un grupo de prestigiosos críticos literarios, reunidos en una autorizada publicación como es el suplemento cultural de El País, decide que la mejor novela del año es Los enamoramientos, de Javier Marías, digo yo que será por algo, ¿no? Comienzo a sospechar que me tengo en demasiada consideración, yo, que siempre he sido un lector inconstante y desordenado, un pobre diletante en esto de la literatura...

Ayer leía la noticia y no daba crédito. Hace un tiempo, tras el lanzamiento de la novela de Marías, leí una muestra de la misma con sus primeras páginas, y después de leerla tampoco me lo creía, esta vez por el hecho de que se hubiera publicado a bombo y platillo una cosa como aquélla. La verdad es que con Javier Marías ya estaba yo avisado. Hace unos años compré una de sus novelas, ni siquiera recuerdo su título, y con ella me regalaron un pequeño librito en el que Don Javier desgranaba una serie de semblanzas de un grupo de artistas; creo que se titulaba Miramientos. No llegué a leer una sola letra de la novela, pero sí hice un intento de leer el segundo libro, aunque lo dejé a las pocas páginas porque lo juzgué mal escrito y tan sabroso como un trozo de poliuretano. Yo entonces sabía poco de Marías, pero ya oía los ecos de su fama.

manuel garcía viñó Luego me topé con García Viñó, un personaje curiosísimo que, con una expresión torpe y crispada, se dedicaba a sacar las vergüenzas literarias no sólo de Javier Marías, sino de muchos de los más afamados escritores y escritoras patrios. El hecho de que Viñó no pudiera reivindicar el premio Nobel de literatura para sí mismo, e incluso de que pueda actuar movido por inquietudes más o menos limpias, no quitaba una sola pizca de razón a sus críticas, cuajadas de ejemplos que demostraban la ridiculez de muchos de los párrafos de estos vendidísimos libros.

Mi paisano García Viñó, no obstante, demostraba un especial cariño por Marías, y éste había contestado en más de una ocasión al crítico, enzarzándose con él en agrias disputas mediáticas. Cuando por primera vez leí algunos de los listados de barbaridades que Viñó extraía de los libros de Marías, reconozco que me mostré escéptico: no podía ser que los libros de un escritor considerado entre los más grandes de la literatura española actual pudieran contener semejantes barbaridades. Pero luego comprobé que mi paisano no había cambiado ni una sola coma en aquellas citas, que no las había sacado de contexto y que cuando la barbaridad no era gramatical, sino semántica, la explicación de Viñó resultaba del todo fiel a lo expresado por Marías.

Babelia 23 dic 2011 Ahora, con la elección de Los enamoramientos como mejor libro del año por los críticos de Babelia, he vuelto a esas primeras páginas del libro y las he releído. Y si no resultara ridícula, la cosa podría acabar siendo indignante. Aunque pueden leer ustedes mismos el texto y juzgar, he entresacado un párrafo que ilustra en mi opinión el verbo fácil y genial de Marías, el mismo que me hizo dejar sus Miramientos (y malvenderlo luego junto con la novela cuyo título no quiero recordar), y el mismo que llena todas las citas que nos ofrece García Viñó:

Pero lo había visto muchas mañanas y lo había oído hablar y reírse, casi todas a lo largo de unos años, temprano, no demasiado, de hecho yo solía llegar al trabajo con un poco de retraso para tener la oportunidad de coincidir con aquella pareja un ratito, no con él —no se me malentienda— sino con los dos, eran los dos los que me tranquilizaban y me daban contento, antes de empezar la jornada.

Para rizar el rizo, justo hoy, en el mismo suplemento antedicho, Don Eduardo Mendoza publica un artículo en el que describe y ensalza la novela de Marías. En su texto dice Mendoza, por ejemplo, que

Como es habitual en él, Marías no escribe de un modo lineal ni ortodoxo: desparrama el texto, de tal modo que la narración no circula por canales bien trazados, sino por un cauce natural, accidentado, a lo largo del cual se producen meandros, remolinos y desbordamientos, sin perder nunca el rumbo ni el control último del discurso. Esta mezcla de caos y rigor requiere un envidiable dominio de la técnica narrativa, como demuestra el recurso al medido anacoluto como recurso literario, que tanto escandaliza a maestrillos e inspectores, pero que tan bien refleja la percepción de la realidad sobre la marcha, una percepción precipitada, a la vez sagaz y contradictoria, en la que intervienen la inteligencia, las emociones, los prejuicios y las limitaciones de un modo complementario y antagónico. Todo pertenece, en palabras del autor al «vagoroso universo de las narraciones, con sus puntos ciegos y contradicciones y sombras y fallos, circundadas y envueltas toda en la penumbra o en la oscuridad, sin que importe lo exhaustivas y diáfanas que pretendan ser, pues nada de eso está a su alcance, la diafanidad ni la exhaustividad».

eduardo-mendoza Efectivamente, el propio Marías dice en una entrevista anterior que hay dos tipos de escritor: el que escribe con mapa, es decir, el que trabaja el libro antes de ponerse a escribirlo, una práctica que minusvalora tachándola de “mero ejercicio de redacción”, y los autores con brújula, como él, que se sientan y escriben y ya se verá dónde acabamos. Ahora Mendoza nos trata de convencer de que las taras del Marías escritor no son más que originalidades, que sus frecuentes anacolutos no muestran en el madrileño torpeza sino exquisitez, y que, como el chulito del chiste, Marías no se cae por no agarrarse en los vaivenes del autobús, sino que se tira. A mí, por momentos, Mendoza y su análisis me recuerda mucho a la presentación del Vals del segundo, de Les Luthiers, que, para quien no lo escuchó nunca, dura exactamente eso, un segundo:

El Vals del Segundo comienza con un portato assai. El segundo tiempo es un deciso e a terra col battere, en el cual se plantea el desarrollo ulterior de la obra plácidamente, en forma muy tensa, con total serenidad, agitadamente, en una paz plena, turbulenta, creando un clima calmo, caótico, definiendo indubitablemente la intención de los autores... de alguna manera.

No quiero terminar sin añadir una curiosidad. Justo anteayer abandoné, nada menos que en la página 280, la lectura de La ciudad de los prodigios, lamentable libro de Mendoza que, por cuestiones que no vienen al caso, seguí leyendo más allá de la página diez, justo donde debería haberlo cerrado. Mendoza, de pulso algo más firme que Marías, escribió su libro con el mapa, pero se encargó de transmitirnos hasta el último de los datos recogidos para su preparación, y así nos endilgó un libro de casi 600 páginas con una historia que, sin monsergas prescindibles, habría ocupado cien. La cosa no queda ahí: no había un solo personaje en el libro que, tras 280 páginas, hubiera adquirido suficiente entidad para permanecer en mi memoria más de dos horas. Todos eran anacolutos con patas, y ni una sola de las gracietas que salpican el libro consiguió sacar una sonrisa a este sevillano de risa fácil que les habla. En fin, resulta curioso que sea el mismo Mendoza el que alaba a Marías. Cada vez que lo pienso, me alegro de nunca haber soñado en serio con la gloria literaria, no sólo porque crea que no tengo condiciones para escribir grandes cosas, sino porque ese mundo debe ser realmente pegajoso.