sábado, 27 de octubre de 2007

La pacia de las gralabras

Imitando a mi buen amigo Amart, que con sus divertidos y aleccionadores ¿Cómo dice…? nos alegra la existencia de cuando en cuando, y transitando un poco la periferia de la literatura que me gusta llamar insólita, me gustaría recordar varios lances lingüísticos con los que me he reído durante mucho tiempo.

Cierta vez, mi añorado amigo José Antonio, al que perdí porque se lo llevó una mujer que lo quería para ella sola, soltó sin querer una expresión bien simpática: el panto de los cájaros. Al decirla siguió hablando sin notar el error, y sólo cuando yo empecé a morirme de risa él se paró y preguntó qué es lo que había dicho tan gracioso. Le repetí la frase, y desde entonces la misma pasó a forma parte de nuestra amistad, pero unida indisolublemente a otra que se me escapó a mí pocos minutos después de haberme muerto de risa: Julieo y Rometa.

Si este tipo de error tiene un nombre asignado, no lo conozco, porque falté a clase el día que explicaron estas cosas, pero el propio lenguaje a veces puede conducirnos a lugares increíbles, y eso se demuestra en infinidad de actividades que existen para jugar con él. Aunque están diseñadas para la infancia, todos podemos pasarlo bien con estos juegos, y es que recuérdese que un niño, por definición, es simplemente una persona que aún tiene capacidad de jugar. Julieo y Rometa podrían ser dos personajes fabulosos para construir una historia, en la que, por ejemplo, Capuletos y Montescos luchan porque estos dos insensatos se casen, pero ellos se niegan, porque a Julieo le gusta su vecina del cuarto, y a Rometa un profesor de cálculo diferencial, muy jovencito y tímido. Por poner por caso…

Además de esta mezcla curiosa de palabras, también resultan muy curiosas las mezclas de frases. Y así, no puedo dejar de recordar con una sonrisa a Ángel, un nervioso compañero en unas jornadas de no me acuerdo bien qué, cuyo verbo atropellado y florido lo traicionaba a veces con joyas como: “¡Ahí está el quid del cordero!”. Y qué decir del bueno de Don José, que en una obra que ojalá el futuro nos permita ver publicada, dijo aquello de “No amarás a la mujer del prójimo como a ti mismo”. Bueno, acabo este fugaz recorrido por los tirabuzones de nuestro lenguaje con algunas de las perlas que fui recolectando en todos estos años de trabajo en la Administración:

"Perdón, he olvidado un olvido."

"Esos que rompen las vallas son unos vandálicos".

"Yo estoy en contra, mi opinión en ese tema es contraproducente" [y no se equivocaba, lo juro].

"Esto que estáis hablando viene a colofón de…".

"¡Acordarse que estáis todos bajo mi jurisprudencia!"

jueves, 25 de octubre de 2007

Más banalidad del mal

Jiménez Losantos arengaba hoy contra el Gobierno por sus contactos con el listo de Al Gore. Bueno, hay que decir que Jiménez Losantos arenga siempre contra el Gobierno, haga lo que haga, y así se contagia de su mediocridad, superándola si cabe, porque por definición toda acción gubernamental es una mala acción, y por ende su contraria es la correcta. Siempre que el Gobierno de turno sea socialista, claro. Y así, antes de largar en la radio si algo es bueno o malo, mira lo que ha hecho el Gobierno, y así decide. Las arengas de este individuo son casposas, groseras, insensatas, altisonantes; un tipo al que paga directamente la Iglesia.

Hoy tuvo un detalle digno de la buena de Cándida: en su crítica a Al Gore expuso, con ese aire entrecortado y vanidoso que inventó hace siglos José María García, que todo lo del calentamiento global era puro cuento, que aquí no se calentaba nada, y que la mitad de los científicos opinaban igual que él, porque los síntomas de ese supuesto calentamiento global han existido desde siempre. A lo largo de la mañana pretendía entrevistar a un señor que ha escrito un libro científico que avalaba la tesis de que lo del calentamiento es una trola. Yo pensé inmediatamente en Pio Moa, y en que la nómina eclesiástica y de la gente decente de este país ya no sólo incluye historiadores creativos, sino que ahora andaban contratando a científicos. Por cierto, que aunque esta tendencia de los conservadores a convencer científicamente viene de lejos, hubo hace poco una muestra interesantísima de ello, una película titulada Y tú, ¿qué sabes?, financiada por una secta norteamericana cuya multimillonaria líder se cree la reencarnación de un Atlante, y salpicada de montones de chascarrillos superrequetecientíficos para demostrar que el mundo de cada uno es como cada uno quiere que sea (por favor, no dejen esta información en manos de niños ni de gente neurasténica o neurótica).

Pero el detalle simpático de Losantos fue que, de negar el calentamiento global, pasó a rebatir que la Antártida se esté derritiendo, y que los glaciares del mundo estén desapareciendo. Que no, hombre, que no, que la Antártica se derrite porque es verano, y en invierno pues vuelve a congelarse. Pero si eso lo sabe cualquiera: verano, calor, y se derrite el hielo, e invierno, frío, se vuelve a congelar. Y es que Zapatero y compañía, además de mediocres, son tontos, pues se creen todo lo que dice Al Gore y la comunidad científica mundial, y miles de expertos militantes del ecologismo. Todos más que equivocados. Y claro, si escucharan a Jiménez Losantos como yo llevo varios días haciendo…

Esta payasada grotesca, y muchas otras, podrían quedarse en eso, en payasadas si no hubiesen sido escuchadas por más de un millón seiscientas mil personas, con una audiencia en alza, y si no hubiesen salido a las ondas trufadas, además de por anuncios de defensa de los mártires de la Iglesia o de Congresos sobre la Biblia, de un lenguaje y unas consignas realmente peligrosas. Si la Ser, El País y otros medios progubernamentales resultan palmariamente tendenciosos, y ocultan los desmanes grandes y pequeños de los socialistas, voceando a la vez los muchos e innegables excesos conservadores, hay que reconocer que siempre lo hacen dentro de un básico sometimiento a las reglas generales del juego democrático. Pero la cadena de este individuo huele a otra cosa, huele a todo lo que leí sobre la guerra civil, a separación, a división de la sociedad, a escalada de insultos, a crítica destructiva, a reivindicación del pensamiento único de la fuerza bruta. La chulería que mostró Doña Esperanza en la trascendida comida con el Rey, insistiendo una y otra vez en la rehabilitación de este personaje, incluso cuando el Rey ya comenzaba a dar muestras de hartura, demuestra que este clan anda fuerte. Y aunque ahora son muchos los seguros que este país tiene contra la involución, yo qué quieren que les diga, yo no me quedo muy tranquilo. Sé que es muy complicado que pase algo, pero las democracias que han caído en manos de gentuza lo hicieron en muchísimos casos porque pensaban que esa circunstancia no era posible. Y estamos hablando de un partido que se apoya mutuamente con la Iglesia, y al que respaldan muchos millones de personas y algunos poderes importantes de este país. Quiero creer que de todos estos millones de personas no habrá muchas que apoyaran involución alguna, pero casos peores se han visto, y nunca confiaré en las masas, sean conservadoras, socialistas o partidarias del nudismo.

Todo esto se complica cuando se observa que hay otros voceros que apoyan de una u otra forma estas estrategias, porque, sin ir más lejos, ahí tenemos a Carlos Herrera, con ese tono rancio de sevillano tradicional, de ABC y de Semana Santa para enterados, cuyo discurso parece la traducción light del de Losantos. Ambos usan y abusan del insulto y de la ridiculización sin gracia, de ese staccato desesperante y esos silencios pretenciosos, y el tono de los dos contiene tanta, tantísima vanidad, que me resulta imposible escucharlos sin esbozar una amarga sonrisa de desprecio y preocupación.

Pero el peor síntoma de esta situación lo sentí el otro día, leyendo el último artículo de Fernando Savater en El País. Para mí Savater siempre ha sido un maestro, y jamás le agradeceré todo lo que me ha enseñado con sus escritos. Y siempre me ha parecido más que noble y valiente su intención de decir las verdades del barquero, les gustaran o no a un bando u otro. Pero ahora creo que Savater se equivoca, porque debería enmarcar sus críticas más que fundadas sobre lo que ocurre en el País Vasco en la crítica igual de estricta a los movimientos interesados de la derecha española, que no sólo se reducen a las tonterías que sus dirigentes sueltan a diario, sino que se concretan en acciones mucho más preocupantes, incluso negando la crueldad y depravación del régimen franquista. Recordemos que Savater fue uno de los que comprendió el intento negociador del Gobierno de Zapatero, sobre la convicción de que éste no negociaría nada salvo una rendición ordenada de ETA. Pero luego se fue alejando del tema ante la torpeza manifiesta de este Gobierno en materia de comunicación con los ciudadanos, y porque nunca quedó claro que dicha negociación estuviese limitada a la rendición de la banda. Ahora Savater, con su habitual inteligencia y precisión, zurra la badana al cerril nacionalismo y a la excesiva suavidad de los poderes públicos con los exaltados que mantienen un régimen de terror diario en el País Vasco, pero lo hace sin dar la más mínima importancia, e incluso aplaudiéndolas en algunos párrafos, a las muestras de intolerancia y de instigación de miedos antiguos por parte de estos indeseables de la derecha reaccionaria.
Nada dice de una Iglesia que no sólo funciona con el dinero de muchos de nosotros, a pesar de que todos los años declaremos que no queremos darles un solo duro, sino que además desempeña un papel preponderante en esta labor de zapa al Gobierno, labor que, desengáñense todos, no busca ninguna objetivo diferente que el de obtener poder y dinero.

Poco a poco, la situación nos empuja a todos a ir tomando partido por un bando, aunque sea el que menos asco nos dé. Ojalá no tengamos nunca la obligación de tener que elegir en serio…

sábado, 20 de octubre de 2007

Silvio


Y llega a hartarse uno, la verdad, porque a uno le gusta Silvio Rodríguez, pero que casi nadie, ni siquiera en esta bendita ciudad, sea capaz de oír la palabra Silvio e identificarla no con el cubano, sino con el sevillano… Yo rondaba los diecinueve años, y en el Aula Magna de la Facultad de Medicina aguardaba con unos amigos, entre una multicolor audiencia, el comienzo del concierto. Se suponía que empezaba a las diez de la noche, pero eran casi las once y allí sólo había rumores de que el concierto se daría, tarde, pero que se daría, que Silvio sólo se había retrasado.
Poco antes de que la gente se cansara de esperar, Silvio apareció por la puerta del recinto, con un cuba libre en la mano y manteniéndose a duras penas de pie. Recorrió el pasillo lateral de la gran aula dando camballadas, y todos comenzamos a dudar de que el concierto fuese a producirse. Pero Silvio subió al escenario y la música empezó a sonar. Su cuerpo, con la referencia del micrófono, se cimbreaba desajustado pero incansable, y al poco su voz se comió literalmente al público. Todos acabamos bailando y sudando al son de este hombre cuyas razones para vivir eran la música y el alcohol, no sé muy bien si por este orden.

En otra ocasión, bajaba con María desde Triana hacia Sevilla por el puente de San Telmo, y en la acera contraria Silvio subía hacia la Plaza de Cuba. Llamé la atención a mi novia para decirle quién era aquel hombre. En ese momento, desde lejos, Silvio alzó su brazo y me saludó con alegría. Aun sin encontrarle demasiado sentido, yo respondí a su saludo. Nunca antes me había visto, y probablemente nunca más me vio, porque la última vez que lo encontré, poco antes de su muerte, Silvio trataba de subirse a un pequeño escenario que habían colocado en las rampas de la calle Betis, en una noche embrujada de Velá de Santana, mientras un grupo de aficionados tocaba. Se lo impidieron, porque era incapaz de tenerse de pie. En el descanso del concierto, con el escenario vacío y desatendido, Silvio consiguió subirse a él, y se sentó en la batería, que era su instrumento. Allí no consiguió sacar de las baquetas ritmo alguno, y al poco se dejaba caer al suelo de donde lo sacaron poco después algunos responsables del concierto.

Silvio fue un borracho orgulloso, un alcohólico consciente de serlo, y con su alcoholismo tal vez hizo daño a algunos de los que lo quisieron, pero por alguna razón extraña muchos de sus amigos, que no pudieron con él en sus últimos años, porque nadie puede con un alcohólico convencido, lo veneraron y lo siguen venerando. Silvio, además de un excelente músico, además de uno de esos hombres que llevan el ritmo en las venas, fue una muestra más de que la lucidez resulta seriamente perjudicial para aquellos que no guardan cierta capacidad de autoengaño. Y, a pesar de todos sus errores, creo que podemos concluir que quien dijo que el amor era igual que las peleas, que siempre es mejor dar que recibir, debía ser una bellísima persona. Y yo me siento un poco orgulloso de él…

viernes, 19 de octubre de 2007

Cinco antiguos poemas

A María

Marinero


En el puerto la puerta,
y bajo la nube la nave,
es por mor de la mar,
tormento de tormenta,
y las alas de las olas
rozando velas y los velos
de ella allá, rezando
a los ojos de los hijos.



Niño con un cubo por sombrero

Liviano, dúctil, mínimo,
ínfimo infinito, secreto,
loco atemporal, duende,
perdido amante del suelo.

Máscara descubierta,
alud sutil de luz, vida,
ingenio mayor que el sueño,
futuro por los rincones.



Soneto del querer

Quiero estar redondo, sucinto, adolescente,
ovillado en el albedrío de tu alma,
replegado intacto sobre tu oscuro vientre,
abatido a caricias, olvidando mis llamas.

Quiero estar libre de ruidos y de condenas,
de hachazos del día restallando inquietantes,
fundirme a tu carne de limón con canela,
quedarme dormido en el umbral que ya sabes.

Quiero que me sobre noche, que me despierte
la luna llena iluminando temblorosa
la extensa cama, la sed avara de verte.

Quiero morirme y resucitar en tu boca,
quiero sumergirme en la paz del latir leve
de tu corazón rojo sangre y amapola.



Bagatela del despertar

Noche de voces perennes,
nube de azúcar la cama,
tres lunares sobre el pecho
y una mano que resbala.

Tus imantadas caderas
jugando a ser almohada,
aquel roce inesperado,
este roce que buscaba.

Y el ajardinado lecho
no se duerme, porque estalla
cuando la quietud nos lleva
hasta el inicio del alba.



Leyenda de las dos piedras

El río verde de Sevilla
está esperando dos piedras,
figuras de corazones,
una blanca y otra negra,
para llevar en su cauce
la alegría y la tristeza,
para lucir en su seno
la señal de una leyenda
que nació en la mar salada,
que imitó a la luna llena.
Una blanca y otra negra,
cuatro brazos en dos ansias
y una misma noche abierta.
Una negra y otra blanca,
y arrojarlas con la pena
desde el puente de Triana
en un saquito de tela.
Una negra y otra blanca,
una noche y otra estrella.
Dos piedras como dos sinos,
la señal de una leyenda.

El fulgor lúgubre

(Pasajeros, 1919)

Piotr Andréievich Smietana pinta la confusión como otros pintan un paisaje o un retrato. Sobre el fondo desierto dispersa figuras desvalidas que aparentan pertenecer al cuadro, pero su volatilidad e indecisión las expulsa de ese vacío esencial donde la existencia discurre sin ruidos, inmisericorde. La diferencia de tonos o de contorno no impide que todas ellas acaben fundiéndose en la arena igual y maldita de este pintor sin fama. Su muerte a los treinta y dos años no le granjeó esa gloria fácil que los decesos prematuros suelen conllevar, e imagino que la aparente esquematicidad de su lenguaje, la hondura poco accesible de sus afirmaciones, la melancolía infinita que pretende (y consigue) transmitir en sus pinturas, y sobre todo su repugnancia expresa por el negocio artístico, le privó de entrar en los circuitos de la notoriedad y los laureles. Kandinsky, que poco antes de su mudanza obligada a Alemania lo conoció y ocasionalmente contempló algunos de sus cuadros, descubrió en ellos un cierto
fulgor lúgubre, un idioma desnaturalizado y rendido. Ahora, gracias a algunos medios artísticos minoritarios de Georgia, comienzan a salir a la luz algunos de sus cuadros, pero observándolos uno se pregunta si no pertenecen más a la oscuridad de algún desván que a las galerías llenas de claridad y de ojos.

jueves, 18 de octubre de 2007

Vuelve la noche

Vuelve la noche, y su luz oscura desvela nuestras soledades. Las noches parecen los pasos de la Muerte, pero realmente son oportunidades para la vida, el perfecto escenario para nuestros misterios. En esta hora de embrujos y conmociones todos nuestros fantasmas se desperezan como aromas, y nos muestran veredas invisibles bajo el desafortunado fulgor del día. Los ojos miran como microscopios, dividiendo la otra piel en pequeños universos, distinguiendo lunares de magnitud sugestiva y cúmulos de besos justo encima de aquellos volcanes. Acarician nuestros dedos el sueño inmortal, la ternura justa, hasta que nuestros ojos se cierran solitarios, para brindar a la muerte un nuevo ensayo. Vuelve la noche, la noche eterna de nuestros misterios…

miércoles, 17 de octubre de 2007

Sobre el activista cristiano, para Amart

(Conviene leer el Nocturno 17 y sus comentarios)

Querido Amart, los pensamientos cortos, los aforismos, tienen cierta virtud que a la vez puede pasar por defecto, algo que tiene que ver precisamente con su concisión. La virtud consistiría en mostrar sólo el principio del discurso, del discurso común, claro, porque por parte de quien las escribe cada frase debería ser una conclusión. Pero bien ignorante me mostraría si no fuera capaz de poner en tela de juicio cualquiera de mis conclusiones. No obstante, aunque puedo cuestionarlas en cualquier momento, ello no quiere decir que por el momento no las crea acertadas. Nada impide, empero, que me explique un poco.

Creo que no hay dos cristianos que crean en la misma cosa, ni siquiera en el interior de las órdenes más rigurosas, y mucho menos en los movimientos cristianos más abiertos. Por otro lado, considero que cualquier organización en sí es una forma más o menos cerrada de fe, aparte de que, en este caso concreto, las organizaciones cristianas se reúnan en torno de otra fe mayor. Por último, creo que la fe es siempre perniciosa, a veces seriamente perniciosa, otras tan perniciosa como puede serlo una copa o un resfriado. Y lo es porque oculta, porque de algún modo nos enajena, porque nos hurta un pensamiento propio para convertirlo en pensamiento común. Rehuyo la fe porque es precisamente la parte de mi yo que es menos mía, incluso aunque la decisión de seguir esa fe sea una decisión propia, porque nos lleva inmediatamente a ponernos en manos de unas ideas preconcebidas. Puedo entender el uso de la fe como un juego, una fe descreída y teatral, divertida, pero nunca una fe adusta ni en lo más mínimo excluyente.

En este contexto, he tenido bastantes amigos activamente cristianos, de diferentes lugares y desconocidos los unos para los otros, cristianos aparentemente comprometidos con su entorno y que, además de ayudar a la gente, se dedicaban con alegría y gesto siempre moderno y progresista a la principal labor a la que se dedica toda aquella persona que sea verdaderamente religiosa: la propagación de su fe, el proselitismo. Y de todos siempre obtuve lo mismo: una amistad artificiosa, un remedo de amistad, muchísimos gestos de cariño respaldados por una nada con olor a incienso y a fe. Les faltaba para la amistad algo sin lo que la amistad no puede pasar: la pasión. Su Dios, de alguna manera, les invitaba a la amistad con el género humano, y yo era parte de ese género humano.

Por otro lado, de mi relación con estos muchachos obtuve la constancia de que determinados temas no deben ser tocados para poder mantener esa amistad en unos términos aceptables. Creo que toda fe, hasta la más honda, tiembla al contacto con la palabra, con el razonamiento, y sólo protegiéndose del discurso, del argumento, de la duda, es como la fe puede evitar su disolución. El individuo pensante, inquieto, el ser que duda resulta del todo incompatible con la fe, con la más rancia pero también con la más revolucionaria. Y no me gustaría que se entendiera que me muestro partidario de que la Razón presida todos nuestros actos: más bien creo que la razón y la lógica deben guiarnos sin evitar nuestros extravíos, pero sí evitando que estos extravíos nos pierdan del todo, o nos sumerjan, como sería el caso del que hablamos, en un Extravío sagrado, comunal y descomunal.

Por supuesto, lo que me preocupa en mi pensamiento son los activistas cristianos, porque también pasaría por pretencioso si quisiera yo aquí reprobar las creencias particulares de los millones de cristianos diferentes que me rodean, cuando yo creo sin sonrojarme en las Hadas o en la risa de la Luna. ¿Cómo sentirme superior a esa mujer que lucha por sus hijos y da su vida entera por los que quiere (por cierto, sin necesidad de pertenecer a ninguna organización) porque ella crea en el poder sanador del difunto Fray Leopoldo de Alpandeire? La diferencia es riqueza, y por mucho que lo intentemos, siempre andaremos sobre las ascuas de nuestras creencias, y a lo más que podemos aspirar es a elegirlas nosotros mismos, o a modificar las que nos inculcan hasta que sean más nuestras que del rebaño.

La historia del cristianismo está trufada de mentiras y de crímenes, y comenzó exactamente por una campaña brutal de marketing realizada por el intrigante San Pablo sobre la historia de un simple líder de un movimiento de resistencia al Imperio Romano. Luego, durante siglos, papas corruptos y sus sicarios bendecidos fueron acumulando en torno a esa creencia central un montón de verdades reveladas e insensatas, de las cuales muchas han pasado a nuestro acervo cultural como realidades incontrovertibles. Aquellos amigos míos, todos muy progresistas aunque en general provenientes de familias más que acomodadas, se dedicaban a salvar a muchachos y muchachas de la droga o de la pobreza, ofreciéndoles a cambio el amor de Dios y, por extensión, sólo como una extensión, el de ellos mismos. A la vez, rezaban en las iglesias, en misas informales, y lamentaban que gente como yo, que asistía por educación y cariño a sus bodas, sus comuniones y sus historias, anduviese tan perdida en la vida. Estos amigos podían dedicar todo su tiempo a salvar almas, pero se mostraban incapaces de charlar conmigo, de mostrar el más mínimo interés personal por mí y por mi gente. Por poner un ejemplo, cierta vez asistí a un acto multitudinario en una iglesia, previo a la boda de dos amigos. Allí estaban todos. Un individuo de aspecto alcanforado, al que conocía de vista, y muy cercano a todos ellos, tomó la palabra y pidió a Dios que aquéllas almas descarriadas que aún no creían en Él, y que para unirse en matrimonio no habían pasado por el altar, acabaran curando su ceguera y entendiendo por fin la vida verdadera. En ese momento esperé que aquellos que creía mis amigos tomarían la palabra para defendernos de ese estúpido y poco argumentado ataque, pero ninguno dijo nada, sobre todo porque para ellos no existíamos como personas, sólo como miembros desorientados de su comunidad. Así, poco después, cuando mi mujer y yo andábamos embarazados de nuestro primer hijo, cuando disfrutábamos del placer indescriptible de sentir el crecimiento de aquel enano dentro del vientre de mi mujer, mis amigos, que entonces vivían en otra ciudad no demasiado lejana, no nos visitaron nunca porque siempre estaban ocupados en charlas a matrimonios y en salvar almas drogadas. Sólo nos consta que visitaran Sevilla una vez, y fue para agitar banderitas y tocar tonterías de dos acordes en la guitarra ante ese individuo, que (como diría la buena de Cándida) su Padre mantenga en conserva, llamado Juan Pablo II, y al que mis amigos criticaban en un alarde impresionante de independencia, aunque luego le cantaran y se unieran a los actos de bienvenida a un tipo que promovía lo que promovía en el mundo. Luego de aquello, que ocurrió hace unos quince años, y además de cortar por lo sano con todos ellos, me dediqué por pura curiosidad a observar con más detenimiento a este ejemplar de ser humano, y créeme que mi pensamiento nocturno se queda bien corto comparado con lo que pienso de ellos.

Por último, vuelvo al principio: no hay dos cristianos que crean en lo mismo, y andar convencido (como yo hice en alguna parte de mi vida) de que nuestra creencia es la cierta, y que coincide en lo básico con la de un Jesucristo del que ni siquiera se tiene una constancia histórica definitiva, me parecer una equivocación. Pero si de verdad lo fuese, y dado que todos nos equivocamos, líbreme el cielo de condenar a nadie por ello. Yo hablo en mi pensamiento de los activistas cristianos (no de los creyentes particulares, tampoco de los activistas no religiosos), hablo de aquellos que hacen el bien como un deber dictado por el Padre, y no porque hayan llegado a la conclusión personal de que es bueno hacerlo; hablo de aquellos que quieren a sus amigos porque Jesucristo existió, y no porque sus tripas se lo pidan. Aunque parezca lo mismo, no es igual.

martes, 16 de octubre de 2007

Las cornás de la Patria

De lo mucho que le debo a la Patria, lo que con más emoción recuerdo es sin duda mi formación militar. El otro día, asombrado ante el televisor en el desfile que conmemoraba el día de la Hispanidad, me entretuve en rememorar todas las enseñanzas y señales que mi paso por el cuartel dejó en mi humilde ser. ¿Cómo olvidar aquellas charlas sobre armamento? ¿Cómo no revivir esa imagen impagable en la que el Páter de la escuadrilla, con barbilampiña serenidad y encendida devoción por la patria, nos arengaba sobre la diferencia entre esa otra mejilla de Jesucristo y los fusiles de asalto que debíamos blandir un rato después? ¿Cómo mostrarme desagradecido luego de habérseme dado la oportunidad de vivir el golpe de Estado de Tejero en el propio cuartel? Juro que podría dibujar a ciegas la cara de aquel soldado veterano (porque yo era un pobre recluta de dieciocho años), que, sentado en un poyete, gritaba con sorna: “¡ya está aquí la guerra!”. Y ¿qué decir de ese rumor vivo que se extendió de inmediato, que nos decía que esa misma noche juraríamos bandera para poder usar un arma, y que al día siguiente nos mandarían por la ciudad a pegar tiros? ¡Qué incomparable aventura!

Aún conservo la orgullosa cicatriz que el punto de mira del cetme me causó en el dorso de la mano derecha, justo en la carne blanda entre el pulgar y el anular. En aquella fría mañana de enero, el niño que fui utilizaba la manga de la basta camisa de lona como alivio al punzante dolor que le producía el punto de mira, que se apretaba contra la mano con los cuatro kilos de un cetme engrasado con avieso placer. Y poco después el suelo patrio dejó su huella en mis pies, huella que aún conservo en unos talones frecuentemente doloridos y por siempre irrecuperables. Pero ¿qué es ese dolor comparado con la Patria y el servicio que todos le debemos? ¿Dónde mejor que en el cuartel para iniciarse en el ateísmo más irredento? Además de aquellas evocadoras peroratas del Coronel Castrense, ¿qué decir de ese sargento pequeñito, de barriga cervecera y genio imposible, que nos hacía apuntar hacia un Sagrado Corazón de Jesús que se alzaba desafiante más allá de los campos de instrucción? ¿Qué decir de esa combinación de angustia y violencia contra Dios que se gestaba con el aluvión de órdenes imprecisas y severas que caía sobre uno todos los días? ¿Acaso alguien puede hacer más por el descreimiento y la incredulidad religiosa?

Luego, en aquel pequeño submundo, aprendí que la verdad no existe, que la lógica es una pretenciosa e inoportuna entelequia, y que el poder está en las estrellas y no tiene nada que ver con la inteligencia. Poco a poco me ilustré en las buenas artes de la villanía, por supuesto para que quien se licenciase no fuese el niño que había entrado, sino un hombre de mundo, hecho y derecho. Supe de la virtud de los gritos, de los excesos de la autoridad, de la humillación más retorcida. Supe de la inferioridad manifiesta de los gordos y los maricones, del asco por los sabihondos, de la necesidad ciega de la conservación y de la terrible amenaza de todo cambio. Supe del peligro del pensamiento: contra la idea el orden y la orden. ¿Qué más se le puede pedir a la Patria?

Sí, el otro día, cuando trasteaba con curiosidad en la televisión, di con ese desfile. Entonces alguien gritó: “¡Viva España!”. La respuesta unísona de los soldados me provocó unos escalofríos que surgen, sin duda, de los pozos profundos de mi alma donde se retuerce mi más sentido patriotismo...

miércoles, 10 de octubre de 2007

Qué hartura de elegidos

Sólo un malnacido dudaría que el Holocausto fue una de las peores calamidades en la historia reciente de la humanidad. Arendt, Levi, Borowski y otros muchos nos han dibujado la escena del terror sistemático, de la despiadada capacidad de organizar un genocidio que toda una sociedad esgrimió contra más de seis millones de personas, la mayoría de ellas judíos. Y sólo un desalmado podría no conmoverse con aquellos hechos y, a continuación, no hacer todo lo posible para que no vuelvan a producirse.

No obstante, artículos como el que Daniel Jonah Goldhagen publicó hace unos años en El País, nos vuelven a recordar que no todos se conmueven de la misma forma ante semejantes sucesos. Este historiador, al parecer muy criticado en el ámbito académico por su falta de rigor científico y su gusto por el protagonismo, nos recuerda por enésima vez lo que todos los gentiles, descendientes de sus torturadores y perseguidores, les debemos a los judíos: alemanes, franceses, daneses, holandeses, polacos, suizos, y por qué no españoles, porque en España también combatimos a los judíos. Y lo que todos les debemos empieza, faltaría más, por el débito económico hacia el Estado de Israel.

Nadie debería olvidar la obsesión nazi por todos aquellos que poseían uno o más detalles judíos: entre las víctimas, unos practicaban su religión y se sentían profundamente judíos, y en otros el judaísmo era una característica familiar poco menos que olvidada, pero en general todos habían decidido ser alemanes, franceses, italianos… Es decir, la moraleja de aquel horror no es que no se repita más el holocausto contra los judíos, sino que no se repita más ninguna otra matanza, ya sea metódica como la de los nazis, ya sea repugnantemente aceptada como la de Oriente Medio, a la que contribuye fervorosamente el Estado de Israel. En el horror nazi murieron muchas personas: judíos y gentiles, judíos menos judíos, judíos nada judíos… y gracias a que no pudo continuar con sus planes, Hitler no exterminó a los polacos (judíos y gentiles), a los ucranianos, a musulmanes, a deficientes mentales, a sastres morenos y a prestamistas sin corbata.

Ya basta de dividir el mundo en judíos y no judíos, basta de utilizar el dolor y la muerte de tantas personas. Aquello pudo ocurrir en cualquier lugar del mundo, y fueron muchos los que colaboraron con aquel desastre, incluidos, no hay que olvidarlo, un buen número de judíos. Los alemanes actuales deben dar cuenta de sus acciones, pero no de la de sus abuelos, igual que los israelitas del futuro no deberían pagar por la hazañas de sus fanáticos guerreros actuales. Este puñado de fanáticos encumbrados en el poder, deberían dejar de utilizar políticamente el Holocausto, porque no se construye un mundo libre y justo bajo la diferencia intransigente de los libros sagrados y las armas, y recordándonos continuamente nuestra culpa de no ser judíos. Ese niño judío, ese niño asesinado por un despreciable delincuente, tenía el mismo derecho a la vida que cualquier otro niño, justo por ser niño y persona, no por ser judío. Estoy hasta el último pelo de los pueblos elegidos.

LOS PLANETAS DE HOLST, Teatro para niños (V)

Acto 5º. SATURNO, EL DIOS DE LA VEJEZ

El acto empieza con el encendido lento y gradual de un foco que va iluminando una habitación con una cama, una silla, una mesa, diversos objetos repartidos por la estancia.Renqueando, entra Saturno, anciano y torpe, y deambula un rato por la habitación moviendo esto y aquello con gran dificultad. En cierto momento, el anciano dirige su atención, extrañado, hacia el foco que le alumbra. Tras alcanzar un libro de fotografías, se sienta en la cama, el cual enseñará al público como si tratara de verlo con la luz del foco. Un momento después se levanta a contemplar la foto de una mujer en la pared, y hace un gesto con la cabeza que es claramente de lamento. Vuelve a sentarse y deja a un lado el libro. Al poco se levanta de nuevo y se dirige a una ventana, donde comienza a encenderse el crepúsculo.
En cierto momento las campanas se oyen fundidas en la música, y comienzan a llegar hijos y nietos que vienen a visitar al abuelo. La casa se ilumina y bulle de alegría. El viejo, alegre, juega con los nietos y charla animadamente con sus hijos. Pero no pasa mucho tiempo y ya tienen que marcharse, y la casa vuelve a quedarse vacía, y el viejo se echa sobre la cama luego de mirar de nuevo hacia el foco de antes, que es el único que ha quedado iluminando la habitación. El foco se hace cada vez más tenue con el final de la música.

martes, 9 de octubre de 2007

Hormigas, malnacidos y medias verdades

Hace unos años adquirí por casualidad una de las muchas biografías que danzan por ahí sobre el Che Guevara. Aún antes de eso, en la universidad, nos había llegado un grupo de profesionales españoles de la sanidad que nos hablaron de primera mano del sistema sanitario cubano y de la situación social del país. Recuerdo concretamente a un médico sevillano que nos contaba apasionado cómo había viajado a la isla muy escéptico, y que se había saltado sin problemas las visitas concertadas por el gobierno, presentándose en varios hospitales de provincias, y descubriendo que la situación era aún mejor que la que les habían mostrado de modo oficial en la capital. Claro, esto fue hace un manojo de años. Hoy día la situación será muy diferente. Si entonces se podría atribuir la bonanza a la generosa subvención rusa, sin intervención de la buena fe de los dirigentes, hoy también se podría culpar del estado lamentable de Cuba al bloqueo salvaje e inexplicable que Estados Unidos aplica sobre la isla. Y digo inexplicable por varias razones, pero sobre todo por una del todo indiscutible: regímenes peores que el de Cuba los hay con los que Estados Unidos mantiene excelentes y beneficiosas relaciones, importándoles a estos señores un soberano pimiento que haya o no democracia en ellos, o que, habiéndola, funcione realmente o no.

Cuando leí aquella biografía yo sentía por el Che, sin apenas conocerlo, esa devoción que cualquier joven sano experimenta por los héroes, por los personajes gigantes. Leí la biografía, y luego me bebí un par de ellas más; busqué fotografías, imágenes que me demostraran que aquella historia furibunda e incontestablemente singular había sido cierta. El rostro profundo de Ernesto Guevara, la superación de su asma, sus diarios, su arrojo, incluso su rebelión interna contra la nomenclatura acomodada del régimen de Castro, todo contribuía a elevar a ese hombre de hierro. No obstante, supe pasar toda aquella información por el cedazo de mis sentimientos, y me sorprendieron imágenes chocantes como el riguroso y casi brutal descuido que este hombre practicó con su familia, con sus esposas y sus hijos, y que también trasladó a sus relaciones con los ciudadanos cubanos, que eran para él poco como individuos y mucho como piezas para el triunfo de la revolución. Para mi gusto de hombre burgués, el sacrificio de la vida particular de todos para conseguir un bien universal y común que llegará algún día, tal vez dentro de mucho, quizás nunca, resultaba una incongruencia y una locura. Exactamente, el Che Guevara siempre me pareció un loco genial y peligroso por partes iguales. Pero nadie le podía negar que creyó en lo que hacía, ni su valor desmedido ni la fuerza que transmitió a tantos, tantos seres que, incluso tras dejar de creer en él, se sentían deudores de esa fuerza.

Hace unos meses, en la revista Letras Libres, apareció un monográfico sobre el Che Guevara, de cuya página web he conseguido rescatar un artículo bastante representativo de la imagen que en esta revista se dio del Che. Recuerdo que envié un correo electrónico a la dirección de la revista, quejándome enfadado del tratamiento absolutamente parcial que se daba a la figura de este hombre, un tratamiento bastante acorde con las nuevas corrientes mayoritarias que sólo ven las, por otra parte indudables y deplorables, fallas de un régimen cubano que, en mi opinión, no ha sabido rendirse a tiempo. No creo en las doctrinas comunistas, ni siquiera creo (como me pasa con el cristianismo) que las doctrinas sean válidas y su materialización deleznable. Creo que su ideario lleva consigo las consecuencias que luego han tenido los regímenes comunistas en el mundo. Hay que recordar que, como muy bien describió Hannah Arendt en su magnífico estudio Los orígenes del totalitarismo, los dos regímenes verdaderamente totalitarios de la historia moderna han sido el nazi y el estaliniano, aunque papá Estados Unidos haga ingentes esfuerzos por conseguir un tipo de totalitarismo no visto hasta ahora. Pero a cualquier régimen amigo de Estados Unidos y de Occidente se le analiza con lupa, y se le valoran las bondades y se le disculpan los defectos, e incluso se le excusan graves conculcaciones de los derechos humanos a cambio de que colabore estrechamente con Occidente en el mantenimiento de la paz mundial, paz mundial que consiste mucho más en la protección de la zona cero en Manhattan y de la industria militar de Bush y sus amigos, que en el respeto a los derechos humanos básicos en El Salvador o en Arabia Saudí.

Curiosamente, buscando el artículo sobre el Che en la revista anteriormente mencionada, encuentro que ahora publica un monográfico sobre la figura del excelso Vargas Llosa. Colaboran en los aplausos (porque pitos no hay ninguno) gente de muy diverso pelaje, e incluso transcriben antiguas cartas de Cortázar y Donoso a este (dicen) magnífico escritor. Cortázar, colaborador infatigable y realmente bienintencionado de la revolución cubana en sus primeros estadios, trató por todos los medios de mejorar la relación entre el gobierno cubano y Vargas Llosa cuando éste último comenzó a distanciarse de la revolución. Cortázar mismo describe en sus cartas muchas razones por las que él mismo disentía de determinadas decisiones de Fidel Castro, e incluso estuvo durante un tiempo en la lista de malditos del régimen. Aun así, y luego de leer más de mil ochocientas páginas de cartas de este buen amigo, juraría que ahora Cortázar y Vargas Llosa estarían ambos muy alejados del régimen cubano, pero separados entre ellos por un abismo ideológico profundo. Por otro lado, resulta increíble leer al otrora defensor de las libertades reales y no económicas, Fernando Savater, hablando de su amigo peruano, y pasando de puntillas sobre las frecuentes propuestas descabelladas y pronorteamericanas (todos somos conscientes de lo que este término significa) del interfecto, con la excusa vana de su buena amistad. Reconozco que mi aversión a Vargas Llosa tiene mucho de personal, y cuando Cortázar, Donoso e incluso Savater hablan de su obra en términos tan elogiosos, algo debe fallar en mis lecturas para que este sujeto no acabe de gustarme en lo literario; me da que es esa manía mía de valorar a los artistas por algo más que el producto de su obra, de apreciarlos por la sinceridad de su obra, porque una genialidad mentirosa equivale a una basura genial. Lo que nunca entenderé es por qué en determinados medios no se cuidan de caer en esa desfachatez y esa actitud tendenciosa, porque de siempre una verdad a medias ha sido una mentira. El Che quiso crear un ejército disciplinado de hormigas batallando por la igualdad y la justicia, y se olvidó que en un hormiguero humano no habría igualdad ni justicia, sino sólo la maquinaria biológica funcionando a pleno rendimiento, con individuos para nada felices. Eso no quita que su grandeza supere a la de monstruos malnacidos a los que ni Vargas Llosa ni Letras Libres corrigen una coma.

sábado, 6 de octubre de 2007

Mamá

La calle de tumbas, en ese juego de contrastes de la mañana, me transporta a aquella otra calle de casas humildes con tejados de uralita, en cuyo pavimento roto e irregular yo jugaba muy de pequeño, mientras ella se atareaba criándonos y probablemente embelesada con nuestra indefensa existencia. ¡Cómo me gustaría ser capaz de recordar sus gestos de aquellos días, verla mirar al niño que fui con la ternura sólida y perfecta con la que ella, muchos años después, solía mirar a sus nietos!

El rocío no hace mucho rato que ha dejado de caer, y ha salpicado el mármol blanco de minúsculas gotitas que son como el rastro del amanecer. No hay duda, ella no merecía esto, la vida le negó la justa recompensa. ¿Qué me importan las verdades biológicas, las evidencias fisiológicas ni todos los descreimientos del universo? Ella empezaba a visitar el mundo, y ahora todos sus viajes quedaron cancelados. Cuando la vida comenzaba a pagarle todo lo que le debía, la muerte odiosa y abusiva se interpuso con su última, amarga palabra.

Siento su cercanía física, porque ella descansa ahí, a un par de metros, y me asalta un deseo intenso de abrir el tapamento de la tumba y abrazarla, porque la pienso como la última vez que la vi, justo antes de que alguien cerrara definitivamente la cortina de la habitación del tanatorio, o mejor como estaba antes en su cama, quieta y fría, pero abrazable. Y por eso querría subir a la tumba y apartar el tapamento, y alcanzarla y acariciar su rostro, esos rasgos sin los que ahora no sería nada. ¿A quién le importaría? Estoy solo, rodeado de muertos, leyendo “el 6 de diciembre de 2006, a los 70 años”, y ella ahí, tan cerca… Alguien debería abrazarme, alguien debería abrazar a todos los que descubren el sentido del llanto.

El humo de una hoguera, donde queman restos de viejos ataúdes, se interpone entre el joven sol y nosotros. Un avión pasa cantando la canción de los viajes, ajeno al bosque de cruces. Ella estaba descubriendo el mundo, y ahora cada lugar que rocen mis ojos dejará una punzada en mi pecho. Las lágrimas no son suficientes, nunca serán suficientes, pero su nombre y su historia gigante se han quedado a vivir en mi abrazo.

Sé que ella nota la vibración de esos golpes sobre el mármol, tengo la certeza de que ella sabe que con esas pequeñas palmadas sobre la piedra fría de su última casa le ando diciendo adiós, hasta muy pronto, mamá, volveré a visitarte muchas, muchas veces, porque sin ti no hubiera sido nada, porque sin ti ahora tampoco sería nada.

viernes, 5 de octubre de 2007

Gijón...

Gijón cumple tus retratos como un lienzo previo, como la proyección de tu amor melancólico por esta tierra...

jueves, 4 de octubre de 2007

Velocidad para todos

Hasta hace nada, en Sevilla sólo se podía disfrutar de la velocidad a bordo de una Scooter o de un Ibiza tuneado, o en su defecto de algún otro vehículo de dos o cuatro ruedas con el único requisito de que el conductor renunciase a usar su cerebro. Hoy, gracias a nuestro Alcalde, todos podemos disfrutar de la velocidad de un modo más ecológico y sano. Y es que con ocasión de las últimas elecciones municipales, y luego de intentar en vano (o de ni siquiera intentarlo) mejorar el nefasto sistema de transporte público de la ciudad, nuestro preclaro alcalde quiso ganarse a jóvenes, ecologistas y gente madurita resistente a envejecer con una medida que nadie en su sano juicio puede discutir: comenzó a llenar nuestras calles de carriles bici.

Sin entrar en la indudable necesidad de ir disminuyendo el uso de coches y motos, y por tanto de la contaminación y el ruido (España y Japón son los dos países más ruidosos del mundo), sin pararnos en los modos salvajes de construcción de los carriles, ni en la conveniencia mayor o menor de los trazados, ni siquiera en la reducción feroz del ancho de las aceras, en las que los peatones nos sentimos poco menos que arrinconados, hay que resaltar uno de los mayores beneficios de esta idea: cientos de ciudadanos pueden ahora sentir el vértigo alentador de viajar a toda velocidad con su bicicleta por los sinuosos y verdes carriles de Sevilla. Un montón de gente decente puede experimentar la emoción de llegar a un paso cebra lo suficientemente rápido como para no poder parar en caso de que algún villano a pie tenga la insensata ocurrencia de cruzarlo, o la diversión suprema de sortear los árboles que salpican los carriles, asustando de paso a torpes ancianitos que no acaban de enterarse de que la ciudad se ha hecho por fin ecologista. Tendríais que ver las caras de muchos ciclistas, con el cabello al viento y la mirada fija en el horizonte, cruzando la ciudad como rayos verdecidos y oxigenados.

Parafraseando la primera ley fundamental de la estupidez humana de Carlo M. Cipolla (gracias otra vez, querida Ana), podemos decir que siempre e invariablemente subestimaremos el número de individuos estúpidos que circulan por los carriles bici de mi ciudad...

miércoles, 3 de octubre de 2007

El Ultraísmo y la literatura insólita

Comienzo a leer con ilusión los textos recogidos en el libro de José Mª Barrera López, El Ultraísmo de Sevilla. Historia y textos (Alfar, Sevilla, 1987). Una de las primeras entradas de El Hilo Invisible estuvo dedicada a Rafael Cansinos-Assens, fecundo y multidisciplinar sevillano cuyo arte debí sufrir leyendo cierto libro de Dostoievski. Pues bien, Don Rafael resulta ser la figura principal de este movimiento ultraísta, que no sólo se desarrolló en Sevilla, sino que tuvo insignes representantes en muchos otros lugares del país. Si bien, y como no podía ser de otro modo, el autor del libro, amante confeso del movimiento ultraísta, aborda la historia del mismo con un lenguaje desorganizado e insoportable, uno descubre en el libro no sólo textos impagables (dentro de lo que podríamos llamar literatura insólita), sino sorpresas como la de que el mismísimo Borges se incrustó en estos grupos de orgullosos intelectuales que pretendían cambiar radicalmente el panorama de la literatura hispanoamericana a golpe de inmodestia.

Podríamos definir brevemente a este grupo por dos características principales: por un lado la mentada inmodestia, y por otro una afectación florida, ambos adornos confluyendo en una profunda vanidad. Pedro Garfias, citado por Barrera, decía: "Yo os predico el odio y la guerra a los viejos y sólo os pido, en cambio, pureza, haciendo valer mi ejecutoria de inmaculado. Pureza que aisle de contactos odiosos, que dé fuerza moral para el combate supremo". Y es que los ultraístas se consideraban llamados a la gloria, y a la gloria llamaban a todo aquel que tuviese deseos de alcanzarla: "Respetando la obra realizada por las grandes figuras de este movimiento [novecentismo], se sienten anhelos de rebasar la meta alcanzada por estos primogénitos, y proclaman la necesidad de un ultraísmo, para el que invocan la colaboración de toda la juventud literaria española". Veamos ahora un par de textos de Don Rafael y de su amigo Rogelio Buendía:

En otoño de 1918, nuestros poetas jóvenes, a semejanza de la estación, quisieron sacudir sus hojas secas. Acaso mi voz, recogida por Xavier Bóveda en los tambores periodísticos, asumiese en esta purificación lírica el sentido de un hálito dispensador. Sobre los divanes que retenían el último césped, bajo los focos de luz —últimos frutos suspendidos entre mis manos temblorosas, esta llama alargada: Ultra.

(Rafael Cansinos-Assens, Para los Poemas de los Pinos de Xavier Bóveda, Grecia, II, 25, 20 de agosto de 1919, p. II).

Neumotórax

El nitrógeno entró
El manómetro marcó
positivo
Ella tumbada con el costado
perforado por la aguja.
Las gafas brillaban viviendo
Su vida de sabio aburrido
Una tos anestesiaba el aire
Cloroformo — Aceite gomenolado
C’est ça!
Pas bien du sommet gauche
La pantalla lo dijo
Ella tosía y tosían todos

C’est ça!
Dentro de aquel otro pecho
se oía y golpeaba las manos
la pectoriloquia áfona
trente deux, trente trois…
tras de mi foneudoscopio
había un soplo que me decía
que me callara
la aguja se hundió en otra pleura.

(Rogelio Buendía, El París de mis gafas, en Grecia, III, 46, 8).

De esta estirpe, por decirlo con tono ultraísta, nacería muy pronto Don José Jiménez Silva, para prestar cumbre literaria a tantos desvelos y hacer de la literatura insólita un arte prometedor.