jueves, 29 de noviembre de 2007

El narrador narrado

Cualquiera sabe que una de las funciones más importantes de las historias es conservar nuestra memoria, pero uno nunca deja de sorprenderse cuando la teoría se convierte en práctica.

Mi padre me contó infinidad de veces, hasta llegar a ser angustioso para mí escucharla, la historia de sus trabajos en la provincia. Al final de su vida laboral trabajaba arreglando pinchazos de ruedas en un pequeño taller, pero su profesión, la que aprendió y en la que, según él, destacó, fue la de recauchutador. Se dedicaba a crear moldes para piezas de goma, y también a empalmar concienzudamente cintas transportadoras de considerable tamaño en empresas repartidas por la capital y por los pueblos de Andalucía y Extremadura. Disfrutaba indeciblemente explicándonos cada uno de los detalles de su trabajo, y con el auxilio de su inmodestia los convertía en una sucesión de heroicidades que lo eran en tanto él así los consideraba. Porque lo cierto es que siempre fue un hombre mañoso, muy mañoso, que inventaba soluciones para cualquier desaguisado en el hogar.

Hoy mi padre vive su última etapa en este mundo en el ambiente pacífico de una residencia. Lo que parece ser Alzheimer impidió que siguiese viviendo con sus hijos, y ahora no se siente mal donde está, porque lo cierto es que sus necesidades han disminuido a la mínima expresión. Hoy, paseando con él por la residencia, se me ocurrió recordarle aquellas pequeños dulces de mazapán, cubiertos de piñones, que en ningún lugar los hacen más ricos que en una confitería de Aracena (Huelva). Le pregunté si se acordaba cuando nos los traía de vuelta de un trabajo en aquella zona, y me dijo que no, que no se acordaba de los dulces, como tampoco se acordaba de sus viajes para reparar las cintas transportadoras, ni de su lucha en los años cuarenta con los complejos diseños de moldes para piezas únicas de goma, de los que se mostró siempre tan orgulloso. Entonces me sentí en el deber de recordarle la historia que él me había contado tantas, tantas veces, y que ahora había desaparecido de su mente. Mientras le contaba, él caminaba con los ojos fijos en el suelo, y yo pensaba en la ironía del destino, porque ¿quién le iba a decir a aquel muchacho, cansado de escuchar una y otra vez la misma historia, que llegaría un día en que sería él el que tendría que relatársela a su padre?

El otro día, tras algunas gestiones y la ayuda de mi buen amigo Javier de Coria del Río, le llevé una foto de un maestro que mi padre tuvo con nueve años, en el único año que pudo ir a la escuela, un maestro que en ese curso les leyó a sus alumnos varios libros de Julio Verne: Dos años de vacaciones, Un capitán de quince años, Los hijos del Capitán Grant…, libros que luego él a su vez nos recomendó tantas veces. La foto de Don Rogelio Asián era de 1968, unos treinta años más tarde de aquellas lecturas. Mi padre, que aún recuerda a su maestro, que recuerda su nombre y el agradecimiento que le profesa, no lo reconoció en la foto, y yo pensé entonces que aún tenemos necesidad de contar y de contarnos, porque de alguna manera con estas historias nos sentimos menos solos.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Poemas del desperdicio (IV)

(Capítulos: I, II, III)

— El cielo parece un animal herido... —susurra Julieta apoyando la cabeza sobre su hombro y cuidando que la camelia, ya un poquito ajada, no sufra.

— Sí, no se cansa de morir. Mañana lo tendrás ahí de nuevo, renaciendo de sus cenizas...

— ¡Qué suave tu chaqueta!

— Está prácticamente nueva. Me la regaló alguien que estaba muy cansado —y entonces recuerdo la imagen de aquel hombre que se sentó junto a mí en un banco de un parque, y con el que conversé sobre astronomía y sobre el destino de los sueños que nunca se cumplen. El hombre, antes de irse, había sacado sus pertenencias de la chaqueta y me la había tendido diciendo “te ruego que la aceptes, te quedará bien, creo que tenemos la misma talla”. Llevaba unos ojos tristes y a la vez muy abiertos, tan hambrientos como cansados.

— ¿Me dejas dormir esta noche sobre ella? Me encanta el tacto de su tela...

— Me pregunto qué tela será ésta. Nunca conseguí aprender los nombres de las telas...

— Es lino —repone Julieta con la alegría de conocer—. ¿Sabes que es una de las telas más antiguas que existen? Los egipcios recubrían a sus momias con lino...

Ambos seguimos mirando al horizonte. Nuestras bolsas, los aislantes y una manta de tartán rojo y negro nos mullen el suelo al pie de un alcornoque. Las ramas bajas del árbol se dibujan hermosas contra la sangre del crepúsculo, y poco a poco vamos cayendo en ese sopor agradable que sólo las noches de verano saben inducirnos. Julieta pronto comienza a respirar profundamente, y yo con mi mano libre alcanzo el cuaderno y escribo.

Sonaba entre el silencio la Pasión según Juan, de Bach. Era un coche acogedor y una noche de luna llena, y se sentaban uno junto al otro, exactamente en el centro del mundo. Hablaba ella con los labios rozando los labios de él, y él aspiraba su aroma de fantasía, esa luz imaginada que inundaba su mundo imposible. El coro inicial

Señor, nuestro soberano,
cuya gloria llena la tierra toda,
muéstranos con tu Pasión
que tú, el verdadero y eterno
Hijo de Dios,
triunfa
Incluso en la más profunda humillación.

les traía la sal del mar lejano hasta aquel lugar de tierra negra. Cerca, por la carretera, algunos automóviles trasnochadores encendían veloces flamas, y ella y él se distinguían entonces durante un instante tenue, comprobando que sus manos no se equivocaban. Bebieron, se bebieron con ansia, se describieron mutuamente, se alzaron para luego caer entrelazados mientras se sumergían en el azar,

Te seguiré con pasos ansiosos
y nunca te abandonaré,
mi luz, mi vida.
Enséñame el camino,
aliéntame, empújame, invítame.

cubriéndose de lenguas y risas. Luego se regalaron lágrimas en la acogedora madrugada. Él, tumbado boca arriba, reparó en su semblante sobrenatural, protegido por el túnel misterioso de su pelo oscuro, justo cuando ella bajaba sus labios para un nuevo beso. Entonces la detuvo. Sintió sobre el pecho la cortina de sus cabellos a la vez que el tacto de algodón de sus senos de ángel, y aquella carita osada de bruja detenida en una penumbra temblorosa. La luz de la luna pintaba en aquellos rasgos una apología terrible de la melancolía. Él guardó la imagen en una recóndita estancia de su corazón, y entonces, lentamente, la acercó hacia él para el último beso de aquella noche, porque era necesario dejar que el tiempo reanudase su marcha,

Oh, mente atormentada,
¿dónde me conduces?,
¿dónde encontraré consuelo?
¿Permaneceré aquí,
o me esconderé
tras las colinas y las montañas?
Nada en el mundo puede ayudarme,
y mi corazón
se duele con la pena
de mi vergonzosa acción:
he abandonado la fe en mi Señor

y porque la Pasión según Juan había girado y girado en el radiocasette y había sonado tantas veces, tantas vidas habían pasado, tantos dedos recorriendo la piel de aquellos chiquillos escondidos en un coche, que la misma noche acabó rendida y pidiendo con sordina el regreso a la ciudad. Se vistieron sin prisa,

Apresuraos, vosotros, almas atormentadas,
abandonad vuestros cubiles de miseria,
apresuraos… ¿Dónde…? ¡Al Gólgota!

rozándose con torpeza, desvalidos, resignados, moribundos, ya deseando dormir para aventurarse en el siguiente sueño prohibido…

Cierro el cuaderno y a continuación detengo con la manga de lino una lágrima inesperada que cae sin prisas por mi mejilla, confundida ya entre la barba. Me dejo resbalar con suavidad para no despertar a Julieta, tratando de no dañar a su camelia blanca. La apacible maraña de ramas del alcornoque entona una canción silenciosa en la que mi conciencia se va diluyendo...

viernes, 23 de noviembre de 2007

Racista, machista y leninista

Vaya por delante una obviedad: creo en la igualdad de oportunidades y derechos de todos los seres humanos, y también creo que hay que tomar medidas excepcionales para que determinadas personas, que por su condición han sido hasta hoy discriminadas, adquieran cuanto antes todos esos derechos y esa igualdad de oportunidades.

Dicho esto, debo describir lo que me ocurrió hace unos días en unas Jornadas dedicadas a la igualdad de oportunidades para jóvenes. Dictaba una conferencia un sabio sociólogo que, a su pesar, no conseguía comunicar toda su sabiduría. Tocó de forma dispersa muchos aspectos sociales que nos podrían ayudar a entender a la persona joven, aunque fundamentalmente lo que hizo fue aburrir a la concurrencia. Aun así, en el tiempo de participación de los asistentes, una chica alzó la mano e intervino muy airada: ¿a qué joven se refería este señor? ¿Tal vez al joven autóctono, rubio, alto y con ojos azules? ¿O tal vez al joven inmigrante, desubicado y de piel más o menos oscura? La vehemencia de su intervención no justificaba en mi opinión las recriminaciones que esta mujer hacía al sociólogo, que se sorprendió tanto que sólo pudo balbucear unas excusas incoherentes, como si estuviera buscando, sin éxito, en qué parte de su discurso había sido racista.

La siguiente actividad de las Jornadas consistía en una mesa redonda dedicada a la exposición de experiencias en las que se trabajaba por la igualdad de determinados colectivos. Estaba moderada por otro sociólogo, poco menos aburrido que el anterior, que lanzó un primer discurso igualmente disperso y poco útil, dando paso luego a tres mujeres que hablarían de sendos colectivos discriminados: inmigrantes, mujeres y discapacitados... Bueno, perdón... personas con diversidad funcional o psíquica. A la luz de lo dicho en la mesa, creo que sería un buen cambio de denominación.

Pues bien, para la inmigración intervino mi vehemente amiga de antes, que soltó un discurso muy bien trenzado y bastante coherente, aunque inevitablemente teñido por el exabrupto anterior. A pesar de tanta coherencia, no pude en ningún momento quitarme de la cabeza la visión de un retrato mío, en el que yo aparecía alto, con ojos azules, pelo rubio y muy corto, y tocado con un bigotito ridículo y oscuro y un uniforme de aciago recuerdo.

A continuación intervino una chica que contrastaba profundamente con la anterior, no sólo porque la primera era colombiana y de tez oscura y la segunda rubita y de ojos claros, sino porque esta última hablaba con una cadencia casi desesperante, que impidió que cumpliera su primera promesa: que trataría de no pasarse de los veinte minutos que tenía concedidos para hablar. Cuando el moderador le quitó la palabra, había consumido algunos más, y sólo había tocado un par de puntos de los muchos que traía preparado. Esta mujer, con suprema tranquilidad, inició su discurso hablando de la necesidad de que las mujeres se liberaran de todos los yugos a los que esta sociedad machista las somete, y que si ahora el colectivo se encontraba mejor que en el pasado era exclusivamente gracias al trabajo del movimiento feminista. Eran las mujeres las que tenían que luchar por su liberación, quedando por deducción los hombres en uno de dos papeles: en el del machista represor o en el del espectador que asiente. Entonces, en mi retrato adquirí tintes más hoscos, y me vi ceñudo y con el látigo en una mano y el hacha en la otra, y esbozando un grito de semental para que mi mujer obedeciera. Hiciera lo que hiciera todo indicaba que no podría desembarazarme de mi condición de ario xenófobo y de macho cabrío.

La tercera persona que intervino era una mujer en cierta forma admirable. Llevaba muchos años trabajando con el colectivo de personas con diversidad psíquica, en concreto con grupos de chavales con síndrome de Dawn. Esta mujer expuso una teoría que me gustó: todos encontramos algún problema para desempeñar nuestra vida diaria, de un tipo u otro, con una intensidad u otra. Estas personas se topan con un obstáculo grande, pero no son diferentes cualitativamente del resto de las personas, sino cuantitativamente, es decir, tienen más problemas para desarrollar una vida normal, pero desde ese punto de vista son tan normales como cualquier otra persona. Todo el mundo pareció entender esta idea, y por las caras yo veía que era muy bien acogida en la concurrencia. En ese momento, la buena señora detuvo su discurso y quiso dar la palabra a los chavales mismos, un grupo de los cuales se encontraba en el lugar. Entonces intervino una parejita muy joven, él y ella novios. Nuestra amiga les preguntó qué esperaban del futuro, y él, como hubiera hecho probablemente cualquier otro joven, respondió echando el brazo sobre el hombro de su novia: “joder, quiero estar toda la vida con mi parienta, porque la quiero mucho...” Muchos en el auditorio esbozamos una sonrisa, y entonces la señora conferenciante detuvo a su muchacho y, con cara de circunstancias, se dirigió a todos nosotros rogándonos que no nos riéramos, que si algún otro joven hubiera dicho lo que su muchacho no nos hubiésemos reído, y que sus muchachos merecían el mismo respeto que cualquier otro joven. Es decir, que volvió a crecerme el bigotillo ridículo y me vi haciendo experimentos esterilizadores y exterminadores con estos chavales tan cariñosos. De nada sirvió que un compañero le pidiese a esta señora que no insultase a la audiencia con esa presunción de que nos reíamos del chaval y no con lo que el chaval decía. De nada sirvió que se le apuntase que era con su recriminación idiota con lo que estaba discriminando a sus jóvenes; según ella, y también por deducción, uno debía medir muy bien su alegría ante ellos para no discriminarlos. En mi centro de trabajo hay jóvenes con síndrome de Dawn que realizan tareas básicas y no tan básicas, y con los que todos nos relacionamos como lo que son, personas normales, es decir, personas con sus características concretas y sus obstáculos para vivir. Y no pasa nada. Menos mal que esta mujer no vendrá nunca por mi trabajo.

En fin, que a todo el mundo le quedó allí muy claro que no debemos discriminar a inmigrantes, a mujeres ni a diversos funcionales o psíquicos. Aunque muchos de nosotros creyéramos que ya estábamos más que concienciados con el tema, que no, que para nada, y en el caso de los hombres peor, porque al menos las mujeres son todas respetuosas con ellas mismas, pero los hombres ni con las mujeres... ¡Qué mala persona que soy, joder! Y que no se ría nadie, háganme el favor.

jueves, 22 de noviembre de 2007

LOS PLANETAS DE HOLST, Teatro para niños (VI)

ACTO 6º. URANO EL MAGO

Aquelarre en un claro del bosque. Un fuego crepita en el centro y el Mago, con una gran capa blanca sobre un traje negro, con barba y cabellos largos y plateados y un báculo retorcido, danza pesadamente alrededor de las llamas. Los árboles brillan en el fondo, iluminados por el fuego.

La mutilación de Urano por Saturno
Giorgio Vasari y Gherardi Christofano
El mago comienza a usar el báculo y hace aparecer animales. Primero entra un gran oso que torpe e indeciso avanza, alzándose de vez en cuando sobre sus patas traseras, y volviendo al suelo con una suerte de decepción. Al par de la cuerda, la escena se puebla de inquietas mariposas que vuelan alrededor del fuego. Luego surgen peces nadando por el aire con elegancia, mientras unos copos de nieve caen cada vez con más insistencia. El escenario es un carnaval de movimiento, pero el Mago ordena a los animales que se reúnan cubriéndolos a todos con su capa, y la música cesa mientras el Mago se queda solo de nuevo.
Luego de permanecer pensativo unos instantes, Urano inicia una danza de movimientos extraños, y animales fantásticos surgen de sus movimientos: cabras de tres cabezas, sirenas con cuerpo de bruja, camellos azules y compungidos, elefantes con patas de bailarina, el inevitable unicornio… Pero en cierto momento parece caer en la cuenta de lo que parecía haber estado buscando todo el tiempo, y mientras los animales se retiran asustados, se convierte a sí mismo en un niño, que con la sombra del mago detrás sale de escena observándolo todo como si el mundo fuera nuevo.

El morbo democrático

En El Rey Pescador, Jack Lucas es un triunfador, un locutor de radio admirado y narcisista. Cierto día un oyente, que había llamado para expresar a Lucas su asco por la gente bien, y al que éste había animado a acabar con esa gentuza, se introdujo en un restaurante selecto, y con una escopeta reventó al azar a un puñado de sus parroquianos.

Jack Lucas aparece a los dos años de este suceso con ojeras, medio alcohólico y recogido por la hermosa dueña de un videoclub de mala muerte. Una noche, Lucas, aplastado por su conciencia, decide suicidarse, pero lo salvan dos chicos que, confundiéndolo con un mendigo, comienzan a darle una paliza de muerte. De esa otra muerte lo salva Parry, un caballero andante, un mendigo fastuoso. Parry había visto morir a su esposa en la matanza del restaurante, y entonces se había vuelto loco y había tirado una brillante vida por la borda. Jack Lucas, con fuerzas muy justas, ayuda a Parry a buscar el Santo Grial, a deshacerse del Caballero Rojo que lo persigue, y a ganar a su dama, una desastrada y desastrosa mujercita de la que Parry está enamorado.

El otro día dicen que apareció en uno de los muchos reality shows de nuestra bendita televisión un tipo que juraba amor eterno a su novia, que lloraba y le suplicaba que lo aceptara, porque no podía vivir sin ella. Ella lo rechazó en público, seguramente ante la mirada de muchos cientos de miles de espectadores. Unos días después, este individuo degolló a su novia. Todo el mundo está conmocionado, sobre todo porque el asesino tuvo la desvergüenza de aparecer en la televisión antes de asesinar a la pobre mujer, porque mira, si lo hubiese hecho calladito, sin más revuelo, sin alborotar al gallinero... Desde algunos ámbitos se ha llegado a pedir la retirada del programa donde este tipo habló, mucho más cuando le dio voz a un señor que cargaba con una orden de alejamiento no precisamente por su buena dicción.

Jack Lucas se equivocó al tener conciencia, algo que ya no está de moda. El colectivo de periodistas apesta, y el hecho de que existan algunos elementos fabulosos en su interior no atenúa nada el hedor. Pero es que la audiencia televisiva apesta, y por ende el país apesta. Sin perder demasiada altura, la extendida bobería de los programas televisivos, que en otros tiempos se limitaban a entretener sin procurar ningún bien a los espectadores, ahora ha dejado un lugar importante al morbo. Se pueden contar con los dedos de una mano los programas de televisión (y de cualquiera de los medios de comunicación) que no usan el morbo como uno de sus principales atractivos. Y ahí estamos todos para tragarnos cuantos tomates y desperdicios quieran los carroñeros lanzarnos al patio de nuestra inanidad. Y ahí estamos, todos convencidos de esos valores maravillosos que son el amor eterno, y la fidelidad a toda costa, trufadita de necesidad, de pasión desenfrenada, de ceguera y orgullo posesivo. Pero todos tranquilos, porque poco a poco la igualdad (uniformidad de clones) va imperando, porque hay comités de expertos para cada problema, porque los discursos de los políticos están llenos de promesas; porque vivimos en democracia, a ver si nos enteramos, una palabra que justifica todas las imperfecciones...

domingo, 11 de noviembre de 2007

De reyes, salvadores e idiotas

No os canso, de veras. Todo el mundo habla del Rey y de Chávez, pero juro que hay ocasiones en que pienso que la gente se volvió completamente tonta, o que no hay un solo periodista cuerdo, o que (y esto ya me preocupa) soy yo el bobo que no ve lo que todo el mundo está viendo.

Vamos a ver, el Rey no mandó a callar a Chávez porque le gustara más o menos lo que decía, ni para defender a un español (que menudo español, por cierto), ni por ninguna de estas tonterías que se andan diciendo. Me parece más que evidente que el Rey está cansado de que Chávez interrumpa continuamente a Zapatero (se oye a Bachelet pidiendo que no se dialogue), y sobre todo de que este personaje repita una y otra lo mismo (sin entrar en que lo que dijera fuera razonable o no). ¿Que siendo Rey y Jefe de Estado, el monarca debería haberse controlado? Pues tal vez, aunque esa reacción demuestra una debilidad que a mí particularmente me parece de lo más humana, sin que esto quiera decir que me vaya a convertir por ello en un monárquico apasionado.

Ahora bien, la reacción más estúpida es, con diferencia, la del amigo Gaspar Llamazares, que considera que el Rey no debería haber interrumpido a Chávez porque no le gustaran las ideas que este maleducado exponía. Aquí sólo cabe concluir que Izquierda Unida siempre tendrá el papel político que se merece, porque sus dirigentes, además de mentirosos, como los otros, suelen casi siempre distinguirse por su notoria e irreparable necedad.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Peludos en las explanadas

(Más fotos de Sevilla para Luna llena)

A veces me da por pensar que la música clásica no crea aficionados a la música, sino fanáticos del papel pautado y de una visión microscópica y burda de la propia realidad musical. Renuevo esta sensación al leer una conversación mantenida entre Ramón Andrés y Eugenio Trías en el ya aquí mentado suplemento de Babelia del sábado 20 de octubre. Y de ninguna manera afirmaría yo que estos buenos señores no posean una vasta sabiduría y una sensibilidad más que refinada para ese mundo apasionante que es el de la música culta. Pero en su diálogo se manifiesta cómo son una gran parte de los profesionales y aficionados a esta modalidad musical: estrictamente limitados a ella, convencidos de que fuera de ella sólo hay expresiones más o menos respetables de algo sólo remotamente emparentado con la música de verdad, la música buena, la música clásica.


Trías y Andrés demuestran en su conversación ser dos personas muy sensibles, que han reflexionado con asombrosa profundidad sobre la música, y de ahí que hagan hincapié en aspectos de la misma de los que nadie en su sano juicio podría disentir: el papel fundamental de la inteligencia en la música, su labor como forma definida de conocimiento, su valor espiritual e incluso su poder terapéutico (que yo complementaría con su vigor melancólico). Ramón Andrés llega a expresar una idea que, en mi opinión, debería desembocar en otras menos conservadoras: “Los grandes compositores medievales y renacentistas sabían que el sonido era algo que se movía, que tenía una entidad propia. Pero cuando se encerró el sonido en esa caja que es una sala de conciertos, donde la música debe tener una personalidad como discurso pero no como sonoridad, fue donde el oído se perdió, se entumeció y ensordeció”. Andrés lo dice, obviamente, en relación con la relativa apertura que supone la música culta contemporánea con respecto a la música clásica. Pero tal vez debería llevar su reflexión más allá.

Y es que ahí reside el problema de la música clásica, que todos los análisis son realizados en el ámbito endogámico de ese tipo de música, tachando al resto de músicas de populares, en una diferenciación insuficiente e interesada entre música culta y música popular. En esta música popular se amontonan géneros tan dispares como el rock, el folk, el jazz, el blues, el flamenco..., y todas las variantes y mezclas de ellos, aunque no las composiciones en las que la música culta accede a esa música popular para copiar sus bondades, algo que ocurrió desde siempre y que, el cielo lo quiera, siempre seguirá ocurriendo.

Nuestros amigos departen sobre el negocio de la música, y ahí hablan de “niveles muy rudos y músicas muy rudimentarias”, con “esos espectáculos en grandes explanadas con cosas horrendas”. Quiero entender que hablan de esas ceremonias, más mediáticas que musicales, en las que cantantillos de tres al cuarto repiten hasta la saciedad aquella que fue ya canción del verano en 1965. Aunque cabría la posibilidad de que Trías y Andrés pretendan comprimir en esa frase desde un concierto de La oreja de Van Gogh, hasta uno de Genesis, Van der Graaf Generator o Chick Corea. Aunque concedamos a estos amigos un conocimiento mínimo en todos los tipos de música, su posterior comentario nos deja claro que, en el fondo, cualquier ser peludo y ruidoso, como cualquier intérprete popular, será siempre para ellos alguien en la periferia de la música culta, ya sea que hablemos de Georgie Dann, ya que lo hagamos de Frank Zappa. Y es que dicen lo siguiente: “(...) esos espectáculos en grandes explanadas con cosas horrendas también tienen elementos auténticos. Porque la gente tiene necesidad de que la música los penetre. Y la música tiene esa capacidad, ese poder”. Esa doble o triple contradicción los delata, han entrado en un terreno que no conocen ni desean conocer, pero para curarse en salud admiten comprender a las masas cuando consumen productos prefabricados para los que han sido programadas. Por lo visto, la música ruda y rudimentaria sigue siendo música, algo sobre lo que habría mucho que discutir, pero ¿para qué discutir si así tenemos que andar removiendo en la basura y distinguir entre U2 y Emerson, Lake and Palmer? Si cualquier aficionado culto sabe que no hay que meterse en berenjenales, que a efectos prácticos son el mismo ruido. Pues así, reconocemos que las masas tienen derecho a mover el esqueleto, y que con su pan se lo coman, que nosotros, los cultos, pasamos hace años el dodecafonismo, que, y es sólo un ejemplo, está a años luz de todo lo que hacen esos peludos. Y ahí es donde Trías y Andrés me parecen que pierden pie, y de sesudos aficionados a la música, pasan a ser (con todos sus quizá asombrosos dodecafonistas, serialistas y espectralistas) viejecitos muertos de miedo ante aquello que no consiguen entender. En jazz, por ejemplo, hay gente fantástica que hace jazz clásico, y otras que inventan caminos inexplorados tan dignos como todos los ismos en los que actualmente, a veces de forma bastante vacía, se sumerge la música clásica. E incluso hay genios como Corea o Jarrett que tocan todos los palos, y cuyo dominio del piano aún tendrían que demostrar otros intérpretes que sin una partitura son incapaces de la más mínima expresión, sin contar con que la capacidad compositora de aquellos se añade a la interpretativa. Que ningún grupo de peludos admite su comparación con Bach... Claro, ni de peludos ni de calvos, nadie resiste una comparación con Bach. Pero entre Haydn y Stevie Ray Vaughan, si se me permite tan estúpida comparación, no tengo la más mínima duda, me inclino por el tejano, que sentía y acariciaba la guitarra como nunca Haydn acarició una sola de sus partituras. Entre Glenn Gould y Jarrett tampoco tengo dudas, como tampoco la tengo entre Bitetti y Hendrix, aunque Gould y Bitetti me parezcan intérpretes geniales.

En fin, que no se trata de confrontar a esos dos mundos, y que el mundo culto debería hablar menos de su cultura y practicarla mucho más, y que el otro mundo, el de la música popular, debería ser más culto, más espiritual, más una forma de conocimiento que una mera repetición de la programación de los cuarenta principales. Todo esto, claro, no deja de ser un manojo de deseos utópicos, porque si en algo tenían razón Andrés y Trías en su charla es en que “el futuro siempre ha estado en esta música que es minoritaria”, es decir, en Van der Graaf tanto como en Arvo Pärt, en Echolyn tanto como en Ligeti, en Camarón de la Isla (el Camarón hondo) tanto como en Fischer-Dieskau, en Pentangle tanto como en Purcell... Y en cuanto a las masas apenas nos queda llorar y tratar de educar a nuestros hijos.

jueves, 8 de noviembre de 2007

El trenecito lerén

Érase una vez una ciudad donde todas las mañanas el termómetro de la irritación subía muchas décimas. Los usuarios de los autobuses, cuando tenían la suerte de poder tomarlos, se hacinaban como sardinas y llegaban siempre tarde a su destino. Al bajar y convertirse en peatones, debían mirar a izquierda y derecha para no ser atropellados por las bicicletas que volaban por un carril bici que llenaba todas las avenidas de las ciudad, dejando pequeños pasillos intransitables de acera. Luego, estos mismos peatones debían sortear varios obstáculos: los repartidores de periódicos gratuitos, los productos expuestos fuera de las tiendas, la muchedumbre que aguardaba para cruzar los semáforos, los grupos de albañiles que aguardaban para echar mano a la obra, o en su caso la obra misma que solía anular del todo la acera, a los ancianos lentos, a las mierdas de perro, a los transeúntes que osaban pararse en la calle para charlar o esperar algo… Otros, conduciendo sus automóviles, también llegaban siempre tarde porque el caos circulatorio en la ciudad era la norma, además de que todo el mundo debía pasar un período de aprendizaje en la conducción temeraria, puesto que de otro modo el conductor ingenuo era machacado por el resto de conductores que zigzagueaban sin temor por las calles. También los ciclistas lo pasaban muy bien, porque la velocidad media en los carriles obligaba a todos a disfrutar del estrés ciclista (nueva enfermedad en la que la ciudad fue pionera), además de tener que sortear árboles, casetillas de electricidad, peatones despistados y traviesos, estampidas de peatones, baches, escalones, contenedores de basura… Y es que en esta ciudad no había policía local, o si la había nadie la había visto, por lo que los dueños de las tiendas, los constructores, los conductores, los ciclistas, los dueños de los perros e incluso los propios peatones vulneraban las normas de educación vial y ciudadana a sabiendas de que nadie les llamaría la atención. Y así todos eran profundamente libres y felices.

Cierto día, su alcalde tuvo una idea genial. Se levantó por la mañana, se miró al espejo, se acicaló un poco para las treinta o cuarenta fotos que le tiraban cada día; luego se dijo unas palabritas de ánimo, asegurándose a sí mismo que era el mejor alcalde de la historia de la ciudad, y cuando se ajustaba el traje, de pronto, se le ocurrió: traería de nuevo el tranvía a Sevilla. Ya andaba liado con un metro, en el que la ciudad volvería a batir otra marca más: la del mayor tiempo usado en la construcción de la primera línea. Así que nada más llegar al ayuntamiento empezó a mover el asunto, y al final consiguió ochenta millones de euros (nada comparado con lo que su gestión merecía) para que un gran tranvía recorriera casi kilómetro y medio por el centro de la ciudad. Para ello peatonalizó el recorrido del tranvía, varias avenidas muy hermosas de la ciudad, algo que ilusionó en un principio a aquellos ciudadanos anticuados que preferían las avenidas para caminar, y que ya venían quejándose por ese vicio de andar que aún padecían. Es cierto que las avenidas quedaron llenas de postes, cables y vías, además de que se reservaba en ellas zonas amplias para los contumaces ciclistas. Pero la ciudad acabó pareciéndose algo más a esas ciudades europeas que tienen tranvía y muchos, muchos ciclistas… Nuestro alcalde se encontraba convencido de que la imagen era el espejo del karma, o algo parecido, así que si se cambiaba la imagen de la ciudad nada importaba que los problemas no acabaran de resolverse, porque con ello se ponía la primera piedra en el ambicioso proyecto de convertir a la ciudad en una de las ciudades más habitables del globo, algo que conseguiría con unas cuantas legislaturas en las que sus queridos ciudadanos siguieran confiando en su buen hacer.

Y así fue como llegaron los siguientes comicios, y nuestro alcalde los afrontó con el nerviosismo lógico, convencido por un lado de que su gestión sería suficiente para arrasar en los resultados, pero por otro temeroso de que las malas artes de los adversarios (que eran todos los demás, los anticiudadanos, los malos) pudieran conseguir arrebatarle esa vara de mando sin la que ya no se encontraría. Pero tuvo suerte, porque la buena labor de las instituciones educativas y de los medios de comunicación, aliados con el barbarismo esencial de la oposición política, habían conseguido una ciudadanía alegre y confiada, enemiga de los cambios radicales y amante de la imagen. Y fue así que durante muchos años la ciudad se mantuvo como una de las más hermosas del país, o así al menos la declaraban los bienintencionados visitantes, y en la que todos, salvo algunos pobres inadaptados, vivieron felices con sus fiestas y comieron perdices de Carrefour.

martes, 6 de noviembre de 2007

lunes, 5 de noviembre de 2007

Altares de pega

No me da vergüenza alguna reconocer mi ignorancia poética, y es que me cuesta un mundo entender la mayor parte de los poemas que leo. Por supuesto, mi ignorancia, como todo lo que soy, no es perfecta, y digamos que me salva un poco cierta sensibilidad ante la belleza, y tal vez esa intuición que, ante una obra de arte, me informa al menos de si la misma está más allá de mis posibilidades o simplemente es una bobería inflada por la nostalgia o el mercado.

Esta mañana leía con retraso Babelia, el suplemento de El País de hace hace dos semanas, y llegué a un artículo de Luis Antonio de Villena sobre Akiko Yosano, poetisa japonesa de comienzos del siglo pasado. De ella, en la introducción del artículo, se dice que “revolucionó (...) la lírica de su país. Al abandono de las formas métricas tradicionales, la autora sumó la instauración de una nueva moral basada en la reivindicación de los derechos de la mujer”.

A la izquierda del artículo se publica un poema que reproduzco a continuación:

El día en que se muevan las montañas

El día en que se muevan las montañas,
el día en que se muevan las montañas, está aquí.
Por mucho que lo diga, la gente no me cree.
Durante mucho tiempo, las montañas estuvieron dormidas.
Hace tiempo, bullían, ardiendo en llamaradas.
Aunque hayáis olvidado,
debéis creerme todos:
y las mujeres que seguían dormidas,
se van a despertar y se van a mover.

Más adelante, en el propio artículo, se citan otros versos de Yosano, entre ellos varios de un poema titulado Primeros dolores de parto:

Debo traer un niño al mundo, dar a luz.
Deben abrirse mis entrañas
y no tengo derecho a decir sí o no.

No dudo de ni uno sólo de los datos que Villena da sobre la historia de esta buena mujer, ni voy a poner en tela de juicio el valor (la valentía y la trascendencia) que demostró defendiendo un punto de vista que hasta entonces no se había tenido en cuenta ni en Japón ni en muchos lugares del mundo: el de que la mujer es, ante todo, una persona, y que su mundo y sus peculiaridades son tan importantes como las de cualquier otro ser humano. Pero ahí me detengo, la verdad, porque incluso arriesgándome a pasar por encima de la difícilmente apreciable calidad de las traducciones, en mi opinión estos versos antes citados son horrorosos. Ni el valor social y testimonial que puedan tener, ni la presentación del delicado Villena les concede marchamo artístico ninguno. Pero ahí estamos de nuevo, elevando a los altares de la estética a gente que debería estar en otros altares, y esta vez no en nombre de la sacrosanta originalidad, sino en el de la tradición y en el del feminismo. Aunque lo más probable sea que no tengo ni pajolera idea de poesía...

domingo, 4 de noviembre de 2007

Sombras

Las sombras se rozan, desde los extremos del universo se rozan ingrávidas, desvalidas, solas. Las sombras que somos alargan su desconsuelo al atardecer, y cuanto más desciende el sol más se extienden nuestras sombras hasta transformarse en la propia noche, en una tenue brisa de quietud, en un largo beso sin voz. Las sombras se enredan antes de dormir, tras acariciarse observadoras en una danza ciega de manos y sombras, de sombras y piel, de esos cabellos de sombra derramados sobre las sombras de estos hombros fatigados. Y nadamos en la noche y nos confundimos con ella en los extremos del universo, abatidos por la luz de nuestras congojas, hambrientos de lenguas y sombra, anhelantes del descanso nocturno en las sombras mutuas de nuestros labios, y nunca hubo sombras tan queridas, amables y suaves…

sábado, 3 de noviembre de 2007

Mafia de mediocres

Sí, claro, Jiménez Losantos, los reaccionarios incombustibles del PP y toda la Iglesia en pleno, pero a ver si de una pajolera vez nuestros queridos gobernantes dejan de escudarse en la majadería ajena para perpetrar sus calculadas majaderías. Ahora nos salen estas lumbreras de la Educación con eso de que se puede pasar de curso con cuatro asignaturas, y que ello no sólo no rebaja las exigencias a los alumnos, sino que la eleva. Oí a otro de estos listos declarar que se pretende con la medida disminuir el fracaso escolar y la alta tasa de abandono de los estudios. Por supuesto, la preocupación por la estadística es tan propia de los políticos que, sin otro argumento de los muchos que existen, ya podríamos concluir que la medida busca mejorar las cifras educativas de este país, mientras que a los jóvenes y a los niveles educativos y culturales efectivos les pueden ir dando mucho por allí, claro.

Parece que estos individuos no tienen hijos, y si los tienen seguramente sus muchas ocupaciones les impiden seguir su trayectoria académica más allá de la ojeada al boletín de notas. Y así tampoco conocen a los compañeros de sus hijos e hijas, ni el mundo en general, para qué seguir detallando. Otra vez pretenden arreglar problemas que no conocen con medidas insensatas, cuando ante sus narices se producen los problemas reales de la educación, y ante sus narices se despliega un manojo clarísimo de soluciones (nada fáciles ni rápidas, pero más que inventadas) que cambiarían (éstas sí) radicalmente y para bien nuestro entorno.

Los colegios e institutos de Sevilla son fríos en invierno y calurosos en verano, porque no tienen ni calefacción decente ni aire acondicionado. El mobiliario de las clases es penoso, para nada comparable al de cualquier despacho de cualquiera de los cientos de jefecillos descerebrados que pueblan la administración pública. El nivel cultural y la capacidad pedagógica de maestros y profesores raya lo grotesco, y por cada maestro o profesor que enseña con método y apoyado en un bagaje cultural suficiente (a los que sin duda habría que poner un monumento), hay treinta que improvisan y a los que les cuesta mucho articular una frase de más de cuatro palabras. Los medios para la enseñanza son trogloditas, el nivel de las clases de idioma resulta penoso, bastante menor que el nivel de absentismo del profesorado, y además de que todos, sin excepción, seguimos pagando las catequesis oficiales en nuestros colegios públicos, las clases de asignatura alternativa a la religión son patochadas que el docente de turno improvisa, en el mejor de los casos con buena fe, pero siempre sin la más mínima pretensión de que ello suponga un aporte al crecimiento integral del alumno. Todo esto y más lo conoce esa trama mafiosa que es la jerarquía educativa de nuestra comunidad, pero estamos en la Administración, señores, y todo puede esperar salvo el despacho y las ruedas de prensa.

Este año mis hijos trajeron del instituto un escrito que los padres debíamos firmar para darnos por enterados de las obligaciones de los alumnos en el centro. Era un folio escrito por ambas caras, y en ningún momento se hacía alusión a las obligaciones que el Instituto y su personal adquirían con los alumnos, algo que indiqué al lado de mi firma, pero que nadie me ha aclarado mes y medio más tarde. Pero claro, es que hay que ver cómo está la juventud hoy día, y si hablamos de los padres, ni les cuento. Y sí, lo cierto es que gran parte del fracaso de la educación en España es culpa de padres y madres, curiosamente antiguos alumnos. Ésta es otra cuestión que es mentarla, y tenemos a los responsables del tinglado silbando y escudriñando el calendario para ver cuándo cae la próxima inauguración. Y qué decir del trato que reciben esos padres marcianos a los que se les ocurre preocuparse por la cantidad de tiempo que pasan sus hijos en los centros educativos. En los dos cursos pasados tuvimos la fortuna de disfrutar de dos tutoras la mar de lindas en el Instituto, pero las dos (una con muchísima experiencia, y la otra con muy poca pero con muy buena fe y mejor cabeza) no pudieron darnos ni una sola solución para ninguno de los problemas planteados durante el curso. Las dos, cada una a su manera, y con carita de tristeza, vinieron a corroborar esta impresión ya más que contrastada de que la escuela tiene un único fin: ser un obstáculo que nuestros hijos deben sortear para hacerse personas. Y ahora que venga el de la honradez y la honestidaz a convencerme de que toda esa red de poderes que maneja no está podrida hasta la última de sus mediocres ramificaciones, y a mostrarme, para que brille su basura, la basura aún más pestilente que prometen los otros. Esta gentuza, los golfos y los golpistas, se creyeron que somos idiotas…

Memecedario musical

Mi buena amiga Lula Fortune me propone un Memecedario. He de reconocer que el esfuerzo que debería realizar para cumplir con su invitación me asusta. ¿Cómo comprimir todo lo que me gusta en esta vida, todo lo que es importante para mí en cuarenta o cincuenta palabras? Ni siquiera auxiliado por el abecedario me siento capaz. Pero tampoco quisiera defraudar a Lula, y por eso se me ocurrió hacerlo con una pequeña modificación, cumplimentar un Memecedario Musical, y sin posterior invitación nominal para su continuación, dejando, pues, que cada cual decida si quiere realizar el suyo. Para el mío intenté elegir a compositores o intérpretes que realmente me han enganchado, a los que escucho con regularidad y asombro, y no elegir más de cuatro por cada letra. Por supuesto, se quedan fuera de la lista muchos elementos que me encantan, a veces porque la letra es prolífica, y en otras porque aún gustándome no llegan, en mi humilde opinión, al nivel de los que aparecen. Y no hace falta decir que estoy completamente seguro de que hay muchos que se quedan fuera ahora, y que dentro de un tiempo podrían aparecer en esta lista. Hay muchos compositores clásicos que no he disfrutado como merecen, y posiblemente aparezcan en el próximo memecedario que prometo tardar en publicar…

AC/DC / Aerosmith

Bach / Billie Holiday / Beethoven / Beatles

Camarón de la Isla / Caballé / Cream / Colosseum

Chick Corea / Chet Baker

Debussy / Deep Purple

Emerson, Lake & Palmer / Echolyn / Elis Regina

Fauré

Genesis (el de Gabriel y Hackett, no el de Collins) / Gwar / Gershwin / Gerry Mulligan

Haendel / Herbie Hancock

Iron Maiden

Janis Joplin / Jethro Tull / Jimi Hendrix

Keith Jarrett / King Crimson

Led Zeppelin / Les Luthiers / Lovin Spoonful

Mozart / Manhattan Transfer

N

Ñ

Offenbach / Oscar Peterson

Pink Floyd / Puccini / Paco de Lucía / Piazzolla

Q

Ravel / Rory Gallagher / Ruibal / Rush

Stevie Ray Vaughan / Satie / Stravinsky / Stevie Wonder

Tebaldi / Tom Jobim / Trevor Jones / Triana

U

Van der Graaf Generator / Verdi / Villa-Lobos / Vivaldi

Wishbone Ash / Wagner

X

Yes / Yo-Yo Ma

Zappa