Sentado a su lado en el escalón de la acera, bajo la misma noche estival, me arrimo a mi madre que charla con las vecinas, yo, con cuatro, cinco años a lo sumo, y mi madre, cuando me siente, alza el brazo y permite que apoye mi cabecita rapada sobre su regazo que huele a esos mismos jazmines de la noche, jazmines que ella suele reunir en moñas y luego ofrece por las calles del centro, aunque ahora me acaricie la cabeza, la nuca, y deslice su mano de azúcar por mi espalda sucia y entonces todos los deseos están colmados, ahora soy un animalito feliz, así, con la carita de lado, observando una salamanquesa que a luz liviana del farol caza mosquitos, y mastica sus patas y sus cuerpos que empiezan a crujir, con un ruidito que crece y crece y que se va tornando repugnante, y que parece brotar como un aliento desde la boca burlona de la salamanquesa, que me mira con uno de sus ojos, y luego con el otro, y mi madre aprieta mi espalda, más y más fuerte, hasta que sus uñas me hacen daño, y con el brazo retiene mi cabeza, y grito y ella ríe, ahora ríe, sobre el coro de risas de las vecinas cuyos rostros, llenos de dientes sucios e irregulares, se encienden y apagan acercándose y alejándose, aunque cuando consigo zafarme me dejo caer contra la pared de nuestra covacha, mientras mis hermanos pequeños gritan hambrientos, y la habitación donde nos hacinamos rezuma humedad y un perfume de miseria, pero mi madre vuelve, entra por la puerta tras tres días perdida en bailes con señoritingos y calaveras, sobre manteles y sábanas, bien comida y sonriente, y lanza una bolsa con mendrugos al rincón donde descansan mis hermanitos, que sólo quieren besarla y abrazarla, aunque ella tramite ese cariño con breves caricias cansadas, y yo me siento en el suelo de tierra y observo la imagen que borra esa gente que, de pronto, rebulle en un cine de verano, y yo, adolescente inseguro, me rodeo de mis amigos, pero la he visto, a mi madre, emperifollada, como una muñeca rota, sentada al otro lado de la fila, y uno de mis amigos, uno con rostro de insolente bufón, tuerce los labios y se sienta al lado de ella, y en la oscuridad del cine juegan, y el pelo de mi madre se llena de serpientes, y un ruido voraz va apagando el sonido de la película, y todos miran hacia allá, donde mi madre se levanta y grita y manosea pero sonríe con su sonrisa maliciosa, sin una brizna de sinceridad, para que mis amigos palmoteen en mi espalda y resuenen las carcajadas en la penumbra del cine que ahora gira mientras me deslizo hacia la salida y mis lágrimas brotan, unas lágrimas de rabia que lentamente se convierten en lágrimas de amor, por ella, por la muchacha que me añora, que desde su balcón me mira pasar y por la que yo entregaría mi perra vida, pero que ahora debo abandonar porque este mundo de salamanquesas y pérfidas sonrisas no sería mundo para ella, aunque muera de amor, aunque nunca jamás comprenda el sacrificio y piense, como ahora piensa con su carita compungida, que la desprecio, aunque llore como ahora llora, justo antes de hundirse en un gran pozo que se traga los faroles de la noche, y las aceras de los cines y los amigos, los mendrugos entre las lágrimas, y las serpientes sobre manteles… Un policía me despierta y me ordena que me levante. Ranita lloriquea sobre el hombro de Crisos, que observa con mirada furiosa a otros dos policías que permanecen ante ellos. Ha refrescado. Tani Curiel se ha repantingado en el banco, y mira un trozo de cielo entre los árboles. Lentamente, entre susurros y exigencias de los policías, aparecen Santos, Gildo y su perra, Carlitos Balboa y Pedro el tuerto, escoltados por otros tres guardias con actitud resuelta. Con ellos viene Julieta, con su flor invariable en el pelo. Tal vez llegó tarde y trató de dormir en el parque. Miro su flor, una camelia blanca, y el contraste con su pelo negro desvanece mis pesadillas. El policía me dice: “Esta misma noche os largáis de la ciudad. Aquí no queremos vagos”.
6 comentarios:
Me tiene enganchada tu historia. El fragmento de hoy es demoledor, John.
¿no te cansas de escribir tan bien?
Entrar aquí siempre es un placer.
Sir, ya no voy a insistir. Toca el piano si quieres, pinta si te apetece. Pero no puedes permitirte dejar de crear universos con la pluma. Conmovedor.
Un abrazo.
El placer no sólo reside en escribir, sino en llegar a gente que comparte lo que escribes. Es como el amor, tan malentendido, o la amistad, que no consiste en la obsesión por alguien, sino en saber vivir a su lado, en compartir, en un juego incansable de asombros mutuos. Quedo a vuestro servicio...
Ah, Amart, tal vez hubiera que aplicar a mis historias aquello de que la materia, el universo, ni se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma, y créeme, la imaginación no es una de mis contadas virtudes. Eso sí, si la transformación del universo produce buenas sensaciones, a transformar el universo se ha dicho, así que sigamos aquí y allí y en otros muchos rincones que florecen en este jardín, con cuadros, ideas o melodías. Un abrazo.
Desperdicios. Sueños rotos. Un abrazo en mitad del desastre, querido Sir.
Sé que todos los consuelos serán inútiles, pero en mitad de nuestros desperdicios suelen crecer sueños sugestivos e instantes eternos. La felicidad puede ser la luz de una farola en la oscuridad de la noche. Creyendo compartir de alguna manera esos desastres, la saluda atentamente...
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