miércoles, 31 de julio de 2013

La tierra que te aguarda

En octubre de 1990, en nuestra luna de miel, estuvimos a punto de viajar a Yugoslavia. Ya tenía muy avanzado mi proyecto de pasear en Dubrovnik por unas calles que, un año después, serían bombardeadas sin piedad. Hubiera sido toda una experiencia, triste y vital a la vez…

BeatlesPero no visitamos Yugoslavia porque fui atraído por los recuerdos de una adolescencia musical, por un paso de cebra y cuatro jovenzuelos cruzando la eternidad. Para mí Londres, Inglaterra entera, era sólo el territorio que crió a los Beatles. Como la mayoría del personal, confundía el Reino Unido con Inglaterra, donde nada, ni Shakespeare, ni el Rey Arturo ni el mismísimo Imperio Británico alcanzaban el brillo del cuarteto de Liverpool. De hecho, si sólo pasamos cuatro días en Londres y cruzamos la isla entera para encajarnos en Escocia fue únicamente por dos razones, una estúpida y otra ingenua…

La razón estúpida fue que planifiqué el viaje con un pequeño mapa de carreteras, publicado por Plaza & Janés, en el que estos meticulosos editores, a los que desde entonces he intentado no comprar ningún libro, confundían las millas con los kilómetros. Así, entre Londres y Campbeltown no había 538 kilómetros, sino 861. Pero este simpático detalle lo descubrí un poco tarde, ya rebasado Liverpool.

La razón ingenua fue que, según informaciones imprecisas, el bueno de Paul McCartney poseía, además de sus lujosas residencias al sur de la isla, una granja en Escocia. Allí montó un estudio de grabación y gestó sus primeros discos tras la separación de los Beatles. Desde esa granja me llegaron muchas imágenes, y en concreto la cancioncita emocionante de Mull of Kintyre, que ensalzaba precisamente la zona.

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Como se puede comprobar en cualquier mapa, la península de Kintyre presenta la forma exacta de un pene, y más exacta gracias a la isla de Arran, que posa testicular a su lado. En el extremo de la península se alza el Mull of Kintyre, un imponente promontorio que nos enseña veintitantos kilómetros de agua y viento, y al fondo una misteriosa y añorable Irlanda. En todos los caminos hacia Escocia la península cae a trasmano, porque hay que desviarse al oeste del camino a las Highlands, recorriendo más de 150 kilómetros, para al final tener que deshacerlos y recuperar el camino principal que nos lleva a Loch Ness. Pero en algún rincón de la zona se escondía la granja de McCartney, así que quién dijo miedo.

mccartney_paul_and_linda_rammull-of-kintyre

Mull 1Mull 2

Al llegar a Campbeltown, la discreta capital de la península, nos recibió un pescador de libro, con su rostro quemado por el sol y la sal, con sus botas de agua y su viejo gorro de lana. El hombre, cuando le pregunté por donde quedaba Peninver (yo pronuncié /pé:ninver/), me demostró que mi inglés era sólo de andar por casa: juro que no le entendí ni un mal artículo. Afortunadamente apuntó con su brazo en una dirección que no admitía duda. Además, el pueblito, que luego sólo era un conjunto de granjas dispersas al borde del mar, se pronunciaba /pení:va/.

Ballochgair Farm

Mrs. Semple, la dueña de Ballochgair Farm, fue acogedora y maternal desde que llegamos. Cuando la volví a ver 19 años después, comprobé que era bajita, pero yo la recordaba enorme, fuerte, poderosa, decidida, así como mi amiga Emilia. Para la temprana cena, nos preparó Ventana Ballochgair Farmun cordero con verduras (con un bicho recién sacrificado por su marido, y con unas viandas recién recolectadas en sus campos) que jamás podrá borrarse de mi paladar. Mientras cenábamos, nos contó con su verbo encendido cuántas veces había visto al Beatle darse un baño en el mar, justo enfrente de la granja, con su mujer y sus hijos pequeños. Aún recuerdo mi estremecimiento al contemplar por la ventana el lugar donde Paul McCartney había remojado sus santos genitales, pero algo inesperado, sin demasiada relación con los Beatles, estaba ocurriendo…

Hay ocasiones en que un lugar te atrapa como si te hubiese estado aguardando durante años, consciente de que reconocerás su olor, su temperatura, su aire o su perfil como algo tuyo. Cuando volvimos de visitar el Mull, cuando relaté con mi pobre inglés a Mrs. Semple los asombros de nuestra excursión, yo estaba ya poseído por Escocia, o por mejor decir, había descubierto que aquellas tierras andaban en mi alma desde quién sabe cuándo. Tal vez las construí con la melancolía de mi adolescencia, con las canciones que resonaban especialmente en mi soledad, con los deseos que, como aquellos vientos, se levantaban en mi interior furiosos, para morir mansos acariciando mis ingenuas derrotas. Tal vez aquellas tierras eran el alimento perfecto de todas mis hambres, la expresión cabal de mi idea de libertad. Era la primera vez que la tierra poseía ese mismo carácter abierto e infinito que tiene el mar, y por eso las orillas no eran en esta ocasión el límite del mundo seguro, sino sólo la continuación de la vida desnuda.

Pero nunca dejamos de ser niños, y por eso, aun atrapado por Escocia, el último día de estancia en la granja pregunté a Mrs. Semple si sabía dónde quedaba la granja del beatle. Ella me dio señas precisas y la buscamos. Hice algunas fotos a granjas laboriosas, donde el ganado y el estiércol mandaban, aun convencido que no eran la que buscaba, y en cierto momento nos creímos perdidos y regresamos rendidos a la granja. Al día siguiente, con indicaciones aún más precisas, pero abandonando ya Kintyre rumbo al norte, se nos hizo demasiado tarde para reanudar la búsqueda. Llovía…

Un año después, seguido por unos amigos que bromeaban con mi ocurrencia, pero que no dudaron en tomar fotos de todas las granjas del camino hasta que se hartaron y se dieron la vuelta, di con la bendita granja de tejados rojos. Escocia ya era mi paraíso, pero los Beatles no dejaban de ser los Beatles…

Mcc house 1Mcc house 2

domingo, 28 de julio de 2013

El blog de Carmen

CarmenMedusa

El otro día les hablaba del blog de mi sobrina Blanca. Hoy, pocos días después, me encuentro con otra sorpresa, e igual de agradable. Y es que estoy empezando a pensar que en la familia esto de escribir se está convirtiendo en una buena costumbre.

Carmen, la hija de mi prima Ana, con once años recién cumplidos, ha decidido inaugurar un blog. Ya tuvo uno muy simpático de muy pequeñita, pero ahora maneja la pluma con soltura y, aficionada a la historia, ha inaugurado su blog (Un Mundo de Historias). No se pierdan ustedes la primera historia sobre Medusa. Esto promete…

jueves, 25 de julio de 2013

Hipocresías y espectáculo

Desde ayer hay una palabra que da vueltas y vueltas en mi cabeza: hipocresía. Sí, empezó con el accidente de tren en Santiago, pero desde entonces casi cualquier noticia parece ser una prueba más de su abundancia.

Cuando ocurre una catástrofe como ésta nunca pienso sólo en las víctimas y en sus familias. Incluso en algunos casos de masacres terroristas, no puedo evitar pensar en los asesinos. Aún más cuando los responsables son muy jóvenes, o lo son por simple imprudencia, o incluso víctimas ellos mismos de las circunstancias. Me ocurrió incluso en esa terrible historia de Marta del Castillo, tan cercana miguel-carcaño-400x300que casi podíamos oír desde casa los lamentos de esos pobres padres. Aún hoy pienso en Miguel Carcaño, cuyo acto criminal no se redujo a asesinar a la chiquilla y a librarse fríamente de su cuerpo, sino que lleva años condenando a esos padres a una ignorancia escalofriante sobre el paradero del cadáver de su hija. Y pienso en él porque, sin reducir un átomo su culpabilidad y la necesidad de castigo, y sin perder de vista que Marta murió y él sigue viviendo, no deja de ser una jodida víctima más de este estado de cosas. Cualquiera que no viva en una burbuja ha podido contemplar situaciones en las que algún niño se cría para reproducir comportamientos como el de Carcaño. Basta pasar junto al Vacie en Sevilla, o darse una vueltecita por algunos barrios del sur, preferentemente de noche. Convivimos con esa miseria, que en baja intensidad se produce también en muchos barrios populares, pero luego nos indignamos con sus víctimas, cuando estas víctimas no son capaces de comportarse como es debido. Insisto en que la justicia es necesaria, y que nada de esto debe impedir que el presente esté regido por el castigo a conductas que, generalizadas, podrían conducirnos al desastre.

Vacie

Ahora, con el accidente de Santiago, justo un instante después de pensar en las víctimas y en sus familiares, se me vinieron a la cabeza dos cuestiones: la primera, cómo el número de muertos afecta a nuestra sensibilidad, y la segunda, la necesidad que todos instintivamente tenemos de buscar un culpable.

Como cada año, los muertos por accidentes tráfico superarán en varios miles a los muertos por accidentes de tren o avión. Sin embargo, la gran mayoría de los conductores seguiremos conduciendo en este país como verdaderos salvajes, algo así como parece que conducía el maquinista del tren de Santiago, con la diferencia de que nosotros podemos matar a dos, cuatro, ocho personas, y él supuestamente ha matado a ochenta.

Por otro lado, siempre ha de haber un culpable, y cuanto antes mejor. Es una especie de necesidad autoinculpatoria de los espectadores. Sin tardar, en cuanto se supo que este hombre entró en esa curva a casi doscientos kilómetros por hora, un grupo enorme de carroñeros se ha lanzado a por el criminal, buscando la primicia que demuestre que no sólo tiene sobre su conciencia muchos muertos y heridos, sino que además merece la reprobación y el desprecio de la gente de bien. Un desprecio semejante al que el conductor ha parecido sentir al jugar con un tren cargado de personas; es cierto, un desprecio tal vez no tan peligroso, pero sí fabricado con el mismo material: la falta de compasión y la hipocresía…

Porque hay una pregunta que debemos hacernos los que podemos mirar este horror con cierta distancia: ¿cómo en esta era, donde las máquinas parecen a veces pensar, un tren con trescientas personas puede depender del error humano de un maquinista? Es difícil de admitir que no existieran otros dispositivos de seguridad que advirtieran e impidieran una tragedia tal. Pero ya tenemos a un perfecto chivo expiatorio que salvará a otros muchos culpables, y la gente de bien respiraremos tranquilos y asistiremos al carnaval informativo despertándonos del marasmo estival…

Pero decía que la palabra hipocresía no paraba de subirme a la garganta. Y me viene al ver a la acostumbrada caterva de personalidades que se harán la foto con la tragedia de fondo, gentuza que no duda un instante en desahuciar a miles de familias, en condenar al paro y a la desesperación a millones de personas, en acabar la faena de otrosDesahucio_Torrejon muchos hipócritas convirtiendo este país en una madriguera de ladrones y aprovechados, sin cultura ni educación. Personalidades que no dudan en apalear a los niños y los ancianos, a la gente pacífica que pide en las calles justicia (legal y social) y libertad. Tal vez alguna de las víctimas estuvo no hace mucho en algún acto de apoyo a una familia desahuciada: hoy basta haber muerto en un buen espectáculo para que se convierta en un ser homenajeable, por el que se dictan días de luto y en nombre del cual unos individuos, cuyo grado de indignidad es sólo semejante al de su hipocresía, hacen declaraciones solemnes.

Pero pienso en otras pequeñas hipocresías, en la de ese vecino que, antes de ayudar a las víctimas, tuvo la sangre fría de grabar el lugar de la tragedia, o en la hipocresía de todos los que han visto ese vídeo y la de los que como yo, sin haberlo visto, estamos deseando verlo. Porque estamos acostumbrados a que todo sea un espectáculo.

Hipocresía en los resultados de nuestras (ay, nuestras) grandes empresas, que obtienen grandes beneficios e incluso invaden comercialmente otros países aparentemente más ricos, como si aquí rebosara la riqueza. E hipocresía en esa enorme cantidad de pequeños inversores que mantienen a estas empresas a cambio de una rentabilidad ridícula y repugnante, porque está conseguida con la esclavitud y la vergüenza. En cierta forma, todos estamos condenados a colaborar con estas grandes empresas, todos estamos abocados a la hipocresía.

vaticanoPara terminar, la guinda del pastel, escucho en la radio al nuevo Papa, hablando en portugués a los vecinos de un barrio de favelas, contándoles su idea inicial de llamar a todas y cada una de las puertas de los pobres, idea que ha cambiado por el popular baño de masas porque son tantos los pobres y tan indistintos… Lo dice un tipo que preside uno de los estados más ricos de la tierra, un individuo que vive entre tesoros incalculables, que dirige un negocio que es dueño de multinacionales, de un imperio que lleva dos mil años funcionando y conquistando a los pobres con sus inveteradas técnicas de parásitos de la miseria.

Y así podríamos seguir durante días, describiendo grandes y pequeñas hipocresías, porque la hipocresía nos mantiene unidos y porque ¿no nos hará humanos precisamente la hipocresía? Miro a los policías, a los bomberos, a los sanitarios, a los miembros de protección civil, a los vecinos que acuden al tren a salvar a sus semejantes y quiero creer que no, que aún hay margen para la justicia y para la civilización…

lunes, 22 de julio de 2013

El blog de Blanca

Esverle

Esto de escribir tiene indudablemente su aquel. Hoy lo comentaba con un amigo que anda embarcándose con decisión en la tarea: aunque uno no deje de intentar hacerlo lo mejor posible, no es realmente determinante que se haga bien o mal, porque lo importante es realmente ponerte ahí, a contemplar cómo estos monstruitos borrosos consiguen dibujar sobre una superficie vacía algunos de los rasgos de tu alma.

Hace unos días aparecía en el Diario del Alto Aragón una noticia sobre Angelines y su blog, un ejemplo de cómo las palabras pueden regar una vida, y de cómo una vida puede generar hermosas palabras. Y es que un blog es mucho más que un cuaderno de bitácora…

Ahora es mi sobrina Blanca la que da la sorpresa. Con sus trece años divinamente cumplidos, asombra a su pobre tío con un blog en el que anda creando una historia, la historia de una muchacha que ama los libros y busca los tesoros de la vida. Y lo hace con frases bien construidas, con ingenio en los diálogos, con gusto en las descripciones, con una capacidad inusual para describir las escenas. Como le dije hoy, hay cositas que pulir, tal vez siempre las habrá, pero tiene madera, sí señora, madera de escritora. No sólo no hay muchos chavales con trece años que escriban así, sino que he visto libros publicados no tan interesantes ni tan elegantemente escritos…

¡Blanca, ya estamos esperando el siguiente capítulo!

martes, 2 de julio de 2013

Sobre la memoria y el olvido

CM350_GAusterlitz, el personaje de Sebald, regresa al lugar donde nació. Poco antes de que los alemanes ocuparan la entonces unificada Checoslovaquia, el niño fue enviado a Gales y puesto a salvo del desastre inminente. Sus padres permanecieron en la ciudad con la pretensión de partir unos días después, pero el mazazo de la terrible ocupación nazi fustró sus planes, y tras su confinamiento en uno de los campos de concentración fueron asesinados como tantos otros judíos.

Austerlitz visita la pequeña fortaleza de Terezin, en la República Checa, y buscando gente con su apellido encuentra a Vera, su antigua nodriza, vecina de la familia, que lo ayuda a reconstruir su pasado. Con ese poso imborrable de melancolía que siempre dejan los grandes sufrimientos, Vera relata la vida de la madre de Austerlitz en Theresienstadt (nombre alemán para Terezin), un pueblo que los alemanes tomaron y convirtieron en un gueto judío. Lo clausuraron con muros y lo utilizaron, además, para filmar una película de propaganda titulada El Führer regala una ciudad a los judíos, para la que adecentaron las calles y mostraron a la población realizando todo tipo de actividades cotidianas. De hecho, en los preliminares de la grabación, aquellas pobres personas creyeron que el régimen nazi se apiadaba de ellos, y por unos días renacieron en ellos las esperanzas de que aquella pesadilla por fin terminaría. La gran mayoría de la población fue trasladada a campos de exterminio y asesinada. Hoy Terezin es un museo vivo y punzante de la ignominia…

Recuerdo a Sebald y su Austerlitz porque el otro día consultaba varios libros sobre las víctimas de nuestra Guerra Civil. Mi abuelo paterno, en busca y captura no sé muy bien por qué motivos (tal vez pequeños hurtos), fue descubierto y denunciado por un cura y encerrado en la cárcel de Sevilla. Poco después, un 9 de noviembre de 1936, fue sacado de la cárcel y fusilado por el bando de guerra. El general Queipo de Llano fue quien tomó Sevilla y el que garabateó en un tosco y petulante castellano estos bandos de guerra. Se estima en miles los muertos que produjeron sólo en la ciudad, una ciudad en la que, salvo en el barrio de la Macarena, apenas hubo resistencia a la ocupación militar. Muchos miles más fueron los asesinados en los pueblos de la provincia, en los que Queipo de Llano llegó a imponer un número mínimo de fusilados, y en los que cualquiera que hubiera expresado de alguna forma su libertad política y de conciencia se convertía automáticamente en delincuente.

Queipo en Sevilla

Hoy, los restos de este sujeto, que fue despreciado incluso por su propio régimen, y que fantoche y socarrón apodaba al dictador Franco Paca la culona, descansan en la basílica de la Macarena, en el mismo barrio que opuso la última resistencia al fascismo en la ciudad. Entré en la basílica hace sólo Tumba de Queipo de Llano en la basilica de la Macarena Queipo de Llanounos años. Mi amiga alemana Heidi nos había visitado en Semana Santa, y al pasar cerca del edificio, que bullía de gente, no quise dejar de responder a su curiosidad. Mientras Heidi tomaba fotos de las recargadas orfebrerías de la iglesia y los pasos, yo sentía un asco insoportable.

Hoy pienso que sí, que la memoria del sufrimiento produce melancolía, porque el tiempo sólo corre hacia delante y los efectos de la maldad y la injusticia nunca tendrán solución. Pero infinitamente peor que el dolor de la memoria es el olvido, la incapacidad para, con el sosiego de la paz recuperada, colocar los huesos indignos de un asesino en un lugar donde todos podamos evocar la indignidad y reflexionar sobre ella… Aunque, si bien lo pensamos, igual una iglesia es justo el lugar adecuado para que descansen los huesos del carnicero, un lugar donde, consciente o inconscientemente, se venera el olvido ―el del pasado y el de uno mismo―, la tradición sangrienta, la resignación del rebaño, la muerte como triunfo, la indignidad en suma…