martes, 14 de abril de 2015

Los santos mártires de siempre

101576999El pasado 12 de abril, Fernando Iwasaki publicó en el diario ultraconservador ABC un sentimentaloide artículo titulado Je suis Chrétien. Para los que como yo no sepan francés, su título no significa Soy cretino, sino Soy cristiano. En el texto, don Fernando, además de reivindicar su esencia cristiana, nos viene a decir que, mientras otros se solidarizan con los dibujantes de Charlie Hebdo, él lo hace con muchas decenas de miles de cristianos que están siendo asesinados en el mundo. No deja claro si piensa, como tantas otras personas religiosas en el mundo, que lo de Charlie Hebdo pudo haberse evitado no tanto con una mente de los asesinos menos podrida, menos fiel y religiosa y más civil, sino con la moderación de la libertad de expresión de los humoristas.

En el primer párrafo lista exhaustivamente las víctimas cristianas de los fundamentalismos religiosos y políticos. Diferencia en el segundo párrafo entre la “conciencia humanista o humanitaria” (la que se tiene con la humanidad) y la “conciencia de la pertenencia” (la que él aplica a su gente, que en este caso son los cristianos del mundo). Iwasaki se declara por tanto mucho más cercano a todos esos cristianos muertos (los suyos, a cuya comunidad pertenece) que al resto de las víctimas. En el tercer párrafo afirma que el cristianismo no sólo es fe, que también es “nuestra historia, nuestra cultura y nuestra civilización (que nos pertenecen a todos)”. Por último, en el cuarto párrafo profetiza que los enemigos del cristianismo acabarán invadiéndonos, y que entonces él se preguntará si hizo todo lo que estaba en su mano para evitarlo.

No sé por qué me parece que don Fernando supone que, si algún día llega el Ejército Islámico a nuestros pagos, los cristianos (los suyos) serán martirizados y los demás aplaudiremos con las orejas. Igual padece de esa típica paranoia llorona de todas las religiones, y cree que los únicos a los que persiguen esos vándalos del Estado Islámico son los cristianos.

Alberto MonttEs curioso que el autor dedique su artículo no a sus hermanos de fe, con los que humildemente no osa compararse porque —al menos eso da a entender— todos son personas excelsas e intachables. Lo dedica “a quienes viven a extramuros de la fe o a quienes la tuvieron y la perdieron”. Y afirma sin empacho alguno que todos esos cristianos asesinados por el mundo podrían haber sido su familia, sus hermanos, su gente. Es decir, la conciencia humanitaria de nuestro cristiano amigo no tiene para él la importancia que tiene su conciencia de pertenencia. Si algo le une de verdad a sus semejantes es su fe, y por supuesto la fe de sus semejantes. Quienes no la tenemos, o la tuvimos pero la perdimos, no somos sus semejantes, o en todo caso somos semejantes de segunda categoría, tal vez semejantes pendientes de salvación.

Al leer los evangelios nadie con dos dedos de frente puede negar que el cristianismo se creó como una religión excluyente… como todas. Su acogedor proselitismo, complementado durante siglos con métodos monstruosos de conversión de infieles, sólo viene a reforzar ese carácter excluyente. Como buenos sectarios, los cristianos (cuando cumplen con sus dogmas) sólo admiten a los que no lo son en tanto que posibles conversos. En los últimos tiempos las leyes del mercado (pocas veces humanitarias) los han obligado a tragarse sus métodos criminales de captación de fieles, porque el capitalismo es una religión más adaptada a los tiempos que la cristiana. No obstante, siguen manteniendo una estructura poderosa de propaganda, una red de privilegios que mancha todo occidente con sus pamplinas. La humanidad de Cristo y de los cristianos en general fue desde el principio una humanidad de conveniencia, muy de pertenencia, especialmente redentora. No hay fe sin misión salvadora, y el artículo de don Fernando es una más de las infinitas pruebas de ello. Están los cristianos y los demás. Huelga decir que la mayoría de los cristianos no va por ahí excluyendo a los no cristianos, pero sí lo hace su Iglesia, sí lo hacen sus dogmas, y sí lo hacen sus más obsesivos acólitos, que son los que dirigen el cotarro y los que los jalean con artículos absurdos como éste.

portada-puta-babilonia_grandeDon Fernando pertenece a la comunidad cristiana no sólo por tener fe en ese barbudo Ente Imposible, sino porque su propio ser “se asienta sobre las enseñanzas de unas personas extraordinarias y de una fe inmensa”. Supongo que don Fernando no obtuvo ni una sola enseñanza de ateos, agnósticos, musulmanes, judíos, budistas… Supongo que no leyó ningún libro de esta gentuza, ni aceptó lección alguna que viniera de alguien que no compartiera la fe de los suyos. Sin embargo, se permite el lujo (tal vez pecaminoso) de habitar en “aquellos márgenes” en los que vive esta ralea impía, lugares en los que, según él, resulta tan difícil hablar de Dios. Se dirige a la gente que está en esos márgenes, más allá del centro piadoso del mundo, porque Dios no es sólo cuestión de fe, sino también “nuestra historia, nuestra cultura y nuestra civilización”. Nada más lejos de mi ánimo que rechazar las aportaciones culturales de nadie, tampoco de las religiones, pero junto con esas aportaciones (a veces divinas) hay que reconocer todos sus errores, sus estupideces, sus crímenes, y la Iglesia Católica atesora suficientes para rellenar un buen número de tomos de la Historia Universal. Las contribuciones del cristianismo a nuestra civilización no pueden ser valoradas mirando a nuestros padres, por muy extraordinarias personas que sean o hayan sido. Mi madre era muy devota de Fray Leopoldo de Alpandeire, mi abuela de Santa Ángela de la Cruz y de San Martín de Porres, y mi padre era muy devoto del Sevilla F.C., lo que no debería llevarme a considerar al Sevilla F.C. como una de las maravillas del universo, ni a negar que las aportaciones fundamentales de la Iglesia Católica a nuestra historia, a nuestra cultura y a nuestra civilización alcanzaron hasta no hace mucho cotas de depravación que ríete tú del Estado Islámico. Claro, ahora son estos bárbaros los que, con ese concepto siempre retrógrado que es la idea de Dios, andan destrozando al infiel, pero ¿debo recordar a don Fernando Iwasaki que la inmensa mayoría de las víctimas de los fundamentalismos en el mundo son actualmente musulmanes? Por otro lado, si todo es cuestión de herencia y cercanía, y mientras no nos invadan los bárbaros de fuera, en occidente lo que andamos sufriendo (entre otras maldiciones, muchas de ellas bien relacionadas con la Iglesia y con medios como el ABC) es un estado confesional en el que todos, por narices, hemos de sufragar los gastos de una organización machista, dictatorial y corrupta que cree estar por encima del bien y del mal.

22-novembre-10blog

Acabo con una frase asombrosa que el señor Iwasaki suelta al final de su artículo: “La persecución religiosa llegará hasta Europa desde Asia y África, y sin duda hará sangrar a nuestros países. Si tal cosa sucediera no pienso negar quién soy y de dónde vengo, porque el derrumbe de las civilizaciones comienza con la abdicación de las conciencias individuales” (el subrayado es mío). Primero, señor Iwasaki, las civilizaciones se derrumban normalmente por agotamiento, y no pocas veces porque surgen precisamente conciencias individuales y libres que, hartas de seguir los dictados de un poder corrupto y gastado, no abdican, sino que luchan para que el mundo cambie. Pero sobre todo, ¿en serio quiere decir usted que el cristianismo fomenta las conciencias individuales? La fe en una fosilizada filosofía de vida, la adhesión forzosa a una sarta de dogmas y verdades irrefutables, a una lista interminable de estupideces con rango de ley divina, ¿una fe así alimenta la individualidad de las conciencias? Además de cristiano, este artículo es pura charlatanería xenófoba y un insulto a las conciencias individuales, a la historia y a la inteligencia humana. Aunque igual el dios del señor Iwasaki anda dando saltos de alegría con estas memeces…