martes, 29 de marzo de 2011

Jazmines, Collins, el arte y la insinuación (2ª parte)

[continuación de la 1ª parte]

Agotados los modos de expresión, el arte se orienta hacia el sinsentido, hacia un universo privado e incomunicable. Todo estremecimiento inteligible, tanto en pintura como en música o en poesía, nos parece, con razón, anticuado o vulgar. El público desaparecerá pronto: el arte le seguirá de cerca.
Una civilización que comenzó con las catedrales tenía que acabar en el hermetismo de la esquizofrenia.

E.M.Cioran, Silogismos de la amargura

Elogio de la inexactitud

hofstadterPensé que primero debía aclarar que hay ciencias exactas y ciencias inexactas. Estas últimas son verdaderas ciencias, y además muy respetables. De hecho, diariamente vivimos basándonos en las conclusiones que de ellas se derivan. Por ejemplo, nadie sabe cuál es la probabilidad exacta de que un meteorito nos caiga en la cabeza, pero todos suponemos que es suficientemente baja como para no andar por ahí muertos de miedo por esa eventualidad. Y aunque el número π sigue sin ser definido en sus probablemente infinitos decimales, los círculos no dejan de poseer una perfecta y hermosa redondez. Incluso las certezas más aparentemente exactas están sustentadas por probabilidad y caos: toda la física se basa en una configuración absolutamente inasible de los átomos, lo que no impide que a escala humana podamos contar con certezas suficientes para vivir, deduciendo además leyes más que precisas. En otro ámbito, estudiar la fisiología humana es galcollinscontemplar mecanismos físicos y químicos rigurosos y fascinantes que consisten, a la postre, en un trasiego informe de aniones y cationes a través de poros caprichosos de proteínas; y entonces el azar microscópico de millones de células se convierte en una delicada caricia o en el movimiento minucioso del arco sobre un violín.

Cuento todo esto porque, luego de pasar junto al jazmín y de escuchar la batería de Phil Collins, mi pensamiento quiso descubrir los esquemas de funcionamiento de todo esto, y aunque estos esquemas (propuestas científicas) aparentasen ser algo imprecisos, me pareció al pensarlos que se correspondían con innegables realidades. Sé que otros muchos habrán descrito estas realidades con bastante mayor precisión que yo, pero ustedes saben que lo de pensar y escribir no deja de ser un juego, y en los juegos lo de menos son las conclusiones y lo de más el jugar mismo.

Técnica e insinuación

Lo primero que pensé fue que cualquier obra de arte era algo así como la suma de técnica y de insinuación. La técnica, como bien dice nuestro diccionario, es el “conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o un arte”, así como la habilidad para usarlos. Por tanto, dado que la asimilación de esta técnica es una cuestión de esfuerzo, toda ella está, excluyendo imposibilidades físicas o psicológicas, al alcance de todos. Mi amigo José Antonio Maidero, magnífico pintor desaprovechado por este mundo, me demostró una vez que cualquiera podía dibujar lado derecho aprender a dibujar con una dosis de realismo impensable. También me lo demostró el método que propone Betty Edwards en su libro Aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro. Síganlo y verán que el más torpe de ustedes puede realizar con el lápiz dibujos asombrosos, técnicamente asombrosos. Es cierto que hay técnicas que exigen de nosotros peculiaridades físicas cuya ausencia nos impide dominarlas. Si mis cuerdas vocales son frágiles, puedo educarlas hasta sacar voces para mí inconcebibles, pero nunca podré alcanzar la capacidad técnica de Karrin Allyson. Es lo que le pasa a Sabina, sin ir más lejos.

Pero si la obra de un artista proviniese sólo de su habilidad técnica, por muy asombrosa que ésta fuese, y por mucho esfuerzo que hubiera requerido obtenerla, todos podríamos ser artistas en casi todo, y el diseño de un satélite artificial que cruza el sistema solar sería un trabajo bastante más artístico que un poema de Aleixandre. Cualquiera que tenga una mínima sensibilidad sabe que no es así, sin necesidad de desmerecer la habilidad y el trabajo que los ingenieros astronáuticos hayan demostrado en el diseño del aparatito. ¿Qué es lo que hay que añadir a la técnica para que algo se convierta en objeto artístico?

El extremeño

Pienso ahora en el cuadro que colgaba en el salón de mi casa cuando yo pequeño: lo firmaba El extremeño, y creo recordar que estaba realmente pintado a mano, aunque algo me decía que ese buen señor pintaba varios de esos cuadros al día. A la pintura, un paisaje bucólico con pajar y todo, se le notaba a la legua su composición mecánica y fría. El cuadro no insinuaba nada más allá de lo que uno veía. Por supuesto, uno podía fantasear con el pajar, o buscar formas extrañas como las que buscamos en las manchas del mármol, pero ni siquiera para la imaginación desbordante de un niño como yo el cuadro decía nada más que lo que decía a simple vista. No insinuaba nada. La insinuación podría ser, pues, la habilidad de orientar la técnica hacia la expresión personal, más o mGráfica 1enos profunda, de algo más, de una idea, de un sentimiento, de una duda, de un miedo...

Entre las pretendidas obras de arte encontramos trabajos cuya alta calidad técnica nos sorprende pero que, por el contrario, no insinúan gran cosa (obra A de la gráfica), mientras que otras insinúan mucho sin usar una técnica demasiado depurada (obra B).

Yo siempre he creído, y es un ejemplo, que Vargas Llosa era un escritor de una gran técnica pero poco insinuante, aunque cada día creo con mayor convicción que tampoco hay que exagerar: no es tan bueno técnicamente, y lo demuestra regularmente en sus artículos de El País...

El gusto por el arte parece conllevar una mayor tendencia a valorar más la insinuación, puesto que la técnica parece al fin y al cabo algo mecánico, mientras que la insinuación resulta de la asombrosa integración de un montón de funciones humanas. Además, se diría que cualquier obra de arte tiene como fin insinuar algo, aunque si lo hace echando mano de una técnica depurada, mucho mejor.

Insinuaciones surtidas

La relación entre obra de arte y espectador no es, obviamente, un fenómeno automático ni irreflexivo. Si delante de la obra se pretende algún tipo de bienestar consciente, el perceptor no puede esperar que la técnica y la insinuación contenida en la obra le entren pasivamente por los sentidos, sino que debe buscar, y en esa búsqueda el perceptor encuentra en la medida que sabe buscar.

Así pues, en la insinuación artística intervienen dos aspectos necesarios:

1. Lo que la obra objetivamente insinúa.

2. La habilidad del receptor para descubrir esa insinuación, echando mano de su acervo cultural y de su educación sensible.

La interacción de estos dos valores produce la insinuación final, que no es un dato fácil de calcular, porque no es la media de los dos valores anteriores, ni su suma, sino una interacción entre ellos. Así, la falta de un aspecto no puede compensarse ilimitadamente por la abundancia del otro.

Gráfica 2 En mi opinión, la interacción óptima se consigue cuando el receptor sabe adecuar su percepción (lo que para el receptor la obra insinúa) a la insinuación real de la misma. En la gráfica, la flecha sobre la bisectriz del cuadrante contiene los casos en los que la calidad de la obra se ajusta a la percepción del observador, independientemente de que la obra B sea mucho mejor que la A. En ambos casos el perceptor acierta en su análisis artístico, es decir, entiende la obra.

La capacidad de una persona para descubrir insinuaciones que el autor no pretendía es interesante desde el punto de vista creativo, pero no puede, por mucho que algunos lo pretendan, añadir nada a la calidad de la obra. Tomemos la pieza 4’33” de John Cage (obra C en la gráfica), que para quien no la haya  Cageoíd... bueno, sería mejor decir, para quien no la conozca, consiste en cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio. Se podría afirmar que Cage intenta demostrarnos la importancia del silencio en la música —aunque imagino mil formas más hermosas y artísticas de hacerlo—, pero afirmar, por poner por caso, que la obra trata sobre la fragilidad de la existencia, supone un exceso exagerado de la insinuación perceptora sobre la del supuesto artista. El espectador usa su imaginación para añadir a la obra algo que no está razonablemente en ella. La imaginación es una de las mejores cualidades humanas, pero en este caso no sirve para valorar la obra de Cage, que a muchos les parece una boutade, y a otros nos parece directamente una tontería.

[continúa en la 3ª parte]

sábado, 19 de marzo de 2011

Jazmines, Collins, el arte y la insinuación (1ª parte)

Jazmín

Pasé junto al jazmín. Hoy sólo estaba lleno de promisorios brotes. Cierta mañana, hace unos meses, tras una noche de diluvio lucía rebosante de pinceladas blancas y aromosas. Igual no le gusta el frío, y esta noche pasada lo hizo. Sonaron en mi móvil Dance with the Moonlit Knight y Firth of Fifth, de Genesis.

Jazmín

Collins

Entre otras maravillas, la batería de Phil Collins suena prodigiosa, y pienso en la penosa involución que sufrió su carrera. El tercer tema del disco, More Fool Me, aparecido originalmente en el disco Selling England by the Pound, comenzó a sonar. Era, con mucho, y a pesar de la guitarra de Hackett, la peor canción del disco, y la muestra temprana de que Phil Collins, aparte de un grandísimo batería, era un tipo de un gusto musical bastante pobre.

El grupo, hasta 1975, fue liderado por Peter Gabriel (voz, flauta, percusión), aunque todos (Rutherford al bajo, Banks a los teclados y Hackett a las guitarras) colaboraron con su genio a genesiscrear música de verdad. En 1975, después de varios de los mejores discos de rock de la historia,  y tras producir The Lamb Lies Down on Broadway, un disco difícil pero impresionante, Gabriel se había alejado demasiado del resto de la banda, y decidió seguir su carrera en solitario. Aunque Collins había sido la segunda voz del grupo, e incluso se había lanzado con la voz principal en algunos temas, ahora se convirtió en la única voz de Genesis. El grupo compuso dos discos hermosos (Trick of a Tail y Wind and Wuthering), aunque en ellos se echaba de menos la voz poderosa de Gabriel y se observaba ya un ligero escoramiento al pop, a la comercialidad de los sonidos. Aun así, los dos trabajos conservaban una alta calidad.

Después de Wind And Wuthering, Steve Hackett anunció también su marcha por diferencias creativas con el resto, y entonces el grupo se escoró definitivamente al pop, a una música mucho menos elaborada, más repetitiva y bastante más vulgar. Collins, como luego demostró con su carrera individual, debió sentirse muy bien al verse libre de los corsés artísticos que priWindandwutheringmero Gabriel y luego Hackett quisieron imponer al grupo, y al fin, con sus dos silenciosos compañeros, se lanzó progresivamente a la música ligera y machacona, bailable y sencillita que Collins no ha dejado de hacer hasta ahora.

A principios de este mes de marzo Phil Collins anunció que abandonaba la música para dedicarse “a ser padre a tiempo completo”. Además, aclara en su propia página web que su despedida no se debe a que haya sido maltratado por la prensa, ni a que no se sienta amado por sus fans, ni tampoco a que ya no encaje en el medio, pamplinas más propias de un personaje del tomate que de un supuesto gran artista. Y tengo que reconocerlo: deseándole toda la salud y la felicidad posibles, me alegro muchísimo de que por fin deje la música. Desde que abandonó la batería de Genesis, este buen hombre ha estado regularmente llenando los medios de comunicación con sus gritos insoportables y sus iterativas banalidades musicales. Pasó de ser uno de los mejores baterías del mundo a ser uno de los cantantillos más pesados y chirriantes de la  historia. Pasó de la grandeza, la dulzura, el contraste y la personalidad del rock más inteligente y sensible, a lo pegadizo y venal, al bailoteo, al tarareo de una música directa, simple, una música volátil, llena de poses y vulgaridad.

Observen sobre el terreno el asunto. La primera pieza es la que escuchaba por la mañana, contenida en la caja de 4 discos titulada Genesis: Archive 1967-1975, con música en directo del grupo. La cancioncita posterior es Don’t Lose My Number, del disco que Collins sacó en solitario No Jacket Required, con la que ustedes podrán echarse un bailecito la mar de molón. Comprobarán la diferencia entre el Collins batería (concéntrense en el sonido portentoso del instrumento)

Phil Collins 2

y el Collins chundachundero de los últimos tiempos

Phil-Collins

Entonces, cuando acabó la canción que Collins perpetraba ya en 1975, seguí caminando preguntándome qué diferencias había entre la voz entera de Gabriel y ese lamentable sonsonete que es la voz de Collins, o entre la batería intensa y valiente del Collins músico y la otra, electrónica y tediosa, del Collins empresario; y fui dándole vueltas al jazmín, al arte y sus voces, a las insinuaciones del arte y a la pereza de nuestros sentidos…

[continúa en la 2ª parte]

jueves, 17 de marzo de 2011

Rompecabezas

Diario 2 color

El último día de junio, cuando cumplía veintidós años, lo había dedicado a completar un rompecabezas, visitar a mi padre y tomar por la noche unas cervezas con Manolo, Luis Pizarro y su entonces mujer Ana. Al separarme de ellos, me dirigí a una fiesta que un amigo celebraba en su piso del barrio de Bami. En ella, inesperadamente, me topé

con una rebujina de «hermosos mancebos» y de lustrosas señoritas,

gente bien que no se correspondía con el dueño de la casa. Afortunadamente, también andaban por allí Jesús, Paco y Mari Carmen, Marga, Chari y Juamba, Luis y Lupe... Eran tiempos en que  me debatía inseguro alrededor de un cambio radical en mis perspectivas de futuro: cometía la locura de abandonar la Facultad de Medicina en el tercer curso de carrera, y trataba de encontrar unos estudios más cortos que, brindándome posibilidades más inmediatas de trabajo, me dejaran tiempo libre para todas mis veleidades literarias y amorosas.

En los primeros días de julio, en un cuaderno garabateado de improvisados dibujos, fui describiendo con cuidadosa torpeza el día de mi cumpleaños, que había estado salpicado de llamadas de los amigos. Me habían llamado el mismo Manolo, Marien, Ana, y desde Madrid Almu, Susana, Sara; incluso el mismísimo INEM me llamó, aunque no precisamente para felicitarme. En el texto aparecía fugazmente mi madre, que me llamaba a comer. Mi madre...

Sobre Susana, una mujer con la que mantuve una duradera e ilusionada correspondencia en mi adolescencia, gestándose una amistad que aún hoy perdura, escribí lo siguiente:

Diario También habló Susana, la eterna buscadora, secreta búsqueda de incógnitas. Con su forma de hablar pausada y seria incluso cuando ríe. (...) Pero detrás del espejismo de su pasividad temerosa se extiende toda una vida, un complejo enmarañamiento de intenciones y respuestas que supieron no hace mucho encender su luz roja, y presentarme un problema con una sinceridad elogiable y madura que me sorprendió por lo inteligente y por el valor que demostraba. Susana lleva mucho en mí, demasiado tiempo surcando a mi lado, a unos quinientos kilómetros, este océano tumultuoso, y jamás le reconoceré bastante el bien que me ha hecho. Madrid se acercó a Sevilla...

Y de Sara, aquella niña impredecible que llenó mi buzón de locuras y mi imaginación de paisajes, escribí cosas que ahora no sabría muy bien qué significan, aunque tal vez no haga falta pararse en los significados para contemplar a aquella (esta) chiquilla adorable:

Sara monta caballos de hielo, y salta de ellos a una playa desierta y antigua, mete el dedo en las colmenas y se chupa la miel de oro, con los ojos muy abiertos, cerrándolos al exclamar un ¡deliciosa! Sara lo intentó tres veces, y a la tercera se desbocó por entre torrentes labrados, como empujando al agua y siéndola. ¡Qué hermoso verla doblar con rapidez su curso, saltar de una cascada no esperada! Su voz, qué lindo regalo de cumpleaños, qué delicia sentirla vibrar en mi oído, en mi memoria y en mi corazón. No quiero decir más de ella, pues poco podría decirse de la sorpresa si se la conociese andando por ahí...

El verano siguió su curso, y mi diario, iniciado a mediados de junio, fue invadido por las tristezas y los anhelos, por ingenuos y apasionados reproches a la vida, por el destilado de una soledad que anegaba mi interior como el vacío inunda el universo. Fueron poco más de cuatro meses los que tardé en apurar aquel cuaderno, pero unas páginas antes de acabar, sobre el mes de septiembre, en la generosa amplitud que entonces tenían las semanas y los meses, apareció otra Soledad. La quise intensamente, pero ella no pudo quererme más que de paso, porque su corazón, que se hallaba encerrado en una cárcel de amor imposible, encerró al mío en otra cárcel, tan dulce y dolorosa como la suya. Reímos y quisimos creer que lo inevitable no era cierto, pero al final, garabateadas mis lágrimas en sus últimas páginas, un 17 de octubre de 1984, le regalé a Sole mi diario y nos despedimos para siempre. Ella lloró y lloró a mi lado, y mis lágrimas y las suyas desdibujaron para siempre las nítidas, rigurosas líneas de mi corazón, dejando esa tarde dentro de mi pecho la estampa al natural del amor desnudo, y la impresión acogedora del encuentro entre el azar y mis pobres sueños.

Sólo me resta desear que este cuaderno no termine aquí, que, a diferencia de la visión de Alfanhuí, el viento no amaine y que el libro más hermoso que jamás tuve siga enseñándome a vivir, a darte vida. Te querré siempre.

17-OCT-84

Y así ha sido hasta hoy mismo...

martes, 15 de marzo de 2011

Me duermo para soñar

Camino y escucho esta copla, y una visión fugaz, de esas que parecen esclarecer y simplificar los enigmas, pasa inasible por mi pensamiento. Pasa justo cuando Camarón habla del mar, de las olas que rompen levantando espumas y de la arena blanca sobre la que se duerme para soñar. Y luego yo, despierto ya al día y a sus tráficos, tratando de reconstruir lo fugaz y de recordar acaso un sueño instantáneo, me pregunto: ¿Puede acaso el amor zafarse de los laberintos de la pasión y derramarse sobre tu frente como un simple frescor? ¿Puede ser el amor eso que sientes cuando cierras los ojos y descarnas la mirada? ¿Puede el amor fluir con el azar, reír con la suerte, descansar con la luz? El mar, terrible, formidable, canta tierno su canción de espuma, y sobre la blanca arena, blanda y cálida, duerme el niño soñando con el amor…

Pueblos de la tierra mía

Verea del camino,
fuente de piedra,
Camaróncantarillo de agua
lleva mi yegua.

Las olas rompen en la mar,
las espumas levantan,
y sobre la arena blanca
yo me duermo para soñar.

Pueblos de la tierra mía
qué blancos y bonitos son,
porque brillan más que el sol
en toíta Andalucía.

Con el palo y la vela va mi barquito
cruzando la bahía mu despacito,
y qué airoso cuando el viento le sopla,
y corre garboso, corre garboso...

Verea del camino,
fuente de piedra,
cantarillo de agua
lleva mi yegua.

De San Fernando a Cai
voy caminando
y en tus ojillos, niña,
yo voy pensando.
De San Fernando a Cai
voy caminando.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Libros

A vosotros, porque algún día sintáis en mis libros la fiebre del navegante.
A ti, porque llevo ya conmigo algunos de tus mejores viajes. Y a ti,
porque aun viajera de los universos virtuales te sé marinera de alta mar.

No concibo subir al autobús, sacar la lectura de la mochila y comprobar que a mi libro se le está acabando la batería. Comprendo que haya jovencitos, algunos más por alocados que por mocedad cronológica, que prefieran las nuevas tecnologías, la inmediatez elevada al cuadrado, el milagro de las bibliotecas comprimidas; pero yo, lo siento mucho, no le veo demasiadas ventajas a la cosa.

Los libros electrónicos que circulan de forma gratuita por la red contienen numerosas erratas, e imagino que al menos los libros adquiridos directamente en las editoriales o librerías electrónicas serán de confianza. Ni siquiera las copias directas de estos textos nos asegurarán que estamos leyendo el libro que pensamos, puesto que sin la certificación expresa de la editorial nunca podremos afirmar que en las sucesivas copias el texto original no se ha corrompido. En varias ocasiones, con el deseo de trabajar directamente en el ordenador y evitarme el trabajo de escanearlos, he buscado en la red la versión electrónica de los libros que traduzco, y en todas las ocasiones las diferencias entre el libro en papel y el texto electrónico eran suficientes para no fiarme en absoluto de la copia electrónica. Ejemplo incontestable de este asunto son los poemas famosos que corren por la red, de los que existen tantas versiones como internautas admiradores de sus autores. En las distintas muestras de un poema se difumina la puntuación, la división en estrofas, incluso la posición inusual de los versos, las mayúsculas y minúsculas… Por no hablar de las mil traducciones que algunos aficionados hacen usando el impresionante traductor de Google. Por lo tanto, esa sensación de tener acceso con el aparatito a la Biblioteca Universal resulta bastante falaz.

Creo que alguno de esos aparatos permite escribir notas al margen, marcar páginas, por supuesto hacer búsquedas inteligentes en el texto, sin necesidad de recordar en qué rincón del libro leímos esto o aquello. Pero ¿dónde queda el tacto de nuestros dedos sobre los libros, dónde el esfuerzo de nuestra memoria por destacar ese párrafo, o incluso recalcarlo con nuestro pulso y nuestra caligrafía? ¿Se notarán también en esas maquinitas tan feas las diferencias que hay entre un libro sin abrir y otro abierto una y otra vez ante nuestros ojos?

Por lo demás, cada libro se convierte en la prueba palpable y temporal de un viaje, un argumento más contra el caos. Nuestras estanterías respiran ternura, rebosan experiencias y amistades, personajes que han transitado nuestro interior y que vuelven luego a reposar entre el papel en espera de un nuevo navegante. Sí, una biblioteca se construye con esa sustancia blanda y artesanal que luego de pasar por nosotros ya no es nunca más lo mismo. Ningún libro que vivamos volverá a ser igual a ningún otro, por muy idéntico que parezca. ¿Dónde está todo eso en el universo virtual? ¿No son nuestros libros, los libros que amamos porque calentaron nuestras manos y desviaron nuestros ojos hacia la aventura y el sueño, no son esos objetos como las huellas de nuestra pasión de vivir, un mar de papel donde algún día, cuando faltemos, podrá reposar nuestra memoria?

Entre el primer rumor del azahar camino por la calle, sintiendo el latido de ese pequeño libro en mi mochila, un libro al que nunca, nunca se le agotará la batería…

domingo, 6 de marzo de 2011

El Señor Marqués

Reconozco que me inquieta un poco la antipatía que siento por Vargas Llosa. Entro en las librerías y sus obras colman los anaqueles. Leo artículos de gente a la que admiro y encuentro no sólo alabanzas generalizadas al escritor, sino defensas emocionadas de su persona pública y del luchador por las libertades que dicen encarna. Hasta Cortázar revela en sus Cartas una gran admiración por ese joven escritor que es Vargas Llosa, que luego será su amigo.

No he tropezado con un solo reproche, ni con la más mínima censura, pero sí con innumerables elogios; y Marqués de Vargas Llosacuando alguien se le enfrenta lo hace por motivos puramente políticos, reconociendo previamente su extraordinaria valía literaria. En los elogios se insiste principalmente en dos cuestiones: por un lado, la alegría generalizada ante un merecidísimo Nobel, que supuestamente todos los amantes de la literatura esperábamos; por otro, se subraya la liberalidad conservadora de este señor, antiguo defecto que hoy, tal y como está el patio, parece haberse convertido en virtud. Y así a Vargas Llosa lo alaban todos, incluso el bueno de Savater, hasta La Página Definitiva; lo alaban demócratas y anarquistas, letrados e iletrados, rojos y azules, tontos y locos. Diga que sí, oiga, un gran escritor y aún mejor persona…

Por si acaso, releo las palabras que dediqué al peruano hace un tiempo y trato de descubrir ese ardor que a veces me pierde, por si pudiera enmendarme de algún modo. Pero nada, en una época juvenil en que casi cada libro suponía una explosión en mi interior pude admirar de algún modo su capacidad de trabajo, su memoria, la profusión de detalles, el verbo rebosante, pero acababa sus libros y, bueno, ni la más ligera explosión. Y la imagen que me hice luego de este señor, con su fama ubicua y con algunos detalles biográficos que tomé de las Cartas de Cortázar y de La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro, fue la de un tipo listo, pero con la inteligencia puesta al servicio de una idea sagrada: él mismo.

Dos detalles me han reafirmado recientemente en mi repulsión por el Marqués de Vargas Llosa: uno que confirma la inocencia de mis consideraciones literarias sobre su obra. No, por una vez la memoria no me engaña: los dos libros suyos que leí (La ciudad y los perros y La guerra del fin del mundo) no me entusiasmaron, y he aquí un fragmento de mis diarios de 1985 que lo atestigua.

Foto 150El segundo detalle ocurrió hace unos días, hojeando sus memorias, tituladas El pez en el agua (Punto de Lectura, Madrid, 2010), en las que no sólo no encontré ningún argumento contra mi aversión, sino que me topé con una escritura desabrida y sin ritmo, de puntuación insoportable, muy inferior a la de cualquiera de los libros que leí recientemente como Retatros y A sangre fría, de Truman Capote, Insolación, de Pardo Bazán, Como Dios manda, de Ammaniti, Los emigrados y Austerlitz de Sebald... El Señor Marqués escribe como en los artículos que publica últimamente en El País, y esto me anima a seguir ignorando su obra incomparable. Lean un párrafo de este libro de memorias. Si ustedes consiguen leerlo de corrido, me lo hacen saber.

Una historia que había comenzado once años atrás, a más de dos mil kilómetros de este malecón Eguiguren, escenario de la gran revelación. Mi madre tenía diecinueve años. Había ido a Tacna acompañando a mi abuelita Carmen —que era tacneña— desde Arequipa, donde vivía la familia, para asistir al matrimonio de algún pariente, aquel 10 de marzo de 1934, cuando, en lo que debía ser un precario y recientísimo aeropuerto de esa pequeña ciudad de provincia, alguien le presentó al encargado de la estación de radio de Panagra, versión primigenia de la Panamerican: Ernesto J. Vargas.

En fin, que a mí, además de un tipo con unas ideas bastante feas, no me parece un gran escritor, qué quieren que les diga. ¿Que escribe mejor que yo? Conozco a mucha gente que escribe mejor que yo, y no le dieron el Nobel. Si no fuese por los dineritos que comporta el premio, me atrevería a exclamar que afortunadamente para ellos…

viernes, 4 de marzo de 2011

Paseo en coche

Durante más de un mes ha sonado en el coche un disco rebosante de hermosas cantatas de Bach. Enredarse en la música del mejor compositor de todos los tiempos es la mejor forma de escapar de uno mismo, aunque siempre corra uno el riesgo de encontrarse definitivamente…

Frank ZappaLos fríos del invierno tardan en disolverse, pero la primavera, con sus doradas y amplias propuestas, va abriendo las tardes y adecentando las ilusiones. Cambio el disco en el coche. Coloco uno variado: Rush, Stevie Wonder, Zappa. Suena ahora Broadway the hard way, uno de los muchos discos collage de Don Francesco, y conforme suena voy recordando cuánto se parece la música a los sueños. Frank Zappa, en conjunto el músico más interesante del siglo XX, entre bromas da consistencia a esta tarde que anochece, me eleva lo justo para que el tiempo no pisotee mi alma. Con él recuerdo lo cálida y acogedora que puede ser la música…