lunes, 18 de marzo de 2013

Crear o creer

Papa Francisco

Si el ciudadano medio, el ciudadano obediente se resistiera a dar tan fácil crédito a todas esas verdades sagradas y civiles con las que lo bombardean desde que nace, al mirar en derredor no saldría de su asombro y se quedaría encerrado en el pasmo de los sucesos como un niño en el laberinto de espejos.

Este ciudadano despierto comprobaría, por ejemplo, cuán vergonzosa es la feria de espectros que cada tanto se organiza en ese estado dictatorial y machista que es el Vaticano, un negocio opaco y millonario que gestionan y promocionan unos tipos feos, pálidos, afectados y en muchos casos, como atestiguan no pocas sentencias judiciales, pedófilos y delincuentes, o en su caso encubridores confesos de abusadores de niños.

Ni sus viejas y permanentes relaciones con la mafia, ni sus escándalos bancarios y empresariales; tampoco el lujo repugnante que exhiben, ni su política salvaje y criminal en relación con el SIDA o la planificación familiar; ni siquiera su milenaria y documentada historia de sangre y corrupción importan nada cuando un abuelete sonriente, de turbio pasado, sale al suntuoso balcón de San Pedro y le farfulla al mundo que Dios es capaz de perdonarlo todo. En su presuntuoso desvarío da por hecho que todos somos hijos de su Dios atrabiliario, que la humanidad se postra ante su grotesco poder y que los mejores sentimientos humanos son ancestral patrimonio de su empresa, cuando basta mirar bajo sus carísimas ropas para advertir que en los sótanos de esa iglesia crepita y apesta un infierno de inmundicia secular.

Quino

(obra del genial Quino)

Pero lo peor de todo, lo que ha permitido que una institución tan podrida como la iglesia católica haya llegado hasta nuestros días, es que el ser humano se muestre tan incapaz de comprender la estupidez de sus postulados, la tosca falsedad de sus enseñanzas, el truco ridículo e indignante de sus liturgias, la continua exaltación de la enfermedad que, desde los altares, estos enviados de la nada hacen cada día y en cada rincón del mundo.

A diferencia de los animales, y por tener la capacidad de ser consciente de sí mismo, el ser humano se ve impulsado a la trascendencia, a una búsqueda del sentido de las cosas que puede ser un fecundo juego creativo, un intento falible de aumentar el bienestar y la felicidad de las personas, o por el contrario convertirse en una trampa infalible que lo devuelva a la esclavizada animalidad. Afrontar la vida creando valores propios, aprovechando los esfuerzos que tantos otros hicieron por indagar en este mundo con la intención de hacerlo más habitable, eso es aceptar el reto de vivir. Creer en dogmas de cualquier iglesia nos dispensa de esta inquietud vital y nos convierte en mansos borregos que, repitiendo oraciones, viven un constante simulacro de libertad, y se debaten entre las cercas que los pastores, caprichosa e interesadamente, van estableciendo alrededor de nuestro juicio y nuestra cordura. Si elegimos ser, luego tendremos que optar por crear o por creer

En lo que a mí respecta, el Papa, ese personaje patético que una manada de monstruosos, sobrealimentados y siniestros individuos eligieron quién sabe con qué oscuros intereses, no me dirá nada hasta que no disuelva el tinglado de muerte y mentira que dirige, y hasta que no predique a los cuatro vientos que el bien y la verdad no son los adornos del poder de ningún ser supremo, sino la fuerza misma del ser humano, la afirmación que nos permite razonar más y mejor y organizarnos en bien de nosotros mismos y de la humanidad, con amor y humor, sin fervor ni súplicas ni rezos ni pecados, sin adorar a ningún becerro de oro (no otra cosa es la jodida iglesia) y sin llenar las cabezas de los demás de ideas peregrinas y acatamientos interesados.

Crucifx

(otra obra del genial Quino)

No es la religión la que salva al hombre de las guerras, las injusticias y la miseria, sino la desaparición de las creencias institucionalizadas y la inauguración de un tiempo en el que los seres humanos se coloquen ante sí mismos y ante los demás, se miren con atención, dialoguen y, sin libros sagrados ni extravagantes pastores celosos de su rebaño, se pregunten cómo pueden salvarse mutuamente en este mundo, en éste, en el único mundo que nuestros sentidos (incluido el común) nos permiten conocer, en este mundo hoy envenenado por la ciega fe y por el comercio organizado y criminal de los valores, fe y comercio en el que la iglesia católica tiene más de dos mil años de experiencia.