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lunes, 23 de febrero de 2015

Graciosillos

9788415405245Por estos pagos meridionales siempre ha existido la figura del gracioso sin gracia, ese pobre individuo que se las da de ocurrente y que sólo obtiene de los asistentes alguna que otra risa piadosa. Verán, todos hemos contado algún chiste sin fortuna, y nos hemos sentido ridículos porque nadie parecía haberlo pillado, pero la característica fundamental del gracioso sin gracia es que insiste, porque nadie puede quitarle, ni con toda la incomprensión del mundo, el convencimiento de ser un gran humorista.

Hoy día estos personajes han encontrado su lugar en la sociedad, su profesión y su reconocimiento: son monologuistas. Reconozco haberme sentado más de una vez ante la televisión mientras peroraba uno o una de estos profesionales del humor. Estupefacto, me preguntaba de qué cojones había que reírse. Aquello sonaba como una exhibición admirable de charlatanería. ¿Cómo podían esos artistas de la facundia hablar tanto y tan seguido sin asfixiarse? Y aún más, ¿cómo podían soltar tantos chistes malos seguidos sin que el respetable les lanzara lechugas podridas? En vez de eso, la sala estallaba en carcajadas y aplausos. Ante bobadas nada sutiles y faltas de la más mínima agudeza, la gente se meaba de la risa, y yo allí con esa cara de bobo que se me quedaba, temiendo que algo se me estuviera escapando.

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Si lo pensamos bien, los mejores humoristas de este país, genios como Tip y Coll y Gila, hacían precisamente lo mismo, charlar delante del público, pero a nadie se le ocurrió llamar monólogo a lo que hacían. Era simplemente humor. Parece como si el monólogo hubiera surgido gracias a una época especialmente devota, ansiosa de sencillez y democracia cultural, porque al fin y al cabo el monologuismo no deja de ser la demostración palpable de que cualquiera puede soltar una monserga ocurrente y triunfar. A fin de cuentas, en todas las artes, en el mundo de la cultura y también en el de la educación, hay una tendencia a eliminar las élites no mediante la extensión de la excelencia, sino con la exaltación de lo mediocre, con el reconocimiento artístico de esa vulgaridad a la que todos tenemos acceso con dos ocurrencias improvisadas. Todos podemos ser artistas, porque ya no hace falta el esfuerzo y el genio: con el derecho universal a ser artistas y removiendo un poquito el aire a nuestro alrededor, ya podemos obtener las risas, los aplausos, el agradecimiento de la audiencia.

IMG-20150221-WA0001El otro día asistí en la sala TNT-Atalaya de Sevilla a una Misa Patólica oficiada por el fundador del Patolicismo, Leo Bassi. En cierto momento comentó algo parecido a esto:

Contemplo a todos esos monologuistas charloteando en la televisión, hablando y hablando sin parar, contándome lo que les pasa con la vecina del quinto, con el portero o con su novio, y yo me digo: ¡a mí qué coño me importa! Me cuentan sus problemas con la tablet que compraron en Mediamarkt o con la tienda de ropa a la que fueron a comprar unos calzoncillos. Y vuelvo a exclamar: ¡a mí qué coño me importa! Los bufones debemos ser gente incómoda, gente que se ríe de todo, sobre todo de aquellos que traen sufrimiento a las personas; gente que no mantiene el sistema sino que siempre, siempre trata con humor de contribuir a su mejora.

El monologuismo me suena a entretenimiento barato, a pasatiempo sin sustancia y sin maldita la gracia. Para aumentar nuestra desdicha, creo que la gran mayoría de las series televisivas, y casi todas las comedias cinematográficas que se han rodado en este país en los últimos lustros, no deja de ser una extensión del virus monologuista, una sucesión desastrosa de ocurrencias que pocas veces roza siquiera el arte y su dignidad. Hannah Arendt hablaba de la banalidad del mal, refiriéndose a la vulgaridad, a la insipidez del terror totalitario. Hoy sufrimos el mal de la banalidad, que nos conquista con las funestas armas de la chabacanería y de una cretina e insoportable locuacidad.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Disquisiciones patosóficas

Si Dios existe, espero que tenga una buena excusa (Woody Allen)

Cartel-Utopia-Leo-BassiEl sábado acudí al Teatro Quintero, donde Leo Bassi daba la segunda función en Sevilla de su espectáculo Utopía. Sólo había visto a Bassi en televisión, en su traje de cómico furibundo que mancha la ropa a los espectadores y los aterra con sus locuras.

Bassi salió al escenario elegante, se sentó en un banco y comenzó a hablar muy sereno de la ruina actual, y yo me pregunté: ¿cómo hará este buen hombre, él solito, sin otros actores, para mantenernos aquí sentados durante hora y tres cuartos? Unos instantes más tarde, cuando el buen hombre comentó que la función estaba a punto de finalizar, yo no salía de mi asombro… Me lo había pasado tan bien…

Leo Bassi es un tipo adorable, con apariencia de gruñón y de gamberro, sí, pero con una cultura exquisita y un alma cautivadora. Y así nos regaló hora y tres cuartos de risa, de emoción, de nostalgia, de humanidad pura y dura, hora y tres cuartos de fascinación ante un payaso en toda regla.

Poco antes del final, Bassi hizo una reflexión que me gustó: estos políticos que nos gobiernan en España, los del gobierno de ahora, los del anterior, muchos de los aspirantes a gobernarnos, creen que somos idiotas, que no entendemos nada, que pueden engañarnos con facilidad. Todos los días tratan de embaucarnos, y no pocas veces lo consiguen. Pero ¿cuándo comenzó esto, quién fue el primero que nos mintió, quién inició este engaño sistemático de las masas, a estas alturas refinado con las más depuradas técnicas publicitarias y políticas? Entonces Bassi se detuvo, se colocó en postura predicante y nos bendijo con su mano sagrada.

Sí, la religión, la iglesia es la primera manifestación fundada en el engaño sistemático y en la búsqueda de réditos económicos y de poder temporal. Por supuesto, las religiones monoteístas son sólo la continuación perfeccionada de una ilusión que viene, en algunos casos, de miles y miles de años atrás, ilusión que les sirvió a aquellas primeras criaturas para calmar su desamparo y su ignorancia. Pero hoy sabemos que ninguna organización ha conseguido alcanzar un nivel tan alto de perfección en la mentira como estas empresas organizadas del espíritu, materialistas y facinerosas a niveles aterradores.

Cristo sangranteTambién resulta asombroso cómo un truco lógico tan burdo como el utilizado por estas religiones ha conseguido que millones y millones de personas crean en sus mentiras. Imagino que ese esquema tan simple y vicioso que apela a la fe para convencer a la gente de que Dios existe es la piedra filosofal de todos los publicistas, a quienes por cierto Bassi también culpó en parte de este desastre cultural en el que sobrevivimos. Sí, convencer a gente instruida, inteligente y crítica de que la prueba fehaciente de que Dios existe se encuentra justo en su propio acto de creer es el invento de los inventos, porque no sólo es una idea simple y directa, sino incontestable. Quienes no tenemos fe no podemos entender la cuestión, ni siquiera podemos ver a Dios hasta que no dispongamos de esa iluminación divina, de punto oscuro en nuestra razón. La fe, además, no es una manifestación cultural más, sino un regalo que el mismo Dios envía a los elegidos. Y oiga, ¿quién va a rechazar a estas alturas un regalo? Estas mismas reflexiones que hago no significarán nada para los fieles creyentes, porque su creencia posee incorporada protección anticríticas. No necesitaré decir, pues, que no pretendo con este texto convertir a ninguno de ellos, aunque siguiendo la lógica recursiva de la fe, cualquiera de mis buenos amigos cristianos bien podría dar un paso en falso, apagar sin querer el antivirus durante un instante, y de pronto cuestionar no tanto la existencia de Dios, sino la inmanencia y la necesidad de la fe, y de ahí a ser uno mismo y mirar a Dios con ojos algo más razonables va sólo un pasito de nada.

PatoBassi, en su espectáculo, nos propuso una alternativa: la Iglesia Patólica. Nuestro amigo reconoció la necesidad que todos tenemos de dioses, de algún dios bueno, que nos deje vivir sin rodearnos de cantamañanas ridículos y de rancias liturgias, que crea en el ser humano, que ame a los niños sin toquetearlos, un dios que, falible, no sólo no imponga castigos sino que sepa llorar y sienta debilidades, un dios ingenuo sin afán de exclusividad, un dios con humor. Y para el cargo no se le ocurrió otro que el patito amarillo de goma con el que todos hemos jugado en la bañera de pequeños. La Iglesia Patólica considera sagrados el humor y la risa como expresión más alta de la inteligencia humana, como camino más directo a la felicidad. En sus textos, el Patolicismo reconoce “valores fundamentales como la humildad, el optimismo y el espíritu lúdico, pero reivindica también el derecho a la burla como acto transcendental”. Se declara heredero de la Ilustración y defensor de la duda que nos salva de oscurantismos, totalitarismos y supersticiones. Es una Iglesia nada idólatra ni intolerante, y por tanto una religión nueva y muy distinta de las existentes. Yo añadiría, además, y no es moco de pato, que nos ahorra todas las milongas con las que las Iglesias actuales suelen marear a sus fieles…

En el barrio madrileño de Lavapiés, el Sumo Pontífice Bassi abrió una primera capilla dedicada al dios Pato, y en ella tienen lugar varios ritos, entre los que se encuentran bautizos pero nunca a menores de dieciocho años, puesto que los bautizos a niños son considerados en esta nueva religión como anti-páticos. Y no es menos importante la creencia patológica en un mundo mejor, que no está en otros mundos, sino en éste. Es este mismo mundo, pero mejor, y por eso esta Iglesia quiere que sus fieles… no, no, perdonen, esta Iglesia, como dijo Bassi, no tiene fieles, sino amigos… así pues, la Iglesia Patólica quiere que sus amigos luchen por un mundo mejor, enfrentándose a los poderes que instituyen hoy día la injusticia y la esclavitud de las conciencias, entre los que se encuentran, y la mar de bien situadas, las religiones monoteístas y sus lucrativos negocios eclesiales.

Gloria al Pato, amén.

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