martes, 29 de junio de 2010

Al infierno que te vayas…

Camarón062010 Era poco después del mediodía, pero con la calor de Sevilla el bar ya invitaba a una cerveza. Lo encontré paseando por la calle, y enseguida lo saludé. José Monge Cruz, Camarón, me miró con ese silencio con el que él miraba siempre, exactamente el mismo de mi tío Jesús, y se dejó saludar. Su sonrisa fue tímida, contenida, triste.

Me alegré mucho de verlo después de tanto tiempo. Pareció que aquel encuentro era un paso obligado en nuestras historias, como si estuviese previsto por alguna minúscula pero determinante fuerza natural, así que no me sorprendí en absoluto. La última vez que lo había visto, hace muchos años, Camarón deambulaba por la zona de La Florida, picoteando en los bares de la avenida con un rostro cadavérico y la vida destrozada por las drogas. Entonces no debíamos conocernos, porque yo me limité a mirarlo pasar. Pero hoy Camarón me saludó con cariño.

Entramos en el bar y noté su rostro algo desvaído, como si mis ojos tuvieran ese filtro que en el cine trata de ocultar las arrugas de las actrices. Fue lo primero que me extrañó, aunque mi extrañeza se disolvió al invadirme un deseo tremendo de tomar su cara en mis manos y acariciarlo como a un niño. Sentí tanta pena por él, tanta ternura se me vino a la garganta. ¿Cómo no me di cuenta de…?

Tomamos algo, ahora no recuerdo qué, como tampoco recuerdo de qué hablamos. Pero sí sé que apareció una amiga, una mujer que, cuando se lo presenté, se alegró de conocer a Camarón, una leyenda viva. Convencimos a José de que se viniera con nosotros. Se movía con dificultad, como si sus piernas se hubieran contagiado de la timidez de su corazón gitano. Entró en el coche, en el asiento de atrás. El cristal trasero del coche se bajaba como los de las puertas laterales, y eso debería haberme hecho sospechar, pero sólo empecé a creer que algo no andaba bien cuando, al bajar el cristal, una rama de naranjo, que al parecer estaba apoyada sobre el coche, se coló en el habitáculo, molestando a Camarón. La rama del naranjo tenía espinas, flores de azahar, pequeñas naranjas verdes y sólo hojas nuevas y diminutas de naranjo recién plantado. Debido a sus largas espinas, tuvimos problemas para sacar la extraña rama y cerrar de nuevo el cristal. Entre mi amiga y yo pudimos arreglar el problema, mientras Camarón se limitaba a echar el cuerpo adelante y mirar cómo hacíamos, como un chiquillo que dejara a sus padres deshacer un peligro.

Si lo pienso bien, recuerdo poco más de ese encuentro. Sólo sé que me desperté poco después y noté cómo poco a poco, como suele suceder con los sueños, los detalles se evaporaban al contacto con la vigilia. Nunca he sabido a ciencia cierta si aquel a quien vi vagando de bar en bar por La Florida era Camarón, aunque en el recuerdo, un recuerdo de este lado del espejo, se le parecía tanto… Esta noche volví a ver a Camarón, y ahora sí que era él, con seguridad, era él reconstruido con sus cantes en mi corazón, una prueba más de que los que se fueron nunca se han ido…

Y al infierno que te vayas
yo me voy a ir contigo,
que yo me voy a ir contigo,
porque yendo en tu compaña
llevo la gloria consigo.
Ay al infierno que te vayas,
me tengo que ir contigo.

Maíta de mi alma
que dirme dónde estás metía,
que dirme dónde estás metía,
ay que yo te llamaba a voces
y tú a mí no me respondías.
Ay que a voces yo te llamaba,
y tu a mí no me respondías.

Metí a la lotería,
yo metí a la lotería
y me tocó tu persona,
que era lo que yo quería.
Y me tocó tu persona,
que era lo que yo quería.

domingo, 27 de junio de 2010

Luna llena

Imagen0131Los alrededores del Estadio Olímpico quedaron hechos un basurero. Llenaban el lugar manadas de tipos desaseados, con camisetas negras, pantalones rotos y zapatillas deportivas gastadas, mostrando en general unas barriguitas prominentes y unas maneras afectadamente brutales. Muchas menos mujeres. Bastante más jóvenes de los yo pensaba. Muchos meaban sin pudor en cualquier sitio, y algunos daban camballadas entre la muchedumbre, tempranamente borrachos y pidiendo perdón en cada encontronazo con ojos perdidos en dios sabe qué lugares. Mucha, mucha calor, y ningún puestecillo ambulante, de los muchos que salpicaban el lugar, vendía cerveza, y yo me moría por una cerveza.

Dentro, en el estadio, habían cubierto el césped con plásticos celestes, y vendían cerveza a precios astronómicos. Además era Mahou. El escenario estaba rematado por dos gorras rojas con sus correspondientes cuernos diabólicos, idénticos a los que mucha gente lucía sobre sus cabezas. Mientras me tomaba la carísima cerveza, una sensación de dulce cataclismo se cernía sobre mí. ¿De dónde había salido tanta gente extraña? A pesar de la tosquedad de aquellos seres, mirándolos notaba cómo se removía el tiempo, cómo el alma programada del día saltaba en pedazos para dar paso a algo diferente y desconocido.

Los amigos con los que había quedado traían entradas de grada, así que me dispuse a ver el concierto solo, tratando de acercarme lo más posible al escenario. Mientras tocaban los teloneros, algo sosos, aproveché para comer algo y descansar. Luego fui tomando posición, y mientras la noche se tendía sobre el estadio aquello se fue llenando de gente expectante. Algunos llegaban disfrazados de Angus Young, otros de Brian Johnson, los más se conformaban con las camisetas o algunas banderas enrolladas en su cuerpo. Estuve a punto de tomar una foto de un grupo de chavales muy jóvenes: me emociona ver cómo el gusto por el rock no muere del todo.

Imagen0133Antes de empezar el concierto se colocaron a mi lado dos hombres en los que me había fijado antes. Uno de ellos llevaba una perilla muy cuidada y el pelo muy largo y embadurnado de gomina con efecto mojado, y el otro también llevaba el pelo largo y rizado. Parecían salidos de un tablao flamenco. El primero me miró y me extendió la mano, diciéndome: “Me llamo Miguel”. Le di mi mano, le dije mi nombre y le dediqué una sonrisa que era expresión de una camaradería especial. No volvimos a decirnos nada, y al rato habían desaparecido de mi lado.

El concierto comenzó con un vídeo divertidísimo y asombroso. Miles de vatios atronaban mis oídos, sobre todo el izquierdo, que aún hoy no se deshizo de todo el poder sonoro que ayer le entró. Allí estaban, por fin… Me vi en 1988, en Badajoz, conduciendo por la autopista y escuchando aquella música, y allí estaban ahora aquellos jodidos brutos, aquellos fascinantes amigos.

Imagen0137Poco a poco me fui animando, y acabé bailando como un poseso temas nuevos y antiguos, y en las manos no tenía puños ni dedos, sino unos cuernos que representaban mucho más que el símbolo de una gira. Con la mirada adoraba a Angus, que volaba con esa guitarra suya que era una pura extensión de sus brazos. Allí estaba el cataclismo…

Un hombrecillo regordete bailaba a mi izquierda, acompañado de su mujer, que claramente se aburría. Él lucía una camiseta negra con una foto de nuestro Silvio, y bailaba mirándonos por momentos a todos los que lo rodeábamos, compartiendo con nosotros su alegría. Le hice un gesto de aprobación apuntando a su camiseta, y él me respondió, también por gestos, diciendo que aquél también era grande, tanto como lo que oíamos. Delante teníamos a una pareja, ella muy guapa y alta, con un cuerpo escultural, y mientras todos mirábamos el concierto ella miraba hacia atrás, hacia su afortunada pareja, y lo abrazaba, y lo besaba, y se insinuaba, y le decía esto y aquello, y le sonreía y le contaba… Estuve a punto de llamar la atención de aquel hombre y decirle: “joder tío, lo siento, vaya el concierto que te está dando”. Aquella individua no se había enterado de dónde estaba, de lo que sonaba.

Imagen0143Y al fin, tras un eterno y siempre corto concierto, sonó el último tema, como siempre el For Those About To Rock, We Salute You, y unos cañones surgieron en aquel escenario que fue todo el tiempo un saco de sorpresas. Traté de decirle algo al hombre regordete y se me pegó para que se lo dijera al oído: “ésta es una de las pocas cosas que nos hacen olvidar el sexo y a las mujeres”. Me contestó que no me había escuchado bien, pero que creía haberme entendido. Hizo un gesto hacia su mujer, callada y triste, y dijo que no estaba demasiado de acuerdo conmigo. Entonces le advertí sobre los cañones, y él se volvió enseguida para que su mujer tratara de verlos entre la muchedumbre. Un minuto después lo vi tomando una raya de cocaína, y al instante me ofreció otra a mí “para celebrar el momento”. Rehusé el ofrecimiento agradeciéndoselo, y él entonces dijo: “Bueno, pues ya que estamos la aprovecho yo”.

El final del concierto fue como debía ser, apoteósico. Entonces, mientras se encendían las luces, salí del estadio, caminé durante un buen trecho hasta Sevilla bajo una luna de la que me advirtieron, porque estaría llena; yo, sin embargo, creí que aún le faltaba un suspiro, tal vez un beso… La noche de cualquier modo se exhibía hermosa. Al llegar a la ciudad tomé una bicicleta hasta casa. Al dejar la bicicleta, en las calles desiertas, reviví aquellas noches de mi infancia, aquellas noches cálidas y serenas tomadas por el jazmín y los susurros, aquellas noches que uno no quería que acabaran nunca. Y pensé que, cuando muera, una de las pocas cosas que echaré de menos será la noche. En mis oídos, además, sobre todo en el izquierdo, aún resonaba lo que Brian Johnson había dicho en determinado momento del concierto, apuntando a su amigo Angus Young: “Este hombre tiene el diablo en sus dedos y el blues en su alma”. Y que me lleve el diablo si no era cierto…

miércoles, 23 de junio de 2010

Perturbado impostor

Gran PoderReconozco que lo que ha hecho este hombre es una tremenda barbaridad. Si algún atentado contra el patrimonio histórico-artístico hay que se parezca a un intento de homicidio, diría más, de magnicidio, es el que ha cometido este individuo contra el llamado Señor de Sevilla, el Santísimo Cristo del Gran Poder.

La noticia ha dado pie a que todos los medios de comunicación locales, periodistas de tronío y clérigos de diverso rango y aterciopelada devoción, así como cientos de sevillanos profundamente orgullosos de sus tradiciones, hayan elevado el clamor de sus quejas al cielo hirviente de Sevilla.

Las autoridades enviaron a la policía científica para determinar con precisión los trágicos hechos, pero todos respiramos granpoderagresoraliviados cuando supimos que el agresor había tenido la deferencia de no tocar a nuestro Señor en la cara. Al parecer de los entendidos, el valor artístico de la talla no es demasiado alto, pero su valor emocional para tantos sevillanos es tan extraordinario que cualquier amago de perdón hacia este individuo parece hoy impensable. Ni la atenuante de locura debería servir para justificar tan aberrante acción.

El sujeto, a la salida de los juzgados, preguntado por el motivo de su acción, respondía que él era la verdadera encarnación del espíritu de Jesús, y aunque alguna cosa digan en verdad los evangelios sobre ello, en el sentido de que todos somos parte de Dios, y a pesar de que este Yo soy Jesucristohombre, para declararse genuino Jesucristo, haya aducido un número de pruebas parecido al que presentan los que depositan en el Gran Poder prerrogativas propias sólo del hijo de Dios, es decir, ninguna, todo parece indicar que nunca podrá obtener el perdón de los sevillanos de bien.

Eso sí, no me cabe duda de que este hombre está loco. Coincidiendo con las palabras que esta mañana me envió mi amigo Alfonso, me pregunto asombrado: ¿cómo puede decir este hombre que es Jesucristo cuando todo el mundo sabe que Jesucristo soy yo?

lunes, 21 de junio de 2010

Los sonidos de la luna 6 cd1

front1 

Back2  

Me permito la libertad de incluir aquí el tema Flor y grana, del álbum homónimo del grupo Sotavento, en el que, además de tocar el violín y cantar, disfruta y vive nuestra amiga Raquel, magnífica intérprete y aún mejor fotógrafa (con esas dotes más allá de la técnica que los buenos fotógrafos tienen). Mil gracias a ti y a tus amigos.

jueves, 3 de junio de 2010

La clandestinidad del alma

hotel dolceDesde hoy se reúne en el Hotel Dolce de Sitges el Club Bilderberg. Este grupo, cuya composición es en principio secreta, reúne cada año, en un lugar diferente, a banqueros, expertos militares, personajes influyentes de los medios de comunicación, líderes políticos de Europa y América del Norte y miembros de la realeza. A pesar del supuesto secreto con el que se reúne, corren por ahí listas acreditadas de participantes, incluso para la reunión que comienza hoy. Por parte de España acudirán, entre otros, nuestra discreta y querida reina Sofía, nuestro preclaro y civilizado presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y nuestro prestigioso periodista y no menos soberbio novelista Juan Luis Cebrián, consejero delegado del grupo PRISA.

Alrededor del Club Bilderberg, que se reúne desde 1954, se han creado todo tipo de especulaciones, apuntando generalmente a que es el verdadero centro de decisiones mundial. Uno se pregunta qué hace ahí el presidente del gobierno español, cuya cuota de poder en el mundo es tan limitada, pero parece ser costumbre invitar al presidente del país anfitrión. Así, zapaterodicen que Zapatero tratará de defender en una conferencia la salud de la economía española, y la confianza que los grandes deben tener hacia España...

Por supuesto, hagan lo que hagan estos excelsos individuos en el lujoso hotelito de Sitges, todo acaba siendo secreto. No hay conclusiones públicas, no hay periodistas, la policía (pagada por todo cristo) se encarga de que nadie, ni curiosos ni molestos grupúsculos antisistema, se acerque a los señoritos. Fuera de las teorías conspirativas, no se conoce quién o quiénes diseñan la lista de invitados, pero ya se sabe que entre amigos de este nivel las cosas siempre vienen rodadas. Personajes de muy variado pelaje han ido componiendo el auditorio del Club en todos estos años: Kissinger, Rumsfeld, Blair, Thatcher…

Recuerdo que, en tiempos del carismático Felipe González, verdadero adalid de todas estas modernidades financieras en España, hubo un incendio en un edificio de Madrid. La noticia pasó Felipe González 1desapercibida, y hoy me ha sido imposible localizarla; se decía que algunos bomberos o alguien del personal de seguridad del edificio vieron que en el desalojo de cierta sala surgió un buen grupo de políticos socialistas influyentes, algunos con cargos en el gobierno, y un buen número de banqueros y grandes empresarios. Nada se supo de esta reunión, que al parecer se estaba realizando en el más absoluto de los secretos. Desde entonces, siempre he pensado que mi voto no vale gran cosa. Esta intuición, por supuesto, era reafirmada por otros muchos datos que con sólo observar con cierta atención las noticias cotidianas cualquiera puede obtener.

Pero más allá de esta sensación bastante probable, en la que determinados políticos, banqueros y grandes empresarios, destacando entre ellos los de los medios de comunicación, son los que dirigen este país y este mundo, e incluso aunque al final todo fuera un episodio más de nuestra paranoia ciudadana, yo les haría hoy un par de preguntas al conciliador y buenazo de Zapatero, a la cariñosa y sonriente reina Sofía y al progresista y librepensador Cebrián:

¿Qué coño hacen ustedes en ese hotelito?

¿Me podrían explicar, como ciudadano, qué jodidos temas están ustedes discutiendo ahí, y con qué permiso?

Pirámide capitalistaY ahora al aire: ¿de esto se trataba la democracia? Entonces por mí se la pueden ir metiendo donde les quepa. No, no digo que nos devuelvan a aquellas dictaduras sangrientas, a las mismas que sufre hoy esa mitad del mundo que ustedes explotan y que aún no es digna siquiera de llenarse de tristes consumidores. Pero, hagan el favor, no me pidan el voto, no me pidan que escuche a esa banda de titiriteros ignorantes y ridículos que tienen contratados por todo el país, y que con métodos idiotas pretenden hacernos creer que la política existe, y que el poder reside en el pueblo.

Sí, la especie humana acabará por llenarlo todo de basura, por demostrar hasta qué punto puede estar podrida su alma, hasta dónde puede llegar su maldad. La mafia más elegante ha tomado el mando, ha depurado sus métodos y ahora este mundo no tiene, por supuesto, otra solución que la clandestinidad del alma.