jueves, 24 de febrero de 2011

Austerlitz, W.G. Sebald

WGSebaldY en ese espantoso estado de ánimo me pasaba horas y días mirando a la pared, me atormentaba el espíritu y aprendía poco a poco a comprender lo horrible que es que incluso la tarea o el deber más nimio, como, por ejemplo, ordenar un cajón de cosas diversas, pueda ser superior a nuestras fuerzas. Era como si alguna enfermedad ya latente en mí se dispusiera a declararse, como si algo desmoralizador y obstinado se hubiera metido en mi interior y, poco a poco, lo paralizara todo. Sentía ya tras mi frente la infame apatía que precede al desmoronamiento de la personalidad, sospechaba que en realidad no tenía memoria ni capacidad intelectual, ni una verdadera existencia, que durante toda mi vida sólo me había ido extinguiendo y apartando del mundo y de mí mismo. (pp. 125-126)

 

Desde que los alemanes habían dictado las normas aplicables a la población judía, sólo podía hacer sus compras a determinadas horas; no podía tomar un taxi, tenía que viajar en el tranvía en el último coche, no podía ir a un café ni al cine, ni a un concierto o cualquier reunión pública. Tampoco podía ya subir a un escenario, y el acceso a las orillas del Moldava, a los jardines y parques que tanto le gustaban, le estaba vedado. A ninguna parte donde hay verde puedo ir, dijo una vez, y añadió que ahora comprendía realmente lo hermoso que era poder estar sin preocupaciones contra la barandilla, en un vapor fluvial. (p. 174)

miércoles, 16 de febrero de 2011

La isla de extraños nombres

Niño

Habría en el regreso mismo un otoño y sus ondas,

y en su sino

era la luz,

rodeado por eso de identidad, de la nieve y el orgullo,

de error en el lugar.

Amplio y mudo, los ojos resplandecientes:

el patíbulo, los estrechos recorridos, olvidado

tras los recuerdos e intacto, soportado por torres estuve,

y en las expediciones siquiera

tragado por el azar, las maletas, los balnearios

y la isla de extraños nombres.

lunes, 14 de febrero de 2011

Se ausentó

antonio_lopez

Alguien, seguramente el cartero, había emborronado su dirección y sobre ella había impreso un sello que rezaba: “DEVUELTO / RETOUR”. En el reverso, sobre el matasellos con fecha 19 de enero, el cartero había escrito: “Se ausentó”, eso sí, sin tilde y con una rúbrica indolente. Habían abierto el sobre y luego lo habían vuelto a cerrar cuidadosamente con celo.

No, no se le ocurrían demasiadas cosas más tristes que una carta devuelta. ¿Qué habría pensado el que la abrió? ¿La habría leído?

Había escrito la carta como en otros tiempos, a mano, sobre un par de esas hojas recicladas, estampadas de virutas de colores, esas hojas que una mujer muy especial le había regalado unos mil años atrás. Y lo había hecho pensando que tal vez fuera la última oportunidad de tomar un café con su amigo. Bueno, lo llamaba así, amigo, aunque la única relación que los unía eran unas pocas cartas cruzadas en los últimos veintitantos años. Y sus películas, claro. Alguna de ellas se le había quedado grabada muy dentro, como si el argumento fuera una hermosa metáfora de su vida...

¿Qué se podía hacer con una carta devuelta? ¿Qué rincón le buscaría en casa? ¿Dónde se guardan los regalos malogrados, las palabras perdidas en el camino? Sabía que aquella silenciosa amistad había llegado a su fin, pero a ver, ¿no consistía la vida precisamente en eso, en una sucesión de principios y finales? Así que, luego de pensar un rato en el asunto, lo admitió sin darle mucha más importancia, rasgó el celo, volvió a leer muy despacio la carta, y tras devolverla al sobre la introdujo en un sobre mayor y la envió al paraíso.