martes, 26 de abril de 2011

Cioran: traiciones

Cioran portada El otro día, el amigo Jorgewic, felizmente regresado a este mundo de las bitácoras, recomendaba un librito de Cioran: Sobre Francia. Escrito en 1941, originalmente en rumano, se publica por primera vez en castellano con un prólogo de Alain Paruit. Aunque los señores de Siruela no tienen la delicadeza de decirlo, todo indica que Alain Paruit fue no sólo el autor de este prólogo, sino el traductor del libro del rumano al francés. La traducción del francés al español la ejecuta, nunca mejor usado este verbo, el ínclito Carlos Manzano.

Ya le indiqué a Jorgewic que la primera frase del texto de Cioran demostraba que el señor Manzano era poco cuidadoso con las comas…

No creo que me interesaran los franceses, si no se hubieran aburrido tanto a lo largo de la historia, pero su aburrimiento está desprovisto de infinito.

Pero no salgo de mi asombro luego de haber leído (más o menos) el prólogo de Paruit. Una de dos: o el prólogo es una verdadera porquería y Manzano ha sido fiel a su basura, o su traducción del prólogo es execrable. Aquí pueden (intentar) leerlo:

Cioran 1 Cioran 2 Cioran 3 Cioran 4

No sé si el autor de esta barbaridad ilegible es Paruit o Manzano, aunque el segundo ha dado ya muchas muestras de que esa falta de cuidado traductor es más un hábito que un descuido, por muchos premios que reciba. Pero lo que sí está claro es que Siruela publica a la buena de dios. Eso sí, en el precio son constantes y minuciosos.

lunes, 25 de abril de 2011

Una cosa que se lleva dentro

blanco_telediario Ver el Telediario, como escuchar Radio 5, va dejando de ser una buena costumbre. Si en Radio 5 es la música la que destaca por su asombrosa e insoportable ridiculez, en los diarios de la televisión pública la crónica de la vida es cada día más religiosa y deportiva (valga la redundancia), centrándose básicamente, para más inri, en la religión católica y en el enojoso Real Madrid.

No sólo en Radio 5 y la primera de TVE, en todos los medios públicos se van presagiando los aires insólitamente renovadores de la futura y fatal victoria de Rajoy y sus secuaces; y eso que los amigos socialistas han dedicado a la laicidad del estado el mismo tiempo que yo al punto de cruz. Pero es como si los periodistas, al estilo de las ratas en las catástrofes, se oliesen el cambio, y empezasen a dar señales de que pueden ser buenos chicos con quien haga falta serlo. Así, estas semanas la televisión y la radio públicas se han llenado de programas fervorosos, como corresponde a un país cristiano y de bien.

carreras Pero yo iba a una noticia con la que andan los noticiarios públicos machacándonos desde antes de la semana de pasión: las múltiples y jacarandosas formas que encuentran los españolitos para demostrar su fe. Alguna tan extraña como la que hoy han anunciado: carreras de caballos en Arroyo de la Luz (Cáceres). Se conmemora con ellas una batalla de la reconquista, que los cristianos ganaron con la ayuda inestimable de la patrona de la localidad, y en la que al parecer los moros salieron pitando por las calles del pueblo. Sin entrar en minucias históricas, que a los fieles religiosos suelen importar poco (la fe todo lo puede), hay que explicar que la tradición consiste en cabalgar a toda velocidad, solo, en parejas o en tríos, por una calle del pueblo abarrotada de gente. Ver la carrerita realmente sobrecoge, sobre todo porque en cualquier momento los asistentes pueden ser arrollados por los caballos. De hecho, hace un par de años un policía municipal, que trataba de contener a la gente para que no fueran atropelladas, fue golpeado por un caballo y se marchó con nuestro Señor a criar malvas. Preguntado por el inteligente periodista, uno de los jinetes explicaba hoy: “Pues es una cosa que no se puede explicar, que no tiene explicación ahora mismo; es una cosa que se lleva dentro y no tiene explicación, no hay explicación. Yo por lo menos no la tengo, no sé si alguien la tendrá, pero es una cosa distinta”. Más claro, agua.

Y es que cuando no se usa la cabeza, premisa aconsejable para el uso del corazón, se confunde lo antropológico con lo salvaje. Que los Yanomami brasileños fueran unos tipos violentos, que casi semanasantatodo lo arreglaban a mamporros, y que sus mujeres fueran las que más recibían en el asunto, puede ser explicado deliciosamente por Marvin Harris (Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura), pero no debería ser considerado como una simpática distinción de estos salvajes, digna de salir en el telediario para que, mientras se acaba con el postre, los españolitos de a pie digamos: ¡coño, qué curioso! Es verdad, recientemente se produce una sana tendencia a  prohibir las tradiciones físicamente más bestiales, pero muchas otras, basadas en el desprecio de nuestra capacidad más humana, que es la del pensamiento, ésas son vendidas como una forma de conservar la riqueza del pasado, cuando no son más que modos de proteger las pobrezas y los desatinos de otros tiempos más salvajes.

ultras Porque mucho más allá, las palabras del jinete de Arroyo de la Luz no sólo reflejan los tintes prehístóricos de una fiesta peligrosa, simple e insulsa, sino que podrían servir para cualquiera de estas fiestas en las que los españolitos muestran su fe: son algo inexplicable, que no tiene explicación, o al menos uno no la sabe, algo distinto, algo con lo que convertirnos, sin mucho trajín intelectual, en protagonistas de la vida, algo con lo que llenar la vida de uno sin el estorbo de la razón ni el vértigo de la muerte. Algo que hace cantar al aficionado al fútbol el himno de su equipo, con el pecho henchido de orgullo; o que hace decir al nazareno de Sevilla que para él dos figuras de madera son tan importantes como sus propios hijos; algo que lleva a la gente a luchar y matar por la patria, o por un modelo de patria; algo que, en nombre de Dios, a unos lleva a dar su vida por la salvación del cuerpo y el alma de los pobres de Ruanda, y a otros a ponerse un cinturón de explosivos e inmolarse en nombre de otro Dios bastante parecido al anterior. Salvajismo, de mayor o menor intensidad, sangriento o pacífico, deportivo o ecuestre, inocente o retorcido, tradicional pero salvajismo al fin y al cabo.

Posdata.- Por favor, no contesten a esta entrada con eso de que el misionero que salva a los negritos es mucho mejor que el terrorista que destroza a una multitud. Claro, por supuesto, la obviedad me insultaría. Si a alguien lo único que le evocan mis palabras es esto, casi mejor que se olvide de estas tonterías y que siga con su fe inexplicable.

sábado, 16 de abril de 2011

Big Fish

big-fishJusto hace un año publiqué una entrada denigrando Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton. En los comentarios, Sandro arremetía, en parte con razón, contra algunas películas de este hombre, entre ellas Big Fish. El bueno de Sean (al que echamos de menos en este blog) recomendaba a Sandro que la viese con más sosiego, porque, según él, “es una de las más emocionantes metáforas que he visto sobre el desconocimiento del ‘otro’, sobre la incomunicación paterno-filial, sobre las motivaciones, sobre cómo cada uno colorea su/la vida como le da la gana, aún a costa de que ni los tuyos te entiendan”, mientras que yo apenas entré en la discusión, ni una sola palabra para defender esta película.

Cuando vi por primera vez Big Fish yo andaba un poco confundido con Tim Burton. A diferencia de la mayoría de mis conocidos, la primera película de 2gtnkf7Batman me había encantado, y la segunda también me pareció una buena película. Su historia, su producción y su influencia en la insuperable Pesadilla antes de Navidad me habían ganado para siempre, pero luego dejé pasar películas increíbles como Ed Wood y Sleepy Hollow, mientras que tanto Eduardo Manostijeras como Mars Attack! me habían parecido obras bastante pobres e incluso ridículas, y no digamos ese bodrio (sigo considerándolo así) que fue la nueva versión de El planeta de los simios. Así que cuando me puse ante la pantalla con Big Fish, reconozco que lo hice algo condicionado por esta confusión, pensando que, efectivamente, Tim Burton era mejor productor que director. La fantasía de sus películas comenzaba a parecerme más infantil de lo debido, y creía que este buen hombre empezaba a perder pie en la realidad.

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Big Fish me pareció una película deslavazada, insensata, a veces incluso histriónica, y eso que presentaba un cartel más que atractivo, con los geniales Albert Finney y Jessica Lange, con Ewan  McGregor, Helena Bonham-Carter, Steve Buscemi, Danny DeVito y una larga nómina de actores que cumplían sus papeles más que correctamente. Pero fue como si pasara por encima de la película, como si la opinión que me había formado sobre Burton me hubiera impedido entrar en ella y me hubiera hecho resbalar sobre sus fotogramas.

big-fish-2004-22-g Con el tiempo, y gracias a mis hijos, la he visto varias veces más, y he llegado a considerarla una de las mejores películas de Burton, y una de mis películas preferidas. La labor del cine no es sólo entretener y emocionar, sino hacerlo con elegancia e inteligencia, cargando de valores las historias que narra. Y Big Fish es una película sorprendente en este sentido, porque está llena de valores, porque es soberbia en su elegancia y profunda en su inteligencia; porque sus actores lo bordan, y porque, como decía Sean, la película es una impresionante metáfora de la vida misma, cuyas verdades, aunque no siempre estemos dispuestos a admitirlo, tienen mucho más que ver con la fantástico que con lo cotidiano. Incluso en los valores que muestra, la película evita pontificar sobre ninguno de ellos, y se limita (nada menos) que a atraernos hacia el valor de la fantasía y la libertad, y de paso hacia el valor de la vida como aventura.

Pero el mensaje más hermoso de los que aporta esta película es el de la definición del amor: el amor, que no es rutina amable y prescrita, ni calidez ordenada, ni madriguera, ni hábitos ni moderación; el amor que no es ni esperanza ni fortuna, sino hambre, fuerza, deseo, sorpresa, imaginación, risa, carne y laberinto.

domingo, 10 de abril de 2011

Pintura dulce

FolletoAyer sábado fue un día de verano en Sevilla. La ciudad bullía de gente, que tomaba cerveza en los numerosos bares, tascas y tabernas que riegan el centro. Antes de sumarnos a la fiesta, visitamos el Museo de Bellas Artes. Mariano Bellver, un vecino de la misma Plaza del Museo, ha cedido su hermosa colección y nos muestra pinturas de artistas andaluces y otras en las que algunos pintores extranjeros pintan Andalucía. Hay muchos cuadros menores, cuyo valor reside más en el contenido que en el continente: retratos de la vida de nuestras ciudades, muchos de ellos enseñando la Sevilla del XVIII y el XIX, paisajes que en algunos casos han cambiado bien poco. Pero otras obras son tan hermosas que me hace pensar que el arte es como el mar, un paraíso siempre por explorar, del que sólo conocemos la superficie. Aquí les presento algunas de esas delicias, aunque sólo sean aquí un pálido reflejo de lo que son en vivo, cuadros que difícilmente se reproducen en Internet, y que tal vez nunca se conviertan en obras de referencia, quizá porque su función sea admirar a los particulares…

Recorte Bellas Artes 1 Recorte Bellas Artes 2 Recorte Bellas Artes 3

José Pinelo Llull - Paisaje de Alcalá

José Pinelo Llull, Paisaje de Alcalá

Vicente Esquivel y Rivas - La nueva partitura

Vicente Esquivel y Rivas, La nueva partitura

Rafael Senet Pérez - La pesca en la laguna de Venecia

Rafael Senet Pérez, La pesca en la laguna de Venecia

Andrés Parladé - Grata conversación

Andrés Parladé, Grata Conversación

Emilio Sánchez Perrier - Paisaje campestre

Emilio Sánchez Pérrier, Paisaje campestre

José Denis Belgrano - El ensayo

José Denís Belgrano, El ensayo

Manuel García Hispaleto - Buscando el ratón

Manuel García “Hispaleto”, Buscando al ratón

José Jiménez Aranda - El recomendado

José Jiménez Aranda, El recomendado