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lunes, 8 de septiembre de 2014

Memorable bodrio

RetratoEsto de las traducciones no tiene solución. Una proporción enorme de los libros traducidos que leemos son basura. Lo único a lo que podemos aspirar algunos cretinos melindrosos es que el texto traducido posea una mínima corrección en castellano, pero ni disminuyendo tanto nuestras exigencias obtendremos demasiada satisfacción.

Lo peor del asunto es que las más conspicuas calamidades de la traducción reciben con alegría el reconocimiento de los gurús literarios y, seguidamente, cae sobre su reputación la baba de un gran ejército de lectores, que sobrevuela esos engendros como enjambre de moscas sobre un buena plasta de vaca.

No tenía yo bastante con mi mundialmente admirado Rafael Cansinos Assens, que perpetró entre otras enormidades la traducción de las obras completas de Dostoievski. No tuve suficiente con María Luisa Balseiro, nada menos que Premio Nacional a la Mejor Traducción en 1993 por su descabellado trabajo en la novela de A.S. Byatt Posesión. Tampoco me bastaba con tener que leer a Cioran en la desmañada versión de Carlos Manzano o esa dulzura de Doña Flor y sus dos maridos en la de Rosa Corgatelli y Cristina Barros. Ahora mejuanguerreroruiz_044035.jpg ha costado la misma vida acabar Retrato del artista adolescente, la versión insoportable que Dámaso Alonso hizo en 1926 de A Portrait of the Artist as a Young Man, de James Joyce.

No me extraña lo más mínimo que el traductor se escondiera tras un seudónimo, porque el trabajo que hizo fue una soberana porquería. No, no quiero discutir sobre gustos literarios: el castellano que Alonso usa en el libro es en el mejor de los casos incorrecto e ilegible, y por momentos grotesco.

Cuando me da por cotejar la traducción con el original, empiezo a pensar que la osadía de algunas personas es infinita. Pero cuando repaso la trayectoria profesional de este buen hombre, caigo en que james-joycenada tiene de extraña su osadía ni su torpeza. Me da igual que estuviese considerado un gran hombre de letras, o que tuvo este mérito y el otro. Esta traducción es a todas luces deplorable.

Después de veintiséis años de la primera lectura, he releído el Retrato como forma de coger impulso para la lectura del Ulises, un libro enorme que lleva años resistiéndose. No entiendo cómo el traductor y editor de este Ulises, José María Valverde, califica la traducción de Alonso de “memorable”. Aunque en cierto modo es así, es un memorable e inolvidable bodrio.

martes, 26 de abril de 2011

Cioran: traiciones

Cioran portada El otro día, el amigo Jorgewic, felizmente regresado a este mundo de las bitácoras, recomendaba un librito de Cioran: Sobre Francia. Escrito en 1941, originalmente en rumano, se publica por primera vez en castellano con un prólogo de Alain Paruit. Aunque los señores de Siruela no tienen la delicadeza de decirlo, todo indica que Alain Paruit fue no sólo el autor de este prólogo, sino el traductor del libro del rumano al francés. La traducción del francés al español la ejecuta, nunca mejor usado este verbo, el ínclito Carlos Manzano.

Ya le indiqué a Jorgewic que la primera frase del texto de Cioran demostraba que el señor Manzano era poco cuidadoso con las comas…

No creo que me interesaran los franceses, si no se hubieran aburrido tanto a lo largo de la historia, pero su aburrimiento está desprovisto de infinito.

Pero no salgo de mi asombro luego de haber leído (más o menos) el prólogo de Paruit. Una de dos: o el prólogo es una verdadera porquería y Manzano ha sido fiel a su basura, o su traducción del prólogo es execrable. Aquí pueden (intentar) leerlo:

Cioran 1 Cioran 2 Cioran 3 Cioran 4

No sé si el autor de esta barbaridad ilegible es Paruit o Manzano, aunque el segundo ha dado ya muchas muestras de que esa falta de cuidado traductor es más un hábito que un descuido, por muchos premios que reciba. Pero lo que sí está claro es que Siruela publica a la buena de dios. Eso sí, en el precio son constantes y minuciosos.

domingo, 10 de mayo de 2009

Traduttore traditore…

“Quejica y viejo protestón”, así me llamó al cabo de los años un antiguo amor por el que, tras muchos años de silencio, nunca había perdido la devoción. Ha sido, sin duda, la forma más triste de desterrar un cariño de las estanterías de mi corazón. Y es que la fama de quisquilloso me persigue, y últimamente mi edad, que empieza a ser provecta, proporciona a mis críticos una razón más que aceptable: ¡viejo cascarrabias!

Doña Flor Alianza Por eso me gustaría que me diesen su opinión. Apuro Doña Flor y sus dos maridos, de mi adorado Jorge Amado. Fue un regalo de alguien a quien quiero mucho, de ahí que el libro tenga doble valor. No obstante, sus primeras cuatrocientas cincuenta páginas me han traído, además de buenos momentos de complicidad con el brasileño, una angustia indefinida. En muchos de sus párrafos no he reconocido yo a Amado. Leí Los viejos marineros (traducido por Basilio Losada) y quedé absolutamente fascinado por Don Jorge y sus mundos. Luego, entre la escasez de títulos suyos en las librerías de Sevilla, encontré Capitanes de la arena (traducido por Dante Hermo), un libro aburrido que me hizo pensar que el anterior había sido sólo una perla en el vacío, pero entonces Gabriela, clavo y canela (también traducido por Dante Hermo) me reconcilió con mi amigo, y aunque no me pareció un libro tan asombroso como el primero, disfruté con esa forma seductora de contar e imaginar personajes y situaciones. Y por eso, cuando comencé a leer Doña Flor y sus dos maridos noté algo extraño. Sí, era Amado, pero su lenguaje resultaba espasmódico, irregular, precario. Creo que el libro es un libro menor de Amado, pero posee pasajes suficientemente suyos como para que merezca la pena leerlo. Aun así, su calidad literaria puede muy bien ponerse en entredicho, sobre todo por los pobres recursos lingüísticos que parecen adornarlo.

Y esto es lo que a mí no me cuadraba justo cuando hete aquí que mi cascarrabiez, mi criticonería, mi protestantismo insobornable me llevaron a pensar mal de la traducción que Rosa Corgatelli y Cristina Barros realizan para Alianza Editorial. En alguna ocasión he estado dudando si ciertas construcciones gramaticales del libro no han sido meras transposiciones literales del modo de hablar brasileño a un castellano que no las soporta, pero hasta ahora no había querido mirar el original. Ha sido una de estas veces que te cansas y ya no puedes pasar por alto ni la más pequeña tontería. El libro en español rezaba:

En cuanto a ella [Doña Flor], era de poco remedio y mucha salud, ya que no recordaba haber estado enferma (salvo el insomnio de viuda).

Amado1La salvedad me chirriaba, no estaba bien expresada. Así que me dije: joder, ya está bien, Amado merece que me levante, que busque en algún sitio el original y me quede de una vez tranquilo. Así lo hice, y encontré que el párrafo original era el siguiente:

Quanto a ela, era de pouco remédio e de muita saúde, não se lembrando de quando estivera doente (a não ser a insônia de viúva).

De aquí deduje que la salvedad estaba traducida de cualquier manera. No la voy a tachar de gramaticalmente incorrecta, pero sí mantendría ante cualquiera que la traducción es ambigua y poco delicada. De hecho, para mi gusto, basado en la pura intuición (porque sé de portugués todo lo que puede saber cualquier turista que ha visitado varias veces el hermoso país vecino, es decir, casi nada), la traducción más correcta (casi literal) del párrafo sería:

En cuanto a ella, era de poco remedio y de mucha salud, no recordándose cuándo estuvo enferma (a no ser por el insomnio de viuda).

Pero por estas cosas de la vida, divertido por entender bastante el portugués de Amado, seguí leyendo el siguiente párrafo, y en él se decía:

Foi realmente noite memorável, como anunciara doutor Teodoro e deram conta as gazetas. Breve, reduzida conta - queixou-se nosso doutor ao ver suas decisivas alocuções e tôdas as demais espremidas numa frase incolor com nomes incompletos: (…).

Nuestras amigas traductoras convirtieron este párrafo en lo siguiente:

Fue una noche memorable, como había anunciado el doctor Teodoro y dieron cuenta las gacetas. Breve, reducida noticia, se quejó nuestro doctor al ver su decisivo discurso y todos los demás expresados en una frase incolora con nombres incompletos: (…).

jorge-amado La palabra espremidas me sonó a la castellana exprimidas. Por supuesto, no entendía por qué habían convertido alocuções en discurso (además en singular), ni el falso subjuntivo original en un pobre pasado, no sólo perdiendo fidelidad con el texto de Amado, sino banalizando de algún modo su lenguaje. Pero busqué la palabra espremidas, y descubrí algo curioso: espremer significa en castellano exprimir, apretar, comprimir. Y si buscamos la palabra portuguesa para expresar encontramos la portuguesa exprimir. Es obvio que nuestras amigas, con esas prisas propias de tantos traductores, confundieron espremidas con exprimidas. Por supuesto, entre esto:

Fue una noche memorable, como había anunciado el doctor Teodoro y dieron cuenta las gacetas. Breve, reducida noticia, se quejó nuestro doctor al ver su decisivo discurso y todos los demás expresados en una frase incolora con nombres incompletos: (…).

…y esto:

Fue una noche memorable, como anunciara el doctor Teodoro y dieran cuenta las gacetas. “Breve, reducida cuenta”, se quejó nuestro doctor al ver sus decisivas alocuciones y todas las demás comprimidas en una frase incolora con nombres incompletos: (…).

…hay un mundo, sobre todo si estas deficiencias se repiten durante más de seiscientas páginas. El libro se transforma en otro, en algo mucho más plano, y sobre todo en una novela muy diferente a la que escribió el autor. Por supuesto, siempre que consideremos que la literatura no consiste sólo en referir de forma más o menos coherente y comprensible una historia, sino mucho más. Estos errores me demuestran que lo que estoy leyendo no es ni de lejos lo que Amado dejó escrito, y me hace desconfiar de cada término, de cada palabra que estas mujeres eligieron para interpretar a Don Jorge. Y me anima a aprender portugués, claro. ¡Pero qué pesadez esto de ser un quejica y viejo protestón!

Amado y Zelia

lunes, 29 de enero de 2007

Más sobre mi paisano

También Fernando Sorrentino habló hace tiempo de mi paisano Cansinos, rememorando su accidentada pero no dudo que divertida lectura de Egmont, de Goethe, traducida con su habitual alegría por el erudito sevillano (En el desliz de la uve a la be, un traductor distraído puede beber un indigesto cuatro). Dado que se suele hablar de Cansinos como de un gran especialista en traducir a Dostoievski y Goethe, y analizadas algunas traducciones que hizo de estos dos buenos hombres, me muero de curiosidad por hojear las que hizo del Corán, de Balzac, de Tagore o de Wilde...

Hoy, además, me encuentro aún más confuso, porque creyendo que estas historias incomprensibles son las excepciones, me doy con un artículo de un tal M. García Viñó, titulado Javier Marías, una estafa editorial, en el que, también él con algunos problemas de puntuación, hace una disección la mar de interesante de algunos textos de Marías, demostrando a mi juicio que este hombre escribe realmente mal. Sus artículos de El País Semanal nunca me gustaron en la forma, aunque su bilis me resultó siempre fresca en un medio tan suave y dócil como El País, y cierta vez que traté de leer uno de sus libros no pasé de la segunda página, pero no imaginaba que alguien tan galardonado y reconocido pudiera escribir de esta forma. No obstante, García Viñó ya apunta a otros escritores españoles de verbo insoportable, y si lo pienso bien, lo que parecía excepción se acerca un poco a la regla. Bendito mundo.

lunes, 8 de enero de 2007

Transducciones

Me senté ante el librito de Dostoievski y lo observé con curiosidad. Era un antiguo libro de mi mujer, pequeño, una rara edición de Aguilar de Humillados y ofendidos. A pesar de los frecuentes y jugosos comentarios de Cioran sobre el ruso, sólo había leído, y hacía muchos años, Los hermanos Karamázov, y sin aprovecharlo demasiado.

Durante las primeras páginas, como un extranjero en un país desconocido, fui de alguna forma justificando los problemas de ritmo y cierta incomprensibilidad del texto, pero no tardé mucho en salirme de la historia. Daba con una frase incomprensible o ridícula, y entonces volvía sobre mis pasos y la analizaba, y en algunos casos encontré joyas del disparate.

Quise conocer al traductor, y supe que era Rafael Cansinos Assens, un escritor sevillano que durante la primera mitad del siglo XX tradujo las obras completas de Dostoievski, el Corán, a Balzac..., y que fue amigo admirado nada menos que de Borges. Mi primera reacción ante su historia fue la de sentir una profunda envidia. Este buen hombre había traducido del árabe, del ruso, del francés, tal vez de otros idiomas, y había publicado varias obras originales. Había sabido granjearse los odios del franquismo, y eso dice mucho de una persona. Pero, tras los reconocimientos, había de admitir que aquella traducción de Humillados y ofendidos me parecía no humillante ni ofensiva, pero sí bastante pobre. Yo también me argumenté entonces que, sin conocer la obra original y sin idea de ruso, ¿cómo podía yo atreverme a juzgar una traducción? Bueno, la respuesta era sencilla: el proceso traductor posee varios aspectos básicos, y aunque uno de ellos es la fidelidad al original, que se consigue con el conocimiento profundo de la lengua origen y su correspondencia exacta con la lengua a la que se traduce, también es cierto que hay que saber expresarse correctamente en esta última, y que una traducción resulta fallida si cojea en alguno de estos dos aspectos.

La traducción de Cansinos hacía aguas en su castellano, y quise ver en muchos de sus pasajes las prisas con las que, con seguridad, se anduvo mi paisano para traducir toda la obra de Dostoievski en sólo ocho años. Pero aun así aquello no me cuadraba. ¿Cómo podía ser la misma persona a la que admiraba el mismísimo Borges, cuya virtud más destacada consistía precisamente en su puntillosa expresión? ¿Cómo podía haber escrito y traducido tanto este hombre si su castellano era tan pobre? Debía haber alguna explicación que me permitiera conservar la admiración por este artista bohemio.

Descubrí en Internet una
Fundación que un hijo de Cansinos Assens, Rafael M. Cansinos, había dedicado a la obra y la vida de su padre. Bocazas entre los bocazas, se me ocurrió escribirle, de manera cortés y respetuosa, comentándole el tema. La sorpresa fue desagradable: el señor Cansinos hijo me respondió secamente, espetándome que todo aquello sólo era una opinión mía, de la que no le había dado ninguna prueba, y que si era tan amable que le enviase la edición que yo tenía sobre el libro de Dostoievski, así como las notas que había tomado. Debo reconocer que me molestó un poco el tono nada conciliador de este hombre, y, bocazas entre bocazas, e incapaz de no responder al más mínimo desafío, le envié a este señor un largo escrito donde le citaba párrafos del libro traducido por su padre, con una nota aclaratoria mía y una versión realizada por otro traductor (José Baeza, para la editorial Juventud), traducción ésta última que ya avisaba yo que parecía haber sido realizada de alguna versión intermedia (probablemente del inglés), pero que estaba escrita en un castellano bastante más legible que el de Cansinos padre. Por supuesto, no obtuve respuesta alguna a mi escrito, pero a partir de entonces, y a pesar de que en muchas y buenas librerías te recomiendan a Dostoievski en la excelente traducción de Cansinos, siempre busco otras traducciones. Hace unos días traté de comenzar Memorias del subsuelo, en Cátedra, y me resultó imposible pasar de la primera página. Hay tantos, tantos escritores que no atendieron cuando les explicaron en el colegio el uso de las comas y de la puntuación en general... Afortunadamente, también adquirí Crimen y castigo, asimismo editada en Cátedra, y con una traducción (al menos en lo que se refiere al uso del castellano) bastante digna y cómoda de Isabel Vicente.

Pero a lo que iba es al martirio que para nosotros, los lectores que no sabemos varios idiomas, termina siendo el nivel bastante triste que alcanzan tantas y tantas traducciones. Te venden un libro precioso, con una planta y un diseño impecables, y con un transductor sustituyendo al traductor. Iré poniendo aquí algunas citas gloriosas, pero de momento quedémonos con algunas de Cansinos, al que, de todas formas, y aunque no sea por su traducción de Dostoievski, expreso mi reconocimiento por ser una persona que pareció sentir lo que hacía, lo que no es poco.


“— Ése es demasiado idealismo —le respondí—, y, por consiguiente, cruel” (Segunda parte, capítulo X).

“Entramos a ver a Natascha. En su habitación no se advertía ninguna suerte de preparativos. Por lo demás, ella siempre lo tenía todo limpio y simpático, sin que hubiera que arreglar nada” (Tercera parte, capítulo I).

“— (…) Por lo demás, Natascha Nikoláyevna, veo que está usted muy enfadada con él, y eso es incomprensible. Usted está para eso en todo su derecho (…)” (Tercera parte, capítulo I).

“Preguntaba con ordinariez y enfado; saltaba a la vista que estaba fuera de sí y enojada con Natascha. En realidad era que todos aquellos días, desde el martes, había estado tan entusiasmada con aquello de que su señorita (a la que profesaba gran afecto) iba a casarse, que se había dado prisa a divulgar la noticia por toda la casa y sus alrededores, en la tienda y en la portería. Estaba muy hueca, y refería con solemnidad que el príncipe, todo un personaje, general y horriblemente rico, había ido él mismo, en persona, a pedir la mano de su señorita y que ella, Mavra, había podido oírlo con sus propios oídos; (…)”
(Tercera parte, capítulo IV).

“(…) A mi agravio se unía aún otro: aquel grosero modo mundano con que, sin responder a mi pregunta, y cual no reparando en ella, me atajó con otra, dándome de seguro a entender así que yo me distraía y me familiarizaba demasiado al propasarme a hacerle a él tales preguntas (…)” (Tercera parte, capítulo VIII).

“(…) a ambos los unía, además de sus pasadas relaciones, alguna otra circunstancia, en parte secreta, algo así por el estilo de un compromiso recíproco, basado en algún cálculo… En una palabra: algo por ese orden (…)” (Tercera parte, capítulo IX).

“— (…) Ivan Petrovich, tengo que decirle a usted dos palabras.
Nos apartamos dos pasos.
— Yo me he conducido hoy como un fresco… Me he portado de un modo ruin y he incurrido en culpa con todo el mundo, pero sobre todo para con vosotros dos. Hoy mi padre, después de comer, me presentó a Alexandrine… (una franchuta), una mujer deslumbradora (…)” (Tercera parte, capítulo IX).

“— (…) Usted es malo, nimiamente malo (…)” (Tercera parte, capítulo X).

“— (…) Serénese usted, mon ami, viva y comprenderá; pero ahora…, ahora necesita usted especies” (Tercera parte, capítulo X).

“— (…) Anda muy preocupado no sé con qué; no me habla apenas, está muy mustio, debe de revolver en el pensamiento algo muy principal (…)” (Cuarta parte, capítulo III).

“— (…) Luego me dijo que me volviese y mirase a la ventana hasta que él me dijese que tornase a mirarle (…)” (Cuarta parte, capítulo VIII).

“— (…) Mámenka apenas podía andar, y a cada paso se sentaba en el arroyo, y yo la iba sosteniendo. Todo se le volvía decir que iba a ir a ver al abuelito, y que la llevara yo allí, y ya hacía rato que cerrara la noche” (Cuarta parte, capítulo VIII).

Fedor M. Dostoyevski: Humillados y ofendidos, Madrid, Aguilar, 1989 (trad. Rafael Cansinos Assens).