miércoles, 21 de abril de 2010

La derrota de la página escrita

Reconozco que este blog se pone a veces demasiado serio, así que apuntemos un chascarrillo. El último sábado, el a veces desternillante suplemento cultural de El País, Babelia, pedía a veintiún escritores bien actuales que aconsejaran a aquellos que desean unirse a la élite literaria nacional. No he leído todas las recomendaciones, dios me libre, pero entre algunas muy aburridas y tópicas he encontrado ciertas joyas. Reproduzco el párrafo aportado por mi admirada y nunca suficientemente enaltecida Elvira Lindo, y lo reproduzco completo porque no tiene desperdicio, de veras:
elviraweb Por desgracia, no se puede enseñar a escribir literatura a quien no tiene talento. El talento no se enseña. Sin embargo, a quien sí lo tiene, un buen maestro le puede servir de gran ayuda. Los mejores maestros se encuentran, sin ninguna duda, en la estantería. No se puede adquirir un estilo propio si no se lee y no se imita a los grandes escritores. La admiración y la emulación a los clásicos son el principio obligado de una carrera literaria. Después, están las escuelas de escritura. Son interesantes porque ponen al alumno en contacto con personas que comparten las mismas inquietudes. Lo deseable es que el alumno encuentre a un buen maestro. El buen maestro ha de enseñar a amar la literatura sin papanatería, pero sin malograr la inocencia del alumno. Lo ideal es encontrar un buen maestro que no esté lacrado por el resentimiento. Hay maestros que quieren imponer sus manías y sus prejuicios literarios a sus alumnos. Que les inoculan el desprecio, que es el pecado más estéril de los literatos. De ellos hay que huir como de la peste. Nada mejor que el maestro que enseña a admirar, en primer término, y a analizar las dificultades de la creación. De un taller literario es posible que sólo uno o dos alumnos tengan futuro, pero por esos dos diamantes en bruto merecen la pena todas las escuelas de letras.
A continuación, el férvido Pérez-Reverte, de un modo más escueto, contradice en parte a la talentosa Lindo:
perez-revert Escribir no es tanto cuestión de talento como de constancia. El trabajo, la dedicación y las lecturas son el camino más directo para tener éxito en la creación literaria. Con el tiempo, los escritores vamos cambiando y no es la misma novela la que escribes con 20 que la que escribes con 40, o con 60, porque tu corazón cambia con el tiempo, pero creo que todo escritor coherente debe pisar siempre el mismo territorio e ir desarrollándolo con los años. El lector siempre debe reconocer tu territorio. Desconfío del autor que cambia de territorio o que no lo deja claro en sus libros.
Así que ya saben ustedes: talento (que o se trae de fábrica, como ocurre con doña Elvira, o no hay tutía) y un buen maestro nada tiquismiquis, con buen humor y sin lacra. Y si son poco talentosos pueden optar por el otro camino: remangarse, hacerse un estilo a base de sudor, y pegar el pelotazo con, por ejemplo, las aventuras del Teniente Vergatiesa. Sea como fuere, de aquí a nada viajarán en primera clase, se quedarán en hoteles de lujo, y hordas aburridas se beberán sus libros en la playa. Y los de Babelia les llamarán para que hagan cultura.

De ingenuos y exaltados

Alegoría de la repúblicaUn compañero me envía la referencia a un periódico digital llamado La República. Entre la gente que conozco menudea la que exhibe símbolos republicanos, aquellos que portan con orgullo la bandera tricolor en la solapa o los que ponen sobre la pared carteles que reivindican el cambio de régimen. Es casi obligado ir desde el descontento con la existencia de una extensa familia real, que vive (a ver...) a cuerpo de rey gracias a los impuestos de todos, hasta la defensa de la república como panacea nostálgico-política.

A mi entender, existen dos cuestiones por las que todo este movimiento me parece descabellado. Una, porque se defiende la república creyendo proponer un régimen distinto al actual, cuando lo único que los diferencia es que en uno mantenemos un símbolo trasnochado en forma de rey, y en el otro nos ahorramos los gastos de este símbolo. Es decir, es una cuestión fundamentalmente económica, puesto que ni el rey ni sus familiares ejercen potestad política alguna. El hecho de que el rey sea por ley inviolable e irresponsable no deja de ser un agravio social, pero entre otros muchos agravios bastante más sangrantes, materializados en el día a día de todos, no parece suficiente para proponer un cambio de régimen. También está, obviamente, el aspecto estético del problema, que nos impulsa a pedir el fin de este juego de príncipes y princesas, pero ya digo, creo que hay injusticias más flagrantes y dañinas que nadie cuestiona.

La segunda razón por la que la defensa que se hace de la república me parece desatinada es porque, como en otros tantos movimientos políticos, en éste domina la pasión sobre la razón. Si consultamos el mentado periódico digital lo primero que uno percibe es el olor a soflama, el ruido panfletario que trata de imitar al de otras más tristes épocas. “A la militancia del PCA de la provincia de Málaga...”, “La Cultura y el movimiento republicano se conjuran para impulsar un gran SÍ A LA REPÚBLICA”, “Miles de republicanos toman el centro de Madrid”... Suena a ganas de gresca, a deseos de que las dos Españas vuelvan a enzarzarse. Todo en este periódico resulta obsesivamente radical, es decir, sólo hay blanco o negro, renunciando a los imprescindibles matices. Y así Cuba es su revolución gloriosa, Venezuela un bastión contra el imperialismo, y los otros, los no republicanos, fascistas contra los que combatir...

Monedas RepúblicaPero yendo más allá, hay que reparar en el objeto de nostalgia del republicano medio: la Segunda República española. Y así como el tabaco es un vicio que no produce placer sino de un modo negativo, es decir, cuando calma la horrible necesidad que antes ha creado, esta Segunda República tiene muchos más méritos en el contraste con la criminal dictadura que la interrumpió,  que en sus verdaderos éxitos políticos y sociales. Nadie puede negarle su mérito esencial: era una democracia, imperfecta como la actual, pero democracia al fin y al cabo, y por tanto a años luz del régimen dictatorial y asesino que vino a sustituirla. Y nadie puede negarle algunas virtudes tímidas y parciales en el campo de la educación o de la cultura. Pero su virtud esencial, es decir, su carácter democrático, no creo que se vea hoy mermada significativamente por la existencia de la familia real, y sí por cuestiones que, como entonces, parecen ya inherentes a la libertad humana, a saber, que la libertad legitima la diferencia, y de la diferencia, por la incultura, sólo hay un paso hacia la desigualdad y la injusticia. Admitimos (también se hizo en la República) esta desigualdad siempre que esté sancionada por la ley, pero la ley la han escrito siempre aquellos individuos que han salido mejor parados del reparto de igualdad. En la Segunda República española Miguel Hernández no fue tan libre como Federico García Lorca o Rafael Alberti, ni Azaña o Martínez Barrio vivieron su vida como los jornaleros a los que se negó una reforma agraria decente, como hoy nuestros ministros socialistas andan en otro tren de vida que los asalariados del montón. En la República fueron los muchachos burgueses, bondadosos ideólogos al calor de su bienestar económico, punta de lanza del arte, los que más disfrutaron de la República, en la que pasaban hambre muchísimas criaturas. Y cuando se trató de luchar contra las tropas franquistas, gran parte de estos adalides se mantuvieron en la retaguardia produciendo poemas y cuadros, y organizando timbas inolvidables, para acabar exilándose, llevando, eso sí, una vida de lujos en el extranjero. Entretanto los pobres, los de siempre, pagaron el verdadero precio de la libertad siendo asesinados, viviendo presos en las cárceles franquistas, o deshaciéndose de dolor en los campos de concentración europeos.

maria_teresa_leon_20rafael_albertiPor otra parte, identificar la recuperación de la memoria histórica con la reivindicación de una tercera república es otro de los movimientos interesados de aquellos que echan también de menos las barricadas, y sueñan con el glorioso renacer de aquellas ilusiones proletarias, siempre convertidas en consignas del poder totalitario supuestamente popular.

Decía el bueno de Cioran, en su hermoso Breviario de podredumbre: “Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofía, escucharle decir nosotros, con una inflexión de seguridad, invocar a los otros y sentirse su intérprete, para que le considere mi enemigo. Veo en él un tirano fallido, casi un verdugo, tan odioso como los tiranos y verdugos de gran clase”. Pues eso...

domingo, 18 de abril de 2010

No voy más al cine

Hacía mucho tiempo que no pasaba tan mal rato, y además pagando. Y no vale achacarlo a que la sesión era de tarde infantil de domingo, porque durante varios años hube de ser asiduo de estas sesiones. Lo cierto es que la película también ha sido decisiva.

A mi derecha, en cuanto comenzó la película, descubrí a tres niñitas de unos ocho años, convenientemente armadas con sus bolsas de plástico atiborradas de chucherías. En los primeros segundos de la presentación de la película ya las niñas demostraron que venían a disfrutar, comentando sin pudor los detalles que iban apareciendo en la pantalla, y curiosamente no se oyó ninguna voz a sus espaldas, donde se encontraban los adultos que venían con ellas, una voz que les recordara que estaban en un cine. Así que las callé un par de veces, para descubrir pronto que debía ejecutar aquella acción e_0439ducativa cada medio minuto. El concierto para bolsa y golosina que dieron enseguida me indicó que aquello del silencio no iba a ser tan fácil. Aunque poco imaginaba en ese momento que la situación podía llegar a ser bastante peor. Justo en la fila de delante comenzó a llorar un chiquillo que no debía tener ni un año de vida. ¿A quién cojones se le había ocurrido llevarse al cine a un bebé?

La fila de delante estaba llena de gitanitos. Dos chiquillas adolescentes, tal vez con algo más de edad, habían desparramado a un montón de niños de variada edad, y entre ellos al bebé. Al parecer, con ellos, venía la abuela. Tras varios minutos escuchando al niño berrear, una de las niñas y la abuela se llevaron fuera al bebé, y pronto la muchachita estaba de vuelta, informando en voz alta y clara a su compañera. Ahí comenzó un nuevo concierto, esta vez de Los Chunguitos. Muy avanzada la película, justo después de decirle a una de las rubitas de mi derecha que por lo que más quisiera guardara ya la bolsa y dejara de estrujarla y de jugar con ella, el muchachito que estaba justo delante de ella se levantó, y se sentó en el respaldo de su asiento. Miró hacia atrás, y yo, sonriente, sin creer lo que veía y señalándole a la rubita, le dije: “No ve”. El niño, de unos diez años, me dijo: “Pues yo sí veo”. Una de las jóvenes, sin moverse, le dijo: “Siéntate bien”, y el niño obedeció con movimientos que indicaban que al fin y al cabo estaba más cómodo sentado. Mi hijo me dio un codazo y lo entendí: no hay que meterse con los gitanos, estas pobres personas a las que marginamos los payos, porque quién sabe si a la salida se te junta la familia extensa y te saca las tripas… Bueno, la rubita era demasiado pequeña, no tenía culpa de no tener educación, pero decidí que mi hijo tenía razón, y si el niño se volvía a levantar que lo sentaran los payos que habían traído a la rubita.

De atrás y mi izquierda llegaron golpes regulares, porrazos que se habían escuchado en algunos momentos de la película, y de pronto vi a una madre que le decía a su hijo, también de unos diez o doce años, que se estuviese quieto. Por supuesto, lo hizo cuando el niño ya había dado la lata a base de bien. Todo ello sobre el ruido de fondo que muy pocas veces cesó en la sala.

Alicia Tim Burton Pero lo peor, sin duda, fue la película. Tim Burton no sólo ha realizado una cinta aburrida y ridícula, sino que ha insultado gravemente a nuestra sensibilidad al utilizar a los personajes de Carroll en semejante bodrio, más bien al adulterarlos con la ayuda de un Johnny Depp que tiene de Sombrerero Loco lo que yo de Pio XII. Batallitas absurdas, monstruos mentecatos, reinas memas, actitudes imposibles, refrito insoportable de referentes descontextualizados del original y de gestos hurtados a otras películas del género… del género imbécil. Ni la guionista ni el director han debido leer a Carroll, y si lo leyeron no se enteraron de nada.

Que no, que no, que no vuelvo al cine…

viernes, 16 de abril de 2010

El inoportuno despertador

don_quixote_16 — Dígote Sancho que no me alcanza la memoria a esclarecer cuáles fueran los prelegómenos de mi sueño, pero que en su término y final se citaron y confundieron los goces más asombrosos del cielo con las más lóbregas escuridades del averno. Y tan profunda y aparatosa fue la visión que, hubiérase compuesto en tu caletre inocente de labriego, y por las mismas te hubiéremos hallado en tu despertar tan comido por el pasmo que ni Dios nuestro Señor fuera para sacarte del marasmo mortal. Y dígote, mi fiel Sancho, que todas las andanzas del mundo no me fueran sobradas para conjurar la sacudida funesta de este sueño, y que de no ser por mi natural decidido y la fuerza descomunal con que la faz de mi señora Dulcinea del Toboso, non plus ultra de la fermosura en este mundo, provee a mi voluntad, que yo mismo cayera cautivo en el espanto soberbio y encantador de aquesta imagen sublime que se me pareció al fin de mi soñar.

»Ahora pinta en tu deshabitado pensamiento, ahí elevado casi dos estados sobre tu vista, un murete de piedras, desos que se usan de lindes en los campos, y atravesándolo un camino que espaciadamente se hace curvo para el este de tu mirada. A ese promontorio ascendí por ver mejor lo que ocurría, porque la tarde perecía ya bajo negros y tormentosos enigmas, y he aquí que topeme con unas montañas tan altas como la áurea morada de aquellas dicharacheras deidades profanas, unas alturas gigantes que bordeaban el camino por la siniestra. Sus cumbres eran interminables y nevadas, y refulgían con traza de algodón, o más cumplidor sería decir que la nieve no era nieve, sino plumas de verdaderos ángeles, despidiendo una luz que habría podido brotar de los manantiales de la gloria. Y justo sobre esas nieves y esos fulgores, suspendidas en los cielos y manchándolos con la color del proprio terror, fuscas y ceñudas nubes peleaban con la luz para imponer sus tinieblas.

»Las faldas y precipicios caían sobre el camino con un verdor vacilante, y mucho habría de errar mi entendimiento si no fuera aquel panorama digno de las tierras salvajes que, más allá de la Inglaterra, se desparraman con el nombre de Escotia. Pero advierte, Sancho, que jamás mis aventuras me llevaron por semejantes reinos, y que nunca vi pintura alguna que acaso se aparentase a esta visión. Por lo que no es de extrañar, mi fiel escudero, que otra vez sea cosa de encantadores ociosos, que andan pincelando inquietudes en mis sueños, y molestando mis pensamientos que, por otros modos, andarían un día y otro suspensos en el sin par recuerdo de los ojos de mi Dama. La fantasma de este sueño se ha enredado en mi celebro, y no hay fuerza humana ni divina que pueda ahuyentarla. Y menos si pienso en los carros que, desde el fondo del camino, se venían hacia mí en el sueño, y que se apresuraban como llevados por el diablo, diríase que fuyendo despavoridos del valle que era entonces la fauce imponente de un monstruo, pulida acaso por la desnuda hermosura de la naturaleza. Y doy en pensar, querido Sancho, que ese valle es tal el dibujo de la mesma vida, que para mí que es un camino de tormenta y espanto sobre el que brillan algunas quimeras caras y emocionantes. Pues que a qué habríamos de soportar tanto despertar y desfallecer, tanto amanecer naciente y tanta noche de derrota, si no fuera, antes y principalmente, por la verdad cierta de que mi vida pertenece a nuestro Padre celestial, mas también por esas luminiscencias con que los cielos de vez en vez nos regalan, lanzándolas como esperanzas por entre el mucho dolor y el corto entendimiento del hombre.

»Pero avivemos el paso, Sancho, que Damas desdichadas y torcidas fechorías aguardan la claridad de mi brazo, y mal me condujera yo si me dejase encandilar por una mera pintura soñada…

lunes, 12 de abril de 2010

Los reyes del autobús

Entonces los autobuses traqueteaban como las calesitas de la feria. Uno se montaba y tenía la sensación de estar metido en una caja de hojalata sobre cuatro ruedas. Las puertas, de cuatro hojas, ensordecían a los pasajeros al abrir y cerrar, y el autobús entero se removía como si fuera a descuajaringarse. Sin carril bus ni preferencias de ningún tipo, tardaban una eternidad en cruzar la ciudad, y en ellos leí libros y más libros, estudié exámenes enteros, incluso escribí el esquema de algunas cartas infinitas.

Encarnación Los autobuses eran una extensión elástica de los patios. La gente fumaba en ellos a sus anchas, abundaban las vecinas con sus dimes y diretes, y yo me enamoraba de algunas chiquillas sin atreverme nunca a declararles mi amor.

Los reyes del autobús eran aquellos personajes que conseguían romper esa paz de patio que reinaba en el trayecto, ese estruendo monótono que aislaba a la gente y que se acababa sólo al llegar al destino. De entre estos personajes, recuerdo especialmente a tres.

El tío de los pollitos era muy conocido en Sevilla. Dicen que se plantaba en la Plaza de la Encarnación con una caja de cartón con un pequeño agujero en el fondo, llenaba la caja de pañuelos y metía una mano por debajo, dejándola entre los pañuelos. A la vez, imitaba perfectamente el sonido de unos pollitos, que los pequeños que se le acercaban buscaban con ilusión. Luego venía el susto. Así pedía limosna. Pero eso es lo que dicen, porque yo lo recuerdo en el autobús, y es que debía vivir cerca de mi barrio. Y en el autobús seguía siendo el tío de los pollitos, y cada vez que veía a un chiquillo se quitaba su gorra inolvidable de cuadros, con orejeras, metía un pañuelo en ella y con la otra mano lo removía mientras imitaba el piar de los pollitos. Lo hacía sin mover la boca, y sonaba tan realista que ningún chiquillo dejaba de caer en la trampa. Pero en el autobús nunca pidió limosna. Lo hacía por divertir a los niños, que siempre acababan con una sonrisa. Luego él se guardaba el pañuelo, se ponía la gorra y volvía a quedar muy serio. Jamás olvidaré el contraste entre su seriedad y esas sonrisas que provocaba en los enanos… Dejé de verlo gradualmente, casi sin darme cuenta, y sólo muchos años después lo eché de menos…

Antoñito el de las palomitas era un chaval con problemas mentales. Su madre era muy mayor, y él parecía ser el fruto de un embarazo demasiado tardío. Era alto, menos joven de lo que todos pensábamos. Se agitaba imparable, condenadamente nervioso, e invariblemente vestía con un ancho pantalón que ataba mal a la cintura, alzándolo tanto que dejaba ver los calcetines, un chaleco raído, también metido por los pantalones, y una chaqueta que le colgaba enorme por las caderas. Tenía una cara alargada de cabra, con la barba rubia, rala y mal afeitada. Sin embargo, uno no podía evitar pensar que Antoñito podría haber sido muy guapo de haber nacido sin taras.

Incapaz de fijar la mirada en ningún sitio, cuando entraba en el autobús todo el mundo asistía encantado a sus ocurrencias. La madre ya se había acostumbrado a ellas, y casi había adoptado el papel de payaso serio en aquel barullo que formaba siempre su hijo. A Antoñito le encantaban las palomitas, que eran invariablemente todas las mujeres jóvenes que entraban en el autobús. Nunca vi que tocara ni molestara a ninguna, pero intentaba hablar con ellas. Sus ocurrencias nos hacían reír: entre balbuceos incomprensibles y salmodias inacabables soltaba de pronto alguna de una inesperada lucidez, por supuesto siempre relacionadas con sus palomitas. Y es que Antoñito podía ser anormal, pero no idiota. Todo lo estropeaba el típico mentecato que, celoso de la atención que convocaba en el autobús Antoñito, trataba de picarlo con soserías que cansaban al público e indignaban al propio muchacho. Tampoco supe nunca qué fue de él, aunque imagino que el día que su madre muriera él acabaría recogido en algún centro cerrado donde tal vez las palomitas escaseaban…

Pero el personaje que me resultó más cercano fue Rafaela, un homosexual que llegó a tener cierta amistad con mi madre. Rafaela era a todos los efectos una mujer. En unos tiempos donde la homosexualidad era un tema tabú, Rafaela se había ganado el estatus de mujer. Vestía con ropa de hombre, pero aderezada con pequeños detalles femeninos, y caminaba como una modelo, bamboleando su figura de cintura ficticia. Además, se pintaba los labios y se maquillaba, y en su pelo ni largo ni corto componía los mismos peinados que sus amigas y vecinas.

Sevilla 1982 A mí Rafaela siempre me pareció muy buena persona, y mucho más cuando supe que mi madre la estimaba. Aun así, un día mi madre me insinuó que tuviera cuidado. La forma blanda y huidiza en que me lo advirtió hizo que yo olvidase su consejo, y un día que volvía a casa en autobús me senté al lado de Rafaela. Yo tendría dieciséis o diecisiete años, y rápidamente la mujer encontró un tema de conversación. Me sentía bien hablando con ella, porque era un personaje gracioso y mal hablado, porque mi madre la estimaba y porque hablando con ella yo demostraba en cierta forma mi tolerancia con algo tan mal visto como la homosexualidad. Poco antes de llegar al barrio Rafaela encauzó la conversación por derroteros que no me gustaron, y recuerdo que me zafé con elegancia de aquellas insinuaciones, y me bajé despidiéndome de la mujer entendiendo por fin la advertencia de mi madre. Aun así, recuerdo que no tardé en pensar que Rafaela debía tener tantos problemas para encontrar cariño… Y que era normal que ella también buscara besos y caricias entre los demás. Rafaela nunca me molestó a partir de aquello. Como ocurrió con el tío de los pollitos y con Antoñito, cierto día me di cuenta de que hacía ya mucho tiempo que no sabía nada de ella. Y luego perdí la oportunidad de preguntarle a mi madre…

miércoles, 7 de abril de 2010

Un nuevo blog…

Espero que les guste…

http://levangelio.blogspot.com

Levangelio

La hija díscola de Dios

Sinead O'Connor - Nothing Compares Reconozco que la música de Sinead O’Connor me parece lamentable, insufrible, sobre todo aquel vídeo que la hizo famosa, tan calvita e interesante ella mientras canturreaba las tonterías que le había escrito aquel otro monstruo de la música, Prince, y repitiendo hasta la saciedad la maldita frasecita de Nothing compares 2 U. Me ponía de los nervios. A esas alturas, la mezcla de ridiculez y petulancia me debería haber provocado indiferencia, o como mucho una sonrisa, pero pensaba en los dineritos que se llevaba la muchacha con sus canturreos, y en las muchas almas colgadas de semejante bodrio, y me encendía...

Hoy leí un artículo que la buena de Sinead ha escrito sobre los abusos de niños cometidos por numerosos padres (y seguramente madres) de la Iglesia Católica, y en concreto sobre las repercusiones de este problema en su país, Irlanda. Y como siempre me pasa con los artículos obvios, entre los resquicios de la obviedad no he podido dejar de descubrir ciertos elementos perniciosos. Porque esta mujer escribe como católica, como devota y orgullosa ciudadana de un país católico, llegando incluso a insinuar que el dolor que uno puede sentir ante el abuso de unos chiquillos por parte de esos pálidos y repugnantes enfermos, de esos sucios criminales vestidos con grotescos ropajes, puede ser mayor para un católico que para uno que no lo sea. No es su mayor error, pero sí el primero, porque ante semejantes maldades ni nuestras creencias en seres superiores ni nuestros gustos personales deberían ser en absoluto determinantes. Estas aberraciones son una cuestión de mera humanidad. Pero admitamos que esta señora no se haya percatado que con las palabras uno suele decir mucho más que lo que literalmente dice, y que en el fondo no esté queriendo afirmar lo que afirma.

El mayor error que comete esta mujer reside en otra cuestión más sutil y peligrosa. Siempre he opinado que la ambigüedad de los grupos religiosos informales es muchísimo más funesta para la evolución del alma humana que la cerrazón y el conservadurismo de los grupos religiosos formales. Si veo llegar a un tipo del Opus Dei, o a un Hare Krishna, o a un Mormón o a un representante evangelista, mi simple entendimiento ya me previene de sus enseñanzas. En cambio, los acólitos-protesta, esos que, aceptando los principios religiosos que una sucesión impenitente de listos ha ido perfeccionando durante siglos, se nos pegan luego al hombro para gritar con nosotros contra la esclavitud y la alienación del ser humano, esos son los que me dan miedo, porque acaban convirtiendo ese compañerismo libertario en ecumenismo y en salvación, y además te pillan desprevenido.

evil-pope-children-christmas Sinead O’Connor se queja de la actitud del Papa, algo bien fácil de concebir ante individuo tan reaccionario y siniestro, pero ni siquiera roza el fondo del problema, puesto que habla aceptando el mismo mundo que la Iglesia Católica ha estado gestando durante muchos siglos. Se confunde la buena mujer al situar el mal en los laberintos vaticanos y en los rincones oscuros de las iglesias, porque el mal se encuentra precisamente en la extensión de una doctrina tramposa que, apropiándose interesadamente de valores universales como el bien y el amor, y situándose siempre al favor de los vientos del poder de cada época, trata de convertir al ser humano que cree para saber, en un ser que cuya fe ciega exige precisamente la renuncia a toda sabiduría. Con este trabajo, la Iglesia Católica, como otras muchas confesiones en el mundo, consigue dos objetivos: pacificar a las masas, aliviando con monsergas estúpidas a sus aquiescentes feligreses, y lo esencial, que haya siempre un número importante de ellos que dan soporte económico y político a la vida de lujos de sus dirigentes, y al mantenimiento de un ejército de personajes, de voz atiplada y sexualidad constreñida, que van por el mundo propagando una buena nueva de meridiana insensatez e inconsistencia, y de un mal gusto que raya en el insulto. Con este segundo objetivo colabora, tal vez sin ser demasiado consciente de ello, el contestatario pero no menos piadoso artículo de la artista dublinesa. Digo artista por entendernos, claro...

lunes, 5 de abril de 2010

Santa semana

Amelia, Armando, Vanesa, Maribel, mi buen amigo Carlos Moriano… ¡Y no nos hicimos fotos! Mis niños de Las Hurdes, convertidos en unas personas tan adorables como hace veinte años… Pero al día siguiente no se me olvidó hacerme la foto con Elena y Laura, en cuyas miradas reconocí algo inolvidable que había descubierto en el pasado…

017 28  Elena y Laura

Y con las ganas de haber visto a Virginia y a Sandra, y a otros muchos de mis niños, partimos para Gredos. La sierra nos recibió así, tan hermosa, que tuve que detener el coche antes de llegar al pueblo.

021 28 Hoyos y sierra panorama

Desde el balcón de El Pilar, la maravillosa casa rural de Teresa y Gema, se veían cosas así…

032 29 Hoyos

169v 31 Desde El Pilar

182 01 Hoyos

El primer día de Gredos amaneció oscuro, así que decidimos conocer Ávila, una ciudad en la que tal vez no me quedaría a vivir, pero que para un paseo nos pareció absolutamente linda.

066 29 Ávila

092 29 Ávila

Pero la sierra nos llamaba, la nieve lucía allí, tan cerca, casi al alcance de la mano. Al día siguiente subimos a la plataforma, y luego de que los niños se pusieran como una sopa revolcándose por la nieve, los más avezados subimos un trecho hasta la soledad adorable de la montaña.

131 30 Plataforma al Circo

149 30 Hacia el circo

157 30 Hacia el circo

160 30 Hacia el circo

161 30 Hacia el circo

Desde El Pilar, cada mañana, asistíamos a esta visión, siempre maravillosa, siempre distinta…

169s 31 Sierra de Gredos

Por cierto, en Hoyos, cerca de la carretera que baja hacia el Centro de Interpretación, y que luego sube a la Plataforma, está la casa de mis sueños…

194 01 Hoyos (la casa de mis sueños)

Luego de que Adrián y José Mari esquiaran en La Covatilla, tomamos un café en Candelario, donde hemos vuelto tantas veces…

173 31 La Covatilla (mi cuñado esperando a Adrián)

175 31 Candelario

Un nuevo día, de mañana dimos un paseo pueblo arriba, hacia un pequeño bosque de pinos que dominaba Hoyos del Espino y la sierra…

218 02  Al norte de Hoyos

228 02  Al norte de Hoyos

230 02  Al norte de Hoyos

Tras comernos un bocadillo riquísimo en las alturas, bajamos y, mientras José Mari y Ana se paseaban a caballo, Juan y yo decidimos partirnos las piernas por aquellas fabulosas cuestas… Y vaya si mereció la pena…

247 02  De bici por el Tormes 251 02  De bici por el Tormes 260 02  De bici por el Tormes 264 02  De bici por el Tormes 266 02  De bici por el Tormes 269 02  De bici por el Tormes 272 02  De bici por el Tormes 274 02  De bici por el Tormes 278 02  De bici por el Tormes

Un nuevo día… Decidimos bajar por el Puerto del Pico, recorrer la Vera, llegar a Garganta la Olla, cruzar al Jerte, hacia Piornal, y luego volver por el puerto de Tornavacas a Hoyos del Espino. Al final fue demasiado trayecto, pero visto lo visto tampoco creo que nadie se arrepintiera… Comenzamos parándonos en Guisando, donde buscamos inútilmente los celebres toros… Inútilmente lo digo en todos los sentidos… :-(

283 03 Guisando

Luego visitamos El Raso, donde, un poco más arriba, había un castro celta muy interesante. El paseo por él fue realmente agradable.

295 03 Castro celta en El Raso

 305 03 Castro celta en El Raso 311 03 Castro celta en El Raso

 315 03 Castro celta en El Raso 335 03 Castro celta en El Raso

Piornal y el Valle del Jerte, con muchos cerezos en flor, y el valle a punto de estallar de hermosura… Lástima que fuera tan tarde, y que fuera sábado, el día anterior a la partida…

338 03 Piornal 342 03 Valle del Jerte

 348 03 Valle del Jerte 356 03 Valle del Jerte

La mañana del domingo, para despedirnos, Hoyos amaneció de este modo…

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Gracias a Teresa, a Gema y a su familia por su amabilidad y porque es un verdadero placer estar en su casa y en su tierra.

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