Reconozco que la música de Sinead O’Connor me parece lamentable, insufrible, sobre todo aquel vídeo que la hizo famosa, tan calvita e interesante ella mientras canturreaba las tonterías que le había escrito aquel otro monstruo de la música, Prince, y repitiendo hasta la saciedad la maldita frasecita de Nothing compares 2 U. Me ponía de los nervios. A esas alturas, la mezcla de ridiculez y petulancia me debería haber provocado indiferencia, o como mucho una sonrisa, pero pensaba en los dineritos que se llevaba la muchacha con sus canturreos, y en las muchas almas colgadas de semejante bodrio, y me encendía...
Hoy leí un artículo que la buena de Sinead ha escrito sobre los abusos de niños cometidos por numerosos padres (y seguramente madres) de la Iglesia Católica, y en concreto sobre las repercusiones de este problema en su país, Irlanda. Y como siempre me pasa con los artículos obvios, entre los resquicios de la obviedad no he podido dejar de descubrir ciertos elementos perniciosos. Porque esta mujer escribe como católica, como devota y orgullosa ciudadana de un país católico, llegando incluso a insinuar que el dolor que uno puede sentir ante el abuso de unos chiquillos por parte de esos pálidos y repugnantes enfermos, de esos sucios criminales vestidos con grotescos ropajes, puede ser mayor para un católico que para uno que no lo sea. No es su mayor error, pero sí el primero, porque ante semejantes maldades ni nuestras creencias en seres superiores ni nuestros gustos personales deberían ser en absoluto determinantes. Estas aberraciones son una cuestión de mera humanidad. Pero admitamos que esta señora no se haya percatado que con las palabras uno suele decir mucho más que lo que literalmente dice, y que en el fondo no esté queriendo afirmar lo que afirma.
El mayor error que comete esta mujer reside en otra cuestión más sutil y peligrosa. Siempre he opinado que la ambigüedad de los grupos religiosos informales es muchísimo más funesta para la evolución del alma humana que la cerrazón y el conservadurismo de los grupos religiosos formales. Si veo llegar a un tipo del Opus Dei, o a un Hare Krishna, o a un Mormón o a un representante evangelista, mi simple entendimiento ya me previene de sus enseñanzas. En cambio, los acólitos-protesta, esos que, aceptando los principios religiosos que una sucesión impenitente de listos ha ido perfeccionando durante siglos, se nos pegan luego al hombro para gritar con nosotros contra la esclavitud y la alienación del ser humano, esos son los que me dan miedo, porque acaban convirtiendo ese compañerismo libertario en ecumenismo y en salvación, y además te pillan desprevenido.
Sinead O’Connor se queja de la actitud del Papa, algo bien fácil de concebir ante individuo tan reaccionario y siniestro, pero ni siquiera roza el fondo del problema, puesto que habla aceptando el mismo mundo que la Iglesia Católica ha estado gestando durante muchos siglos. Se confunde la buena mujer al situar el mal en los laberintos vaticanos y en los rincones oscuros de las iglesias, porque el mal se encuentra precisamente en la extensión de una doctrina tramposa que, apropiándose interesadamente de valores universales como el bien y el amor, y situándose siempre al favor de los vientos del poder de cada época, trata de convertir al ser humano que cree para saber, en un ser que cuya fe ciega exige precisamente la renuncia a toda sabiduría. Con este trabajo, la Iglesia Católica, como otras muchas confesiones en el mundo, consigue dos objetivos: pacificar a las masas, aliviando con monsergas estúpidas a sus aquiescentes feligreses, y lo esencial, que haya siempre un número importante de ellos que dan soporte económico y político a la vida de lujos de sus dirigentes, y al mantenimiento de un ejército de personajes, de voz atiplada y sexualidad constreñida, que van por el mundo propagando una buena nueva de meridiana insensatez e inconsistencia, y de un mal gusto que raya en el insulto. Con este segundo objetivo colabora, tal vez sin ser demasiado consciente de ello, el contestatario pero no menos piadoso artículo de la artista dublinesa. Digo artista por entendernos, claro...
8 comentarios:
Amén, el purito y santo evangelio. Yo también comencé a leer ayer el artículo de la chorva, confieso a dios padre todopoderoso que nada entusiasmado, más no tuve estómago para terminarlo, no iba a digerirlo, acabaría potando. Abrazos, hermanos en cristo.
Las dulzuras simplonas e impostoras suelen tener ese efecto emético sobre la gente que piensa, amigo Sean. Un abrazo.
Como decíamos ayer, creer en el ser humano es más dificil todavía que creer en Dios.
Mejor no pensar.
Casi estoy por pensar, querida Carmen, que Dios igual es una buena persona, nada omnipotente, y que estos representantes suyos (los oficiales y los oficiosos) lo están desacreditando diariamente. Estaría bien, ¿eh? Un beso.
Oye, me gusta eso que dices en tu último comentario. Estaría genial. :-) Un beso
Bueno, Elvira, si Dios no fuera omnipotente casi que perdería toda su gracia, no sería un monstruo, pero tampoco sería demasiado interesante... Tal vez por eso estaría la mar de bien que fuese así... Soy un ateo irredento... Besos.
Y, ya puestos en materia, ¿la ambigüedad de los grupos informales ateos es más aceptable? A los creyentes no nos queda, pues, espacio para existir... o somos "acólitos-protesta" o nos alineamos con algún grupo para que se nos vea venir.
Viva la ambigüedad y la duda, residan donde residan. Me resisto a tener que militar en bando alguno para relacionarme con personas como tú, a las que aprecio y con las que comparto muchos gustos, ideas y experiencias.
(y hablo sin haber leído el artículo de la O´Connor, que igual opino como tú).
Un abrazo. Nane
Bueno, Nane, no sé muy bien cuál es tu actividad ahora, pero cuando uno pretende que otros crean en lo que uno cree se agradece bastante que haya pocas dudas y que no haya ninguna ambigüedad. Yo cuando dudo sobre algo, no suelo organizarme para convencer a nadie sobre ello. Lo siento, pero no me gusta el proselitismo religioso. Por otro lado, los grupos ateos activos, desde mi punto de vista, andan tan equivocados como los grupos cristianos, aunque posiblemente tengan la disculpa de que el cristianismo lleva dos mil años dando la tabarra, y bueno, algunos ya desesperan, soñando con que las religiones se conviertan de una vez por todas en una cuestión personal y privada, y que dejen de funcionar con el increíble entramado de poder sobre el que se sustentan. Y creo, además, que los creyentes de cualquier tipo no sólo tenéis espacio para existir, sino que sois los que más espacio tenéis. Cualquier parroquia diminuta posee infraestructuras y recursos que ya querrían la gran mayoría de las instituciones públicas municipales. Y a los ateos sólo nos resta seguir sufragando religiosamente las actividades de uno de los estados dictatoriales más ricos de la tierra, al que no redimen ni misioneros ni monjitas adorables, y con el que acaba colaborando tanto el creyente formal como el informal.
Por lo demás, cuando trato de valorar a las personas, suelo intentar que mis creencias no sean determinantes en esa valoración. Por supuesto influyen, pero considero que tan buena persona pudo ser mi madre, que creía sobre todo en Sor Ángela de la Cruz y Fray Leopoldo, como tú, que crees en Dios (imagino), o como yo, que creo, por poner por caso, en el amor en los poemas de Mario Benedetti. Luego está la vida, la vida que es mucho, muchísimo más que Fray Leopoldo, que Dios y que Benedetti, sin dejar de ser en parte todo eso; y en la vida las personas nos quedamos solas y debemos decidir si nos unimos a los demás así, desnudos, a cara descubierta, o nos parapetamos detrás de nuestras creencias. A mí siempre me pareció mucho más hermoso querer al prójimo sin ningún motivo ajeno a él mismo, por mi voluntad, sin coacciones externas, sin que nadie, y mucho menos un ser improbable con unas teorías realmente mendaces, me impusiera mandamiento alguno. Y la experiencia, Nane, siempre me demostró que Dios no sólo es un motivo de injusticia y atraso, de guerra y represión, sino un obstáculo mayor o menor para el amor sincero, que no dudo por un instante (vaya, tengo una certeza) es una actividad absoluta y radicalmente humana y para nada divina.
Yo también te aprecio, Ángel, y me da que coincido en muchas cuestiones contigo, y no sólo en música. Ha pasado mucho tiempo y ambos habremos cambiado, todos hemos cambiado. Pero me alegra verte por aquí, y mucho más que pases un rato agradable con alguna de estas bobadas mías. Y ojalá podamos echar una cervecita cualquier día de éstos. Un abrazo y seguimos en contacto.
Publicar un comentario