martes, 29 de abril de 2008

Niños viajeros

Los niños, en 2004, recordando los rincones visitados en España...

Más recortes

El 15 de julio de 1985 conseguí para mi abuela el carné de la Biblioteca Pública de Sevilla, que entonces se encontraba en un estrecho edificio de varias plantas en la calle Alfonso XII, hoy abandonado. Mi abuelita, aficionada desde su juventud a Marcial Lafuente Estefanía, y sin moverse de su sillón, se zampó toda la producción de Agatha Christie, de Simenon y de Conan Doyle, y no sé cuántos libros más que no recuerdo… ¡Qué bien me sentí llevando y trayendo libros!

Un año después obtenía este carné de la Coordinadora de Cine-Clubes Universitarios. Nunca olvidaré el olor de aquellos salones de actos donde el cine me iba empapando el alma… El bazar de las sorpresas, Candilejas y El gran dictador, Cuerno de cabra, El último tango en París...

Y por aquella época, en un cine de barrio en Madrid, Almu y Sara me llevaron a ver El sur. Este cartel fue de pared en pared durante años, porque todos tendríamos que viajar alguna vez hasta nuestro sur, pero yo tal vez había nacido en él, en mi sur, condena y paraíso de mis días. Y muchos años después escribí sobre él en Taur-im-Duinath, el bosque entre ríos donde los seres mágicos se encuentran: “La espera, el amor incrustado en el corazón, la tristeza como compañera fiel, y la palabra imposible tiñendo el aire de respirar como la excusa terrible que mueve la pluma y crea palabras. La vida se enlentece, se detiene por momentos, se ralentiza a la luz tenue de un otoño sin fin”.

Villa-María

En Busdongo, un pueblecito de paso que se encuentra en las últimas alturas antes de bajar desde el Puerto de Pajares hacia León, en la misma carretera se encuentra el restaurante hospedaje Villa-María. Bueno, por su ambiente y precios diríase que es una casa de comidas, pero su calidad supera a la de muchos restaurantes bastante más caros. Doña Chelo lleva muchísimos años sirviendo las mesas, y aunque las veces anteriores que la visitamos fueron a principios de los noventa, hace un par de años paramos allí y la Señora se acordaba de mis pelos y de mis barbas. La vez anterior estuvimos alojados en una casita en San Miguel del Río, una aldea hundida en el valle que presta altura al propio Puerto, y tuvimos la suerte de comer allí varias veces.

La comida de Villa-María es generosa (como casi en todo el norte), casera, deliciosa y barata. No hay lujos en el comedor, porque todo el lujo se concentra en las fabes, los potes variados, las calderetas, las carnes, el paté de cabracho… Y en el trato elegante de Doña Chelo. Nadie debería pasar sin parar en este lugar tan acogedor…


lunes, 28 de abril de 2008

La dignidad del Señor Alcalde

Don Luis Grajera tenía problemas incluso con su partido, el PSOE. Había sido elegido alcalde de Montijo (Badajoz) en los años 80, pero sus actitudes no gustaban mucho en la familia socialista, sobre todo porque el aludido parecía andar metido demasiadas veces en conflictos con unos y otros. No obstante, como suele pasar en el mundo irracional de la política, y ya que obtenía votos, el buen hombre seguía con el apoyo de su partido, e incluso creo recordar que ostentaba el título de diputado provincial.

Con Don Luis me topé en 1990. Yo trabajaba como auxiliar de biblioteca en la Universidad de Extremadura, concreta y desgraciadamente en la biblioteca de la Facultad de Económicas. Harto de mecanografiar fichas bibliográficas, y de echar tantas horas entre libros de contabilidad general, me presenté a una plaza de asistente social (hoy trabajador social) en el Ayuntamiento de Montijo, municipio a unos cuarenta kilómetros de Badajoz, ciudad en la que yo residía por entonces. Competí con casi cincuenta personas, y tuve la suerte de conseguir la plaza. Sólo recuerdo que en cierto momento, cuando conseguí enterarme de que la plaza era mía, noticia que no conseguí con facilidad, me acerqué al pueblo para hablar con mi nuevo jefe, el alcalde.

Este señor dio la orden de que me dejaran pasar a su despacho, y me recibió sentado, atento a unos papeles que había sobre su mesa y escribiendo de vez en cuando. En ningún momento levantó la vista para mirarme, ni me ofreció asiento. Yo, de pie ante él, me presenté y traté ingenuamente de conversar sobre mi futuro trabajo, pero el señor alcalde fue tajante y demostró que estaba deseando que me fuera pronto. Antes de irme le dije que pretendía seguir viviendo en Badajoz, aunque eso no suponía en absoluto que no fuera a estar disponible para cualquier trabajo que hubiera que hacer por las tardes o algún fin de semana, algún proyecto con jóvenes o niños, cualquier actividad festiva... Este buen hombre repuso que eso iba a ser imposible, que tenía que vivir en Montijo, porque si aparecía algún drogadicto dando problemas por la noche yo tendría que estar disponible. Le comenté que no era tarea de un asistente social atender a un drogadicto por las noches, que para eso estaba la policía local, pero él repitió tajante que tendría que vivir en Montijo, y luego se quedó en silencio. Yo entendí que aquello era una despedida, así que le di las gracias por su atención, y le comenté mientras me iba que no sabía cuánto tiempo podría trabajar en Montijo.

Por el camino ya había decidido renunciar al trabajo, pero quería consultarlo con mi mujer, puesto que el sueldo habría sido bastante más alto que el que entonces tenía. Al llegar, mi mujer me dijo que hiciera lo que creyese oportuno, que para ella bien estaría lo que yo hiciese. Así que escribí una carta y se la envié al alcalde. La carta decía:

Badajoz, 3 de julio de 1990

Muy Sr. mío:

A pesar de que no ha seguido la lógica vía de ponerse en con­tacto conmigo para darme a conocer oficialmente el resultado (favorable para mí) de las pruebas dirigidas a cubrir una plaza en el Servicio Social de Base de Montijo, y de que he sido yo el que he tenido que trasladarme en varias ocasiones a la localidad para sortear los obstáculos de la desinformación que respecto a mi incorporación como asistente social presentaban en la institución que usted preside, me dirijo a usted para comunicarle mi renuncia a dicha plaza por varios motivos.

Los motivos personales no voy a exponérselos porque sé que no le interesan lo más mínimo, pero algún otro no dudo que le podrá ser de mucha utilidad. Y sobre todo es la injerencia inaceptable de usted en la organización técnica y profesional del Servicio Social de Base, injerencia que le lleva a delimitar un horario ilógico e inadecuado para el buen funcionamiento del mismo. Por cierta referencia suya a la posibilidad de recurrir al asistente social por problemas nocturnos con algún drogadicto, puedo argüir en su favor una ignorancia ab­soluta en temas de Trabajo Social y Servicios Sociales, pero no le permite ello disponer a su antojo, sin consulta ni previo diálogo con los profesionales, del trabajo de éstos. Supongo que la cuestión del horario será una de las muchas cuestiones en que su capricho disponga lo que ha de hacerse, pero considere, y con esto termino, que no to­dos somos esclavos de tantas necesidades como para soportar su talante altivo, su nula capacidad de diálogo y sus imposiciones sin sentido, por muy alcalde y por mucho poder que usted crea tener.

Sin otro particular

Tres días después recibí un telegrama de respuesta del alcalde, escrito sin ritmo y en mayúsculas, y que rezaba así (cito textualmente):

ESTIMADO AMIGO ACUSO RECIBO SU CARTA RENUNCIA PLAZA ASISTENTE SOCIAL POR LA CUAL DEMUESTRA IGNORANCIA SUPINA LEY FUNCIÓN PUBLICA PUNTO SU ALTIVEZ DE CIUDADANO RAYA LIMITES INCALIFICABLES POR PRETENDER ALCALDE INFORMAR UD DE RESULTADO FAVORABLE OPOSICIONES Y PRETENSIÓN NO INGERENCIA AYUNTAMIENTO SERVICIO SOCIAL BASE ESTA VILLA PUNTO FINALMENTE LAMENTO SE HAYAN CONFIRMADO INFORMACIONES NEGATIVAS SOBRE UD Y SOBRE SU EXCÉNTRICA PERSONALIDAD PUNTO POR ENCIMA DE TODO CUENTE SIEMPRE EN MONTIJO CON UN AMIGO QUE ESPERA QUE HOMBRES TENGAN DIGNIDAD DECIR COSAS CARA A CARA PUNTO

SALUDOS CORDIALES ALCALDE DE MONTIJO


Si yo nunca hubiese sido como soy, tras despepitarme de risa con el telegrama, lo habría guardado de recuerdo y me habría olvidado del asunto. Un profesor de economía muy peculiar e interesante, con el que hice amistad, me comentaba luego, al oír la historia, que ante estas cosas hay que darse la vuelta y seguir camino, porque si uno fuera por la calle y recibiese la coz de un mulo, ¿se debería parar a discutir con el mulo? Bueno, no hice caso a este amigo, pero al menos reflexioné un poco más mi segunda carta, y esto fue lo que le envié al señor Alcalde:

Badajoz, 9 de julio de 1990

Iltmo. Sr. Alcalde:

Confío en que su ejemplar dignidad de hombre y la amistad por enci­ma de todo que siente hacia mí le llevarán a escuchar mis excentricidades al menos por una última vez. Yo, por mi parte, trataré de que pierda el menor tiempo conmigo.

Tiene más razón que un santo en cuanto a mi ignorancia supina sobre la Ley de Función Publica. Mi ignorancia, también supina, se extiende a otras muchas materias, en las que, para no meter la pata, no me inmiscuyo lo más mínimo. Así y todo, si hubiese considerado que su ilustrísima persona había incumplido algunas de las disposiciones que recoge la citada ley, no le hubiese escrito una carta, sino que hubiese recurrido a los tribunales de justicia. No siendo así, la cuestión no es tanto de trámites formales, cuanto del trato tercermundista que recibí, luego de perder dos mañanas y algunos duros de gasolina en ir a aclarar una situación que nunca se me trató de aclarar por un señor que miraba unos papeles y que pareció resignado a perder un minuto y medio con alguien tan indigno como yo, un cualquiera de entre los muchos cualquieras que a su ilustre persona parecen rodearle por todas partes. Ya le digo, no tengo ni la más mí­nima idea de la ley de la que hablamos, pero no deja de resultarme raro, al menos ilógico, de poca agudeza mental y, sobre todo, algo inquietante el que se me diga por una autoridad publica, que desea contratarme, que empiece a trabajar, que ya firmaremos el contrato luego. No dudo que, para desmentirme, esta cuestión vendrá recogida de tan alegre forma en la Ley de Función Publica. Algún día me la leeré, debe ser interesantísima.

Por otro lado, yo no llamaría ignorancia a esa supuesta pretensión mía de que la injerencia de ese ayuntamiento, que su ilustre figura preside, en el Servicio Social de Base no existiese en absoluto; yo la llamaría ingenuidad, virtud que perdí hace mucho. Claro que sus conocimientos no llegan hasta el punto de advertir que dicha injerencia puede ser mayor o menor, más o menos dialogante o despótica, con más o menos respeto hacia la dignidad como persona y como profesional del que va a colaborar con el señor alcalde y el resto del ayuntamiento en conseguir el bienestar de la localidad. Sus humos son densos y tajantes, y tal vez sean ellos los que no le dejan ver claro.

No dudo un instante que aquellos individuos que le informan sobre mi persona presentarán idénticas virtudes a las que adornan a su ilustrísimo aunque un poco seco proceder. Es por ello que me importa un bledo esa confirmación de mi excentricidad que tanto lamenta. Para su tranquilidad sobre la confianza en sus informadores, yo mismo le confirmaré que me enorgullezco de ser lo que los concéntricos mediocres llaman un excéntrico: no me interesa ningún "centro", y menos a costa de soportar a maleducados expertos en la Ley de la Función Publica. Pero éstas son cuestiones personales que no espero en ningún momento que entienda. No obstante, de algo no cabe duda: si ante el anonimato general de todos los ciudadanos (altivos y no altivos), el protagonismo puede considerarse excentricidad, usted se lleva la palma con creces, pues su fama recorre la región y traspasa sus fronteras, y no diría yo que son precisamente buenas referencias las que circulan sobre su excelentísima persona. Seguro que son patrañas de ciudadanos altivos...

Por último, esa masculinísima dignidad de los hombres de decir las cosas cara a cara, muy frecuente en los "saloons" del "far-west", resulta muy fácil hacerla cuando se espera tras una mesa de despacho de alcalde y mirando hacia los papeles con los oídos cerrados. Le invito a que se gaste su ilustre pecunio personal en viajar hasta aquí desde donde le escribo, y que desperdicie un par de días de trabajo en venir a que yo le atienda por el largo espacio de un minuto y medio. Entonces mis ojos estarán disponibles para que los mire usted todo lo fijamente que desee. Ya le indiqué en el famoso minuto y medio que tuvo la gracia infinita de concederme, que ante las condiciones de trabajo impuestas sin el más mínimo diálogo por su ilustrísima figura, no sabía cuánto iba a durar bajo sus órdenes. Pues bien, ahora ya sé que no he durado nada, y no pienso perder más dinero ni tiempo en decírselo. Así está el asunto.

Y sin más, me despido de usted rogándole que no desperdicie con un excéntrico como yo su capacidad de ser amigo, por si tuviera poca y la necesitase en otros momentos. Y tampoco papel ni presupuesto municipal en telegramas, porque la más leve seña de su remite me empujaría a mandar sus comunicaciones sin leer al cubo de la basura, lugar que ahora mismo, mientras me río en voz alta, considero más adecuado para ellos. PUNTO.

Por supuesto, no recibí respuesta de este hombre. Unos meses más tarde me lo crucé en Badajoz, en la puerta de un estanco, y comprobé que, andando yo en unos míseros (y definitivos) ciento setenta centímetros de altura, le sacaba al señor alcalde más de una cuarta. Si hubiera sido yo un hombre tan digno como él, lo habría parado, lo habría mirado desde arriba con mucha mala sangre y le habría dicho en la cara varias cosas, pero aquel asunto ya me importaba bien poco. Así que, puesto que él tampoco me reconoció (lógico pues sólo nos encontramos una vez y no me miró), lo dejé pasar.

Hoy me di con esta bonita correspondencia, e investigando por Internet supe que el susodicho tuvo muchos problemas en el partido, y no sé si incluso fue expulsado del mismo. Y también descubrí que hace no mucho tiempo a este buen hombre le descubrieron un tumor en la cabeza, del cual fue operado en varias ocasiones, y que tal vez hoy se encuentre completamente impedido por la enfermedad. Cualquiera que me conozca sabe que mi excentricidad no llega al límite de que me alegre de su tragedia, pero tampoco al punto de que esta misma tragedia me lo excuse de haber sido un individuo detestable, aunque eso sí, muy hombre.


sábado, 26 de abril de 2008

Las flores más delicadas


Hoy temprano nació el sábado hermoso, advirtiendo con su limpieza de un día de calor de verano decidido. Hoy temprano ha sido el tiempo abierto, diáfano, libre, un sol gradual, elegante, casi enamorado. Hoy temprano, sin embargo, él lloraba. Apartado de la multitud, había encendido un cigarro con su aparente indolencia, y miraba el paisaje de solares descuidados ante el tanatorio, con los cipreses del cementerio decorando más allá el horizonte; y de sus ojos de cristal cayeron lágrimas sin prisa, lágrimas de padre definitivamente herido.


La tarde anterior lo vi ante el cristal que mostraba a su hijo muerto; lo vi allí de pie, indefenso, entregado, con la vida entera sometiéndolo. En un excurso involuntario de la memoria, por un instante lo contemplé mucho más joven, con su rostro de contagiosa alegría, con su risa franca y admirablemente cruda, repiqueteando con los dedos sobre un asiento de madera y rodeado de tantos que se fueron.


Hay tantas pruebas de ello… La vida, nuestra vida, posee amaneceres sublimes, poesía en las fachadas, canciones y caricias, pero por su fondo, indiscutible, corre un río de dolor. Negarlo es negar la muerte de mi primo, al que apenas conocí; negarlo, tratar de relegarlo a las cloacas y despreciar ese río con nuestros inventos es relegar y despreciar las lágrimas de mi tío, las de un padre que observa ahí, tras un frío cristal, el cuerpo detenido de su hijo, sus manos congeladas que con treinta años de nada se van para siempre. Negarlo, tratar de esconder ese caudaloso y lancinante río de dolor, es esconder el rostro desconsolado de mi tío, e intentar con ridículo barrer bajo la alfombra de nuestra cobardía el porfiado y desnudo campo estercolado de la vida, donde al amor de ese río crecen las flores más lúcidas y delicadas.

viernes, 18 de abril de 2008

Matar por amor

Se repiten los asesinatos de mujeres en distintos formatos, disputándose el mérito más cruel. Una de las últimas víctimas fue asesinada por su ex pareja junto a la que era su pareja actual, y luego el asesino se descerrajó un tiro ante la mirada, supongo que inimaginable, de su hijo de cuatro años. Esta mujer será probablemente contabilizada como otra víctima más de la violencia de género, o doméstica, o machista. El hombre asesinado tal vez no tenga la suerte de incorporarse a la estadística, ni tampoco el chiquillo que tuvo que asistir a semejante horror. No cabe duda de que el hecho de que estas víctimas parezcan de segunda clase no es culpa de la propia mujer asesinada, creo que es obvio. Posiblemente ella, de haber podido considerar todo este asunto, ahora lamentaría muchísimo más la muerte de su pareja y sobre todo el sufrimiento de su hijo que su propia muerte, e imaginariamente preguntada seguramente pediría que todo esto se acabe, que se acabe el sufrimiento de tantas mujeres y del resto de las víctimas de la violencia familiar.

Esta sociedad es tremendamente hipócrita, y todos lo somos un poco con ella. A resultas de todos los casos de violencia se ha creado un ambiente en el que no seguir el dictado de la masa, que es el dictado de los políticos creadores de opinión, resulta poco menos que un delito. Uno puede criticar que los jóvenes reproduzcan con fidelidad obsesa las mismas actitudes de chulería y poder machista que otras generaciones pretéritas, pero si critica la reproducción de actitudes también pasadas en las jóvenes, mediante las cuales se siguen mostrando más como objetos sexuales que como lo que son, personas, entonces uno es tachado inmediatamente de machista.

Hablo de hipocresía porque esta sociedad, sumida en una histeria feminista que surge fundamentalmente en las clases altas y en la propia clase política (ambas repletas de vagos insulsos e ignorantes), no hace otra cosa que pedir más castigo para los asesinos de mujeres, pero no piensan por un momento que a un tipo que es capaz de matar a dos personas y luego, ante su propio hijo pequeño, meterse una bala en la sien, le importan bien poco todos los castigos que la sociedad pueda y quiera imponerle. Como casi todos los problemas que acucian a nuestras sociedades actuales, el problema es un patente problema de educación. Y en la educación querría llamar la atención sobre dos puntos, que me parecen cruciales a la hora de entender por qué este problema no se ataja ni se atajará nunca mediante el uso exclusivo del aumento de penas y la imposición de alejamientos inútiles.


El primer punto atiende a la educación general que se imparte en nuestras escuelas, complementada por las creaciones culturales con las que los medios de comunicación nos bombardean. Cualquiera en su sano juicio reconocerá que el nivel de apego al saber de las escuelas es actualmente tan ínfimo que difícilmente un niño o una niña saldrán del colegio aficionados al conocimiento y al mundo. Y cualquiera que no esté atrapado por la red de entretenimientos superfluos y apresurados de la televisión constatará que la filosofía subyacente a la gran mayoría de producciones culturales masivas es machista y, lo que es peor, propagadora de valores consumistas e irreflexivos, donde la imagen de uno cuenta cien veces más que su interior, fomentando así un culto ególatra, tarado y vacío en muchos de nuestros jóvenes. Esta situación provoca, así, en general, que la educación de la sociedad y de sus miembros deje mucho que desear, y que los sistemas de autorregulación social y personal brillen por su ausencia. Todo consiste en ir donde va todo el mundo, y a poder ser un poquito más allá, aunque sin salirse del camino. Eso sí, sin pararse demasiado a pensar. Es por lo que esta sociedad, supuestamente, ha dejado de ser machista, porque la moda es precisamente dejar de ser machista, aunque luego las actitudes cotidianas no lo corroboren. Y cuando digo machista podría decir, tal vez con más propiedad, injusta y arbitraria según con quién y cuándo.

El segundo punto acaba de rematar al primero: los crímenes familiares suelen estar provocados por un exceso de pasión. Sé que a muchos les repugna que se pueda decir que fulano mató a su pareja por amor, pero aunque no sea difícil coincidir en que lo que impulsa a fulano a matar nunca se puede llamar amor, lo cierto es que el tipo mata creyendo que lo hace por amor, porque el amor (el deseo de posesión) que le inspira la mujer es tan grande que no puede permitir que sea de otro. Y si admitimos que estos crímenes están frecuente y profundamente relacionados con nuestra concepción del amor y de las relaciones de pareja, es sensato concluir que para evitar muchos de estos asesinatos bastaría con cambiar las ideas trasnochadas que en general se tienen sobre estos temas. Verán, suelo ser criticado porque no le doy demasiada importancia a todo esto del lenguaje sexista, y si no repito continuamente los masculinos y femeninos de determinadas palabras, si no me estrujo la sesera para encontrar palabras neutras, y para admitir que algunas palabras neutras no lo son, por el simple hecho de que siempre se usaron en masculino, entonces se me reconviene. Hay muchas mujeres y muchos hombres tremendamente obsesionados por estos cambios lingüísticos, creyentes en sus milagrosos poderes terapéuticos y educativos. Sin embargo, nadie repara en esas palabras melosas que todos usamos para amarnos: te quiero, no puedo vivir sin ti, quiero que seas mía o mío, nos moriremos uno al lado del otro, la promesa de amarse toda la vida… Ahora más de uno y de una pensarán que con estos términos, y usando los principios que estos términos inspiran, hay muchas parejas que funcionan toda la vida, y a las que no se les ocurre liarse a tiros.
Por supuesto, no todos tenemos la capacidad de llevar nuestros sentimientos, sean positivos o negativos, a unos límites casi extáticos, y no todos somos capaces de empuñar un arma. Incluso en algunos de nosotros existe, además de los sentimientos, una serie de mecanismos que funcionan alejándonos de las barbaridades violentas. Pero en definitiva, en mayor o menor medida, con más o menos peligrosidad para los que nos rodean, casi todos llevamos en nuestro baúl de valores estos útiles y milenarios preceptos, que más que provenir de la religión, provienen del propio carácter gregario y animal del que nunca podremos escapar del todo: hay que reproducirse, y todavía no se ha inventado mejor forma de funcionar que como la evolución nos enseñó, en parejas, en parejas estables cuyos miembros deben soslayar sus verdaderos sentimientos en bien de la prole, como hacen los lobos, los camaleones o las tortugas acuáticas. La simpleza sentimental en estos aspectos es realmente tremenda, y lo común es encontrar ambientes donde el machismo es perseguido, y donde, a la vez, se huye de los cuernos como del diablo, tanto que no sabría decirse qué es peor para mucha gente, si la infidelidad o la violencia. Esto, por supuesto, en vastas capas de la sociedad, produce una generalización de los celos como valor (y como amor), y en casos extremos la violencia familiar. El Señor me libre de proponer aquí la propagación de la infidelidad conyugal como solución a la violencia familiar. No, lo que digo es mucho más sencillo: amar a una persona debe ser un acto libre, y en tanto en cuanto admitamos en general una actitud intransigente aunque de baja intensidad hacia esta idea, tendremos que soportar que existan también actitudes intransigentes de alta intensidad. Si todos seguimos tragándonos las series (sean telenovelas venezolanas, sean esas comedias españolas tan poco graciosas) basadas una y otra vez en el amor posesivo y en el miedo atroz a perder al otro, deberemos entender (aunque los castiguemos) que existan algunos excesos en estas actitudes.

Por último querría llamar la atención sobre un dato que me proporciona alguien que sabe bastante más que yo de leyes: la Ley de Violencia de Género establece, después de muchos años de haber superado esta insensatez, el delito penal de autor. Es decir, en cierto momento de la historia se concluyó que no se podía perseguir a las personas, sino a los delitos, es decir, que no había que acabar con el delincuente sino con el delito. Esto suponía que, si lo que se penaba era el acto delictivo, entonces daba igual quién fuera el delincuente, porque el mismo delito en dos personas debía ser castigado de igual manera. En el delito se contienen ya las posibles agravantes que se puedan producir. Pero la Ley de Violencia de Género establece como un método de discriminación positiva el hecho de que la violencia practicada por una mujer sobre un hombre no obtenga el mismo castigo que la que practica un hombre sobre una mujer. Si a alguien se le ocurriera replicar que la mujer ejercería la violencia en desventaja sobre el hombre, estaría cayendo en dos imprecisiones bastante graves: primero, los casos de violencia se producen precisamente por abuso de poder, y el hecho de que la mayoría de los casos sean de hombres contra mujeres, no quiere decir que el caso particular de un hombre que es violentado por su mujer, o el de un hombre por su pareja masculina, o el de una mujer por su pareja femenina, no sean casos en los que haya que practicar la misma justicia. Porque ahí esta el segundo fallo, y el más grave: de esta forma, se trataría a las personas según el colectivo al que pertenezcan. Como la mayoría de los violentos son hombres, si un hombre es dominado y maltratado por una mujer, debe entender que está en el bando de los dominadores, así que lo que debe hacer es aguantarse. Si algo se ha conseguido con la democracia sobre las dictaduras es el derecho de todos a ser tratados como personas, no como partes de un grupo. Independientemente de que se establezcan medidas de discriminación positiva necesarias y no lesivas de los derechos humanos de los demás, creo que hasta que todos no reivindiquemos el derecho de las personas en vez de reivindicar el derecho de las mujeres, de los homosexuales, o el de los recolectores de percebes, no podremos avanzar hacia una verdadera igualdad de oportunidades. Y eso sí, siempre que, además, revisemos un poco nuestro concepto de amor…

(Última imagen tomada de http://www.servicioshf.com/quoblog/2007/11/16/todavia-eres-monogamo/)

jueves, 17 de abril de 2008

Recuerdo


No traigo recuerdo más ansiado
que aquel que perdí de tu pecho,
yo, sucinto, indefenso, leve,
en la mullida suerte de tu seno,
yo, imagen mansa de tus ojos puros,
en las olas de tus caricias vengo
cabalgando, y en mi frente las olas
de besos tuyos vienen rompiendo.

No sé de recuerdo más hondo
que el noble tacto de tus manos,
la tormenta añil de tus risas
y el verde extenso de tu llanto,
y al concebir tus incendios, tus goces,
tu silencio y tu desamparo,
con mi voz tumbaría los abismos
que a tu voz condenan al pasado.

No entiendo recuerdo más difícil,
no soñaría contento más suave
que el roce de tu piel con la mía
bajo el hechizo de tus paisajes.
Y así, madre mía, ser de nuevo
el hijo de una hermosa madre,
un trozo fecundo de tu vientre
un milagro donde la vida se hace.

miércoles, 16 de abril de 2008

Eru Ilúvatar y las lágrimas de un viejo

Según El Silmarillion de Tolkien, Eru Ilúvatar, ser único tan eterno como la Nada, en cierto momento de la eternidad, si así se puede decir, resuelve crear el mundo, y con tal intención pare a unos seres llamados Ainur, cuya principal virtud es la de ser músicos. Eru Ilúvatar los crea y a continuación los instruye convenientemente en la artes de la música, entregándoles una simple melodía que se convertirá en la Melodía (en el Ser) del Universo.

Los Ainur comienzan a cantar esta melodía sin conocer las intenciones del creador, pero mientras entonan la canción algunos problemas se producen entre estos seres, sobre todo en Melkor, el Ainur que demuestra ser más habilidoso y sensible. Melkor pretende improvisar, ser también él un poco creador. No obstante, Eru Ilúvatar aporta las últimas notas, reconduciendo lo suficiente la tonada hasta quedar la partitura dentro de los límites previstos.

Una vez acabada, el ser único que era la Nada les muestra a los Ainur la composición, y les revela que la música que acaban de interpretar es el plan de creación del Universo. Sin espera, Eru Ilúvatar ejecuta la melodía y crea efectivamente el Universo, aunque permite a algunos de los Ainur implicarse en él para acabar su obra y dar forma a Arda, la Tierra, donde según su plan predefinido vivirán sus hijos: elfos, hombres y enanos. Melkor, por supuesto, viaja a la Tierra…

Sí, lo he descubierto en las arrugas de un pobre viejo incapaz. Yo, su tutor legal, observando su espontánea emoción, su forma blanda de llorar, he averiguado que la materia fundamental del universo es la música.

Somos todos pura música, no me cabe duda. Música transfigurada, furtiva, música ensortijada y tejida en la imitación de la carne. Con la música rememoramos nuestro origen, y es la música la que saca de nosotros lo más sincero de nuestra existencia, lo más real: el instante, ese diminuto diamante de múltiples caras, esa luz tierna e innecesaria, fugaz y a la vez eterna, esa aproximación enternecedora a la Nada original.

Y cuando nos vamos muriendo, cuando nuestros huesos cansados piden el final, somos lo que somos según la música que hayamos sabido conservar. Nuestros recuerdos más tenaces huelen a música, y en ellos se oyen tangos, la gravedad indefensa de un violonchelo, un rasgueo de guitarra y una voz rota, una copla conmovedora de amores perdidos… Y llega la muerte, y nos disolvemos en el aire, porque a la partitura que somos se le vuelan las notas y los hilos del pentagrama, y como pavesas de incendios honrosos, como vilanos, como semillas caen y germinan en los desamparados oídos de los que nos lloran.

lunes, 14 de abril de 2008

Silencio sin palabras

Una semana de lluvia y sorpresas basta para trastornar las costumbres. Schütz levanta en este instante, con la suavidad habitual, una pequeña celda a mi alrededor, fuera de la cual nada existe salvo un espacio infinito, vacío y silencioso. Es la propia música del silencio, que pone marco oportuno a este cansancio, a esta carencia súbita de un afán que apenas me alcanza para arrojar unas cuantas líneas, arrancadas a la desgana, en mi vanidoso cuaderno. La maquinaria insensata del mundo continuará rechinando, y mañana será otro día, pero hoy el frío que se instaló en mi interior me impide imaginar cómo haré para inventar nuevas fuerzas. Incluso las palabras nacen torpes, pesadas, reiterantes e innecesarias…

domingo, 13 de abril de 2008

Asturias: tres pinceladas más

Son de Mar, sus estanterías repletas de alma, la música y el silencio, Viviana y Gelu, sueños y ventanas...
Somiedo y la profundidad del mundo...
Gijón posando en la soledad irrepetible de una tarde de plata vieja, con viento y lluvia, la mar asombrosa en su brío, convirtiéndome en un espectador con suerte y tan agradecido...
Tengo tanto que decir de Asturias...

lunes, 7 de abril de 2008

Asturias, primeros días...

Además de José Carlos, Conchi y Álvaro, sin duda lo más dulce, nos hemos topado, entre otras, con estas dulzuras...
Son de Mar (Quintueles)
Son de Mar (Quintueles)
Lagos de Covadonga
Lastres

sábado, 5 de abril de 2008

Feria

Asturias nos espera, alguna mano amable, buenas viandas y creo que una semana de mucha, mucha agua. Atrás quedarán la Feria y sus laberintos. Ir y venir. Luego el lápiz volverá a garabatear este cuaderno...

jueves, 3 de abril de 2008

Palabras para él...

Leyó sus palabras, las que ella le dedicaba. Las disfrutó, pero se detuvo en la última con la sensación evidente de haber patinado sobre ellas con demasiada prisa…

No hacía mucho que, cada vez que recibía de ella un manojo de esos sugerentes monstruitos negros, se veía incapaz de evitar un pequeño temblor al saberse su destinatario. ¡Qué deleite y qué inmerecida distinción! Esas hormigas negras que parecían desgajarse de sus alas tenían para él el mismo efecto que aquellos lejanos amores primeros, que advenían envueltos en perfumes inconfundibles, en actos inolvidables…

Así pues, sus ojos deshicieron el camino y releyeron el mensaje. Cada pedacito oscuro de ala se removía, inventando con las frases aleteos silenciosos y rebosantes de cariño. ¡Era él, su vista cansada, sus manos sedientas, él, el destinatario de aquellas caricias!