lunes, 28 de abril de 2008

La dignidad del Señor Alcalde

Don Luis Grajera tenía problemas incluso con su partido, el PSOE. Había sido elegido alcalde de Montijo (Badajoz) en los años 80, pero sus actitudes no gustaban mucho en la familia socialista, sobre todo porque el aludido parecía andar metido demasiadas veces en conflictos con unos y otros. No obstante, como suele pasar en el mundo irracional de la política, y ya que obtenía votos, el buen hombre seguía con el apoyo de su partido, e incluso creo recordar que ostentaba el título de diputado provincial.

Con Don Luis me topé en 1990. Yo trabajaba como auxiliar de biblioteca en la Universidad de Extremadura, concreta y desgraciadamente en la biblioteca de la Facultad de Económicas. Harto de mecanografiar fichas bibliográficas, y de echar tantas horas entre libros de contabilidad general, me presenté a una plaza de asistente social (hoy trabajador social) en el Ayuntamiento de Montijo, municipio a unos cuarenta kilómetros de Badajoz, ciudad en la que yo residía por entonces. Competí con casi cincuenta personas, y tuve la suerte de conseguir la plaza. Sólo recuerdo que en cierto momento, cuando conseguí enterarme de que la plaza era mía, noticia que no conseguí con facilidad, me acerqué al pueblo para hablar con mi nuevo jefe, el alcalde.

Este señor dio la orden de que me dejaran pasar a su despacho, y me recibió sentado, atento a unos papeles que había sobre su mesa y escribiendo de vez en cuando. En ningún momento levantó la vista para mirarme, ni me ofreció asiento. Yo, de pie ante él, me presenté y traté ingenuamente de conversar sobre mi futuro trabajo, pero el señor alcalde fue tajante y demostró que estaba deseando que me fuera pronto. Antes de irme le dije que pretendía seguir viviendo en Badajoz, aunque eso no suponía en absoluto que no fuera a estar disponible para cualquier trabajo que hubiera que hacer por las tardes o algún fin de semana, algún proyecto con jóvenes o niños, cualquier actividad festiva... Este buen hombre repuso que eso iba a ser imposible, que tenía que vivir en Montijo, porque si aparecía algún drogadicto dando problemas por la noche yo tendría que estar disponible. Le comenté que no era tarea de un asistente social atender a un drogadicto por las noches, que para eso estaba la policía local, pero él repitió tajante que tendría que vivir en Montijo, y luego se quedó en silencio. Yo entendí que aquello era una despedida, así que le di las gracias por su atención, y le comenté mientras me iba que no sabía cuánto tiempo podría trabajar en Montijo.

Por el camino ya había decidido renunciar al trabajo, pero quería consultarlo con mi mujer, puesto que el sueldo habría sido bastante más alto que el que entonces tenía. Al llegar, mi mujer me dijo que hiciera lo que creyese oportuno, que para ella bien estaría lo que yo hiciese. Así que escribí una carta y se la envié al alcalde. La carta decía:

Badajoz, 3 de julio de 1990

Muy Sr. mío:

A pesar de que no ha seguido la lógica vía de ponerse en con­tacto conmigo para darme a conocer oficialmente el resultado (favorable para mí) de las pruebas dirigidas a cubrir una plaza en el Servicio Social de Base de Montijo, y de que he sido yo el que he tenido que trasladarme en varias ocasiones a la localidad para sortear los obstáculos de la desinformación que respecto a mi incorporación como asistente social presentaban en la institución que usted preside, me dirijo a usted para comunicarle mi renuncia a dicha plaza por varios motivos.

Los motivos personales no voy a exponérselos porque sé que no le interesan lo más mínimo, pero algún otro no dudo que le podrá ser de mucha utilidad. Y sobre todo es la injerencia inaceptable de usted en la organización técnica y profesional del Servicio Social de Base, injerencia que le lleva a delimitar un horario ilógico e inadecuado para el buen funcionamiento del mismo. Por cierta referencia suya a la posibilidad de recurrir al asistente social por problemas nocturnos con algún drogadicto, puedo argüir en su favor una ignorancia ab­soluta en temas de Trabajo Social y Servicios Sociales, pero no le permite ello disponer a su antojo, sin consulta ni previo diálogo con los profesionales, del trabajo de éstos. Supongo que la cuestión del horario será una de las muchas cuestiones en que su capricho disponga lo que ha de hacerse, pero considere, y con esto termino, que no to­dos somos esclavos de tantas necesidades como para soportar su talante altivo, su nula capacidad de diálogo y sus imposiciones sin sentido, por muy alcalde y por mucho poder que usted crea tener.

Sin otro particular

Tres días después recibí un telegrama de respuesta del alcalde, escrito sin ritmo y en mayúsculas, y que rezaba así (cito textualmente):

ESTIMADO AMIGO ACUSO RECIBO SU CARTA RENUNCIA PLAZA ASISTENTE SOCIAL POR LA CUAL DEMUESTRA IGNORANCIA SUPINA LEY FUNCIÓN PUBLICA PUNTO SU ALTIVEZ DE CIUDADANO RAYA LIMITES INCALIFICABLES POR PRETENDER ALCALDE INFORMAR UD DE RESULTADO FAVORABLE OPOSICIONES Y PRETENSIÓN NO INGERENCIA AYUNTAMIENTO SERVICIO SOCIAL BASE ESTA VILLA PUNTO FINALMENTE LAMENTO SE HAYAN CONFIRMADO INFORMACIONES NEGATIVAS SOBRE UD Y SOBRE SU EXCÉNTRICA PERSONALIDAD PUNTO POR ENCIMA DE TODO CUENTE SIEMPRE EN MONTIJO CON UN AMIGO QUE ESPERA QUE HOMBRES TENGAN DIGNIDAD DECIR COSAS CARA A CARA PUNTO

SALUDOS CORDIALES ALCALDE DE MONTIJO


Si yo nunca hubiese sido como soy, tras despepitarme de risa con el telegrama, lo habría guardado de recuerdo y me habría olvidado del asunto. Un profesor de economía muy peculiar e interesante, con el que hice amistad, me comentaba luego, al oír la historia, que ante estas cosas hay que darse la vuelta y seguir camino, porque si uno fuera por la calle y recibiese la coz de un mulo, ¿se debería parar a discutir con el mulo? Bueno, no hice caso a este amigo, pero al menos reflexioné un poco más mi segunda carta, y esto fue lo que le envié al señor Alcalde:

Badajoz, 9 de julio de 1990

Iltmo. Sr. Alcalde:

Confío en que su ejemplar dignidad de hombre y la amistad por enci­ma de todo que siente hacia mí le llevarán a escuchar mis excentricidades al menos por una última vez. Yo, por mi parte, trataré de que pierda el menor tiempo conmigo.

Tiene más razón que un santo en cuanto a mi ignorancia supina sobre la Ley de Función Publica. Mi ignorancia, también supina, se extiende a otras muchas materias, en las que, para no meter la pata, no me inmiscuyo lo más mínimo. Así y todo, si hubiese considerado que su ilustrísima persona había incumplido algunas de las disposiciones que recoge la citada ley, no le hubiese escrito una carta, sino que hubiese recurrido a los tribunales de justicia. No siendo así, la cuestión no es tanto de trámites formales, cuanto del trato tercermundista que recibí, luego de perder dos mañanas y algunos duros de gasolina en ir a aclarar una situación que nunca se me trató de aclarar por un señor que miraba unos papeles y que pareció resignado a perder un minuto y medio con alguien tan indigno como yo, un cualquiera de entre los muchos cualquieras que a su ilustre persona parecen rodearle por todas partes. Ya le digo, no tengo ni la más mí­nima idea de la ley de la que hablamos, pero no deja de resultarme raro, al menos ilógico, de poca agudeza mental y, sobre todo, algo inquietante el que se me diga por una autoridad publica, que desea contratarme, que empiece a trabajar, que ya firmaremos el contrato luego. No dudo que, para desmentirme, esta cuestión vendrá recogida de tan alegre forma en la Ley de Función Publica. Algún día me la leeré, debe ser interesantísima.

Por otro lado, yo no llamaría ignorancia a esa supuesta pretensión mía de que la injerencia de ese ayuntamiento, que su ilustre figura preside, en el Servicio Social de Base no existiese en absoluto; yo la llamaría ingenuidad, virtud que perdí hace mucho. Claro que sus conocimientos no llegan hasta el punto de advertir que dicha injerencia puede ser mayor o menor, más o menos dialogante o despótica, con más o menos respeto hacia la dignidad como persona y como profesional del que va a colaborar con el señor alcalde y el resto del ayuntamiento en conseguir el bienestar de la localidad. Sus humos son densos y tajantes, y tal vez sean ellos los que no le dejan ver claro.

No dudo un instante que aquellos individuos que le informan sobre mi persona presentarán idénticas virtudes a las que adornan a su ilustrísimo aunque un poco seco proceder. Es por ello que me importa un bledo esa confirmación de mi excentricidad que tanto lamenta. Para su tranquilidad sobre la confianza en sus informadores, yo mismo le confirmaré que me enorgullezco de ser lo que los concéntricos mediocres llaman un excéntrico: no me interesa ningún "centro", y menos a costa de soportar a maleducados expertos en la Ley de la Función Publica. Pero éstas son cuestiones personales que no espero en ningún momento que entienda. No obstante, de algo no cabe duda: si ante el anonimato general de todos los ciudadanos (altivos y no altivos), el protagonismo puede considerarse excentricidad, usted se lleva la palma con creces, pues su fama recorre la región y traspasa sus fronteras, y no diría yo que son precisamente buenas referencias las que circulan sobre su excelentísima persona. Seguro que son patrañas de ciudadanos altivos...

Por último, esa masculinísima dignidad de los hombres de decir las cosas cara a cara, muy frecuente en los "saloons" del "far-west", resulta muy fácil hacerla cuando se espera tras una mesa de despacho de alcalde y mirando hacia los papeles con los oídos cerrados. Le invito a que se gaste su ilustre pecunio personal en viajar hasta aquí desde donde le escribo, y que desperdicie un par de días de trabajo en venir a que yo le atienda por el largo espacio de un minuto y medio. Entonces mis ojos estarán disponibles para que los mire usted todo lo fijamente que desee. Ya le indiqué en el famoso minuto y medio que tuvo la gracia infinita de concederme, que ante las condiciones de trabajo impuestas sin el más mínimo diálogo por su ilustrísima figura, no sabía cuánto iba a durar bajo sus órdenes. Pues bien, ahora ya sé que no he durado nada, y no pienso perder más dinero ni tiempo en decírselo. Así está el asunto.

Y sin más, me despido de usted rogándole que no desperdicie con un excéntrico como yo su capacidad de ser amigo, por si tuviera poca y la necesitase en otros momentos. Y tampoco papel ni presupuesto municipal en telegramas, porque la más leve seña de su remite me empujaría a mandar sus comunicaciones sin leer al cubo de la basura, lugar que ahora mismo, mientras me río en voz alta, considero más adecuado para ellos. PUNTO.

Por supuesto, no recibí respuesta de este hombre. Unos meses más tarde me lo crucé en Badajoz, en la puerta de un estanco, y comprobé que, andando yo en unos míseros (y definitivos) ciento setenta centímetros de altura, le sacaba al señor alcalde más de una cuarta. Si hubiera sido yo un hombre tan digno como él, lo habría parado, lo habría mirado desde arriba con mucha mala sangre y le habría dicho en la cara varias cosas, pero aquel asunto ya me importaba bien poco. Así que, puesto que él tampoco me reconoció (lógico pues sólo nos encontramos una vez y no me miró), lo dejé pasar.

Hoy me di con esta bonita correspondencia, e investigando por Internet supe que el susodicho tuvo muchos problemas en el partido, y no sé si incluso fue expulsado del mismo. Y también descubrí que hace no mucho tiempo a este buen hombre le descubrieron un tumor en la cabeza, del cual fue operado en varias ocasiones, y que tal vez hoy se encuentre completamente impedido por la enfermedad. Cualquiera que me conozca sabe que mi excentricidad no llega al límite de que me alegre de su tragedia, pero tampoco al punto de que esta misma tragedia me lo excuse de haber sido un individuo detestable, aunque eso sí, muy hombre.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Demasiada tinta, amigo Sir, empleaste, y demasiado tiempo, con este cabestro. Posiblemente te hubiese agradecido más una bala de cebada para el desayuno, que la segunda carta. En efecto, si un mulo te atiza una coz, se puede hacer cualquier cosa salvo afearle la conducta al semoviente. Precisamente por su condición de tal.
En cualquier caso, creo que tomaste la decisión adecuada.
Un abrazo.
(Por alguna razón, no puedo acceder como AMART)

M. dijo...

Qué bueno, sí señor!

¿Pero tú crees que tu segunda carta de respuesta la acabó leyendo? No más allá del primer párrafo, me temo. La vio de arriba a abajo y suspiró.

Un saludo.

Raquel dijo...

Sí, tal vez demasiada tinta para alguien así aunque eso prueba tu forma concienzuda de hacer las cosas.
Un abrazo

Luna dijo...

No se anda ud. con medias tintas.
Sabía de antemano que la segunda carta no iba a ser contestada ¿verdad?
Yo también la habría enviado.De hecho lo hice una vez sabiendo que no iba a recibir respuesta y eso que era para pedir disculpas por un malentendido.
No recibí respuesta de aquel bruto ilustrado.
De todo hay en la viña del señor. Punto.

Saludos

Sir John More dijo...

Querido Amart, me alegra mucho tenerte por aquí. Y sí, este señor era un hombre bastante problemático, y aunque es de lamentar que sufriera estos problemas de salud, lo cierto es que sus hazañas quedarán siempre ahí. La única curiosidad que me quedó de aquello fue saber quiénes habían sido sus informantes en lo de mi excentricidad. De veras que nunca fui tan famoso, y menos en una zona en la que permanecí tan poco tiempo. No obstante, que alguien me considerase así fue casi un piropo. Un abrazo, amigo.

Juraría, Manuel, que este tipo, por la molestia que se tomó con mi carta primera, se zampó enterita la segunda. Eso sí, al terminar todo aquello le resbaló. Al fin y al cabo yo era un cualquiera a su lado... Un placer recibirte en El Hilo.

Ay, Raquel, soy incapaz de renunciar a una conversación, sea buena, mala o nefasta como ésta. La guerra epistolar es donde mejor me siento... Con lo bien que me habría ido si hubiera contenido este verbo ingobernable... Un beso, artista.

Desde luego, Luna, uno se queda tan pancho y tranquilo cuando se dice lo que desea decir... No niego que entonces hubo un punto de morbo. El tipo me había cabreado tanto (la falta de educación hace años que es de tal vez el defecto que más me cabrea en cualquiera), que no pude evitar dejarme llevar por la apertura de esta vida, apertura que no siempre debe ser motivo de inseguridad... Lunita, nuestras cartas no respondidas deben ser, sin duda, las mejores. Un beso en la nariz roja.