sábado, 5 de julio de 2008

Paréntesis montañoso

Las cumbres esperan: el soñado Balcón de Pineta con el lago y el glaciar de Marboré, la Cola de Caballo y su fascinante Senda de los Cazadores, los fríos y elegantes lagos de Néouvielle, tal vez el pequeño ibón de Espelunziecha, el Pla de Aigualluts con el Aneto sentado en el trono, y la Peña Montañesa dándonos cada mañana los buenos días... Sed buenos. Volveré.

miércoles, 2 de julio de 2008

Notas necesarias

1. Por la noche y las desventuras

Pues así de estas cosas, ¡oh huésped!, preguntas e inquieres

presta oído en silencio, disfruta la historia y sentado

ve apurando ese vino. Estas noches sin fin nos dan tiempo

al reposo y al gusto de buenos relatos; no tienes

para qué antes de hora marcharte a acostar; también cansa

demasiado dormir. De los otros, que aquel a quien venga

ello en gana se marche a su lecho; y al alba que almuerce

y se lleve las cerdas del dueño a los campos. Nosotros

seguiremos aquí en la cabaña comiendo y bebiendo

y gozando en contar uno a otro pesares y lutos:

referir desventuras dejadas atrás es alivio

para aquel que sufrió largamente vagando en la tierra.

Homero, Odisea, canto XV, versos 390-401 (traducción de José Manuel Pabón)

2. Por la vigencia de los recuerdos

Enero desde este junio rico en silencios. Enero lejano, mítico, cuando oscureció en el mar poco después del primer beso, y sus tacones se hundían en la arena y sus pechos leves se dibujaban entre las rayas de aquel suéter inolvidable. Las jóvenes estrellas poco a poco se fueron emborronando con el aliento y el sudor, y los relojes aguardaban fuera en lo oscuro, fuera de aquella confluencia de tantos, tantos caminos, tantos y tantos deseos. Clochard naufragó en aquella boca de olas que recitaba sueños, y ahora arrastra por los callejones su naufragio...

3. Por las dulces oscuridades del alma

Lo de la foto de ese buen hombre, que aún hay insensatos que confunden con nuestro niño Jesús, sólo fue una broma. No se puede negar que me parezco... La foto rota ya la expliqué. En cuanto a la foto de la tumba... El cementerio de Sevilla, salvo días señalados y a horas muy concretas, siempre está desierto. Es un lugar magnífico para pasear, colmado de rincones hermosos y donde el bullicio de las avenidas y las prisas no osa entrar. La tumba de la foto, que modifiqué para la entrada Domingo, la tomé con el móvil, y salió tan desangelada que decidí modificarla. Esto ocurrió el domingo pasado. Tenía excusa para visitar el cementerio: me encargo de que la tumba reciba unos cuidados mínimos, y para ello contratamos con una señora su limpieza periódica. Le pagamos cada seis meses, y ahora tocaba pagarle. Así que fui primero a ver la tumba, tomando la entrada lateral del cementerio que ahorra mucho camino, para luego detenerme en la entrada principal, donde están los puestos de flores y donde podía encontrar a esta mujer.

A la una de la tarde del domingo caían muchísimos grados sobre mi cabeza. Creo que me crucé con sólo tres o cuatro personas en el camino, y yo mismo me consideraba un loco cruzando aquellas avenidas donde el silencio y el calor deslumbraban hasta agotar. Además, la tumba de mi familia se encuentra rodeada por un mar de tumbas sin sombras ni refugio. Pero me sentía bien, y mucho mejor cuando llegué a la tumba. Antes había visto por fin a dos mujeres gitanas que cuidaban la tumba de un chiquillo de unos ocho años, una tumba que no pasa desapercibida porque está literalmente tapizada por todos los juguetes que el niño poseyó en vida.

Estar ante la tumba donde reposan mi abuela, mis tíos y mi madre me hace sentirme muy bien. Por lo común no puedo evitar derramar algunas lágrimas, porque echo mucho de menos a mi madre, pero saber que me encuentro tan cerca de sus restos físicos, que siempre imagino puros y limpios... Aunque da igual, estoy ante lo que queda de ella en este mundo de moléculas y reacciones químicas, en este mundo sin dios en el que creo. Ahí, en ese silencio, puedo llorar a gusto, puedo hablarle sin despegar los labios, puedo recordar el último abrazo que le di, y otros muchos que ella me daría y que ante su tumba puedo imaginar con facilidad. Puedo saberla, ser profundamente consciente de lo que ha sido, de lo que ha conseguido, y me veo como una consecuencia, como un logro suyo, objetivamente humilde, pero subjetivamente tan valioso... El ser humano se convence pronto en lo que se refiere a los sueños, y esas palmaditas de despedida en el mármol, sabiendo que alguna de esas ondas sonoras, de esas vibraciones alcanzan su cuerpo, me sirven como un abrazo. No, definitivamente me siento bien ante la tumba de mi madre. Ella sigue, incluso muerta, transmitiéndome mucha, mucha fuerza.

4. Por la humildad y el silencio

“Si es menester, que la lucidez del orgullo nos conduzca a la humildad y que el amor a las palabras nos entregue al silencio”

Nicolás Gómez Dávila, Notas, 14