Los alrededores del Estadio Olímpico quedaron hechos un basurero. Llenaban el lugar manadas de tipos desaseados, con camisetas negras, pantalones rotos y zapatillas deportivas gastadas, mostrando en general unas barriguitas prominentes y unas maneras afectadamente brutales. Muchas menos mujeres. Bastante más jóvenes de los yo pensaba. Muchos meaban sin pudor en cualquier sitio, y algunos daban camballadas entre la muchedumbre, tempranamente borrachos y pidiendo perdón en cada encontronazo con ojos perdidos en dios sabe qué lugares. Mucha, mucha calor, y ningún puestecillo ambulante, de los muchos que salpicaban el lugar, vendía cerveza, y yo me moría por una cerveza.
Dentro, en el estadio, habían cubierto el césped con plásticos celestes, y vendían cerveza a precios astronómicos. Además era Mahou. El escenario estaba rematado por dos gorras rojas con sus correspondientes cuernos diabólicos, idénticos a los que mucha gente lucía sobre sus cabezas. Mientras me tomaba la carísima cerveza, una sensación de dulce cataclismo se cernía sobre mí. ¿De dónde había salido tanta gente extraña? A pesar de la tosquedad de aquellos seres, mirándolos notaba cómo se removía el tiempo, cómo el alma programada del día saltaba en pedazos para dar paso a algo diferente y desconocido.
Los amigos con los que había quedado traían entradas de grada, así que me dispuse a ver el concierto solo, tratando de acercarme lo más posible al escenario. Mientras tocaban los teloneros, algo sosos, aproveché para comer algo y descansar. Luego fui tomando posición, y mientras la noche se tendía sobre el estadio aquello se fue llenando de gente expectante. Algunos llegaban disfrazados de Angus Young, otros de Brian Johnson, los más se conformaban con las camisetas o algunas banderas enrolladas en su cuerpo. Estuve a punto de tomar una foto de un grupo de chavales muy jóvenes: me emociona ver cómo el gusto por el rock no muere del todo.
Antes de empezar el concierto se colocaron a mi lado dos hombres en los que me había fijado antes. Uno de ellos llevaba una perilla muy cuidada y el pelo muy largo y embadurnado de gomina con efecto mojado, y el otro también llevaba el pelo largo y rizado. Parecían salidos de un tablao flamenco. El primero me miró y me extendió la mano, diciéndome: “Me llamo Miguel”. Le di mi mano, le dije mi nombre y le dediqué una sonrisa que era expresión de una camaradería especial. No volvimos a decirnos nada, y al rato habían desaparecido de mi lado.
El concierto comenzó con un vídeo divertidísimo y asombroso. Miles de vatios atronaban mis oídos, sobre todo el izquierdo, que aún hoy no se deshizo de todo el poder sonoro que ayer le entró. Allí estaban, por fin… Me vi en 1988, en Badajoz, conduciendo por la autopista y escuchando aquella música, y allí estaban ahora aquellos jodidos brutos, aquellos fascinantes amigos.
Poco a poco me fui animando, y acabé bailando como un poseso temas nuevos y antiguos, y en las manos no tenía puños ni dedos, sino unos cuernos que representaban mucho más que el símbolo de una gira. Con la mirada adoraba a Angus, que volaba con esa guitarra suya que era una pura extensión de sus brazos. Allí estaba el cataclismo…
Un hombrecillo regordete bailaba a mi izquierda, acompañado de su mujer, que claramente se aburría. Él lucía una camiseta negra con una foto de nuestro Silvio, y bailaba mirándonos por momentos a todos los que lo rodeábamos, compartiendo con nosotros su alegría. Le hice un gesto de aprobación apuntando a su camiseta, y él me respondió, también por gestos, diciendo que aquél también era grande, tanto como lo que oíamos. Delante teníamos a una pareja, ella muy guapa y alta, con un cuerpo escultural, y mientras todos mirábamos el concierto ella miraba hacia atrás, hacia su afortunada pareja, y lo abrazaba, y lo besaba, y se insinuaba, y le decía esto y aquello, y le sonreía y le contaba… Estuve a punto de llamar la atención de aquel hombre y decirle: “joder tío, lo siento, vaya el concierto que te está dando”. Aquella individua no se había enterado de dónde estaba, de lo que sonaba.
Y al fin, tras un eterno y siempre corto concierto, sonó el último tema, como siempre el For Those About To Rock, We Salute You, y unos cañones surgieron en aquel escenario que fue todo el tiempo un saco de sorpresas. Traté de decirle algo al hombre regordete y se me pegó para que se lo dijera al oído: “ésta es una de las pocas cosas que nos hacen olvidar el sexo y a las mujeres”. Me contestó que no me había escuchado bien, pero que creía haberme entendido. Hizo un gesto hacia su mujer, callada y triste, y dijo que no estaba demasiado de acuerdo conmigo. Entonces le advertí sobre los cañones, y él se volvió enseguida para que su mujer tratara de verlos entre la muchedumbre. Un minuto después lo vi tomando una raya de cocaína, y al instante me ofreció otra a mí “para celebrar el momento”. Rehusé el ofrecimiento agradeciéndoselo, y él entonces dijo: “Bueno, pues ya que estamos la aprovecho yo”.
El final del concierto fue como debía ser, apoteósico. Entonces, mientras se encendían las luces, salí del estadio, caminé durante un buen trecho hasta Sevilla bajo una luna de la que me advirtieron, porque estaría llena; yo, sin embargo, creí que aún le faltaba un suspiro, tal vez un beso… La noche de cualquier modo se exhibía hermosa. Al llegar a la ciudad tomé una bicicleta hasta casa. Al dejar la bicicleta, en las calles desiertas, reviví aquellas noches de mi infancia, aquellas noches cálidas y serenas tomadas por el jazmín y los susurros, aquellas noches que uno no quería que acabaran nunca. Y pensé que, cuando muera, una de las pocas cosas que echaré de menos será la noche. En mis oídos, además, sobre todo en el izquierdo, aún resonaba lo que Brian Johnson había dicho en determinado momento del concierto, apuntando a su amigo Angus Young: “Este hombre tiene el diablo en sus dedos y el blues en su alma”. Y que me lleve el diablo si no era cierto…
6 comentarios:
Por ahi andaba yo tambien dando saltos...
Me ha encantado tu cronica, un beso con cuernos
Aisss!...
Sandro, me acordé de ti una vez comenzado el concierto, y la verdad, llamar por teléfono en esos momentos no sólo era un paná, sino que era perderse unos segundos de la maravilla...
No sabía yo, querida Lula, que te gustasen tanto los AC/DC... :-p
Y no me gustan...
El día 9 empiezan en Lanuza el festival de las culturas Pirineos Sur. La magia de las luces y las estrellas reflejándose en las aguas del pantano, los sonidos ensordecedores de músicas del mundo, el auditorio natural con su encanto y sus lunas (van pasando todas), las negras montañas en la noche con el cielo blanco o nubes negras con relámpagos rojos... Es la cita de MILES de jóvenes que cada año aparcan por todo nuestro entorno sus caravanas, tiendas o coches. Es un conjunto, un movimiento, un enjambre de sonidos que durará 18 días. Tu concierto me ha hecho pensar en el nuestro.
Soy poco aficionado a la música étnica, que es la que más se trabaja en Pirineos Sur, pero nada más que por estar por allí iría así cantara Falete. Un beso.
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