A mi amigo Pichurri, que probablemente nunca leerá esta bobada.
Cualquiera sabe hoy día que la Amistología es la ciencia que estudia el fenómeno de la amistad y el de sus entresijos, y que Don Enriqueto Locuaz Rodríguez del Rinconcillo fue su fundador. No obstante, pocos conocen las vicisitudes que compusieron la vida de este sabio.
Nacido Don Enriqueto en la noble villa de Gatillar de Arriba, sintió pronto en su interior el inquieto gusanillo del estudio, pero observando que casi todas las disciplinas cuya investigación consideraba se encontraban en un alto grado de desarrollo, al menos hasta extremos que se le hacían difíciles de remontar, resolvió tratar una materia nueva y muy querida, de cuyo estudio, además, se constituiría en padre y pionero. Y fue así como vino a desarrollar los axiomas de la Amistología.
Don Enriqueto, en privado, solía presumir de las muchas relaciones amistosas que de joven había mantenido, y habiendo observado cuán aceleradamente el número de ellas iba decreciendo en la madurez, se empeñó en extraer conclusiones de tan curioso suceso, lo que de paso le proporcionaría dos beneficios: por un lado descubriría las razones de esa disminución alarmante en el número de sus amistades, y por otro alcanzaría la fama que todo fundador de una ciencia merece.
Así fue como, con denuedo científico y coraje aventurero, a finales de un mes de noviembre pudo apuntar su primera Ley, la llamada Ley Fundamental de la Amistología: sobre la base de que en el ser humano los humores amistófilos máximos se alcanzan a la edad de 8 años, humores alojados en la región posteroinferointerna del cerebro y responsables fundamentales de la cantidad de amistad que rodea a cualquiera, se comprueba que el incremento o decremento de amistad (ΔA) es proporcional a ΔE, que representa el aumento o decremento en el tiempo (t) del volumen de los humores amistófilos, aunque con las siguientes correcciones apuntadas en esta fórmula:
en la que α representa la distancia media a los domicilios de todos los amigos, n el número de libros prestados entre ellos, y H la mediana de sus edades.
Don Enriqueto no pudo menos que revolucionar los ambientes eruditos de su época con esta primera aserción sobre el espinoso tema de la amistad. Tras este primer hallazgo, seguiría asombrando a amigos y enemigos con otras leyes como la de La discordia inherente a la amistad, o aquella tan polémica Ley de la bendita soledad, en las que nuestro ilustre científico exploraba los detalles matemáticos de los riesgos que comporta la amistad, de las artimañas más usuales e irrespetuosas esgrimidas por los mejores amigos, y de las soluciones que cualquier pobre hombre puede encontrar a la disminución alarmante de gente en la que confiar.
Don Enriqueto murió solo, abandonado por su mujer que, de un modo patentemente injusto e incomprensible, declaró poco antes de la muerte de su ex marido: "No lo aguantaba, era insoportablemente vanidoso e infantil". Todos sus amigos fueron en apariencia felices, aunque se dice que él murió con una gran sonrisa en los labios. Sea como fuere, la ciencia debe a este gran hombre un recuerdo cuando menos amistoso.
2 comentarios:
A Don Enriqueto le faltaba un dato. La amistad, aún con sus múltiples fallos, es lo mejor que se puede encontrar en esta perra vida.
Y que lo digas, Carmen. Tanto estudiarla, tanto estudiarla, y no se había dado cuenta de lo más importante. Vamos, la moraleja del cuento... Un beso la mar de amistoso.
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