Para algunos era su primer encuentro con el mar. Recuerdo aquellos días como una dulce condena: la responsabilidad sobre tantos chiquillos, las travesuras, los descontentos, los enfados, los mismos desajustes de la organización. Pero todo acababa siempre regado por sus sonrisas, por la luz que manaba a raudales de aquellos ojitos impagables. Y entre ellos algunos rostros que regalaban cariño con un candor y una sinceridad tal que sus miradas se quedaron grabadas para siempre en mi memoria…
2 comentarios:
No hay nada igualable a esas miradas infantiles... verse reflejado en esos ojos es, de verdad, un regalo. Otro es que lo sepas apreciar, y uno más que lo recuerdes...
besos Sir
Gracias, Carmen, no puedo evitar ponerme un poco sensible con este tema. Los niños, cuando pequeños, y sobre todo cuando no tienes que ser su padre ni su madre, son geniales. Su amistad se hace de puro cariño, y su inocencia es la guinda de un pastel que me encanta recordar.
Pd.- Mis niños también son geniales, pero cuando uno es padre no puede ser a la vez amigo, y entonces todo se lleva al límite: las pasiones y los disgustos. Supongo que no tengo mucho que contarte a ti... Besos.
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