No recuerdo si ya dije que no tengo problemas para abandonar un libro, y aún menos cuando estoy convencido de que, una vez aparcado, no volveré a cogerlo. Hace poco sobrevolé los tres primeros cuentos de Los peces de la amargura, de Aramburu, y en el cuarto no me tembló la mano al devolver el libro al estante, cerrándolo para los restos.
En mi cumpleaños, entre los libros que me regalaron, recibí uno de cartas de Rainer Maria Rilke: Cartas del vivir. Al ser un regalo, y de alguien a quien quiero mucho, no supe leer en el subtítulo la condición del libro: Epistolario sobre el amor, la vida, la muerte, la sexualidad, la plegaria, etc... El etcétera y los puntos suspensivos están tal cual en el subtítulo. El libro contiene un prólogo y veintidós cartas del poeta checo, y está editado por Ediciones Obelisco, empresa dedicada a la Astrología, la Autoayuda, las Ciencias Ocultas, las Artes Marciales, el Naturismo, la Espiritualidad, la Tradición, etc... También el etcétera y los puntos suspensivos son de la editorial.
La traducción, el prólogo y supongo que la elección de las cartas está a cargo de un señor ya desaparecido, Antoni Pascual. Buscando en la red, encontré sólo tres referencias de este hombre: una la de un libro que escribió, El diálogo con el inconsciente: Antonio Machado, publicado también en Obelisco. La segunda referencia la encontramos en la traducción de otro libro de Rilke, las Cartas a un joven poeta, pero para otra editorial poco conocida y de nombre intrigante: Magoria. La tercera y última referencia se halla en una página de la Asociación Marcel Légaut, dedicada a preservar las enseñanzas de un señor que predicaba el espiritualismo y muchos otros de esos etéreos etcéteras, todos en la línea de los ya apuntados suspensivamente.
Cuento todo esto porque, machote entre los machotes, he leído la obrita entera. Mi afición por las cartas y el carácter de regalo entrañable del libro (reconozco que todo unido a que no alcanza las ciento cincuenta páginas, y con un tipo de letra de tamaño considerable) me llevaron hasta el final. También es cierto que lo hice movido todo el tiempo por una pregunta.
Leí hace muchos años las Cartas a un joven poeta, y con esta simple lectura guardaba un buen recuerdo de Rilke. Es cierto que me las leí en una época casi juvenil en la que yo mismo me sentía pura espiritualidad, y sobaba tan sin empacho mis sentimientos que al andar iba dejando por la calle un reguero de poemas. Pero ahora, mientras leía el libro, pensaba: Rilke no puede ser tan redicho, tan vago, tan superficialmente onanista, tan estúpido.
En todo epistolario el compilador suele tratar de situar las cartas del autor, aclarar el contexto en el que fueron escritas, hacerlas legibles para alguien que no tiene a su disposición las otras cartas que se cruzaban con ellas, ni la biografía completa de quien las escribe. Pues bien, el señor Pascual hace todo lo contrario: escribe un prólogo confuso y dedicado a extraer, masticar y ensanchar las enseñanzas de Rilke, sobre todo aquéllas que cuadran con todos estos asuntos espiritualistas antes mencionados. La selección de cartas no tiene otro objeto que ése: afirmar las cuatro verdades de la secta, y claro, se acaba creando una imagen de Rilke que, imagino, debe andar muy lejos de la realidad. El traductor se convierte en el verdadero protagonista del libro, con notas al pie larguísimas, en las que, bajo pretexto de explicar alguna expresión de Rilke, larga sus arengas sobre contemplaciones de nuestro interior, inspiraciones divinas de nuestra alma o sobre la belleza irrebatible de nuestro triste destino. Llega el buen hombre a escribir una nota tan larga al final de un capítulo, que me vi físicamente leyendo un libro de Pascual con anotaciones epistolares de un tal Rilke. Especialmente hilarante resulta esa nota dedicada, supuestamente, a aclarar quién era una de las destinatarias de sus cartas: en casi todos los capítulos el señor Pascual, como es de recibo, hace algunos apuntes de las personas a las que van dirigidas las misivas, pero en este caso aparece el nombre, Lotte Hepner, con una nota que dice: “Véase Briefe II, pp. 510-516”. Es decir, este buen hombre pretendía que, para saber quién era Lotte Hepner, yo buscara esa obra, ¡en alemán!, y consultara allí los datos de la muchacha. Tampoco me resisto, por último, a reproducir aquí algunos pasajes de sus desvaríos. Acaba el prólogo con un curioso deseo:
Ojalá un día, entre tanta carencia de ser, aceptada con humor y paciencia, esperando lo imposible, podamos concluir como concluyeron sus Sonetos a Orfeo: Ich rinne, Ich bin, Yo fluyo, Yo soy.
Por otro lado, en una nota al pie, el señor Pascual indica:
Justamente en el imprevisible e inmanipulable azar se experimenta la trascendencia de la conciencia absoluta sobre la conciencia normal emocionalmente identificada con sus objetos y dependiente de ellos, esa conciencia absoluta a la que el ser humano está llamado.
No creo que vaya yo a frecuentar demasiado a Rilke, primero porque es poeta, y ya saben ustedes de mis problemas con la poesía; segundo porque escribe con un estilo, muy propio de Alemania, que sólo los grandes genios y abordando grandes temas son capaces de hacer interesante, y ni él me parece un genio ni sus temas en exceso interesantes; y por último porque muchas de las afirmaciones que hace en sus cartas lo sitúan demasiado lejos de mis gustos filosóficos. Pero no puedo dejar de advertir que, con este librito ridículo, al pobre mío lo han atropellado con el coche de los Cazafantasmas. Menos mal que junto a este cojo epistolario, venía el primer tomo de las cartas completas de Nietzsche, hermosamente editadas, juiciosamente prologadas, clarificadoramente anotadas y tan, tan interesantes...
2 comentarios:
Snif...
Mírelo, amiga mía, desde este punto de vista: 1. Me lo he leído porque no me ha dejado indiferente. 2. Me ha permitido determinadas reflexiones que no hubiera tenido de no leerlo. 3. Me encantan los epistolarios y mucho más que me los regalen. 4. Junto a este libro vino el de cartas de Nietzsche, con el que estoy disfrutando como no se imagina. 5. Ande, tome este pañuelo y alégrese conmigo, ¿querrá?
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