Verán, es bien fácil. Hay que fijarse en la máquina norteamericana: para elaborar una película de éxito basta que echen mano de un reparto de actores consagrados, es decir, al menos un par de rostros de esos que reconocen a la primera desde quiosqueros a registradores de la propiedad, porque al salir tanto en la caja tonta más que actores son ya patrimonio de la humanidad. Así, el casting debe contar invariablemente con un actor y una actriz de culto. En el galán, de culto significa que posee una enérgica personalidad, es decir, un estilo que, película tras película, el machote usa cansinamente, a ser posible sin demasiados gestos o matices que lo afeminen. Y en ella, ser actriz de culto la obliga a disponer, combinado con las justas dosis inesperadas de inteligencia, de un cuerpazo inolvidable, una cantidad generosa de morbo y ese aquel que hace exclamar a ellas: ¡zorra!, y a ellos: ¡joder!
A continuación, no les queda otra que pagar por un guión ocurrente, con intríngulis, con ese suspense que aprendimos y que seguimos aprendiendo en la novela negra, género en el que, por cada obra decente, nos damos con doscientas de intríngulis pelado y mondado. Yo cuando leo esas novelas de misterio sin chicha me acuerdo de los pasatiempos del periódico o de la mismísima Corín Tellado, en aquellas fotonovelas de mi abuela. Pero el intríngulis nunca falta, siempre encontramos la trama laberíntica y la sorpresa final, en la que el que Fulanito, comedido y servicial, acaba convertido en un asesino en serie de cojones. El guión debe ser, además, uno de esos guiones-ensalada con una serie de imprescindibles ingredientes. En este sentido, hay temas socorridos, como por ejemplo el idilio que empieza con una repulsión mutua de los amantes, recurso que dio pie a películas fascinantes en el pasado (Historias de Filadelfia, El bazar de las sorpresas...), y que ahora, incluso mal aderezado, se usa hasta el abuso en películas con las que, para qué negarlo, el tiempo se nos pasa volando.
Por otro lado, resulta esencial que en el filme exista un personaje bueno, pero bueno de exagerar, un ser gordito y dicharachero que es casi un padre para los protagonistas y que, lamentablemente, en su calidad de prescindible, muere trágicamente dándonos una pena infinita y justificando otro de los elementos primordiales del cine norteamericano: la venganza. La venganza es como una tensión creada en los primeros compases de la historia, y que nos hace suspirar cuando por fin la tensión se acaba con un balazo en la frente del malo. Además de las películas taquilleras, el cine norteamericano produce diariamente otros miles de largometrajes y telefilms basados exclusivamente en esa tensión de la venganza, y el público mundial, con sus grandes tragaderas, consume esos relatos que son como el vicio de fumar: coges el primer cigarrito porque mola, porque te ves muy bien en la postura del fumador; luego el cigarro, como decía el bueno de Quino, te fuma a ti y te crea dependencia, y cuando fumas más y calmas la dependencia andas tontamente convencido de que fumando sientes placer… Así pasa en el cine con la venganza: estás tan tranquilo ante la pantalla y de pronto ves que alguien comete una ignominia. Da igual que la película sea aún peor que una de Almodóvar, porque de inmediato te entra por el cuerpo una necesidad de justicia que no se calma hasta que el bueno, entre chorreones de sangre y destrozos generales, va y le pega el tiro de gracia al malandrín.
Y es que en cierto modo el misterio de un buen guión está realmente en el malo, que debe ser malo de verdad, como los hermanos Malasombra. Debe ser un tipo (y digo tipo porque las mujeres malas son mucho más complicadas para el éxito de taquilla) que coleccione hígados, o dedos meñique, o gritos desgarrados… Se descubrió hace no mucho la virtud de mostrar con detalle las tripas, los brazos descarnados, la muertes terribles de niños y personas inocentes en general, comprobando de paso la intrepidez de los protagonistas en su manejo forense de la situación, con ese ya clásico cosido de heridas, con inyecciones de toda clase, con un realismo asombroso en tajos, roturas de huesos, cráneos machacados o reventados que salpican de trocitos pegajosos de cerebro a toda la sala… Por supuesto, en el fondo el malo no será coleccionista de nada, sino que lo que en realidad desea es plantear enigmas a los buenos, ocultando pistas en los despojos de las víctimas, atrayendo a los protagonistas hacia la trampa final para la maldad definitiva, en la que el malo quiere, de una puñetera vez, vencer al bueno. El muy cabrón (¿ven lo que nos tira la venganza?) acabará recibiendo su merecido, con varios agujeros en su cuerpo de animal rastrero.
Todo esto contrasta a la perfección con los protagonistas duchaditos pero informales, y les da una nitidez corporal la mar de interesante que hay que aprovechar para la inexcusable escena de amor. En ella hay que usar las técnicas más depuradas de ese cine auxiliar estadounidense que genera las películas de sexo blando, en las que el arte consiste en la habilidad para no enseñar nunca los órganos sexuales en vaporosas escenas de pasión sin pasión. Es verdad que si ella (ella o su doble, pero él no, por dios…) accede a enseñar un poco más de lo acostumbrado, entonces la película tendrá un valor añadido, pero no es imprescindible. Además, en estas escenas no conviene alejarse demasiado de los esquemas habituales, y se recomienda que besos, abrazos y posturas sean las que el público espera, con una doble función: demostrar lo amorosos que son los protagonistas, sin vicios inconfesables, y que la gente disfrute sin hacerse demasiadas preguntas ni despistarse. Cualquier error en la película, cualquier insistencia en algún tema puede llevar a la gente a pensar, y se trata justo de lo contrario, de entretener. Así pues, es necesario que cualquier asunto se trate con la suficiente prisa y superficialidad para que no se convierta en idea, y que así el espectador pase dos horas divertidas en las que si se asombra por algo sea por los efectos especiales. Uy, se me olvidaban: fundamentales los efectos especiales, y es frecuente encontrarnos con que, junto a la tensión de la venganza, estos efectos acaban siendo los pilares de una película.
Esencial resulta asimismo el manejo de la cámara. Aunque últimamente, con el florecimiento invasor de las cansinas series y con el legado de ese cine insoportable que llamaron Dogma, hay más y más películas que optan por la técnica del cámara borracho (¡si John Ford levantara la cabeza!), técnica en la que, con la simple pretensión de proporcionar realidad a la cinta, la cámara se mueve hasta el mareo, resulta sin embargo aconsejable que existan muchos primeros planos de los protagonistas, y que éstos pongan caritas estándar. Tanto para los gestos como para los planos más abiertos existe un manual de estilo, no excesivamente grueso, la verdad, pero sí suficiente.
En fin, se trata de eso, de que la gente se distraiga, de que piense y se canse lo menos posible, de que no se despiste ni con la ética ni con la estética, y para ello nada mejor que estandarizar todos los elementos que pudieran complicar innecesariamente la trama. Por eso, algunos espectadores picajosos solemos desechar muchas películas como enésimas reediciones de otras tantas, y acabamos arrepintiéndonos de haber malgastado dos horas de nuestra vida en las peripecias del galán cowboy y su chatita buenorra, en su lucha denodada contra el mal y en pro del sueño americano. Por fortuna, cada vez quedan menos espectadores picajosos, y hasta nuestro cine nacional, ya olvidadas sus obras maestras, está abandonando las pretenciosas calaveradas, por otra parte zafias y chabacanas, de Almodóvar, y se está dedicando a adoptar el estilo yankee en sus nuevas producciones. Pronto, del séptimo arte, sólo nos quedará el ordinal y la ordinariez, pero ¡joder cómo nos entretendremos!
3 comentarios:
Jaja, desde luego que sí: me recuerda a aquella peli de Robert Alman (cuyo nombre hoy no recuerdo) en que un Tim Robbins que representaba a un productor de Hollywood sin escrúpulos explicaba exactamente esto. Un abrazo, Andrés.
El juego de Hollywood, sí. Entonces la película sorprendía. Hoy seguramente la gente se quedará ante ella preguntándose dónde está la gracia o el problema. Nos están estropeando el gusto a marchas forzadas... Un abrazo.
Jaja, sí: así se llamaba. Era una buena peli. Un abrazo, AM.
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