Antes de salir de Florencia, con la noche tendiéndose sobre el apacible Arno, volvemos la mirada y descubrimos que el Ponte Vecchio luce como una estrella más, promisoria, legendaria y tentadora. Alguien apunta que todo aquello recuerda mucho a Sevilla, al Guadalquivir posando ante Triana, y no deja de tener mucha razón…
La siguiente jornada la dedicamos, en primer lugar, a Montalcino. Decidimos viajar por strade bianche, carreteras sin asfaltar que cruzan las haciendas y que, conforme nos acercamos al pueblo, se llenan más y más de viñedos. Nos topamos con una curiosa estela dedicada a algunos valientes que en aquel lugar perdieron la vida luchando contra los esbirros de Hitler.
En Montalcino, por fin Juan encuentra un coche a la altura de sus expectativas…
Montalcino es un pueblo famoso por sus vinos, sobre todo por el Brunello. Pero Montalcino es mucho más que un pueblo con buenos vinos…
Reconozco que en el mundo de los vinos hay un momento en el que me pierdo, pero si viviera en este pueblo una temporada estoy seguro de que aprendería bastante. En el almuerzo me han servido dos tipos de Brunello para que pueda comparar, uno suave y afrutado, otro fuerte y con cuerpo. Cuando entramos en la vinería Le Potazzine para comprar una botella que ilustre nuestra cena, un buen hombre nos atiende y, a pesar de las limitaciones de mi italiano, pronto se da cuenta de que sabemos poco de vinos. Así, me pregunta si deseo probar algunos vinos, y acepto, no sin advertirle que en un rato habré de conducir. Me lleva junto a un barril donde tiene unas doce botellas abiertas de distintos tipos de Brunello. Montalcino posee tantos tipos de vinos como haciendas. Me pregunta si me gusta fuerte o afrutado. Lo prefiero afrutado, y así adelanta seis botellas y una copa. Vierte un poso generoso de la primera botella, y mientras me explica cuál es su origen y en qué zona del pueblo se encuentran las viñas, mueve la copa girándola sin levantarla del barril y agitando el vino para que suelte todo su aroma. Luego hace lo mismo con la segunda botella, y con la tercera me pide que elija cuál me gustó más, retrasando las dos botellas no elegidas. Al final, de las seis, dudo entre dos marcas, aunque lo cierto es que en total he podido beber dos copas bien servidas de vino, y de golpe. Elijo una botella y le doy las gracias al señor, con la intención de encargarle vino desde España, y con el deseo terrible de mudarme a Montalcino para siempre…
Desde Montalcino nos dirigimos hacia Bagno Vignoni, una deliciosa y fotogénica aldea termal desde donde se observa a lo lejos Castiglione d’Orcia…
San Quirico d’Orcia y Castiglione d’Orcia completarán el día…
2 comentarios:
Seguimos disfrutando.
No cansa uno.
¡Qué espléndidas fotos, Juanma!
(Por cierto vaya melenilla que se ha dejado el churumbel ¿Se lo pasó bien con sus ancianos padres?)
Un abrazo.
Gracias, José Carlos,y el enano se portó muy bien. Es un tío con cabeza, y no sólo para llevar el pelo largo... El tuyo ¿sigue peludo o cambió a la elegancia extrema? Ya se sabe, lo de estos gurripatos es una cuestión de personalidad... Un abrazo.
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