domingo, 14 de agosto de 2011

Tierra y silencio (5)

El día estaba condicionado por una cita que teníamos para la tarde noche en la Abadía de San Galgano, cerca de Chiusdino y Monticiano. Así que decidimos no irnos muy lejos. Nuestro primer destino fue Asciano, un pueblecito del que nadie nos había hablado especialmente, pero en vez de llegar a él por la carretera más rápida, lo alcanzamos tomando las primeras carreteras blancas de nuestro viaje, vías anchas sin asfaltar que serpentean plácidamente por las entrañas de la Toscana. En ésta pronto, al detenernos para hacer unas fotos al paisaje, encontramos un pequeño cementerio abandonado…

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Poco después, nos deteníamos para fotografiar una hacienda a la izquierda de la carretera, y otra que estaba en el lado contrario, que según el mapa podía ser una iglesia. Subimos por el carril flanqueado de antiguos cipreses, y en ese momento bajaba una señora en su coche; su inglés me paréció perfecto, y su aspecto me decía que no era italiana. Nos dijo que aquello había sido una iglesia hasta hace unos cuarenta años, pero que ahora era un estudio de pintura. Nos preguntó en broma si buscábamos algún sitio para rezar, a lo que contesté que no, que sólo era puro turismo. Así que nos tuvimos que conformar con la vista de la izquierda…

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Por fin llegamos a Asciano. Era un pueblo lindo, pero bastante alejado de la belleza de los lugares que habríamos de ver. Recorrimos su calle principal y en ella encontramos ya rastros de la belleza rural toscana…

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Iba siendo hora de almorzar, y aún nos quedaban unos kilómetros hasta el siguiente pueblo, San Giovanni d’Asso. Hacía un día caluroso y las calles estaban desiertas. El pueblo poseía cuatro casas que no nos asombraron, al menos en lo que pudimos ver antes de entrar a almorzar. La carretera que lo cruzaba poseía una buena vista, pero nada resaltaba. Vimos en ella una Osteria que por fuera no nos gustó demasiado, al parecer especializada en platos con trufa. Seguimos camino y en un mapa del municipio advertimos que sólo había otro lugar para comer: el hotel del castillo, un sitio lujoso con unos precios desorbitados. Así que decidimos volver y probar en la Ostería…

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DSC08292La Osteria delle Crete sería luego el lugar donde comimos mejor en todo el viaje. El local era pequeñito y precioso, y como en la mayoría de sitios el cocinero hacía la comida a la vista de los clientes. La señora que nos atendió fue un encanto, y el cocinero dedicó a mi hijo unos spaghettis a la carbonara que dijo ser su plato preferido. Su degustación de entradas a la trufa (pan toscano, queso y salami)…

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los spaghetti frutti di mare, los spaghetti a la carbonara, el vino de la casa, todo lo que comimos estuvo delicioso, incluidos unos postres a los que el fotógrafo llegó tarde…

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Y el café, un café al que en Italia no puede uno dejar de hacerse devoto.

Tras una larga sobremesa, paseamos por las calles interiores del pueblo, al que, después de un almuerzo tan maravilloso, mirábamos ya de otra manera. La pequeña y antiquísima iglesia de San Pietro in Villore nos encantó.

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Luego pusimos rumbo a la Abazzia Monte Oliveto Maggiore. Queríamos volver pronto a la casa para descansar un rato y prepararnos para el evento de la tarde noche. Antes de llegar a la abadía benedictina de Monte Oliveto Maggiore, nos paramos a fotografiar un fenómeno extraño del terreno. Arriba apareció la pequeña aldea de Chiusure…

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A la abadía se bajaba caminando por un bosque apacible, que hoy estaba algo más movido porque había boda. Carteles hechos por los amigos del novio regaban el camino, enseñándonos “el culo peloso” del pobre hombre. Y luego supimos que San Benedicto había sido una reencarnación del bueno de Pete Postlethwaite…

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La abadía resultó ser preciosa, y eso que sólo pudimos ver las zonas que no eran de clausura. El claustro mayor estaba decorado con la vida de San Benedicto, en frescos pintados por Luca Signorelli y sobre todo por un pintor que ya en el museo de la catedral de Siena me llamó la atención, no sólo por su nombre, sino también por su forma de pintar: Giovanni Antonio Bazzi, Il Sodoma. Curiosamente, sin saber la autoría de los frescos, hago fotos de dos de ellos que me llaman la atención, y por supuesto luego compruebo que son de Il Sodoma

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A mí Il Sodoma me parecía un cachondo, qué quieren que les diga. El resto de la abadía nos pareció increíble…

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Volvimos a la casa. Desde ella, antes de salir para San Galgano, vi que Siena se dejaba ver en la distancia, y traté de fotografiarla. Desde lejos posaba tan preciosa como desde dentro…

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Ya era hora de viajar a San Galgano. Una triste historia de amor nos esperaba allí…

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