Vagamos por Siena con sólo dos referencias: la Piazza il Campo y el Duomo. Entre ellas, en la Via di Città, tropezamos con el Palazzo Chigi-Saracin, donde se encuentra la Fondazione Accademia Musicale Chigiana. Suenan en un pequeño patio Los planetas de Holst, que brotan de una tiendecita de música excelentemente surtida. Sólo visitamos el patio, con una galería de techos ilustrados y un pozo, pero el rincón se basta para alimentar nuestro deseo de belleza.
Un poco más allá, doblando por la Via del Capitano, desembocamos en el Duomo, la Catedral de Siena, con su portada que constituye un delirio de detalles. Me siento torpe e ignorante por no saber nada sobre los autores de semejante maravilla, y por no tener ni la más ligera idea del contexto histórico y social en el que se construyó, pero todos mis silenciosos lamentos son desplazados por la sensación directa de asombro.
Busco en su magnífica portada detalles sorprendentes, pero necesitaría estar toda la tarde ante ella para disfrutar de cuanto ofrece, que por supuesto va mucho más allá de la religión…
Entramos en el Duomo y bulle de turistas. Es complicado moverse, porque en esta catedral no sólo hay que mirar hacia las paredes o los techos, sino también hacia el suelo, donde aparecen intrincados mosaicos pintados y grabados en mármol.
Al salir de la catedral, visitamos el Museo dell’Opera del Duomo, con esculturas, tablas y pinturas tan antiguas que de lo único que soy capaz de disfrutar es del silencio y de esa prestancia que poseen las obras antiguas... Pero arriba del todo, una escalera de caracol, con 131 escalones, conduce a lo alto de la fachada del museo, conocida como “Il Facciatone” (la gran fachada), desde la que se observan toda Siena y sus alrededores.
Por último, perdido de la gente en este dédalo fascinante, visito el Battisterio, un lugar pequeño, fresco y oscuro donde la mirada no sabe bien dónde posarse primero…
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