El día lo terminamos visitando San Quirico d’Orcia, un pueblo amable y acogedor por el que paseamos ya algo cansados. Aun así, sus rincones no sólo invitaban a la fotografía, sino que uno podía imaginar lo que debía ser vivir unos días allí, sin prisas, descubriendo todo lo que sus callejones escondían…
Aún nos quedaba luz para acercarnos a Castiglione d’Orcia. Su castillo había permanecido, durante nuestra visita a Bagno Vignoni y a San Quirico, allá arriba, soberbio y orgulloso. Cuando quisimos llegar a Castiglione, las nubes se había cerrado sobre un sol aún vivo, e incluso mientras caminábamos hacia el castillo por un pueblo ya adormecido, cayeron algunas gotas, así que tomamos unas fotos y volvimos al coche para refugiarnos de la lluvia, mientras la noche prematura se hacía con Castiglione, donde olía a chimenea y a otoño…
Al día siguiente nos propusimos visitar Arezzo y Cortona. Estaban un poco lejos, y así, en el camino, tuvimos oportunidad de encontrarnos con algunas sorpresas. Primero los paisajes que salpican toda la Toscana…
…y luego algún burgo aislado, como este de San Gimignanello, elegante y desierto a esa hora del mediodía. En la plaza del pueblo, dominada por el imponente torreón, jugaba solitario un niño muy pequeño, mientras a su lado un perro dormitaba indolente. La paz del lugar resultaba a la vez abrumadora y fascinante…
Arezzo nos aguardaba con sus sorpresas…
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