El albero encendido, los arcos oscuros, las naranjas que caen como horas, el áureo resplandor de la tarde y los jardines silenciosos donde jacarandas y ginkos entrelazan las manos, con el rumor de la ciudad que tropieza en las murallas y cae luego disuelto en la quietud de las fuentes. Las calles han embrujado al destino, y turistas discretos creen pasear por un presente que es puro pasado. Huele a tristeza mientras los pasos se deslizan sobre adoquines desiguales, sobre la desigual construcción de un sueño prácticamente olvidado. Rincones que ya estuvieron entonces, que se quedaron ahí para verme pasar, pasar casi sin hacer ruido...