Hoy llegué triste a la Residencia. Mi padre dormitaba en la silla de ruedas, en un salón cuyas paredes aparecían tapizadas de ancianos aparcados. Lo desperté, y al besarlo él hizo inmediatamente el gesto de levantarse. Le dije que traía música, pero que tal vez prefería andar. En efecto, tenía ganas de moverse. Así que desaté el feo cinturón de tela que lo aseguraba a la silla y, con mucho trabajo, se puso de pie. En uno de los salones, que estaba a rebosar, celebraba misa el cura de siempre junto a un cura más joven, de rostro poco agraciado y con una raya perfecta y ridícula en el lateral del cráneo, dividiendo en dos una cabellera larga y grasienta. Mi padre, desvariando, comentó al pasar que había sido él quien había metido a toda aquella gente allí...
Caminamos un buen rato, rodeando los patios interiores por los pasillos iguales, saludando varias veces a los mismos viejitos, topándonos con las cuidadoras sorprendidas de ver a mi padre caminando. Al fin se cansó y, aprovechando que la misa había acabado, tomamos asiento en un sillón cualquiera del salón. Encendí el ordenador, coloqué los auriculares a mi padre e hice lo propio conmigo. La voz atiplada y difícil de Valderrama comenzó a brotar de los auriculares. Mi padre cerró los ojos inmediatamente. Su mano volvía a seguir el compás de los cantes, y al final de cada uno de ellos abría los ojos para mirarme y soltar un leve gesto de admiración. Distinguía perfectamente los pasajes de trámite de esos quejidos bien articulados y grandiosos del cantaor. Una de las veces dijo: "Canela, to lo que canta es canela".
Al rato lo dejé en el comedor, rodeado de ancianas con el seso perdido cada una a su manera. Quise imaginar que los ecos de Valderrama aún resonaban en sus oídos. Yo seguía sintiendo una tristeza indefinida, la misma con la que había llegado a la residencia. Al subir al coche comenzó a sonar una nueva canción de los Beatles. Recordé de pronto que había venido escuchando un disco recopilatorio de temas antiguos de los de Liverpool, y por un instante estuve tentado de retirar el disco: no me cuadraba con mi humor ni con Valderrama. Pero lo dejé puesto, y comencé a solazarme en la ingenuidad de aquellas canciones simples, en su valor como recuerdo, porque de pronto entendí que aquéllos eran los compases que algún día yo recordaré sin necesidad de la razón; porque la música alcanza en nosotros los rincones más inalcanzables. Y entonces mi tristeza se desvaneció un tanto, y empecé a canturrear Michelle, Norwegian Wood, Penny Lane, Nowhere Man, All My Life... Al fin y al cabo los hombres no somos tan distintos.
18 comentarios:
idea lo pone como ejemplo de una psición vital que no me gusta, sin embargo me ha hecho conocer su blog, casi una trampa.
Compartimos desagrado por el toreo; es bastante.
Estimado Cacho de pan: para responder a su comentario debería conocer sus blogs, y lo cierto es que probablemente hasta esta noche no podré detenerme en ellos. Aun así, nada me gustaría más que, en el futuro, podamos charlar sobre esa posición vital mía que no le gusta. Me agrada mucho su sinceridad, y me encantaría poder aclararle cuantos detalles sean precisos para que esa supuesta posición vital (que ya le adelanto no es ese pesimismo entregado y pasivo que algunos me asignan) empiece a disgustarle menos. Lo del toreo es un principio, sí señor. Sea bienvenido y espero que disfrute en algunas de las estancias de mi cuaderno. Pondré de mi parte para que me ocurra lo mismo en los suyos.
El Sir que escribe cuando piensa, piensa y siente (razón). Pero el Sir que escribe cuando siente, sólo siente (corazón). Enhorabuena.
Perdona este absurdo juego de palabras, no premeditado, pero es lo primero que he pensado, o quizá sentido, después de leer tu texto.
Un abrazo.
Admiración. Saludos.
Todo pesimista público padece la coquetería de la amargura. Nuestro Sir se quiere discípulo de Cioran; y no es infiel a su legado.
Querido amigo, disfruto leyendo tus anatemas; echo a veces de menos tus ejercicios de admiración; agradezco siempre tus socarronerías.
¡Y qué calor tengo!
Querido amigo Amart, me sonrojas un poco, pero aunque no tenga mucha ocasión de utilizarla, la modestia no me parece una virtud. Lo digo por lo de la razón y el corazón. De lo primero llego donde llego (y me valgo de ese alemán tan cabrón, Don Alzheimer, para excusar mis muchas limitaciones), y lo segundo lo dejo vivir con los menos límites posibles. Tampoco a la tristeza le pongo demasiadas trabas... Pero lo mejor, sin duda, de estos párrafos que escribo son los tesoros que he encontrado en el camino. Un abrazo.
Admiración compartida, querido Luis. Un pobre aficionado a la fotografía no puede más que sentirla ante un artista como tú. Otro abrazo.
Y qué decir de su lucidez, Don Francisco. Aprendo mucho con sus cuadernos, me asombran sus conocimientos y la claridad de su actitud ante este laberinto en el que andamos extraviados. Su fuerza, la entrega a usted mismo, su sed que crea... Eso sí, su calor me jode profundamente porque también es la mía, y a mi edad la llevo sólo regular. Oiga, y todavía andamos a seis o siete grados de nuestras mejores marcas... Cuídeseme, que con ese vicio del amor...
cazas instantes melancólicos en tu blog (no es una valoración, sólo un recordatorio).
y yo solía ser una sirena, tengo que entrenar.
Querida An, me sirve para que esos instantes no se evaporen en mi pésima memoria. Las sirenas son (sois) lo único que evita al ser humano morirse sin salir de la vía que va del nacimiento a la muerte. Yo ahora daría un mundo por oír algunos cantos peligrosos... Un beso.
No vuelve a dolor la muela recordando que te dolió. Sin embargo si se siente el beso cuando se evoca.
Me gusta leerle a usted los ojos de su padre.
saludos
Precisamente por eso el recuerdo (incluso la nostalgia) es uno de nuestros tesoros, y una de nuestras virtudes. A mí me halaga, me gusta su gusto de leerme... Y sus fotografías, claro, también... :-p
Ay! qué encogidico me dejas el corazón...
Seguro que aún así lo tienes grande como el de un gigante comparado con el mío. Ahora debe de haber desaparecido en mi pecho y haría falta una buena lupa para encontrármelo. Qué vida ésta... Un beso, Lulita.
Tu y tu padre me hacéis llegar al corazón muchas sensaciones, no las puedo describir, andó un poco corto en eso de la descripción pero solo decirte que los dos llegáis profundamente al corazón de muchos de los que os leemos.¡¡Ah¡¡Cada vez que escribes referente a tu padre os engrandeceis ambos. Saludos
No encuentro pesimismo. Sin haber marcado un camino, yo siento de qué has hablado. Creo comprender lo que has dicho. Es molesta en ocasiones la percepción, más si se enlazan bien todos los hechos que están en nuestra cabeza queriendo que alguien les de voz. Un día puedes encontrar que cuanto decías, lo reconocen a tu alrededor, y ello aún te hará pensar, percibir y sentir más. Ojalá me equivoque.
Gracias a ambos. Precisamente escribo sobre mi padre para entender y entenderme un poco mejor, para no ocultarme nada, para reconocer que la vida es también esto. Y escribir y compartirlo no sé si nos engrandece, pero sí alegra una barbaridad. Abrazos.
Es tan hermoso tu detalle. Yo entiendo ese gesto suyo Cuando uno quiere ver la luz cierra los ojos. Una de las veces y ya todas las veces.
Sí, Paralelo 49, cerrar los ojos cuando te sumerges en la música es casi como un sucedáneo del sueño, un viaje inopinado a las tierras vírgenes de nuestros sentimientos y recuerdos. Si hubieras visto el gesto de mi padre al cerrar los ojos...
Apreciado John como se te extraña en letras, pinturas y realidades decidí recorrer tu blog y encuentro este entrañable post que nos habla de realidades, pues si he visto llegar la decadencia del cuerpo muchas veces hasta el final y es duro porque la persona tiene espíritu y genio, conciencia y todo el saber acumulado que parece un desperdicio. Lo cuentan y los oyentes se aburren y ellos es lo único que pueden hacer, contar y recontar. Tu gesto fue precioso, de un hombre de bien. Te aprecia y extraña: Rosa
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