sábado, 14 de junio de 2008

Falsa muerte y muerte verdadera

Ocurrió hace más de catorce años. Mi tía me llamó porque el hijo de mi tío Juan la había telefoneado para decirle que mi otro tío, mi tío Manolo, había muerto. La voz de mi tía apenas le salía de los labios, y las lágrimas acudieron de inmediato a mis ojos.

No tenía mucho contacto con mi tío Manolo. En los últimos años las relaciones con su mujer y sus muchos hijos se habían deteriorado hasta el punto de que cada dos o tres semanas nos dábamos con algún incidente. A veces, su mujer y los dos hijos pequeños, que eran los que aún permanecían junto a él, se marchaban y lo dejaban solo en una casa de construcción improvisada, en uno de los poblados ilegales de Utrera. Allí mi tío, asaeteado por varios infartos frustrados, y con las piernas salpicadas de trombos, criaba pavos, construía una piscina, cuidaba un museo de cachivaches inservibles y saciaba su sed con grandes dosis de alcohol. Recuerdo que cierta vez dijo que bebía para olvidar todas las barbaridades que había tenido que cometer para mantener a su mujer y a sus ocho hijos. Aun así, siempre supe que aquello era sólo media verdad, que su mundo había sido siempre el de un aventurero irresponsable y sin demasiado seso.

Una de sus hijas, de las más belicosas con el padre, había llamado al hijo de mi tío Juan y le había dicho que mi tío Manolo Manolo en grupohabía muerto. Mi primo, un adolescente inseguro, no sabiendo muy bien qué hacer, puesto que su padre estaba trabajando e ilocalizable, avisó a mi tía. Ésta llamó a mi madre, y mi madre hizo lo propio conmigo. Tomé el coche y recogí a mi madre, a mi tía y a su marido, y nos encaminamos a Utrera. Era una joven y cegadora tarde de verano, y la zona sur de Sevilla parecía un desierto. El sol y las altas temperaturas borraban todos los detalles del paisaje.

Al poblado se entraba por unas pistas de firme irregular, en las que el coche levantaba una polvareda seca y asfixiante. Íbamos en silencio, con el corazón roto, temiendo el encuentro con el cadáver de mi tío. Pero al aparcar el coche junto a la verja, en cuanto puse un pie sobre el suelo, tuve el firme presentimiento de que mi tío aún estaba vivo. Entramos y cruzamos el descampado que separaba la verja de la casa, con la piscina a medio construir a la izquierda, con el corral de pavos al fondo, a la derecha de una construcción de planta baja y parcheada como una chabola. Había una especie de porche mal construido con unas cortinas desiguales, y tras él había gente. Divisamos a la mujer de mi tío y a alguno de sus hijos. Yo caminaba con la certeza de que allí no habría ningún cadáver, con la sensación de que aquella tarde no era el momento adecuado para que mi tío muriera. Al alcanzar las cortinas y mirar tras ellas, efectivamente pudimos ver a mi tío Manolo, sentado en la sombra, y vivo. Mi madre y mi tía lloraron preguntando entre sollozos por qué habían hecho aquello.

Nos explicaron: al parecer mi tío y su mujer habían mantenido una fuerte discusión, en la que habían participado algunos de mis primos, y una de mis primas había llamado a casa de mi tío Juan para decir que, para ellos, mi tío Manolo había muerto. Parece que el hecho no fue intencionado, pero lo dijo de forma que mi primo, que calculo andaría entonces por los dieciséis años, entendió que mi tío había muerto.

Juan niño con pájaros Tratamos de mediar pero a los cuatro nos asaltó la necesidad de irnos de allí cuanto antes. Teníamos que hablar con mi tío Juan para avisarlo de que todo había sido un error. Además, habíamos llorado durante más de una hora una muerte falsa, y nuestros sentimientos se habían retorcido innecesariamente. Ahora, además de aliviados, nos sentíamos agraviados y hartos de aquella situación.

Mi tío Juan, tal vez la persona más buena que yo haya conocido nunca, no tenía coche. Cuando llegó a su casa, su hijo le informó de la muerte de su hermano, y el pobre mío se lanzó con su modesta moto al ardiente asfalto, destrozado por el dolor y apabullado por aquella calor terrible. Cuando volvíamos por la carretera hacia Sevilla lo vimos que llegaba en dirección contraria. Le pitamos y nos detuvimos en el arcén de la carretera. Recuerdo perfectamente su cara, sus gestos, su rabia cuando le contamos lo ocurrido. Lanzó el casco a la cuneta, partiéndolo y haciéndose una herida en la mano, y lo hizo por el miedo, para vaciarse de toda aquella tensión insoportable, y porque ahora sería su hijo el que rezaría como causante de todo aquel embrollo. El hecho comprensible de que mi tía, mi madre y mi tío Juan ayudasen en todo momento a su hermano Manolo, mucho más cuando, enfermo, a veces se quedaba solo en aquella casa de campo, y a pesar de reconocer que era un hombre a veces intratable, un enfermo del alcohol, les había granjeado la enemistad de mis primos y de la mujer de mi tío. Ahora el hijo de mi tío Juan sería para todos ellos el responsable de aquella historia, y mi tío se vio envuelto en un vendaval de alivio, de dolor, de furia, de cansancio, sobre todo del cansancio de trabajar duro todos los días, de sacar adelante con tanto esfuerzo una casa, de ayudar no sólo a mi tío Manolo, sino a toda la familia, de cuidar a mi abuela, que por entonces había perdido la cabeza…

Hermanos

Rememorando aquel momento, en que traté de tranquilizarlo con un abrazo, no me extraña que a los dos o tres años, con sólo cuarenta y dos cumplidos, el corazón de mi tío Juan explotara y se nos fuera para siempre. Hoy el presente, como entonces, no le hace ninguna justicia, ni respeta en exceso su memoria, como nunca respeta la memoria de los mejores. Y aun así, creo que mi tío Juan se dejó aquí dentro de mi pecho un montón de sus tesoros.

5 comentarios:

Lula Fortune dijo...

Tu tío Juan estará en el cielo con mi tía Carmen. Algún día te contaré su historia de costurera alocada que bebía los vientos por su sobrina favorita. A veces veo su rubia melena entre la gente y me pregunto por qué los buenos simpre se van antes.
Besos tristes.

Sir John More dijo...

La bondad debe ser mala para la salud, o tal vez Dios exista realmente y sea un gran y todopoderoso hijo de puta. Una de dos... Creo que se quedan, Lula, su generosidad es tan enorme que al irse se quedan con nosotros en las formas más hermosas y agradables. Beso aun así también triste.

Luna dijo...

Buenos días...
Me falta tanta gente querida que no me planteo si buenos o malos, solamente que se nos acaba la vida y para ello no hay edad.
Lo que tengo muy clarito es que debería haber un orden natural, los de mayor edad y la vida vivida, los primeros.
No hay nada más triste y desolador que unos abuelos tengan que decir adios a sus nietos o los padres a los hijos.,
Pero bueno, así es la vida.
Un beso

Sir John More dijo...

Sí, Luna, así es la vida, y tienes tanta razón. Aunque la marcha de los buenos, de los realmente buenos, duele mucho más que la de los demás.

Un beso.

RosaMaría dijo...

Tus escritos dan fe de que sus tesoros quedaron en ti. Abrazote