Repugnante, profundamente vomitivo. Ya no es el festival idiota de la sangre, la masacre o la tortura animal; ni siquiera la furibunda pasión de la masa adocenada y casposa. Es el acto baladí, loco, casi siempre desesperado, urdido con razón de taleguilla, sin el más mínimo rastro de cerebro y si corazón uno del pleistoceno. Tener cojones de ponerse ante un toro, éste es el discurso. Y ahora un trapo, y unas posturas, y una liturgia como todas las liturgias, y los insufribles puros, los insondables entendidos en el capote, el trapío y la verónica. El hombre es el único animal capaz de extraer una maldita religión de una banal incidencia…
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