lunes, 20 de agosto de 2007

Poemas del desperdicio (II)

(Capítulos: I ... III, IV)
Tani Curiel, descarnado y sin afeitar, con una seriedad que a veces se hace sobrecogedora, acompasando su voz al susurro de la brisa nocturna, comienza:

Ay si descubriéramos los esquemas inmutables de la existencia, sobre los que danzan nuestros piojos, esos esqueletos simples que sostienen nuestras hambres y la mendicidad de nuestros corazones… ¿Sabéis? He pensado mucho en ellos, mucho, sí. Esta noche no he aportado mucho al banquete, pero creo que podría regalaros algunas palabras…

El discurso de Tani es como una canción que ilustra la cena y que todos siguen con la razón o con el alma, salvo que a alguno, antes del final, lo rapte el ineludible Morfeo…

Desde la estructura molecular hasta los más íntimos deseos, desde la lluvia terca a la cautivadora metafísica, todo sigue un modelo común, un patrón caótico con pequeñas piecitas esenciales unidas por fuerzas invisibles y casuales.

Carlitos Balboa se acomoda en el césped, con la espalda sobre la farola, con una gran sonrisa joven y vigorosa enmarcada en ese mar de fuerzas misteriosas e impredecibles que es su pensamiento. Ranita, por su parte, se arrebuja en el hombro de Crisos, que con una mano bebe del cartón y con la otra enreda en el pelo descuidado de Ranita. Isolda, negra y peluda, apoya la cabeza en el suelo y observa a Tani con orejas gachas y grandes ojos tristes, como si intuyera otros mundos. Tani paladea los términos.

El universo, hasta donde es posible conocerlo, es decir, hasta donde existe, consiste en una rueda constante de explosión y recogimiento del Bolindre Concentrado, la pelotita primordial predivina. Su sustancia va y viene, oscilando con distinción en la nada, jugando a la aceleración y al arrepentimiento, recreando infinitas réplicas fractales de sí misma…

Santos interrumpió: fractales. A veces los vagabundos, a pesar de sus muchos caminos, nunca se han cruzado con una palabra, y la dicen en voz alta para que Tani se la descifre.

El fractal es la repetición dulcemente imperfecta y eterna de algo en si mismo. Si tuvieras un catalejo podrías observar tu propia imagen en el cristal de mi ojo. Y si tu catalejo pudiera ir más allá, descubrirías que, en esa imagen de ti mismo, la pequeña lente del catalejo refleja mi imagen, donde volverías a descubrir la tuya, y así ad aeternum
.

Ranita: ¡adeternun! Y Crisos enreda su barba excesiva en el pelo de Ranita, la besa y le susurra: eternamente, chiqui.

Con suficiente atención y el justo cuidado, y en cualquier rincón de los alrededores, en cualquier objeto, en la menor de nuestras emociones o en todas las relaciones que se establecen entre mendigos, vividores, muertos vivientes y patronos de cárceles y conventos, casi en cualquier cosa o sitio se puede adivinar esta estructura caótica, donde elementos idénticos se agrupan mediante atracciones y rechazos inesperados e inevitables. Y el caos, como un magma hirviente y silencioso, crea en nosotros la sensación de hallarnos ante el orden, ante la ley, ante la lógica y la armonía.

Tani deja en el aire, resonando, la palabra armonía. Santos aprovecha el silencio y sopla unas breves notas en su flauta que suena como una harmónica en la quietud de la noche de verano, mientras la luz de la farola comienza a bailar al son de las ramas, la brisa, el caos… Tani continúa masticando con paciencia cada una de sus palabras.

Pronto veréis dónde quiero llegar. Átomos y moléculas han sido estudiados en profundidad, réplicas más o menos exactas del universo. Su aparente estabilidad sólo es fruto del espejismo que el tiempo, aliado de nuestra impaciencia, provoca en el investigador. Pero mientras que los átomos y las moléculas han sido diseccionados con tesón, no cabe afirmar lo mismo del resto de los asuntos universales, cuyo estudio se intenta parcelar en disciplinas pretendidamente autónomas y patentemente autófagas.

Esta vez Santos conocía el término. Fue Gildo con su voz de cristal roto el que interpuso: autófagas.

Ramas del conocimiento que se comen a sí mismas, que apenas gustan las delicias de otros saberes, y así se van agotando en su aislamiento hasta quedarse sólo en una gran boca que traga y un gran pedazo informe de carne, una aburrida caricatura de la curiosidad…

Gildo apunta con su dedo de hueso y exclama: ¡Caníbales! Tani asiente con la cabeza y continúa.

Es algo parecido a lo que ocurre con nuestro cerebro, cuando el estudio pormenorizado e hiperlento de cada uno de sus procesos electroquímicos nos torna incapaces de observar y entender el verdadero funcionamiento de nuestro órgano vital. Si en vez de detenernos en los hechos microscópicos (puramente condicionados y secundarios) de nuestra mente, aplicásemos el molde caótico a su estudio, obtendríamos muchas y mejores conclusiones. Porque, ¿no es cierto que nuestro pensamiento también estalla proviniendo de la nada, y se despeña con alegría centrífuga por inopinados lugares, para luego, cuando cree uno que ya ha dominado el arte de pensar, ir acurrucándose en el marasmo de la vejez y acabar con la sencillez concentrada e igual de la muerte? La humanidad, como el universo, es la historia de muchos estallidos, todos diferentes y al cabo iguales porque nada hay sino un ir y venir desordenado e inescrutable.

El viejo Rafael duerme junto a Tani, con la cabeza empotrada en el cóncavo pecho y el brazo tullido colgando por el lateral del banco. Pedro el tuerto lo mira con ternura con su ojo de cíclope accidental. Ya, hasta el final de su exposición, nadie vuelve a interrumpir a Tani, que se sumerge emocionado en la cadena de ideas, y su pasión convence más que sus conjeturas.

De la misma forma, cualquier suceso, cualquier proceso, cualquier exceso o deceso podrían encontrar acomodo natural en este esquema que es el del universo y el de la vida, fuera de la cual no hay nada, ni siquiera la nada. Infinitos procesos elásticos se entrecruzan, se superponen, se contienen unos a otros explicándose sólo parcialmente. Innumerables explosiones pasionales atruenan nuestra realidad para convertirse luego en ceniza apelmazada e inmaterial. Y las ilusiones desembocan en desilusiones, y la muerte desemboca en la vida, así hasta siempre.

En este vaivén de la materia, con el que se construye la existencia, podrían estudiarse determinados momentos constantes, uno de los cuales sería el de la gran condensación. Si admitimos que fuera del Bolindre Concentrado, de esa pelotita primordial predivina, de ese punto infinito y microscópico, nada hay, tenemos por fuerza que deducir que en ese momento de máxima concentración el vacío no existe. Nada, ni espacio ni tiempo caben en los resquicios inexistentes del diminuto universo, que es todo. Por el contrario, cuando el Bolindre ha estallado y sus desechos han alcanzado cotas máximas de excentricidad, el vacío es casi absoluto, tanto que se podría hablar de un vacío virtual completo. El universo va del todo a la nada, de la nada al todo, y fuera de él no puede haber ni todo ni nada.

Pero nuestros ojos insignificantes nos engañan sobre el universo, y en las noches oscuras y sin nubes el cielo se nos muestra plagado de estrellas, de una cantidad tan inabarcable de astros que se diría que el firmamento rebosa de materia. Cualquier aficionado a la astronomía sabe que, dada la cantidad de materia que flota en él, y las distancias astronómicas que se dan entre cualesquiera dos motas de esta materia, el universo puede considerarse, a efectos prácticos, como un lugar vacío, como lo está también un átomo o una molécula. Y así, de vacíos, construimos nuestros útiles engaños, los torpes artificios que permiten a nuestros diminutos intelectos llenar páginas y páginas de absurdas teorías y de demostraciones supuestamente irrefutables. El fractal de nuestros engaños…

Baste, para terminar, una llamada de atención sobre algunas de las muchas consecuencias que podrían extraerse de esta, podríamos llamarla así, Teoría del Bolindre Concentrado y el Caos Incomprensible. Y es la relación estrecha entre esta idea del caos oscilante y la existencia del Diablo. En este funcionamiento del todo y de todo, en esta aburrida oscilación entre el todo y la nada, en la que nada importa porque el vacío aumenta de golpe y porrazo hasta límites totales, y el aislamiento de las unidades llega a ser intenso hasta la nausea, para que luego la unidad, sin tiempo de pensarlo, se hunda en cuestión de un instante en la densidad máxima y desaparezca como tal unidad; si todo esto pasa, ¿no podrá concluirse que ningún otro mundo se ajustaría mejor a nuestro concepto del Diablo? Banalidad, hastío, prescindibilidad de los seres, esquemas inflexibles, horror final, reunificación última del amor y el mal, del cariño y la degeneración en una infinitesimal esfera total, en donde se subsumen sin consideración todas nuestras glorias y desgracias. Y entonces el estallido y de nuevo los juegos y los engaños y las alucinaciones… ¿No escucháis una risotada maligna y sulfatada resonando en los fondos oscurecidos de vuestros corazones? El Diablo, amigos míos, el Diablo descubierto en la reverberación del estallido eterno. El tiempo no existe sino por nuestra propia menudencia, gracias sólo a nuestra existencia infinitesimal y parsimoniosa, por nosotros, que tal vez no seamos más que pequeños y fútiles accidentes del Mal…

Tani Curiel desciende del banco y se interna entre las adelfas que han estado todo el tiempo acariciando su espalda. En el silencio que se produce sigue flotando el aroma lunar de la dama de noche, y ese perfume a jazmines que provoca el llanto triste de los enamorados. El álamo negro juega con la luz de la farola, y entonces cada uno busca en el universo un rincón mullido donde morir un rato.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Madre mía. Ya me has dado material para pensar durante un mes.
¿Cuánto te llevó a tí pensarlo?
Un saludín desde tu tierra.

Sir John More dijo...

Bueno, no sé, tal vez Tani haya mentado frases que llevaban mucho tiempo dando vueltas en mi confusa cabeza. No te me agotes, Leo, si el final todo es juego...

Espero que lo pases bien por estos cálidos pagos, y si apetece un café, aquí me tienes.

Besos.

Anónimo dijo...

Ya nos contarás lo que se fuma el Curiel (¿es familia de aquel Enrique otrora azote rojo y agora senador asentidor de cuanto dice la voz del amo? -qué pregunta, claro que no-). La Teoría del Bolindre Concentrado y el Caos Incomprensible haría las delicias de los físicos más cronopios del mundo. Divúlguela vuesa merced. En dosis adecuadas, eso sí.
Ah, por cierto, esa definición de lo fractal como repetición dulcemente imperfecta y eterna de algo en si mismo, me da que se nos puede aplicar a los bitacoreros. Eso me parece.
Bueno, de cualquier forma, a mí lo que definitivamente me atrapó fue ese final que habla del aroma lunar de la dama de noche, del perfume a jazmines que provoca el llanto triste de los enamorados, del álamo negro que juega con la luz de la farola, del universo que cada uno busca en un rincón mullido para morir un rato. Qué bueno, oye.
Un abrazo, amigo.

Sir John More dijo...

No, por dios, amigo mío, nada que ver con ese señor al que ya había olvidado... Fueron tantos los que se reciclaron con aquello del realismo (nada mágico y todo ecónomico), que hice lo posible por que sus caretas de conversos fueran dejando espacio libre en mi limitado cerebro.

Y es cierto, nuestro mundo de palabras también es una especie de fractal. No sé si a veces te ha pasado que una sensación de náusea te vence al indagar en cuadernos que remiten a otros cuadernos, que a su vez se ramifican en otros cuadernos… Y cientos de ideas se van multiplicando pero volviendo recurrentemente a ellas mismas… Yo, que de natural soy propenso a la labilidad neurovegetativa, es decir, que me mareo cuando juego con las olas en el mar, hay veces que tengo que cerrar la tapa del cacharrito y los ojos, y luego dejar que el líquido de mis conductos semicirculares se asiente antes de seguir pensando. Hay fractales interesantísimos pero la mar de jodidos…

Y me alegra mucho que sintieses ese final, porque es la imagen imborrable de las noches estivales de mi infancia, y le tengo tanto cariño… Un gran abrazo.