Acto 1º.- MARTE, EL DIOS DE LA GUERRA
Marte, vestido de rojo, entra en escena pavoneándose, remirándose con vanidad y autocomplacencia. Al son de la música, Marte comienza a bailar austera y frenéticamente sobre un fondo de cielo tormentoso y oscuro, revolviéndose de un lado a otro del escenario, y en cierto momento, habiéndose levantado un vendaval, llamas de papel surgen de su cuerpo poderoso.
A continuación, Marte marcha militarmente, y comienza a demostrar sus espantosas habilidades. En su recorrido ilumina personajes que parece inventar en su danza, y así, bajo su brazo aparece una mujer corriendo con un niño pequeño e inerte en los brazos, y luego un soldado muy joven, de rodillas con las manos sobre la cabeza vendada y sangrante. Figuras moribundas van arrastrándose desde el foro oscuro, cuerpos que caen muertos sobre el campo de batalla donde empiezan a destellar las explosiones y a flotar un humo lento y triste.
Conforme la música se serena, todo se borra y Marte queda de nuevo solo, recogiéndose con suavidad sobre sí mismo y como mirando la guerra que se despliega en su pecho. Entonces, después de resucitar a los muertos con caricias y borrar del escenario los desastres que antes creó, comienza a alumbrar nuevas imágenes, todas de un rojo intenso: un gran libro que lleva Don Quijote bajo su brazo, un director de orquesta ataviado de prisionero nazi, al que obedecen luces rojas que van al son de la música, un escalador que se para ante la inmensidad de una gran montaña roja y nevada...
Lentamente, conforme baja la música para terminar, Marte vuelve a quedarse solo, de pie, girándose lánguidamente para marcharse. De súbito se detiene, y dirige al público una mirada oblicua, una larga sonrisa maliciosa, y se retira hacia la oscuridad.
2 comentarios:
uhm..., ¿tú cuentas cuentos a tus hijos...? ;)
Ay, u, estuve el fin de semana en la playa, desconectado del mundo electrónico, y bueno, no pude contestarte. Claro, le contaba muchos cuentos. Ahora ya se dejan menos, aunque cuando hablamos, en cierta forma, sigo contándoles historias. En mi viaje loco a Escocia, sólo con un Adrián de menos de cuatro años, estuve diez días inventando cuentos (algunos realmente disparatados) para él, y de entonces quedó alguno escrito, como el del caballero Malcolm McNeill...
Un beso.
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