Serás su amiga interesante por algo, ¿no? Ella no nombra interesante a cualquiera. Ese interés debes tenerlo en algún sitio, aunque hay que reconocerlo, el interés que provocamos en los demás de poco nos sirve a los que buscamos nuestro propio interés fuera de nosotros mismos. Quiero decir que malamente nos servimos de excusa para vivir, que para levantarnos de la cama necesitamos encontrar una razón fuera de nosotros, algo que nos invite a movernos, a ilusionarnos, a desear.
Tal vez no sea yo el más indicado a la hora de buscarte motivos para la ilusión, aunque quizás por eso mismo, por creer con firmeza en la sinrazón esencial de esta vida, pueda tener más fuerza moral para recordarte esas fugaces y asombrosas maravillas que, inopinadas y gratuitas, se prodigan a nuestro paso. Por supuesto, el inventario de delicias que nos sonríen mientras vivimos resulta inabarcable, además de que son siempre tan personales que sería estúpido por mi parte tratar de hacer aquí relación exhaustiva de ellas.
Permíteme que me centre en un par de detalles, que tal vez te serán de utilidad en esa búsqueda, consciente o inconsciente, en la que pareces andar embarcada. Uno de los detalles será una sensación, y el otro un par de ojos. De propina podría añadir tal vez un deseo…
Hoy mismo leía de Cioran uno de esos impagables aforismos suyos, en el que se mofaba de los dioses, de Dios, por su incapacidad para acabar con su propia vida. Sólo los seres humanos podemos acabar con nuestra historia, el suicidio es nuestra prerrogativa, algo que nos eleva y nos hace más poderosos que el mismo creador. Pero también contaba Cioran (un hombre que reunió como nadie reparos contra la vida humana) que si nunca optó por el suicidio fue precisamente por eso, porque sabía que siempre estaba ahí su posibilidad, que nada ni nadie podría arrebatarle ese poder, esa facultad, esa puerta de emergencia. Pero una vez ahí, ¿qué necesidad tenía él de suicidarse? ¿Acaso el suicidio no suponía en sí mismo una nueva decisión, otra fe, aunque fuese negativa, “identificarse con algo, ceder a la seriedad, arruinar la ironía”? Si la vida no alberga sentido alguno, tampoco lo tiene el suicidio. Dejarse llevar por los vientos, sonreír cuando a nuestros nervios se les antoje y los músculos de nuestro rostro adquieran casualmente el tono adecuado para la risa. Reírnos de la vida, de nosotros mismos, de la creencia en los puntos cardinales, de la ley de gravedad, de las matemáticas o el suicidio, del amor eterno o de la sempiterna hermosura de la primavera: reírnos de nuestra risa, mientras las brisas nos persuaden y los vendavales nos arrastran.
Mi querida amiga interesante, tal vez ya lo haya contado en otro lugar, pero lo repetiré con gusto para ti: soy un hombre débil, inconstante, una persona que podría resumir muchos años de su existencia con el esquema simple ilusión-desilusión. Imagino que conoces muy bien esa sensación de lo imposible, de morir por un deseo que sabes del todo irrealizable, de sentirte atado y amordazado en la decepción irrevocable, tan hundido y moribundo que sueñas con una última mañana en la que tus huesos ya no necesitan moverse. Yo sufrí esta sensación en muchas ocasiones. Generalmente sucedía a una etapa de exaltación y ardor, de esfuerzos por beber los minutos, tal vez colgado de una mirada prohibida o de una aventura irrepetible. Eran ciclos en los que bruscamente todo se derrumbaba y nada conservaba el más mínimo sentido, y nada ni nadie podía hacer nada por salvarme del dolor. Pues bien, incapaz de acabar con todo, me sorprendí en un estado que a saber si no se hallaba aún más allá que el propio suicidio. Llevo años buscando una palabra para esa sensación que quiero regalarte, y sólo encontré una que, aunque no me satisface demasiado, puede servirnos: humildad. En esos instantes terribles y extremos repentinamente notas que casi todo tu dolor proviene de ti mismo, para nada de la vida. Adviertes que todos los problemas son consecuencia de un ardor artificial y añadido que aplicas a todos tus movimientos. No sé si consigo explicarme: nos engañamos a nosotros mismos, porque primero creamos nuestra necesidad de motivos, y luego nos decepcionamos al no encontrarlos. Atiborramos nuestra vista de deseos y luego los vamos apagando uno a uno, hasta que concluimos erróneamente que la vida nos defraudó. En estos momentos en que yo no tenía nada, en que no era nada, en los que renegaba asqueado de todos mis deseos y lo único que ansiaba era descansar, me veía de pronto invadido por una sensación más que placentera, como una liberación: la humildad. No merecía nada, y nada quería que no llegase gratuitamente, por puro azar, como un regalo para alguien que no sólo no había muerto, sino que había conseguido descender al nivel real de la vida, al nivel de la realidad caótica y del sinsentido, y elegía dejarse llevar por los juegos, reírse de todo, de sí mismo principalmente.
Con el tiempo, siendo salvado una y otra vez por esa sensación reparadora, aprendí a conservarla junto a mí más y más tiempo, y mientras iba dejando de confundir mis deseos con los regalos que nos hace la vida, ésta fue decepcionándome cada vez menos. Nadie puede negar que en este mundo el dolor se mide por montañas, mientras que la felicidad sólo puede calificarse como etérea, efímera, imperfecta… Pero no es menos cierto que cualquier gramo de felicidad es más inesperado (y por tanto más influyente) que todas esas toneladas de dolor que no son más que eso, la base donde se asienta la propia vida.
Y aquí llego al segundo regalo, el par de ojos, ese par de ojos que esconden tanto amor por los gramitos de felicidad. Mira, ahora escribo en un jardín, y resuena en mis oídos la música celestial de Pink Floyd: dos detalles aparentemente irrelevantes, pero que no imaginas cómo sanan mi alma cansada. Escribir en un jardín, oír esta música que entra directamente a mis venas y se distribuye por cada una de mis células, alimentándolas. Pues bien, esos dos ojos que te digo, y que tú conoces cada vez mejor, poseen la rara capacidad de beberse estos dos detalles, y eso sin conocer mi jardín ni haber escuchado esta música. De hecho, ahora mismo ella debe andar absorbiendo estas palabras con una sed que sólo puede impulsarnos, a los que tenemos la dicha de ser mirados por ese par de ojos, a sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Y no por lo que somos, sino por haber sido elegidos y honrados con semejante mirada. Su cariño, profundo y creativo, nos hace interesantes, amiga mía. Tú eres su amiga interesante, ¿recuerdas? Podría proporcionarte ahora más de una docena de motivos esenciales para tu fuerza, entre ellos el que considero mayor, y que es el de la necesidad animal de no fallarle a ese enano que no te pidió venir al mundo, y que se encontró siendo hijo de una mujer interesante. Pero prefiero incidir en ese par de ojitos que lucen como las dos ventanas de un laberinto cuyas estancias, tú lo vas sabiendo, se encuentran repletas de tesoros. Y si esos ojos te llamaron interesante…
Acabo, amiga, con esa propina que también te anuncié. Este caballero, de apenas justa valentía y de humildad benefactora, que se enmarañó en la descripción de este hilo como antes lo hizo en otros bosques, ha escrito todo esto con el corazón, y de ahí mi mejor deseo, el deseo de tu risa… Sé que no es un gran motivo para dar un salto de la cama en tu próximo despertar, pero quizás pronto te halles escribiendo en un jardín, con una música celestial fluyendo por tus venas, y entonces puedas notar con más facilidad esa sensación de estar vivo, una casualidad, en el dolor o en el amor, en el terror o en la dulzura, al fin y al cabo tan divertida…
Un beso.
Tal vez no sea yo el más indicado a la hora de buscarte motivos para la ilusión, aunque quizás por eso mismo, por creer con firmeza en la sinrazón esencial de esta vida, pueda tener más fuerza moral para recordarte esas fugaces y asombrosas maravillas que, inopinadas y gratuitas, se prodigan a nuestro paso. Por supuesto, el inventario de delicias que nos sonríen mientras vivimos resulta inabarcable, además de que son siempre tan personales que sería estúpido por mi parte tratar de hacer aquí relación exhaustiva de ellas.
Permíteme que me centre en un par de detalles, que tal vez te serán de utilidad en esa búsqueda, consciente o inconsciente, en la que pareces andar embarcada. Uno de los detalles será una sensación, y el otro un par de ojos. De propina podría añadir tal vez un deseo…
Hoy mismo leía de Cioran uno de esos impagables aforismos suyos, en el que se mofaba de los dioses, de Dios, por su incapacidad para acabar con su propia vida. Sólo los seres humanos podemos acabar con nuestra historia, el suicidio es nuestra prerrogativa, algo que nos eleva y nos hace más poderosos que el mismo creador. Pero también contaba Cioran (un hombre que reunió como nadie reparos contra la vida humana) que si nunca optó por el suicidio fue precisamente por eso, porque sabía que siempre estaba ahí su posibilidad, que nada ni nadie podría arrebatarle ese poder, esa facultad, esa puerta de emergencia. Pero una vez ahí, ¿qué necesidad tenía él de suicidarse? ¿Acaso el suicidio no suponía en sí mismo una nueva decisión, otra fe, aunque fuese negativa, “identificarse con algo, ceder a la seriedad, arruinar la ironía”? Si la vida no alberga sentido alguno, tampoco lo tiene el suicidio. Dejarse llevar por los vientos, sonreír cuando a nuestros nervios se les antoje y los músculos de nuestro rostro adquieran casualmente el tono adecuado para la risa. Reírnos de la vida, de nosotros mismos, de la creencia en los puntos cardinales, de la ley de gravedad, de las matemáticas o el suicidio, del amor eterno o de la sempiterna hermosura de la primavera: reírnos de nuestra risa, mientras las brisas nos persuaden y los vendavales nos arrastran.
Mi querida amiga interesante, tal vez ya lo haya contado en otro lugar, pero lo repetiré con gusto para ti: soy un hombre débil, inconstante, una persona que podría resumir muchos años de su existencia con el esquema simple ilusión-desilusión. Imagino que conoces muy bien esa sensación de lo imposible, de morir por un deseo que sabes del todo irrealizable, de sentirte atado y amordazado en la decepción irrevocable, tan hundido y moribundo que sueñas con una última mañana en la que tus huesos ya no necesitan moverse. Yo sufrí esta sensación en muchas ocasiones. Generalmente sucedía a una etapa de exaltación y ardor, de esfuerzos por beber los minutos, tal vez colgado de una mirada prohibida o de una aventura irrepetible. Eran ciclos en los que bruscamente todo se derrumbaba y nada conservaba el más mínimo sentido, y nada ni nadie podía hacer nada por salvarme del dolor. Pues bien, incapaz de acabar con todo, me sorprendí en un estado que a saber si no se hallaba aún más allá que el propio suicidio. Llevo años buscando una palabra para esa sensación que quiero regalarte, y sólo encontré una que, aunque no me satisface demasiado, puede servirnos: humildad. En esos instantes terribles y extremos repentinamente notas que casi todo tu dolor proviene de ti mismo, para nada de la vida. Adviertes que todos los problemas son consecuencia de un ardor artificial y añadido que aplicas a todos tus movimientos. No sé si consigo explicarme: nos engañamos a nosotros mismos, porque primero creamos nuestra necesidad de motivos, y luego nos decepcionamos al no encontrarlos. Atiborramos nuestra vista de deseos y luego los vamos apagando uno a uno, hasta que concluimos erróneamente que la vida nos defraudó. En estos momentos en que yo no tenía nada, en que no era nada, en los que renegaba asqueado de todos mis deseos y lo único que ansiaba era descansar, me veía de pronto invadido por una sensación más que placentera, como una liberación: la humildad. No merecía nada, y nada quería que no llegase gratuitamente, por puro azar, como un regalo para alguien que no sólo no había muerto, sino que había conseguido descender al nivel real de la vida, al nivel de la realidad caótica y del sinsentido, y elegía dejarse llevar por los juegos, reírse de todo, de sí mismo principalmente.
Con el tiempo, siendo salvado una y otra vez por esa sensación reparadora, aprendí a conservarla junto a mí más y más tiempo, y mientras iba dejando de confundir mis deseos con los regalos que nos hace la vida, ésta fue decepcionándome cada vez menos. Nadie puede negar que en este mundo el dolor se mide por montañas, mientras que la felicidad sólo puede calificarse como etérea, efímera, imperfecta… Pero no es menos cierto que cualquier gramo de felicidad es más inesperado (y por tanto más influyente) que todas esas toneladas de dolor que no son más que eso, la base donde se asienta la propia vida.
Y aquí llego al segundo regalo, el par de ojos, ese par de ojos que esconden tanto amor por los gramitos de felicidad. Mira, ahora escribo en un jardín, y resuena en mis oídos la música celestial de Pink Floyd: dos detalles aparentemente irrelevantes, pero que no imaginas cómo sanan mi alma cansada. Escribir en un jardín, oír esta música que entra directamente a mis venas y se distribuye por cada una de mis células, alimentándolas. Pues bien, esos dos ojos que te digo, y que tú conoces cada vez mejor, poseen la rara capacidad de beberse estos dos detalles, y eso sin conocer mi jardín ni haber escuchado esta música. De hecho, ahora mismo ella debe andar absorbiendo estas palabras con una sed que sólo puede impulsarnos, a los que tenemos la dicha de ser mirados por ese par de ojos, a sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Y no por lo que somos, sino por haber sido elegidos y honrados con semejante mirada. Su cariño, profundo y creativo, nos hace interesantes, amiga mía. Tú eres su amiga interesante, ¿recuerdas? Podría proporcionarte ahora más de una docena de motivos esenciales para tu fuerza, entre ellos el que considero mayor, y que es el de la necesidad animal de no fallarle a ese enano que no te pidió venir al mundo, y que se encontró siendo hijo de una mujer interesante. Pero prefiero incidir en ese par de ojitos que lucen como las dos ventanas de un laberinto cuyas estancias, tú lo vas sabiendo, se encuentran repletas de tesoros. Y si esos ojos te llamaron interesante…
Acabo, amiga, con esa propina que también te anuncié. Este caballero, de apenas justa valentía y de humildad benefactora, que se enmarañó en la descripción de este hilo como antes lo hizo en otros bosques, ha escrito todo esto con el corazón, y de ahí mi mejor deseo, el deseo de tu risa… Sé que no es un gran motivo para dar un salto de la cama en tu próximo despertar, pero quizás pronto te halles escribiendo en un jardín, con una música celestial fluyendo por tus venas, y entonces puedas notar con más facilidad esa sensación de estar vivo, una casualidad, en el dolor o en el amor, en el terror o en la dulzura, al fin y al cabo tan divertida…
Un beso.
17 comentarios:
Siempre me estremezco cuando escucho hablar a alguien de su vida con sinceridad y sin velos, me hace reflexionar por esos procesos de comparación que se hacen, semejanzas, diferencias... Eres muy valiente, sir john, y se agradece mucho leer acerca de todo esto
Un abrazo
Precioso texto. Te felicito y añado a mis favoritos. Gracias por todo.
Gracias a ambos. Y a la amiga interesante, cuyo interés nos mejora a todos un poco.
Todavía tengo los pelos como escarpias.
Un abrazo grande.
¿De terror, Leo? Ojalá sea de emoción... Ay, si todos nos dedicásemos a intentar emocionarnos los unos a los otros, ¿qué sería de este mundo? Un beso.
Sin duda la posibilidad de acabar en el momento libremente deseado es el "gran privlegio", no hay dios que aguante ante esa última decisión, todos se quedan muy pequeños y aunque parezca una pardoja o una contradicción esa senclla posibilidad nos hace enormes ( los dioses siempre lo han sabido de ahí sus esfuerzos en condenarla tan duramente y de manera tan expresa...ha de quedar claro quien manda...pues me temo que no señores dioses)
...
La capacidad para generarnos ilusiones...sueños tiene un recorrido que va de dentro hacia afuera ( y no al revés...un error de ubicación bastante extendido) es como la felicidad, una actitud, una manera especial de saber ( o querer) paladear la vida un motor de explosión que a veces con suerte dura más de un instante pero que despliega tal luminosidad que...siempe, siempre merece la pena protagonizar ese instante
Un saludo Sir
Un placer verte por aquí, e-catarsis. Últimamente leo tus entradas y me quedo calladito, rumiando tus cosas. Tienes razón con los dioses, deben servirnos, y como hacía el amigo Conan, cuando dejan de servirnos los mandas al diablo, y en paz.
No estoy tan convencido de lo que dices de los sueños y las ilusiones. Verás, tal vez existan caracteres propicios para el sueño y la ilusión, capacidad que consistiría más en no decepcionarse al final cada sueño que en sí generarlos. Mi relación con las ilusiones ha acabado siendo más seca: puedo deshacerme de alegría con la más pequeña de las ilusiones, pero nunca pierdo de vista el fondo gris y lleno de aristas y soledades. En fin, no elijo esta situación, todo a mi alrededor me lleva a ella, y sí, pierdo continuidad en mis ilusiones, pero tal vez gane contraste... Un beso.
De emoción, por supuesto. Jajajaja.
Besos, emocionador vehemente...
Curioseo en tu blog. Entro por primera vez a tus letras. Me recibe una carta íntima que habla de humanidad. La idea del suicidio me ronda, la imposibilidad de inventar excusas para levantarse de la cama, la muerte de la risa. Me rondo a mí misma. Siempre me ayudan las letras a superar el terror a la vida.
Gracias por pasar por las musas. Bienvenido.
musa rella
Dios te bendiga, Hermana Leo, más salá... :-)
Y bienvenida, musa rella, es esa una buena excusa para las palabras: superar el terror de la vida. Me fastidia Cioran a veces porque idea que se me ocurre, idea que ya me pisó el maldito Maestro... Escribir (decir, explicitar) nos salva tantas veces de nuestros terrores... Me alegra mucho cruzarme con gente como tú en ese proceso de salvación. Nos vemos aquí o en las musas...
Sin duda no perder la perspectiva ayuda bastante pero...no siempre y aunque admiro la serena belleza de los tonos grises hay ratos que necesito naufragar con tonos algo más descarados
:)
Claro, e-catarsis, pero yo no entiendo un naufragio que no sea un juego, y en los juegos se juega y luego se vuelve a la perspectiva. De otra forma, habría que creer en la reencarnación, o en la salvación eterna, y bueno, puestos a soñar, me gustan más las hadas... Besos.
Querido Sir: cuántas veces vas caminando sin rumbo, con las nubes sobre la espalda, buscando sin saber qué, y de repente tus ojos se fijan en algo, algo que te ilumina el día. Un lecho de palabras, una carta que no es para ti pero que podría haberlo sido. Gracias y un beso.
Ay, las cartas, Ana, cuánto las echo de menos... De vez en cuando me doy el gusto de tejer una para el que menos la espera, pero recibir una de ellas en los tiempos que corren resulta tan improbable como contemplar un cometa. Eso sí, yo mirando al cielo todo el tiempo, por si las moscas...
Un beso epistolar.
La amiga interesante
Gracias, es lo primero que sale sinceramente de mi corazón. Gracias por ser por un momento, lo suficientemente interesante para merecer ese tiempo y esas palabras tuyas.
Me reconozco, no sin temer equivocarme, de ser una de las personas causantes de que sigas mirando al cielo esperando esas cartas que nunca llegan. Siento el retraso causado por mi inseguridad.
Espero que comprendas que, como bien sabes, es difícil traducir, ordenar y plasmar esos pensamientos que están dentro de uno y más cuando se tanta inseguridad de, con mis torpes palabras, hacerlo sin defraudar.
Pues bien, por seguir un poco el orden en el que hablas, excusa para vivir, excusa para no hacerlo. Miles de excusas que no creas que no están ahí, en cualquier parte de mi piel, de mí.
Necesidad de ser y sabernos queridos, que somos importantes para alguien pero, más importante aún, saber y encontrar una razón que haga que nuestra existencia valga la pena y hiera con ella a esos seres queridos.
Todo esto se hace más complejo por los obstáculos que esta vida nos pone por delante y que nos privan de nuestra libertad. Esa libertad rozada por nuestros labios y que, una vez probada, es muy difícil renunciar a ella.
Querido amigo, suicidio, claro que está ahí, siempre ha estado ahí, bueno, corrijo, sólo lleva unos años estando ahí. Sin embargo, lo que siempre ha estado a mi alrededor desde que mi razón recuerda es la muerte, a fin de cuentas, la misma meta, el mismo fin, un fin temido durante mucho tiempo pero que, al final, te familiarizas tanto que "le pierdes el respeto" ese repeto que te hacía alejarte de ella y agarrarte con uñas y dientes a la vida.
Sí amigo, y perdona que utilize tus palabras, conozco muy bien esa sensación de lo imposible, de morir por un deseo que sabes del todo irrealizable, de sentirme atada y amordazada en la decepción irrevocable, de sentirme siempre tan culpable por todo (hasta por lo más insustancial) lo que sucede en mi pequeño mundo que me hace tener esa sensación de estar hundida y moribunda y sueño, sigo a veces soñando, con una última mañana en la que tus huesos ya no necesitan moverse.
Necesito salvarme del dolor, de ese "mi" dolor y de ese otro que provoco precisamente a lo que más quiero.
Más que la vida me defraude, es que mi vida defrauda a los demás y ese sentimiento me hace todo el daño del mundo, que sienta, como canta Pablo Milanés, que "mi vida no vale nada". Un daño que no quiero que con mi existencia llegue a pensar, ese ser tan especial, que todo es así, que lo salpique, ese ser tan querido, tan amado, ese ser pequeño al que tanto quiero y por el que (nunca tan literalmente dicho) daría la vida.
Lo que siento es tan difícil de explicar. Estoy cansada, muy cansada. No se puede luchar, con ese gran egoísmo que se necesita, para estar mejor, física y mentalmente mejor dar todo de mí, bueno todo mi amor porque ¿qué otra cosa daría? ¿qué tengo? una vida con dolor tan descontrolado que sale al exterior, que ya no puedo ocultar, que ya es tan visible que no quiero que invada lo que tengo a mi lado. Dolor al que además podemos sumar el que te causan esos seres queridos que tienes al lado, esos seres queridos a los que, precisamente y que ironía, tú no quieres dañar. Ese dolor que, por pequeño o insignificante que sea tiene la capacidad de hundirte más en la miseria. Dolor que llevamos años intentando que no nos atraviese como una espada y que, de un solo golpe, sea capaz de eliminar todo atisbo de felicidad, todo lo que crees haber conseguido con esa lucha diaria. Dolor que intentas controlar y que te hace desandar lo andado. Sólo quiero estar bien y poder encontrar, no sin lo principal, mi fortaleza, mi gran alegría perdida por el camino y que de vez en cuando se asoma diciéndome que sigue ahí; sólo quiero serenidad, ser feliz o no serlo, sentirnos bien o no, eso nos lo da la vida y creo que de ambas tenemos que disfrutar ya que ambas son inseparables, simbióticas. Sólo eso ¿es mucho querido amigo?
Es verdad que, por lo menos, con el tiempo uno va valorando esos, pequeños pero no menos importantes, buenos momentos, más aún, como dices, creo que son los pilares que te mantienen vivo, que no es poco
Y cambiando para bien, cuando hablas de ese par de ojos, que tanta felicidad irradia aún en momentos difíciles, ese par de ojos tan envidiables, tan sanos, tan libres, tan inocentes y tan puros, esos ojos que sabes que están ahí, siempre estarán ahí, me gusta cómo lo describes y me gusta leerlo. Poco tiempo viéndolos pero ese poco intenso, sincero, alegre. Para mí es como ese "algo" que ya no existe más que en los ojos y la mentalidad sin contaminar de un niño. Ese par de ojos que, a pesar de la existencia de problemas tiene la habilidad de dejarlos tan insignicantes que dejan de existir. Esos ojos a los quiero y deseo que nunca se pierdan esa chispa, chispa que contamina a los demás, que regala altruistamente, ojos de los que ya no puedo escapar y de los que no imagino mi vida sin ellos. Ojos que son como ese agua refrescante que llega en los días de calor, ese calor que tan gratuitamente te da. Cierto, honrados ambos de su mirada y la mia casi no merecida.
Siento haber tardado en esta respuesta. Como verás, confusa y desordenada pero confío que sepas darle el toque antes de publicarlo, si crees que se puede publicar, yo sólo deseo que por lo menos te llegue a ti. Te vuelvo a dar las gracias por ese tiempo inmerecido dedicado a algo tan ...
Gracias amigo.
Besos
Querida amiga interesante:
Me hubiera gustado responderte personalmente, pero me ha resultado imposible conseguir tu dirección electrónica, así que hablaremos en la plaza pública, ante la mirada de amigos y curiosos. Lo que tenemos que hablar, al fin y al cabo, debería interesar mucho a todo aquel que se fije un poco en el camino que pisa...
Comenzaré con algo sencillo: el retraso de tu respuesta. Bueno, algún bichito intrigante me aseguraba que responderías, y aunque eso de ser respondido empieza a convertirse en un lujo, lo cierto es que yo no requería una respuesta, y mucho menos con prisas. En otros lugares ya despotriqué contra la prisa, pero como lo mío es repetirme mucho (como el Manu Chaos), lo vuelvo a decir: detesto las prisas, sobre todo las que yo me meto, y por extensión trato de no meter prisas a nadie por nada (¡si mis pobres niños me escucharan!), mucho menos para algo así... Las conversaciones amistosas no son tales si se mantienen por obligación y con prisas. Aquí aprovecho para tranquilizarte, porque mis únicas expectativas al escribir esas reflexiones fueron sólo que te sirvieran de algo, que encontrases en ellas algo que pudieras usar para disminuir esa insatisfacción que parece predominar en tu ánimo. Por tanto, tu respuesta nunca podría defraudarme, y el hecho de que te sinceres y me cuentes tus sentimientos, sin temor a reprobaciones o contrariedades mías, es suficiente recompensa para mi mensaje. Somos realmente complejos, y creo firmemente que con la sinceridad y un poquito de buena fe y cariño se puede compartir casi todo. La sabiduría, si algo debiera proporcionarnos, es esa capacidad para comprender al otro, valorar sus razones, sus sensaciones, por muy alejadas que se encuentren de nuestros motivos y sentimientos. Pero verás que tu mensaje, en cierto sentido, me ha agradado mucho porque he comprobado lo que esos dos ojitos que hablábamos me han repetido muchas veces: la amiga interesante es realmente interesante.
Verás, lo primero que pensé al acabar de leer tu mensaje fue en algo que he hablado varias veces con esos nuestros dos ojitos: “creo que tu amiga interesante –le decía- debería leer a Cioran”, tomar de esas píldoras que cauterizan las heridas con dolor y lucidez, esas frases contundentes que remueven el universo y con él nuestras pequeñas madrigueras, para despertarnos al dolor y también al asombro. Cuando hablas de las excusas para vivir o para dejar de vivir, se me ocurre que podríamos llevarnos años contándonos cuáles son nuestras excusas para desear vivir o morir. De hecho, cada día nos surgirían nuevas excusas, y se tornarían insensatas las de ayer, y aparecerían diferentes razones para sonreír y hacernos fuertes, o para hundirnos en ese estado en el que las ideas negras se persiguen y se empujan, haciéndose cada vez más oscuras y paralizantes. Querida amiga, debes admitir conmigo que somos seres realmente imperfectos, que una vez optamos por mirar y por las delicias, nada, nada en este mundo es capaz de hacernos mantener eternamente una idea en nuestra cabeza. Siempre he exceptuado ese amor instintivo, animal, por los niños, pero esa faceta nos vino dada y no podemos prescindir de ella como no podemos prescindir de respirar o de cerrar los ojos al estornudar. Sólo la enfermedad mental o una indigencia espiritual extrema puede conducir a una madre o un padre a descuidar a sus hijos. Pero aparte de ello, en todo lo demás, nadie debería confiar en nosotros. ¿Cuántas veces me he hecho promesas archidefinitivas, basadas en principios inamovibles que regirían a partir de ese momento mi vida, para romper las promesas y pisotear los principios a los dos minutos, y por una simple mirada, por un capricho, por una simple luz amable? Creo que lo hago casi cada día... Tenemos, amiga, una capacidad muy divertida, que es observarnos desde fuera. Creo que te sentaría bien hacerlo con más frecuencia, y reírte un poco de tus determinaciones, que cuanto más graves y transcendentales más dignas de risa son, como las mías y las de cualquiera. Si te mirases a ti misma, ahí, sopesando las excusas para vivir y morir, notarías que nunca dejas de jugar, que lo cierto no es que anduvieras jugando con tu búsqueda de libertad, y con tus daños propios y ajenos, con tu vida desordenada, y que ahora, cuando sacas la balanza y ves inclinarse el fiel hacia las razones para vivir o morir, ahora justo estás siendo seria contigo. Para nada, somos a todas horas grotescos y absurdos hasta la desfachatez, y sobre todo cuando nos ponemos serios. Incluso en el suicidio no somos más que una parodia de lo que con él creemos ser. Uno va, se hunde en la tragedia, en la confusión más dolorosa, y decide acabar con el dolor, con todo, y... perdóname que sea tan franco contigo, ¡qué espectáculo tan ridículo! Una motita de polvo, de los cientos de infinitos trillones que flotan en el universo, considerándose por un instante centro del mundo. No, mi querida amiga, como dirían nuestros ojitos, tu interesantez (te lo digo sinceramente) resulta de lo más atractiva y conmovedora, pero tu contigencia (la necesidad de que existas) alcanza donde la mía o la de cualquiera: nada de nada. Somos absolutamente innecesarios, y sólo desde esa perspectiva podemos soportar la existencia.
Verás, voy a intentar ponerme menos filosófico (sobre todo porque me explico mal y de filosofía sé lo justo): creo que te pides demasiado, más de lo que deberías pedirte, y cuando uno se pide demasiado siempre llega a un punto en el que se defrauda a sí mismo, y cualquier contratiempo con los que nos rodean igualmente nos lleva a pensar que también estamos defraudándolos. No voy a contarte mi historia personal, porque sería larga y aburrida, y porque andamos aquí, en público, y algún resto de vergüenza me queda; pero no me cabe duda de que en el fondo nos parecemos, lo mismo que esos ojitos llenos de chispa también se nos parecen. Descubrir la vida, ahondar en sus posibilidades nos da sed, nos lleva a querer siempre más, a tratar de no perdernos tantos y tantos gozos que andan ahí, tan cerca de nuestras manos. Pero, ay, como repito y me repito hasta la saciedad, de pronto notamos que esta vida también es un cúmulo enorme de posibilidades imposibles, de maravillas frustradas en nombre de la más estúpidas de las convenciones, de sueños que se nos quedan un día y otro en el tintero. Yo, como tú, parezco flotar en el fondo de una cueva sumergida donde las corrientes marinas se alternan para empujarme y llevarme a uno y otro lado, sin darme la posibilidad de ir construyéndome verdades (asideros), y lo que es peor, sin permitirme la serenidad, que es lo que tú simplemente quieres, ¿no? No, para nada me siento muy diferente a ti, y me da en la nariz que hasta tus reacciones, esa charla tan interesante como imparable que surge de ti, o incluso esa desesperación frecuente que te asalta, son tan parecidas a las mías que me siento bastante seguro al contarte todo esto.
Sí, es cierto que el hecho de que uno analice lo que le pasa, de que le ponga nombre a sus males, de que incluso consiga una vez reírse de sí mismo no arregla el problema. Algo más físico tira de nosotros y nos obliga a caer de nuevo en el pozo sin fondo de nuestros desvelos, en ese círculo vicioso del que nos parece imposible salir. Como todo en esta vida, creo que nuestra capacidad para manejar nuestros dolores y para manejarnos a nosotros mismos se educa, y hay algo que ayuda realmente a hacerlo: repetirnos hasta la saciedad lo ridículo que estamos cuando nos tomamos en serio a nosotros mismos. Verás, te lo dice alguien que se ha llevado los últimos días cabreado con el mundo por una tontería, y que ni siquiera sabe cómo ha conseguido salir de ese enfado idiota. Que me esté educando no significa que ya esté yo educadito del todo, qué va, ni muchísimo menos. Pero sí te digo que este proceso de autoeducación me está divirtiendo: no tenía nada que perder, ¿recuerdas?, la humildad, ya estaba abajo, sólo parecía quedarme un paso, uno bastante estúpido por otra parte, el de acabar con mi vida. Pero como tan bien decía el Camarón, todos estamos condenados a muerte, todos vamos a morir, Inma, así que, ¿qué podemos perder?, como condenados a muerte podemos hacer lo que nos plazca... Bueno, bueno, espera, podemos llegar hasta donde nos plazca y hasta donde le plazca a la vida. Igual quieres mañana salir flotando y pasar de la ley de gravedad, y tú me vas a perdonar pero eso... Tampoco uno puede saltarse las contradicciones que en este mundo creamos. Tienes una serie de sentimientos, alimentados fundamentalmente por ti misma, y si esos sentimientos te llevan a una bifurcación, no podrás hacer lo que mi querido amigo Don José Jiménez Silva recomienda: “si encuentras una bifurcación en tu camino, síguela”. No, lamentablemente en las bifurcaciones debemos optar, y a veces eso que tú llamas egoísmo se lleva el gato al agua, y otras veces uno debe hacer el esfuerzo por encontrarle la gracia a un día de playa o a una clase de matemáticas con tus hijos, o incluso a dos horas de compra en un hipermercado. En cada uno de estos temas podríamos hablar mucho, porque, por ejemplo, soy partidario de que el equilibrio entre egoísmo y preocupación por los que quieres no debe decantarse a favor de esta última, exactamente de la triste manera en que es normal que ocurra. Alguien que no se cultiva un poco a sí mismo no puede darle nada a nadie.
Pero aquí llegamos a otro problema que encontramos a la hora de vivir: la culpabilidad. Socializar a alguien es, fundamentalmente, hacerlo sentirse culpable de un montón de cosas. En la película que recomendé por aquí, El indomable Will Hunting, el psiquiatra que encarna Robin Williams le repite como un poseso a Will una frase: “tú no eres culpable”. El otro le contesta que sí, que lo sabe, pero él continúa y lo repite una vez más, y dos, y tres, hasta que, como en un exorcismo, Will, después de resistirse, se abraza a su amigo y rompe a llorar sobre el hombro de una persona que lo entiende, que lo quiere, que se preocupa por él, y que sabe que su problema lo ocasiona una retorcida forma de culpabilizarse por todo lo que le ocurre. No, Inma, no creo que seamos culpables de buscar nuestro placer, de hechos somos casi héroes por no andar todo el tiempo buscándolo, porque, como otros sentidos, muchos instintos animales casi se borraron de nuestro ser, y así sólo un esfuerzo y un amor extremos nos permiten sacrificarnos por los que queremos. Que dediquemos algunos ratos a nuestras confusiones, a mirarnos, a buscar tesoros, sabiendo que volveremos (porque también, como animalitos, necesitamos del calor del hogar, de la rutina, del cariño sin pasión pero también sin resquicios de los que tenemos a nuestro lado), que nos queramos no sólo no es malo, sino que es necesario si queremos decir y decirnos algo. Pero me estoy liando un poco...
Además de ser importante para alguien, tú necesitas encontrar motivos para vivir, entiendo que para ilusionarte, para desear, para comerte a mordiscos la vida. Creo que esta sensación la padece el común de los mortales, pero muchos son los que saben reprimirla con vicios vacíos y adormecedores. Te juro que si fuese socio del Betis, con todos los disgustos que estaría ahora padeciendo, me preocuparía muchísimo menos de mí mismo de lo que lo hago. Los que no sabemos engañarnos demasiado bien, para disfrutar de la vida debemos sufrirla, soportar sus contradicciones, manejarlas, jugar con ellas. Como te decía, debemos reírnos de todo, y ante las contradicciones sólo nos cabe ser creativos, y buscarle los resquicios a ese entramado gris que es la sociedad. Te aseguro que tiene muchos, muchos intersticios, aunque juraría que no tengo por qué asegurártelo, porque tú lo sabes bien. Algo que discuto mucho (tal vez demasiado) con esos ojitos nuestros nos puede servir como ejemplo: las vacaciones con niños. Desde que los míos son pequeños me negué a seguir la tendencia natural a llevarlos siempre a la playa, donde los niños se divierten a ojos vista. Los míos fueron a la playa, pero no menos que a la montaña o al cine o a los teatros de marionetas de la Cartuja. Así, hubo varios viajes en los que debí mirarme y comprender la situación. Me decía: tienes niños, tú lo quisiste, y ahora son las niñas de tus oj... bueno, los niños de tus ojos, y te sientes incapaz de no quererlos con este amor incondicional. Llevas a los niños al paraíso de los Picos de Europa, y miras con deseo hacia arriba, a las cumbres, y observas caminos largos que se adentran en los valles y suben a los neveros, a riscos solitarios desde donde se ve el mundo. Pero tienes niños, pequeños, y los niños pequeños caminan como eso, como niños pequeños, y necesitan un cuidado continuo, y de ser posible de papá y de mamá, porque a uno solo lo vuelven loco y lo destrozan físicamente. Entonces, esas miradas a las cumbres comienzan a doler de un modo. E imaginas compartir días y días de caminata, visitando rincones inolvidables, tal vez con alguien que paladee las maravillas y las comparta contigo como si fuese el último día de vuestras vidas. Porque tienes una pareja que, como tú, anda preocupada tanto tiempo por los niños, y que, lógicamente, comparte contigo el día a día (algo tan difícil), y el escenario invita tan pocas veces a la pasión, además de que tiene sus propios gustos... Lo que te decía antes de las incompatibilidades de la vida, que no se puede tener todo. Pues bien, cojo a los niños y hacemos caminos cortos, tratando de subir todo lo posible con el menor esfuerzo, mostrándoles el cielo, y dejando que su asombro se traduzca en unas piedras que tiran sobre la superficie calma de un ibón, o en la persecución de algún bichillo; y luego suben más y más, y llegan a algunos de esos valles, de esas veredas indescriptibles, y descubres con ellos montañas y ríos, y ahí estamos ahora, disfrutando de nuestras vacaciones gracias a cierta serenidad, y a no pedir todos los huevos de oro de la gallina. Ahora, que son algo mayores, los padres podemos decir de vez en cuando: eh, quiero irme solito a tal sitio, y no hay tanto problema. Podría haberme cortado la yugular del disgusto que sentí la primera vez, cuando a las puertas del paraíso dos enanos sin los que me sería imposible vivir tiraban de mí para el lugar contrario. Pero no, le echamos un poquito de paciencia, algunas risas, algo de fatalidad, sí, pero también algo de inteligencia, y hemos disfrutado y seguiremos disfrutando. La vida en general se le parece un poco a esto. Podemos ser importantes para alguien, y además podemos encontrar resquicios para nuestros deseos, para nuestras pasiones, para nuestra ansia de conocer y de sentir los regalos de tantos compañeros de pasión. Es posible. Uno debe siempre contenerse en tantas cosas, pero creo que asimismo siempre es posible no convertirse en un servidor de la rutina. Los obstáculos para nuestra libertad, que te recuerdo que son los obstáculos que nosotros mismos hemos creado, no son tan impenetrables como creemos. Sólo cuando se ayudan de las normas sociales pueden conseguir tumbarnos, pero ya va siendo hora de que las personas hablemos unas con otras de forma sincera, y discutamos hasta la última de las normas de las cordura, de la decencia, del respeto, de la bondad y de todos esos términos que memorizamos en el pasado sin discutir.
Pero voy a intentar abreviar, que me pongo y me pongo, y te mando un manual en vez de un mensaje. Tú dices: “sólo quiero serenidad”, y preguntas si eso es pedir mucho. Yo creo que sí, que es pedir la luna. Como la felicidad, la serenidad es un asunto de instantes o momentos definidos. Por otro lado, también como la felicidad, la serenidad se contagia, y no sólo entre las personas, sino entre nuestros propios momentos. Vive un sueño intenso y luminoso, aunque sea un sueño fugaz, y verás cómo miras con ojos muy distintos las cacerolas o los autobuses. Si es cuando soñamos en la noche, cuando una historia hermosa y dislocada nos visita mientras dormimos, y por la mañana amanecemos con una sonrisa de tontos… Busca esos resquicios, juega con la vida sin elevarla a la categoría de esencial. Nada importa salvo que nuestros niños crezcan alegres, y sobre eso, sobre lo fundamental, nosotros podemos jugar con la vida, tenemos margen.
Dices que alguna vez te quisiste ir precisamente por dejar de hacer daño a ese enano. Mira, Inma, volveré a serte franco, yo que he vivido simplemente con la falta de unión de mis padres, y que, hasta hace unos meses, afortunadamente para mí, los tuve siempre a los dos ahí, dispuestos a darme la vida; yo que sufrí esa situación como no puedes imaginarte, y que en cierta forma estaré siempre marcado por aquello, creo que si algún día te fueras de su lado, el daño que le harías sería tan enorme, que sería imposible compararlo con el que puedas estar haciéndole con tus problemas. No se da la vida por alguien huyendo, perdona (tampoco, es cierto, olvidándose de uno mismo para dedicarse en cuerpo y alma a alguien). Uno da la vida por otra persona cuidándose a uno mismo, para darle a la otra persona algo. Independientemente de que consideres que tu marcha definitiva te haría un bien (algo filosófica y lógicamente inconsistente, porque no te harías ningún bien, no te harías nada porque ya no serías nada), el dolor que dejarías a tu hijo lo marcaría de por vida. A tu hijo le puedes dar ejemplos, ejemplo de lucha, de fuerza, de entrega, y también de capacidad de juego, de deseo de divertirte en la vida, de exploración del mundo, de ganas de aventura. Todo eso es lo mejor que se le puede dar a un hijo, y además les damos muestras de nuestra imperfección, de nuestros fallos, pero nuestros hijos están tan dentro de nosotros, nos necesitan tanto, que cualquier imperfección no es nada para ellos comparado con uno solo de los abrazos que podamos darles. No tengo ninguna duda de que, si alguna vez hubiera deseado acabar conmigo una vez nacidos estos dos enanos que me pierden, la idea se hubiera disuelto antes de llegar a mi conciencia al solo contacto con su existencia. Ellos son suficiente razón para vivir, aunque deba vivir en el infierno. Pero, además, no es así. Tú misma lo dices: están todos esos detalles que andan por ahí, como flores en una gran ladera rocosa, sorpresas que nos demuestran que la vida bulle muy dentro de esa lobreguez, de ese desierto que parece rodearnos. Que en nuestra soledad aún quedan instantes que compartiremos con éste o aquella otra, momentos en los que nos sentiremos comprendidos, plenos, emocionados, pletóricos incluso, y en los que recargaremos las pilas para un montón de vidas…
No quiero que pienses que hablo del paraíso. El paraíso, para mí, es un arbolito hermosísimo que, al florecer, suelta unas florecillas preciosas y un polen que me produce una alergia de cojones. Por lo demás, hay escenas efímeras del otro Paraíso que nos hacen pensar que tal vez exista ese lugar, pero aquí, en esta tierra, deberemos contentarnos con el tiempo virtual, con las eternidades que caben en unas horas o en un beso o en un cariño inesperado. Todos tenemos muchos problemas: mira a esos dos ojitos, tú lo sabes, su vida parece marchar sin problemas, pero su curiosidad descubre muchos de esos problemas bajo la superficie, y aun así sabe cada día mejor cómo sacar ventajas de lo que tiene, sin perder un momento el cariño por los suyos, reconociendo sus errores y los de los demás, y tratando que muy poco a poco la vida entre por grietas microscópicas que se abren en su muro de normalidad y amor familiar. Y ella sufre días de tremenda tristeza, de impotencia infinita, de deseos que rebosan por sus ojos de princesa y que deben quedar ahí, encerrados hasta que algún sueño nocturno los convierta en magia de Morfeo. Pero ahí está, mirándote, diciéndose: ¡qué interesante mi amiga, cómo la envidio! En muchos aspectos te envidia, créelo. Y tú ahí, pensando que tu mundo es el más oscuro de los mundos. No, mi amiga interesante, mi amiga querida, el mundo más oscuro es en el que ahora reposan los restos de mi madre, de esa mujer fuerte y vigorosa que sí dio su vida por mí y por mis hermanos: ése es el mundo más oscuro. Tu mundo (como el mío o el de tantos), con todas sus tristezas y todos sus obstáculos, es un parque de atracciones en el que, estoy seguro, comenzarás pronto a saber andar. Ya llevas tiempo aprendiendo, sólo necesitas pensar en él con cierta nostalgia, esa que te sería imposible si alguna vez te vas al mundo realmente oscuro.
Ojalá te veamos mucho por aquí, Inma, no sólo le haces falta a tu hijo… Un beso.
Joé, y eso que intenté abreviar... Cómo me enrollo... Ríete del abuelo cebolleta...
Perdón...
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