Se detuvieron ahí, en el borde de sus ojos, y él notando la aspereza de las cuerdas que ataban sus manos. Habría acudido hasta ellas y se habría embarcado en el bajel de su cariño para navegarlas, para pintarlas de azul y espuma, pero el destino dictaba que no debía recalar en esas costas. Y es que todas las luces del lugar se reunían en sus lágrimas, tapizándolas de brillos desconsolados, escribiendo sobre su superficie la letanía de una quimera. Entonces le miró las manos, se las acarició con la mirada, las apretó sin tocarlas contra su corazón, y luego, lejos, lejos, cada vez más lejos, iba lamentando cada uno de aquellos pasos.
1 comentario:
Ella sintió cada una de sus caricias invisibles, su impotencia, las ganas de voltear el mundo... Todo eso compartían. Y sin embargo el destino no le permitió refugiarse en él y en su cariño, como deseaba, todo lo más huirse. Tan complicado todo...
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