Aguardo en el semáforo. Hay un gran atasco, y los automóviles atoran el paso de cebra. Mucha gente espera a un lado y otro para cruzar, y algunas bicicletas esperan en el carril bici. El semáforo da paso a los peatones, pero los coches siguen sin moverse. El único paso posible es a través del carril de las bicicletas. De pronto, a mi espalda, escucho el timbre insistente de una de ellas. Me vuelvo y veo a una mujer que hace mucho ruido con el timbre tras una señora mayor que camina con dificultad, la cual, al parecer, también tiene problemas de oído. Me indigna la insistencia de la ciclista, porque debería ser consciente de que el paso está obstruido por los coches y de que la señora es muy mayor. El timbre sigue sonando, y la señora al fin se percata de la bicicleta. Entonces acelera el paso asustada, aunque sin saber muy bien para dónde tirar. La ciclista la adelanta murmurando e invadiendo el paso de cebra que acaba de despejarse un poco, y cruzando a la vez el pequeño paso de cebra del carril bici sin detenerse ante la gente que lo cruza. Pero la señora mayor acaba de caerse, y la ciclista se detiene y sin bajar de la bicicleta demuestra con gestos su preocupación por la pobre señora, a la que ayudan a levantarse algunas personas. Llevan a la señora a la acera; parece que no ha sido nada. La ciclista sigue su camino, seguramente con esa sensación tan placentera y ufana de andar mejorando el latido de su corazón y colaborando con el medio ambiente de una forma tan responsable...