Independientemente de su verdadero significado, puesto que algunas de sus acepciones pueden considerarse sinónimas, las palabras grotesco y ridículo poseen en mi opinión una diferencia esencial: lo grotesco contiene trazas de horror, y lo ridículo, sin embargo, deriva más por el terreno de la irrisión. Por eso, cuando he visto a nuestros políticos jugar a campañas y a democracias, nunca he podido calificarlos de grotescos, sino de ridículos. El horror, si se quiere el terror, supone un paso más allá de la ridiculez, y aunque los necios desmanes de nuestros políticos provocan no pocas desgracias, su estulticia les impide ser realmente malos, inteligentemente malos, malos de esos que pasan a la historia de los buenos malos. Aunque, aun risibles y papanatas, andan gestionando una de las más perfectas decadencias de Occidente, eso sí, con la inestimable ayuda de todos nosotros...