Jiménez Losantos arengaba hoy contra el Gobierno por sus contactos con el listo de Al Gore. Bueno, hay que decir que Jiménez Losantos arenga siempre contra el Gobierno, haga lo que haga, y así se contagia de
su mediocridad, superándola si cabe, porque por definición toda acción gubernamental es una mala acción, y por ende su contraria es la correcta. Siempre que el Gobierno de turno sea socialista, claro. Y así, antes de largar en la radio si algo es bueno o malo, mira lo que ha hecho el Gobierno, y así decide. Las arengas de este individuo son casposas, groseras, insensatas, altisonantes; un tipo al que paga directamente la Iglesia.
Hoy tuvo un detalle digno de la buena de Cándida: en su crítica a Al Gore expuso, con ese aire entrecortado y vanidoso que inventó hace siglos José María García, que todo lo del calentamiento global era puro cuento, que aquí no se calentaba nada, y que la mitad de los científicos opinaban igual que él, porque los síntomas de ese supuesto calentamiento global han existido desde siempre. A lo largo de la mañana pretendía entrevistar a un señor que ha escrito un libro científico que avalaba la tesis de que lo del calentamiento es una trola. Yo pensé inmediatamente en Pio Moa, y en que la nómina eclesiástica y de la gente decente de este país ya no sólo incluye historiadores creativos, sino que ahora andaban contratando a científicos. Por cierto, que aunque esta tendencia de los
conservadores a convencer científicamente viene de lejos, hubo hace poco una muestra interesantísima de ello, una película titulada Y tú, ¿qué sabes?, financiada por una secta norteamericana cuya multimillonaria líder se cree la reencarnación de un Atlante, y salpicada de montones de chascarrillos superrequetecientíficos para demostrar que el mundo de cada uno es como cada uno quiere que sea (por favor, no dejen esta información en manos de niños ni de gente neurasténica o neurótica).
Pero el detalle simpático de Losantos fue que, de negar el calentamiento global, pasó a rebatir que la Antártida se esté derritiendo, y que los glaciares del mundo estén desapareciendo. Que no, hombre, que no, que la Antártica se derrite porque es verano, y en invierno pues vuelve a congelarse. Pero si eso lo sabe cualquiera: verano, calor, y se derrite el hielo, e invierno, frío, se vuelve a congelar. Y es que Zapatero y compañía, además de mediocres, son tontos, pues se creen todo lo que dice Al Gore y la comunidad científica mundial, y miles de expertos militantes del ecologismo. Todos más que equivocados. Y claro, si escucharan a Jiménez Losantos como yo llevo varios días haciendo…
Esta payasada grotesca, y muchas otras, podrían quedarse en eso, en payasadas si no hubiesen sido escuchadas por más de un millón seiscientas mil personas, con una audiencia en alza, y si no hubiesen salido a las ondas trufadas, además de por anuncios de defensa de los mártires de la Iglesia o de Congresos sobre la Biblia, de un lenguaje y unas consignas realmente peligrosas. Si la Ser, El País y otros medios progubernamentales resultan palmariamente tendenciosos, y ocultan los desmanes grandes y pequeños de los socialistas, voceando a la vez los muchos e innegables excesos conservadores, hay que reconocer que siempre lo hacen dentro de un básico sometimiento
a las reglas generales del juego democrático. Pero la cadena de este individuo huele a otra cosa, huele a todo lo que leí sobre la guerra civil, a separación, a división de la sociedad, a escalada de insultos, a crítica destructiva, a reivindicación del pensamiento único de la fuerza bruta. La chulería que mostró Doña Esperanza en la trascendida comida con el Rey, insistiendo una y otra vez en la rehabilitación de este personaje, incluso cuando el Rey ya comenzaba a dar muestras de hartura, demuestra que este clan anda fuerte. Y aunque ahora son muchos los seguros que este país tiene contra la involución, yo qué quieren que les diga, yo no me quedo muy tranquilo. Sé que es muy complicado que pase algo, pero las democracias que han caído en manos de gentuza lo hicieron en muchísimos casos porque pensaban que esa circunstancia no era posible. Y estamos hablando de un partido que se apoya mutuamente con la Iglesia, y al que respaldan muchos millones de personas y algunos poderes importantes de este país. Quiero creer que de todos estos millones de personas no habrá muchas que apoyaran involución alguna, pero casos peores se han visto, y nunca confiaré en las masas, sean conservadoras, socialistas o partidarias del nudismo.
Todo esto se complica cuando se observa que hay otros voceros que apoyan de una u otra forma estas estrategias, porque, sin ir más lejos, ahí tenemos a Carlos Herrera, con ese tono rancio de sevillano tradicional, de ABC y de Semana Santa para enterados, cuyo discurso parece la traducción light del de Losantos. Ambos usan y abusan del insulto y de la ridiculización sin gracia, de ese staccato desesperante y esos silencios pretenciosos, y el tono de los dos contiene tanta, tantísima vanidad, que me resulta imposible escucharlos sin esbozar una amarga sonrisa de desprecio y preocupación.
Pero el peor síntoma de esta situación lo sentí el otro día, leyendo el último artículo de Fernando Savater en El País. Para mí Savater siempre ha sido un maestro, y jamás le agradeceré todo lo que me ha enseñado con sus escritos. Y siempre me ha parecido más que noble y valiente su intención de decir las verdades del barquero, les gustaran o no a un bando u otro. Pero ahora creo que Savater se equivoca, porque debería enmarcar sus críticas más que fundadas sobre lo que ocurre en el País Vasco en la crítica igual de estricta a los movimientos interesados de la derecha española, que no sólo se reducen a las tonterías que sus dirigentes sueltan a diario, sino que se concretan en acciones mucho más preocupantes, incluso negando la crueldad y depravación del régimen franquista. Recordemos que Savater fue uno de los que comprendió el intento negociador del Gobierno de Zapatero, sobre la convicción de que éste no negociaría nada salvo una rendición ordenada de ETA. Pero luego se fue alejando del tema ante la torpeza manifiesta de este Gobierno en materia de comunicación con los ciudadanos, y porque nunca quedó claro que dicha negociación estuviese limitada a la rendición de la banda. Ahora Savater, con su habitual inteligencia y precisión, zurra la badana al cerril nacionalismo y a la excesiva suavidad de los poderes públicos con los exaltados que mantienen un régimen de terror diario en el País Vasco, pero lo hace sin dar la más mínima importancia, e incluso aplaudiéndolas en algunos párrafos, a las muestras de intolerancia y de instigación de miedos antiguos por parte de estos indeseables de la derecha reaccionaria. 
Nada dice de una Iglesia que no sólo funciona con el dinero de muchos de nosotros, a pesar de que todos los años declaremos que no queremos darles un solo duro, sino que además desempeña un papel preponderante en esta labor de zapa al Gobierno, labor que, desengáñense todos, no busca ninguna objetivo diferente que el de obtener poder y dinero.
Poco a poco, la situación nos empuja a todos a ir tomando partido por un bando, aunque sea el que menos asco nos dé. Ojalá no tengamos nunca la obligación de tener que elegir en serio…